Chapter 4 - Capítulo 3.

"DIM, DOM, DIM, DOM, DIM, DOM…" Apenas habíamos bajado de los techos y tomado el camino al castillo cuando las campanas de la iglesia empezaron a hacer su retumbante sonido por toda la capital.

Max: 『 ¡Ah! ¡Maldita sea! ¡Ahora si vamos tarde! 』

Ya podíamos ir despidiéndonos de nuestro permiso para volver a salir al pueblo. Terminaríamos confinados a recoger por siempre toneladas de excremento de caballo. Pero, si fuese el caso, pensaba en que al menos podía molestar a Lidia para no aburrirme.

Mientras corríamos por el largo tramo que separa el pueblo con el castillo, pude observar algo que no esperaba su arribo. Una fila de carretas tiradas por caballos entraba de una a una por las gigantescas puertas de la entrada principal. Cada una tenía el mismo patrón: Un solo jinete, dos caballos blancos y una carrocería de madera de piñón entintado con grabados decorativos en su puerta.

Max creyó que era un chiste y que seguía fantaseando dentro de mi cabeza en cuanto se lo dije, sin embargo, cuando le señale la caravana, dejó de regañarme y guardo silencio ante la duda de qué estaba pasando. 

Pensó por un rato. Igual que a mí, le picaba la curiosidad saber por qué de repente había llegado un grupo de carrozas al castillo. He de recalcar que, contrario a mí, no le entusiasma averiguar cosas que él considera triviales o "una pérdida de tiempo", solo se enfoca en lo que es importante y crucial, en cumplir con las tareas y no desobedecer órdenes para evitar castigos. Aun así, esto logró captar su atención y despertar su curiosidad dormida.

Entonces volvió a hablar, haciéndome una sorpresiva cuestión, que seguramente le molestaba tener y buscaba deshacerse de ella tan pronto fuese posible.

Max: 『 ¿De qué crees que se trate eso? 』

Shun: 『 ¿Eh? ¿De verdad me lo estás preguntando? Quién lo diría, por una vez algo te daría curiosidad. 』

Max: 『 Ah. Olvídalo, fue una tontería preguntarte. 』

Shun: 『 Está bien, no te enojes. Te ayudaré. 』

Analice un poco más la situación mientras seguíamos corriendo. Mi cerebro procesaba todos los datos disponibles que tenía hasta ese momento, que eran un montón de carros iguales, todos tirados por caballos tordos, y con un extraño grabado que no veía del todo claro por la distancia y el movimiento. Además, nadie nos habló de que estos llegarían y nos mandaron a comprar un raro artefacto en el momento del arribo. Entonces me percaté de ello, la relación que podría tener la aquapiedra con la situación. 

Mientras más nos acercábamos, se alcanzaba a ver más claramente ese grabado en los carruajes, unas líneas onduladas que se intersecaban varias veces y enmarcaba la figura de un pez espada bastante definido. Honestamente, solo conocía ilustraciones de este tipo de animal, nuestro país está lejos de la costa, así que jamás he visto uno en persona, pero si algo sabía era que su cresta no era tan escarpada, como la de esa lámina en la madera.

Solo existía una criatura así en el mundo y no podía ser otra que una de las llamadas "Mabestias", seres ancestrales que, desde antes de los comienzos de la civilización humana, habitaban el mundo y que siempre han fungido como guardianes de algún lugar emblemático de la propia naturaleza, desde un bosque repleto de raras especies de plantas hasta una montaña donde se forman extrañas cavernas con minerales preciosos. De gran tamaño, muy similares a las especies de animales normales, con algunas notables diferencias que les dan un atractivo distintivo, y lo más aterrador de ellas es que son capaces de usar mána para atacar y defender su dominio.

Muchos lugares muestran su respeto y admiración a estos seres, inclusive formando cultos para su idolatría. Y si hay un lugar en el cual se adora a cierta criatura idéntica a un gigantesco y predominante pez espada con una enorme cresta, que resguarda los mares del Norte, no podía ser otro más que…

Shun: 『 … Tikalt. 』

Max: 『 ¿Qué? 』

Shun: 『 El reino del Tikalt, los del Noreste. Estoy seguro que vienen de allí. Quizás por eso nos mandaron a comprar una aquapiedra. Como son gente de la costa, posiblemente la hayan solicitado. 』

Max: 『 Pero, ¿qué no ellos podrían fácilmente traer cuantas quisieran si son gente de la costa? Además, ¿con qué propósito la necesitarían? 』

Max tenía razón, la verdad no tenía sentido el para qué necesitarían un catalizador que es tan abundante en sus tierras. Entonces, por qué tanta urgencia de habernos mandado a comprar una… Sentía que estaba olvidando algo, un detalle importante. Necesitaba un poco más de tiempo para pensar y hacer congeniar todo, pero no lo tenía.

