Se escuchó un "¡Toc!, ¡Toc!" llamando a la puerta, correspondí diciendo: 『 Pase. 』Apareció una mujer de pelo oscuro y lacio, atado en una coleta, vistiendo un traje de sirvienta y llevando en manos una prenda bien lavada y correctamente doblada junto con un cepillo encima.
Verónica: 『 Buenos días, Alteza. ¿Amaneció bien el día de hoy? 』
Lidia: 『 Sí, gracias. Por cierto, he visto a eso dos salir. 』
Verónica: 『 Ah, sí, esos chicos. Se les pidió ir por un encargo al pueblo. Volverán en un rato. 』
Me senté frente al tocador mientras la señora Aarden me cepillaba el pelo con las finas fibras del cepillo. Miraba sobre el espejo mi rostro como si estuviese viendo a una desconocida, a otra chica igual a mí, con mirada seria y desmotivada, atrapada dentro de esa superficie reflejante, condenada a solo poder mirar el exterior al que jamás podrá aspirar.
Me daba lástima ver a esa chica y me hacía sentir triste, entonces volteé la mirada hacia la ventana de la alcoba. Se podía ver el panorama completo de la capital: las casas, los templos, la escuela, la avenida central llena de puestos ambulantes, todo y más allá de los campos de cultivo y pastizales rodeados de árboles de los caminos del Sur, por donde se movían la gente y las carrozas de un lado al otro.
El silencio era un poco incómodo, pero poco impresionaba a una chica metida en sus pensamientos y a una sirvienta tan paciente y tolerante en soportar esa clase de situaciones como era la Señora Aarden.
Poco antes de que yo naciera, ella ya había empezado a trabajar como empleada del castillo, siendo la subordinada de la sirvienta personal de los reyes, y a quien se le asumió la tarea de ser la cuidadora de la princesa. Prácticamente, ella fue quien cuidó de mí cuando era una bebe, lo cual le fue difícil, puesto que también debía estar al cuidado de sus propios hijos. Una joven madre soltera que debía estar al pendiente de tres niños de la misma edad a la vez y hacer al mismo tiempo las tareas de aseo del palacio.
Sin embargo, la alta sociedad allegada a los reyes criticaban mucho esta decisión de haber permitido que la princesa fuese criada por una mujer con dos niños de clase baja, lo cual, consideraban que era una total aberración que podía manchar la reputación del reino y el futuro de la familia real.
No obstante, en vez de distanciarme de ellos, terminé acercándome aún más, con todo y que nuestra crianza se consumó aparte. Nunca quise separarme de ellos, gustaba de seguirlos a donde fueran en el castillo, en los corredores, los patios, el gran jardín, los establos e inclusive en la residencial de sirvientes donde ellos vivían; siempre iba detrás de ellos. Fue así como aprendí sobre su entorno, sobre el lugar donde crecieron junto con otros niños de distintas edades, hijos de empleados del castillo, que jugaban a "las escondidas", "las traes", "matatena", canicas, todos en un paisaje terroso, lleno de casas descuidadas y faltas de reparaciones, ubicadas en lo más lejos posible del palacio y separadas por una enorme barda interna, idéntica a los grandes muros perimetrales del castillo.
El seguirlos y adentrarme a esta zona desencadenó que se me impusiera una educación más estricta para evitar que siguiera acercándome a ellos. Conforme fuimos creciendo, mis lecciones se volvieron cada vez más duras y tenía poco tiempo libre del cual disponer, me era casi imposible pasar el tiempo con ellos, ni siquiera tenía tiempo para poder despejar un poco la mente.
Por suerte, la Sra. Aarden seguía siendo el enlace para que nos encontráramos. Durante sus primeros años como empleada, llevaba consigo a sus hijos para que ayudasen con sus tareas en el palacio, para que empezaran a acostumbrarse a la forma de trabajar en las inmediaciones de todo el castillo y prepararlos para que supiesen la forma en que se gana la vida.
Así pasaron los años, la Sra. Aarden paso a ser la sirvienta personal de la familia real, convirtiéndose en la cabeza de criadas del palacio, desarrollando una actitud madura y serena que usaba para guiar con liderazgo a su grupo de trabajadoras, ganándose la admiración de todas y el respeto de los empleados que residían dentro del castillo; sus hijos se convirtieron en los cuidadores del establo desde muy jóvenes, mandándoles a hacer de cuidadores de los caballos del castillo. En cuanto a mí, nada cambio.
Seguía siendo la princesa recluida en el castillo de Haiza, aquella que nunca convivió con sus padres, condenada a una vida de lujos y riqueza, encerrada entre estas paredes que me recluyen a una vida monótona. Nunca recorrí sola las calles del pueblo, ni una sola vez, exceptuando las ocasiones en que era escoltada por soldados y aquella otra ocasión en que recibí ayuda.
Toda mi vida me la pasé recibiendo visitas de políticos y burgueses del reino y de otras naciones que presentaban a sus descendientes, creyendo que podríamos llevarnos bien entre niños pertenecientes a la alta sociedad, tratando de ganarse "mi amistad" y sobre todo la de mis padres. Vista como una mera muñeca, codiciada por todos aquellos que buscan en mí la oportunidad de obtener un mejor puesto en la nobleza.
Deseaba más que nada poder salir de ello, vivir mi propia vida, libre de tanto decoro, pasearme por las calles de la capital, visitar el mercado, explorar el pueblo o ir más allá de él, atreverme a sobrepasar los límites del reino y divagar entre la naturaleza que rodea los caminos que me llevarían a otras tierras, lejos de aquí, de este confinamiento.
Entonces pensé en ellos dos, en sí esta vez serían ellos quienes me seguirían en mi sueño de ser libre, si me apoyarían en hacerlo realidad. Me preguntaba qué estarían haciendo en ese momento.
Verónica: 『 Alteza, será que… ¿Está preocupada por Shun y Max? 』
Lidia: 『 ¿E-Eh? 』
Verónica: 『 No se preocupe por ellos. Puede que aún sean un poco atrabancados, pero siempre que estén juntos no les ocurrirá nada. 』
Lidia: 『 N-No, no estaba pensando en ellos. Solo miraba el paisaje. 』
Fue sorprendente la forma en que la Sra. Aarden leyó mis pensamientos, aunque lo negara, ella sabía en qué pensaba. Seguramente me delató mi patético rostro decaído y mi mirada constante hacia la ventana.
Verónica: 『 Por cierto, Alteza, ¿sigue estudiando ese libro de ahí? Creía que estaría lista para esta noche. 』
Lidia: 『 ¡Aaah!, no quiera recordarlo. 』
La Sra. Aarden miró el libro que tenía sobre el tocador, un grimorio antiguo y arrugado que venía estudiando desde hace bastante tiempo como parte de mis tutorías, al cual seguía dándole repaso por algunas lecciones que pondría en práctica como demostración, cosa que me angustiaba y mareaba de nerviosismo, aunque evitaba pensar en ello. Solo quería olvidarlo por completo.
Verónica: 『 Vamos, Alteza, no tiene por qué angustiarse. He visto lo bien que lo hace y puedo asegurarle que es increíble. Seguro todos quedarán asombrados cuando vean lo que puede hacer. 』
Esas palabras solo acrecentaron mi deseo de salir de ahí, de escapar del castillo, recorrer las animadas calles del pueblo, sentir el aire fresco mientras paseaba por ese bosque, mucho más allá de mi habitación, ser libre de la presión de esta jaula.
Lidia: 『 (Ah, Desearía estar con esos dos.) 』