El hedor pútrido de las maldiciones llenaba la oscura habitación mientras Rosalind y Lucas se acercaban a las cajas cercanas.
Sus pasos ligeros, sus acciones cuidadosas mientras caminaban por la pequeña habitación llena de armas malditas. Para asegurarse de que no encontrarían ningún problema, Rosalind envolvió sus cuerpos con nieblas oscuras. No quería tener repentinamente problemas si de alguna manera activaban una trampa de la que no eran conscientes.
—Esto es —señaló a una caja a su izquierda. Todavía había una montaña de cajas sin abrir que estaban cuidadosamente apiladas unas sobre otras. Apuntaba a una cerca del fondo —. Lo siento desde esa caja —dijo con certeza.
Sin decir una palabra, Lucas levantó lentamente las cajas una a una y las puso a un lado. No eran muchas, pero cada una estaba llena de armas malditas. Necesitaba tener cuidado para evitar romper cada caja y lastimarse accidentalmente.