—Parece que desecharon una buena semilla —dijo Rosalind.
—¿Qué has dicho? —preguntó él.
—¿Qué?
—¿Hechicería?
—No —Rosalind negó con la cabeza—. No soy así.
—Entonces...
—Soy justo como tú y él.
—Elías.
—Correcto.
—¿A qué te refieres? —preguntó él.
—Déjame mostrarte —Rosalind entonces sostuvo su mano y una bola de luz apareció en su palma.
—Luz —murmuró él con incredulidad.
—En este momento, nadie puede vernos. Ni siquiera la criada de Sofía que intentaba espiar a Elías no muy lejos de aquí.
—Ah, eso —Valentin dio una sonrisa incómoda—. Por favor, no te preocupes por ellos. Han estado haciendo eso desde que Elías reveló su fuerza.
Rosalind asintió. Aún así, Valentin no bajó el escudo a su alrededor.
—¿Cómo me reconociste? —dijo Valentin.
—Puedo olerte.
—¿Qué?
—Bueno... no yo. Mi Bendición puede sentir la tuya —mintió Rosalind sin pestañear.
—Eso es mentira. No hay forma de que la Bendición de la Luz pueda hacer eso. No había escuchado eso antes.