La última carroza entró por fin y los soldados que resguardaban la entrada empezaron a girar las manivelas que accionaban el mecanismo con el que se abrían y cerraban esas dos enormes puertas.

Shun: 『 Parece que ya están cerrando. 』

Max: 『 Sí… ¡Y nosotros seguimos afuera! ¡Maldición! 』

Nos entretuvimos tanto en intentar averiguar qué es lo que ocurría, que perdimos el ritmo cuando corríamos. Estábamos ya a menos de 20 metros cuando esas pesadas puertas empezaban a cerrarse. Aceleramos lo más que pudimos y cuando llegamos a pocos centímetros de la entrada, solo quedaba un delgado hueco por el que pasar. Nos lanzamos hacia él sin pensarlo y por los pelos logramos entrar, justo a tiempo para cerrar. Quedamos tendidos en el piso jadeando de cansancio. Los soldados nos miraban raros por nuestro descompuesto arribo, excepto por uno.

Sgto. Rask: 『 Veo que siguen siendo los mismos de siempre… Tarde de nuevo, ¿no? 』

El sargento Rask, un soldado veterano de mediana edad, encargado de cuidar y vigilar las entradas del castillo, y uno de los escuderos del rey. Su duro y avejentado rostro, así como esas canas que teñían de blanco su barba y cabellos, mostraban la personalidad fría y estrecha de alguien con varios años de experiencia y a quien difícilmente se le pueda sorprender.

Desde hace mucho que nos conoce y nosotros a él. Al ser el vigilante tanto de la entrada principal como de la entrada secundaria, por donde entran las carrozas de suministros y los trabajadores de la marginada zona residencial, tiene que hacer guardia también del camino que conecta a ambas, pasando a un lado de las instalaciones secundarias de la escuela militar y de los establos donde laboramos, aunque no es como si pasara a saludarnos cordialmente. 

Haciéndole justicia a su puesto designado, también nos tiene vigilados a nosotros por las múltiples travesuras que hacíamos desde niños. Además, de alguna forma, conoce a nuestra madre, por lo que podría decirse que es bastante cercano a nosotros, casi como un familiar, aunque para mí es más un maestro que un pariente indirecto, me ha enseñado mucho a mí y Max: a combatir cuerpo a cuerpo, a manejar la espada, y uno que otro refrán sobre lo que es el camino de la vida.

Por fin tomamos un respiro mientras veíamos como bajaban de las carrozas varias mujeres vestidas con elegantes vestidos de falda ancha, hechos de tela de seda, con largos guantes blancos que cubrían sus manos y antebrazos, collares de perlas y gemas, y pendientes de oro; y hombres que portaban un uniforme de gala militar de un tono azul muy oscuro que parecía negro, con detalles en rojo en las hombreras, mangas y cuello, mostrando sus características medallas en el pecho y usando una inconfundible gorra de plato que mostraba la misma figura de esa bestia mítica de los carruajes.

En la escalera que daba entrada al palacio, una doble fila conformada por varias de las sirvientas formaba un pasillo que les daba la bienvenida a todos ellos. Un grupo de más de 50 personas fueron ingresando al edificio principal del gran castillo de Haiza, todos bien vestidos y con rostro de diversión y alegría. 

Shun: 『 Maestro, ¿qué está sucediendo aquí? 』

Sgto. Rask: 『 Ya te dije que no me llames así. Son asuntos de la realeza, nada que les competa ustedes, ni a mí. 』

Shun: 『 Pero, ¿no se supone que usted también es uno de los escuderos del rey? 』

Sgto. Rask: 『 Mi única orden es vigilar la entrada y el patio, nada más. De hecho, ustedes también tienen bastante trabajo por hacer. 』

Shun: 『 ¿Eh? 』

El Sgto. Rask nos señaló todos los carruajes estacionados sobre el patio de concreto del frente del palacio. 20 caballos cansados y sedientos que requerían de atención, todos frente a nosotros, las únicas personas del castillo que saben tratar con estos animales. Quedamos boquiabiertos y sin habla al entender cuál era nuestra nueva tarea. 

