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Chapter 2 - El peso y la carga de proteger

Han pasado cinco días desde aquel incidente en la escuela, y aunque intento perderme en la música y el dibujo, la sensación de culpa sigue aferrada a mí. La escuela cerró temporalmente. Si hubiera sido más valiente, mi hermana no habría sido herida, y Kiyo no habría tenido que enfrentarse solo a ese caos. Las noticias insisten en que fue un simple ataque de ladrones disfrazados, pero yo vi algo mucho peor. Monstruos. Criaturas que parecían salidas de pesadillas, buscando algo que, por un segundo, pensé que me buscaban a mí.

Esta tarde, Minata irrumpió en mi habitación con la energía habitual que contrasta tanto con mi desgana. Me pidió que la acompañara al parque, pero no tenía ganas de salir. A pesar de mis negativas, al final me chantajeó con la promesa de un postre de chocolate. Siempre ha sabido cómo manipularme. Mientras se preparaba, me miré en el espejo, intentando poner algo de orden en mi cabello blanco y rizado. Mis ojos verdes, cansados, me devolvían la mirada. Sabía que la verdadera razón por la que quería ir al parque era para verse con Kiyo, estaba claro que él siempre había sido su refugio.

Minata bajó minutos después, con shorts de mezclilla y una blusa de tirantes. Las dos trenzas doradas que le enmarcaban el rostro se movían al compás de su sonrisa despreocupada.

—Estoy lista —

—Vamos —respondí, sin ganas pero incapaz de negarme.

La dejé en el parque, rodeada de niños que reían y corrían, y parejas que estaban tomadas de la mano. Minata encajaba tan bien allí. Siempre tenía esa facilidad para adaptarse, para ser parte de cualquier lugar al que fuera. Yo, por otro lado, nunca me he molestado en intentarlo. No es que me sienta incómodo o fuera de lugar, simplemente, prefiero mantenerme al margen. Es más sencillo así.

Comencé a alejarme en mi bicicleta, el viento fresco contra mi cara. Era una sensación agradable, casi como si todo estuviera en su lugar por unos minutos. Pero no duró mucho. Al doblar una esquina, una luz brillante me detuvo en seco.

Mis manos temblaban sobre el manillar, y sudor resbalaba por mi frente. Entonces lo vi. Una figura emergió de esa luz: un ser envuelto en una armadura negra, venas púrpuras latiendo en las grietas de su coraza. A su espalda, una gran espada, decorada con runas que brillaban con un resplandor espectral. No pertenecía a este mundo. Lo supe en cuanto lo vi.

"Mierda... ¿qué hago?", pensé, el miedo apoderándose de mí. El corazón me latía con tanta fuerza que sentía que mis costillas se romperían. Era como aquella vez en la escuela, cuando el terror me paralizó. Pero no podía dejar que se repitiera. No podía arruinarle el día a Minata, no de nuevo. "Papá siempre me dijo que fuera valiente, pero... ¿cómo?"

El ser avanzó, sus pasos resonando como si el mismo suelo protestara ante su presencia.

—Oye, niño. Ven conmigo. Si cooperas, no saldrás herido

Sin pensar, mi cuerpo reaccionó por instinto. Pedaleé con todas mis fuerzas, el viento cortando mi rostro mientras me alejaba a toda velocidad. Pero entonces, en un instante, el ser apareció frente a mí. No tuve tiempo de reaccionar antes de chocar contra su armadura. Era como golpear una roca sólida.

—Lo repetiré una última vez. Soy Natzuku. Ven conmigo y trabaja para nuestra...

Intenté levantarme del suelo, pero el miedo me tenía paralizado. Mi cuerpo se negaba a moverse. Apenas podía respirar.

—Tomaré eso como un "sí, iré contigo sin ofrecer más resistencia" —dijo Natzuku con desdén.

De repente, una roca impactó contra su casco. Natzuku giró bruscamente, y allí estaban Minata y Kiyo, de pie y firmes.

—¡Ey, déjalo en paz! —gritó mi hermana.

Los ojos de Natzuku se entrecerraron al observar a Kiyo con más atención.

—Así que tú eres el chico que derrotó a los últimos que enviamos. Interesante.

Kiyo se rio, mostrando una sonrisa confiada.

—¿Yo, interesante? Bueno, siempre he tenido ese efecto —dijo con arrogancia, mientras le guiñaba un ojo a Minata.

—Hagamos esto más divertido —añadió Kiyo, avanzando un paso—. Sueltas al chico, te largas y nos dejas en paz. O, segunda opción: te doy una paliza y lo sueltas de todos modos.

Natzuku soltó una carcajada profunda, oscura.

—¿Tú? ¿Un simple humano derrotar a alguien como yo? Esa confianza te llevará a una caída de la que no sobrevivirás.

—¿Quién dice que no sobreviviré? 

Natzuku bajó la mirada por un momento.

—No tengo tiempo para juegos. Tomaré a este chico y... —sus ojos recorrieron el lugar—. Espera, ¿dónde está?

Aproveché su distracción y me arrastré lo suficiente para acercarme a Kiyo.

—Bien, si quieren pelea, se las daré —gruñó Natzuku, su paciencia agotándose.

El primer ataque llegó con una velocidad brutal. Kiyo apenas tuvo tiempo de esquivarlo, moviéndose por puro instinto. Al intentar contraatacar, su puño chocó contra la armadura de Natzuku como si golpeara una pared de acero. El dolor fue inmediato, recorriendo su mano y subiendo por el brazo.

