Rosalind se encontró de pie en un calabozo oscuro y siniestro. El aire era húmedo y denso mientras el sonido del agua goteando de algún lugar resonaba a través del calabozo.
Frunció el ceño y miró las pocas antorchas parpadeantes que estaban esparcidas a lo largo del sinuoso camino, proyectando sombras inquietantes sobre las paredes y el suelo.
—¿Hola? —Rosalind se preguntaba si esto sería un sueño. Debería serlo, pensó. Lo último que recordaba era irse a su cama para descansar. Estaba demasiado exhausta para siquiera cambiarse de ropa, ansiaba su sueño.
Sabía que Milith probablemente la regañaría de nuevo por no lavarse la cara antes de dormir. Esa niña siempre insistía en que esa era la clave para tener siempre una buena piel. Sin embargo, Rosalind estaba demasiado cansada como para importarle.