Mientras el caos reinaba en las calles de Viento Verde, Henry se adentró en la modesta choza del curandero, su corazón lleno de determinación y esperanza. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados mientras su pueblo luchaba por su supervivencia.
El anciano curandero, con sus manos manchadas por el trabajo y su rostro marcado por los años de experiencia, lo recibió con una mirada de sorpresa y preocupación. Conocía bien la condición de Henry y sabía que cualquier esfuerzo por aprender a curar solo aumentaría su sufrimiento.
"¿Qué te trae aquí, Henry?", preguntó el curandero con voz suave, pero firme, mientras preparaba sus herramientas y pociones.
Henry respiró profundamente, buscando las palabras adecuadas para expresar su deseo. "Quiero aprender", respondió con determinación, su mirada reflejando una mezcla de esperanza y dolor. "Quiero aprender a curar, a ayudar a mi pueblo, a hacer algo que importe".
El curandero frunció el ceño, sintiendo la pesada carga que Henry llevaba sobre sus hombros. Sabía que enseñarle solo aumentaría su sufrimiento, pero también reconocía la valentía y la determinación en sus ojos.
"Comprendo tu deseo, Henry", dijo el curandero con calma, colocando una mano reconfortante sobre el hombro del joven. "Pero aprender a curar no es fácil ni seguro. Requiere paciencia, dedicación y sacrificio".
Henry asintió con determinación, dispuesto a enfrentar cualquier desafío con tal de lograr su objetivo. "Estoy dispuesto a aprender, a sacrificarme si es necesario", dijo con firmeza. "Quiero hacer una diferencia, quiero ser útil".
El curandero suspiró, consciente de que no podía negarle esta oportunidad a Henry, por más doloroso que fuera para ambos. Con un gesto de resignación, aceptó la solicitud del joven, sabiendo que su viaje hacia la maestría en la curación sería largo y difícil, pero también lleno de esperanza y posibilidades.