La noche se empezaba a hacer cada vez más fría por las incesables ráfagas de viento que llegan en tiempos y direcciones aleatorias, moviendo y levantando las hojas y la tierra mientras yo barría las afueras del establo, completamente solo.
Unas horas después de haber entregado la piedra, Max y yo estuvimos demasiado ocupados limpiando, alimentando y dando de beber a unos 20 caballos adultos, tremendamente agotados y varios de ellos lastimados de sus pesuñas.
Terminó siendo una noche infernalmente larga, cada uno tuvo que atender a 10 caballos por su cuenta y meterlos a todos, o en el granero de paja o compartiendo lugar en el establo con los caballos del castillo, esperando que no hubiese alguna pelea entre ellos.
Adentro del palacio se escuchaba la música y el habla de la gente. Al final sí fue una fiesta. Era una pena el no poder estar allá dentro, siempre tuve interés en cómo es que son ese tipo de festejos donde la gente cena, baila y charla alegremente sin preocupación alguna. Nunca había sido invitado a una, aunque era muy claro el por qué, un simple plebeyo como yo ni en broma recibiría una invitación.
Ahora que lo recuerdo, a Lidia también le hacían fiestas así por su cumpleaños. Naturalmente, eran compromisos a los cuales invitaban a las amistades de los reyes y a sus hijos, niños ricos de nuestra misma o cercana edad que siempre intentaban acercársele, pero conociéndola bien, seguramente ni siquiera lograron hablar con ella. En esas fiestas, siempre se veía tan tensa e incómoda, triste y aburrida.
Creo que la única vez en que se divirtió en su propio cumpleaños fue en esa ocasión en que ambos nos escapamos al pueblo. Le prometí que la llevaría a dar una vuelta por el pueblo. Ella creyó que sería imposible hacerlo, así que ideé un plan (bastante a medias, he de decir) para lograr que saliese del castillo.
Esa vez me colé a su cuarto, subiendo como siempre por las enredaderas de la torre Este del palacio, ya que era el único modo en que podía verla desde que sus tutorías se volvieron más pesadas.
Recuerdo esa mañana. Me pareció divertido el asustarla cuando la despertara. Pinché sus suaves mejillas una y otra vez hasta que abrió sus ojos. Por supuesto, gritó del susto al verme, pero lo que no esperé fue recibir un puñetazo en la cara de su parte. Me quejé del golpe y ella me mostró una cara muy molesta que se tiño completamente en color rojo mientras tapaba su pijama con las sabanas de la cama, no pensé que se sentiría tan avergonzada de que la viese dormida.
Le llevé unas prendas antiguas de mi madre para que se las pusiera. Fue difícil encontrarle algo para que no resaltara mucho. Tuve que buscar entre las cosas de mamá y ver si había algo que calzara con su estatura, el problema fue que ella media seis centímetros menos en ese entonces (aunque ahora sigue siendo igual de enana, creo que solo creció un par de centímetros desde entonces). Lo único que encontré, más o menos acorde a su talla, fueron unas viejas ropas de lana y un manto de lino para que se cubriera la cabeza. Le quedaban un poco grandes y holgadas de las mangas, sin embargo, me sorprendió que no se le veían nada mal, no desentonaban para nada con su rostro y figura.
Nos fugamos del castillo a escondidas, sin que nadie nos viera mientras nos escabullíamos por el vestíbulo del palacio y por el gran jardín central. El problema vino en por dónde salir de entre ese enorme muro perimetral. Si hubiese sido yo solo, bastaría con trepar el viejo roble, ya que es casi del mismo alto que esa pared tan alta. Lidia no era muy buena trepando, una vez lo intentó al ver como Max y yo lo hacíamos, pero apenas logró subir un metro y termino por resbalar del tronco y caer. Fue nuestra culpa por haberla incitado mientras nos burlábamos de ella por no poder hacerlo. Por suerte no le paso nada, aunque el golpe la hizo entrar en llanto. Al final, terminamos siendo castigados por "lastimar" a la princesa y recibimos una paliza a base de cinturonazos de parte de mamá. Pero eso fue a los 7 años.
De regreso a cómo salir del castillo, no quedó de otra más que ir por la puerta secundaria. Tuve que idear una forma para que no fuese vista por los guardias o de lo contrario la habrían reconocido aunque vistiese de otra forma. Entonces, se me ocurrió usar el carro de paja que teníamos en el granero.
Llevé a Lidia por detrás de los pequeños edificios de la zona secundaria militar y el submuro que separaba dicha área con el jardín, el patio principal y el palacio. En cuanto llegamos al establo, tome a Tzar, uno de los caballos más fuertes que teníamos y lo traslade al granero para ponerle los arneses del carrito. Llené con un pequeño y discreto montón de heno la carreta, suficiente para que Lidia se ocultara dentro de él.
Lidia: 『 ¿De verdad esto funcionará? 』
Shun: 『 No te preocupes. Tú solo mantente quieta ahí dentro, ¿ok? 』
Lidia: 『 Ok. 』
Los guardias siempre tienen que estar al pendiente de quién entra y sale por esa puerta por la que siempre se ingresan los suministros para la familia real. Monté a Tzar y nos aproximamos a la salida. Me preguntaron a dónde me dirigía con el carrito. Usé la excusa de que el establo necesitaba más heno y por ello necesitaba ir al pueblo. Inspeccionaron de reojo el carro y no preguntaron por el diminuto montón que llevaba atrás. Al final, dieron el permiso para salir y tras dejar el castillo los metros suficientes para no ser vistos, Lidia pudo salir de entre el heno.
Shun: 『 ¿Lo ves? Te dije que funcionaría. Por cierto, mira, allá adelante. 』
Hasta ese momento, ella jamás había visitado de cerca el pueblo. Pasó toda su vida confinada en ese enorme bastión. Fue la primera vez que pudo conocer cómo era el mundo exterior. Estaba tan sorprendida e hipnotizada con el paisaje, sus ojos brillaban al ver de cerca las casas y los edificios de la ciudad, el panorama lleno del colorido de las carretas de los comerciantes, de la gente que transitaba y los niños jugando en medio de las calles.
En cuanto llegamos al centro, encargué a Tzar con el distribuidor de heno por un rato. Dimos una caminata por la avenida central, donde se aglomeran por todo el alrededor los puestos de vendimia: frutas, verduras, especias, ropas, pieles, joyas, de todo un poco lo que se podía encontrar. Todo era tan colorido y ruidoso, lleno de mucho ánimo.
Era tan satisfactorio ver esa sonrisa tan pura y llena de alegría que no me importaba para nada lo posibilidad de volver a ser castigado por haberle dado a Lidia la oportunidad de estar por vez primera fuera del castillo, casi ni me importaba la posibilidad de haber sido descubiertos en ese momento. Valió absolutamente la pena correr el riesgo.
Sin dudas es un lindo recuerdo. Aunque eso fue cuando aún seguíamos siendo unos niños, en su cumpleaños número 11, hace cinco años ya…
Shun: 『 Cinco años, ¿eh?... Ahora que lo recuerdo, el clima de ese día era idéntico a este… ¡Un momento! 』
¡Qué tonto fui! Me percaté demasiado tarde. Una velada, múltiples invitados, todos de un país costero; y una piedra que solo alguien con talento con el mána la puede usar… ¡Cómo no lo deduje antes si era tan obvio!
Shun: 『 ¡No puedo creerlo! ¡¿Cómo se me pudo haber olvidado?! ¡Tengo que entrar ahí, ya! 』