—¿Qué? —Rosalind no sabía qué decir. —Bueno...
—Tengo dieciocho años —declaró de repente Leonardo—. No soy un niño.
Rosalind parpadeó. ¿Qué está pasando aquí? se preguntaba.
—¡Leonardo!
Su conversación fue interrumpida cuando el Conde salió corriendo de repente. Su rostro estaba rojo cuando llegó junto a su hijo.
—Su Gracia, por favor aplaque su enojo. Él no sabe lo que dice —dijo el Conde Caldarera mientras intentaba recuperar el aliento.
—La señorita Rosie no es noble —dijo Leonardo—. Y ella no es...
—¡Pide perdón! —El Conde sujetó la cabeza de su hijo y la empujó hacia abajo—. ¡Ahora!
—Pero padre...
—Su Gracia, le pido disculpas. Esto no volverá a suceder. Por favor, castígueme a mí en lugar de a mi hijo. Él no sabe nada del mundo. Por favor, castígueme a mí.