En los tiempos antiguos, mucho antes de que las razas conocidas caminaran sobre la tierra, existían los Éteres. Estas misteriosas y divinas entidades eran consideradas deidades por algunas culturas, aunque su existencia era un misterio para la mayoría de los habitantes del mundo. Los Éteres eran los guardianes del equilibrio entre el mundo material y el reino de la magia, aunque se mantenían al margen de las razas inferiores, observando desde lo más alto de los cielos.
Se decía que fueron los Éteres quienes otorgaron a las razas conocidas el don de la magia, permitiéndoles manipular las fuerzas místicas del universo. Sin embargo, su intervención directa en los asuntos mortales era escasa, y solo se manifestaban en momentos de extrema necesidad o crisis.
En tiempos inmemoriales, cuando los demonios amenazaban con desatar su furia sobre el mundo, los Éteres dieron instrucciones a los elfos, los guardianes ancestrales de la magia, para crear cuatro medallones imbuidos con el poder necesario para que el héroes posee un arma destinada a enfrentarse a la oscuridad. Estos héroes, elegidos por los propios Éteres, surgirían en destellos de luz para luchar contra los reyes demonios que emergían cada quinientos años de las profundidades de la puerta del inframundo.
Así, cada medio milenio, un nuevo héroe surgía para enfrentarse al desafío del rey demonio reinante, con la esperanza de preservar la paz y el equilibrio en el mundo. Pero con el tiempo, los héroes antiguos no eran rival, y la puerta al inframundo volvía a abrirse, liberando a un rey demonio aún más poderoso que su predecesor, dando inicio a un nuevo ciclo de oscuridad y conflicto. Hasta que viniera otro héroe a enfrentar tal oscuridad.
Mientras tanto, los Éteres observaban desde su reino celestial, vigilando silenciosamente el devenir de los acontecimientos y esperando el momento adecuado para intervenir una vez más en el destino del mundo.