—Así que, en efecto, estabas planeando algo —se burló Rosalind.
—No tengo idea de qué hablas —Victoria se recostó—. No fui yo quien le pidió al Emperador que organizara el banquete. Les dije que no lo hicieran. Después de todo, te vas y nunca volverás. ¿Para qué necesitarías un banquete? Al final, Martín me convenció de que esto es lo mejor. Me dijo que al menos pretendiera que estoy contenta con ello. No quería que la Corona se enterara de ningún desacuerdo por mi parte.
—Así que accediste a interpretar a la perfecta madrastra —dijo Rosalind—. Si ella tenía razón, una de las personas que la había observado probándose algunos vestidos más temprano era del palacio. Lamentablemente, no sabía quién era.
—¿Cómo puedo mostrar mi odio cuando la gente está mirando?
Rosalind frunció el ceño y miró por la ventana.