El campo de batalla era un caos de gritos, rugidos y choque de acero contra piel. La horda de animales, impulsada por una furia incontrolable, avanzaba implacablemente hacia la defensa improvisada de la aldea de Viento Verde. Los guerreros luchaban con todas sus fuerzas, enfrentándose a una marea de garras y dientes con coraje y determinación.
Henry se abrió paso entre el tumulto, su mente enfocada en su misión de ayudar a los heridos. A cada paso, su corazón latía con fuerza, alimentado por el deseo de hacer una diferencia en esta batalla desesperada por la supervivencia.
El sonido de la lucha era ensordecedor, pero Henry se aferró a su recién descubierto poder curativo, canalizando cada pizca de energía que podía reunir para sanar las heridas de sus compañeros. A su alrededor, vio el sufrimiento y la angustia reflejados en los rostros de aquellos que luchaban a su lado, pero también vio la determinación y la valentía que los impulsaba a seguir adelante a pesar de las probabilidades abrumadoras.
A medida que la batalla continuaba, Henry se encontró en medio del caos, corriendo de un lado a otro para atender a los heridos. Cada vez que utilizaba su habilidad curativa, sentía el peso del dolor y la fatiga aplastándolo, pero se negaba a rendirse, sabiendo que cada vida que salvaba era una victoria contra la oscuridad que amenazaba con consumirlos.
La horda de animales continuaba su avance inexorable, pero los guerreros de Viento Verde no retrocedieron. Con cada golpe de espada, con cada flecha lanzada, defendían su hogar con ferocidad y determinación, dispuestos a luchar hasta el último aliento para proteger a sus seres queridos y su forma de vida.
La batalla por la supervivencia estaba en su punto álgido, y en medio del caos y la destrucción, Henry se aferraba a la esperanza de que, con valentía y sacrificio, podrían prevalecer contra las fuerzas que amenazaban con destruirlos.