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El aire alrededor de Rosalind olía a sangre y no era porque acabara de terminar de tratar a un conde herido, sino a causa del número de personas que yacían muertas no muy lejos de ella. La nieve absorbía la sangre pero no lograba ocultar el olor a muerte y miseria.
En su vida pasada, ella había escuchado historias sobre la brutalidad del duque, el hecho de que disfrutaba decapitando a sus enemigos era bien conocido en el continente. Al observar los cadáveres sin cabeza que Denys estaba a punto de quemar, Rosalind tembló.
—¿Asustada? —se sobresaltó cuando escuchó una voz grave detrás de ella.
Se giró y levantó la cabeza y pensó que había divisado ojos negros que la miraban fijamente. Cuando parpadeó, solo pudo ver sus profundos orbes azulados. Inmediatamente se preguntó si esto sería un efecto de haber sanado al conde.
—¿Tú no? —inclinó la cabeza y le sonrió.
—No. Por supuesto que no —respondió ella.