El cazador, debilitado por el veneno del Wendigo, reúne sus últimas fuerzas para recordar a los héroes la promesa que hicieron. Les ruega que no se preocupen por el oro, sino que por favor encuentren a alguien para mantener el pantano bajo control después de su partida. Con un suspiro de alivio, observa cómo los soldados se comprometen a encargarse de ese asunto, prometiendo buscar a alguien para continuar su legado.
Con tristeza en sus corazones, los héroes prometen cumplir el último deseo del cazador y lo acompañan mientras se despide de este mundo. Los soldados, en un acto de respeto y gratitud, se encargan de enterrar al cazador como él merece, honrando su sacrificio y valentía en batalla.
Con corazones pesados pero renovada determinación, los héroes parten hacia el norte, dejando atrás el pantano y a su valiente guía. A medida que avanzan, el paisaje cambia y pronto se encuentran frente a las imponentes paredes de piedra que protegen el reino enano de Forjgris. Las paredes se yerguen altas como guardianes eternos, recordándoles la fuerza y determinación de quienes las construyeron.
Al llegar a las altas murallas de Forjgris, los héroes son recibidos por una escena desgarradora. Una larga fila de razas de todo tipo se extiende frente a las murallas, buscando desesperadamente refugio en el reino enano. Historias de destrucción y caos causados por los comandantes del Rey Demonio han obligado a muchas criaturas a huir en busca de seguridad y protección.
Mientras los héroes observan la conmovedora escena, sus miradas se vuelven hacia arriba, donde un ladrón se desliza con una agilidad asombrosa a lo largo de las gigantescas murallas. Transformado en un zorro gigante, el ladrón parece haber encontrado una forma de burlar la seguridad de Forjgris, llevando consigo el medallón que han estado buscando.