El silencio llenó el pasillo.
—¿Entiendes por qué decir algo así podría meterte en problemas? —preguntó Rosalind—. Muchas personas pensarían que no crees en Ella.
Una vez más, él no respondió. En cambio, negó con la cabeza.
—Tú —no me digas que eres un incrédulo.
—¿Hay algo mal, señorita Lin? —preguntó como si no tuviera idea de lo que ella hablaba.
El entendimiento se hizo evidente en sus ojos. —Yo —no —solo no lo esperaba.
—No te creerías cuántas personas en el sur ya no creen en la Diosa —murmuró él.
Al escuchar esto, ella volvió a mirar a su izquierda y derecha una vez más. ¡Esas palabras podrían meterlos en problemas!
—¿Continuamos caminando? —le sonrió él.
—Sí —solo que —ya sabes que este es un asunto muy peligroso. Apreciaría si te abstienes de hablar sobre esto con alguien más —. Muchas personas juzgarían inmediatamente a alguien que no cree en la Diosa.
—Ella es una abusiva.
—¿Perdona?
—Ella —ya sabes de quién estoy hablando.