Sgto. Rask: 『 Encárguense de ello mientras dura la velada. 』

Max: 『 ¿Velada? 』

En cuanto escuché esa palabra, volví a pensar a cerca de todo este asunto y su motivo. Se trataba más bien de una fiesta que de un mero encuentro político entre dos naciones. Pero, no es como si ambos reinos siempre se juntaran a hacer reuniones para tomar el té, de hecho, tanto Haiza como Tikalk no se llevan muy bien que digamos. 

La tensión entre ambas es muy grande, sobre todo por el desprecio que se tienen las poblaciones de los dos países. Siempre nos han menospreciado por ser la nación más pequeña del continente y que gran parte de nuestra población solo se dedique a la agricultura y al campo, cuando otros grandes países se han modernizado con enormes industrias y máquinas que pueden realizar el trabajo de forma más rápida y eficazmente. 

Al ser el tercer país más grande y poderoso del continente, Tikalt ha empezado a industrializarse. Cada vez son más los aristócratas de esa nación que deciden invertir sus fortunas en construir fábricas para la confección de ropa y calzado, tratar el metal, construir carruajes, entre otras posibilidades que se van ampliando. Esto conllevo también, a que muchas personas decidieran partir hacia el visionario país y empezar a trabajar en las industrias, con el deseo de generar más dinero del que obtenían en el campo.

Por consiguiente, surgió un nuevo término de desprecio a la clase trabajadora: Proletariado. Un proletario no es más que un empleado, un simple trabajador dentro de las fábricas. A diferencia de un campesino o de un ganadero, ellos no producen algo para sí mismos, solo sirven de peones que se encargan de revisar que los aparatos funcionen y de afinar un par de detalles de un producto hecho en su mayor mediada por máquinas que por manos humanas.

Aun cuando un proletario y un campesino son muy distintos, la alta sociedad ha mal confundido ambos términos, creyendo que pueden corresponder a uno solo: todas aquellas personas que laboran para ganar dinero a través de su propio esfuerzo, sean del campo o de las nuevas ciudades industriales.

Por ello, nos despreciamos unos a otros, por considerarnos como "la fábrica de proletarios" que trabajan en sus industrias. Podía imaginarme que muchas de esas personas que entraban al palacio pensaban de esa manera y que disfrutaban de mancillarnos en nuestro propio país, aunque lo más seguro, es que ni al caso iba ese pensamiento mío, de nada servía. Tenía que volver a pensar claramente y volver a la realidad.

Sgto. Rask: 『 Tienen mucho trabajo por hacer, así que no pierdan el tiempo. 』

Max: 『 ¡O−Oiga! ¡Pero aún tenemos que cumplir con otro encargo y si no se lo entregamos al Sr. Ruffus, seguro nos impondrá un castigo para desquitarse! 』

Max le mostro la bolsa donde traía la aquapiedra para señalarle que aún estábamos ocupados y que no podíamos simplemente comenzar a atender a los caballos. Además, quien nos encomendó esa tarea fue nada más y nada menos el Sr. Ruffus, el secretario del rey, un tipo tan arrogante y vanidoso que siempre ha despreciado a todo aquel que no sea perteneciente a la clase alta. Nunca hubiese pensado que nos ordenara directamente hacer un encargo que él consideraba de vital importancia, debió de estar muy desesperado para hacerlo.

El Sgto. Rask tomó la bolsa sin permiso, arrebatándosela de la mano a Max. Miró en su interior y al notar lo que era, la guardó en el bolsillo trasero de su cinturón.

Sgto. Rask: 『 Así que de esto se trataba. Me encargaré yo mismo de entregárselo. Ustedes empiecen con los caballos. 』

Max: 『 ¡¿Qué−?! ¡Oiga, espere! 』

Y así como si nada, se fue y entró al palacio, dejándonos completamente solos sin entender por qué él querría completar dicho encargo. De cualquier forma, pensé que así sería mejor, nos evitaríamos la necesidad de ver la horrible cara de ese mequetrefe secretario. Pero teníamos otro problema.

Shun: 『 Y ahora…, ¿qué hacemos con tantos caballos? 』