—Te lo advertí, niño. No puedes herirme —dijo Natzuku, sonriendo con crueldad, antes de golpear a Kiyo con fuerza en la cara, lanzándolo al suelo. La sangre salía de su nariz.

—Vaya... esto no me lo esperaba —dijo Kiyo, sonriendo aún a pesar del dolor.

A duras penas se levantó y cogió una roca del suelo. Con todas sus fuerzas, la lanzó contra el casco de Natzuku, logrando apenas una pequeña abolladura.

—Reconozco que eres fuerte para tu edad, pero esa sonrisa tuya ya empieza a molestarme.

Antes de que Kiyo pudiera siquiera reaccionar, Natzuku le lanzó un rodillazo directo al estómago, dejándolo sin aire y aturdido. Sin darle tiempo a recuperarse, lo tomó por el cuello y lo estampó contra el suelo con fuerza brutal. Con una mano pesada y firme, presionó la cabeza de Kiyo contra la tierra, inmovilizándolo por completo.

—Quiero que borres esa sonrisa confiada de tu cara.

Minata, al ver lo que sucedía, corrió hacia ellos sin dudarlo. Intentó empujar a Natzuku con todas sus fuerzas, pero fue inútil; su esfuerzo no tuvo el más mínimo efecto. Con una facilidad casi insultante, Natzuku levantó a Kiyo como si fuera un muñeco de trapo y lo lanzó varios metros por el aire. El cuerpo de Kiyo voló sin control antes de estrellarse brutalmente contra el suelo, rebotando una vez, para luego quedar inmóvil.

—Tú me lanzaste una roca, ¿verdad, niña? —dijo Natzuku, caminando hacia Minata, una sonrisa cruel dibujada en su rostro.

Mientras Natzuku avanzaba hacia Minata, mi corazón se aceleraba. Todo en mí gritaba que huyera, que corriera lejos. El miedo era sofocante, como una soga apretándose alrededor de mi garganta. ¿Qué podía hacer yo, débil y asustado, contra algo tan monstruoso? Pero luego vi los ojos de mi hermana, brillando de valentía. Esta vez, no podía fallarle.

Con un impulso que no supe de dónde salió, me acerqué rápidamente a Natzuku y me interpuse entre él y Minata.

—No... te... dejaré... que le... hagas daño —logré decir, mi voz temblando de miedo.

Natzuku me miró con indiferencia.

—Esto ya me aburre.

Kiyo reapareció detrás de él y, con toda su fuerza, se lanzó sobre Natzuku, intentando arrancarle el casco. Aunque no lo logró, Natzuku, irritado, lo agarró con fuerza y lo lanzó al suelo con un movimiento brusco. Sin darle tiempo para reaccionar, comenzó a patearlo repetidamente

—¡Déjalo en paz! —gritó Minata, con lágrimas en los ojos.

Natzuku detuvo su ataque, observando las lágrimas de Minata con una sonrisa malévola.

—Oh, mira cómo llora. Ya fue suficiente. Es hora de llevarme a mi presa.

Antes de que pudiera reaccionar, Natzuku me golpeó en el estómago, dejándome sin aliento. Me cargó sobre su hombro mientras un portal oscuro se abría frente a nosotros. Minata intentó interponerse.

—Eres valiente, chica. Pero ahora, quítate —dijo Natzuku, golpeándola en la cara.

Ese golpe encendió algo dentro de mí. Una furia que no había sentido antes. Kiyo también reaccionó, y juntos atacamos. Logramos lo imposible: quitarle el casco a Natzuku. Sorprendido, me soltó.

—¡Toma el casco y corre! —gritó Kiyo.

Pero yo no iba a huir. No esta vez.

El casco cayó al suelo, y el rostro de Natzuku quedó al descubierto. Su cabello largo y azul intenso caía en mechones desordenados alrededor de su cara, sus ojos. Su piel, adornada con extraños tatuajes oscuros que parecían latir al ritmo de una energía maligna, estaba marcada por una cicatriz profunda que cruzaba su mandíbula.

Varias personas que estaban cerca comenzaron a notar lo que ocurría. Los testigos, desconcertados, se detuvieron por un instante, observando cómo aquella imponente figura, atacaba brutalmente a un joven. Algunos, en silencio, sacaron sus teléfonos paran llamar a la policía, mientras otros se alejaban rápidamente.

Kiyo se abalanzó, su puño conectando finalmente con la mandíbula de Natzuku. El impacto fue sólido, pero apenas lo hizo retroceder. El monstruo ni siquiera mostró signos de dolor. 

Natzuku contraatacó rápidamente. Un puño se dirigió hacia Kiyo con una velocidad mortal, pero él logró esquivar el golpe a duras penas, devolviendo una patada que impactó en la cara de Natzuku. Sin embargo, el daño parecía ser mínimo, como si su piel fuera tan resistente como la armadura que había llevado antes.

"Le quitamos el casco, pero no es suficiente", pensó Kiyo, con los dientes apretados. "Su piel es tan dura como el acero. Necesito algo más que solo mis puños para derrotarlo."

Mientras Kiyo luchaba por mantener el ritmo de la pelea, Kirata vio una oportunidad. A pesar del miedo, corrió hacia Natzuku por detrás, aprovechando que su atención estaba fija en Kiyo, y lo golpeó con todas sus fuerzas usando el casco. El impacto resonó con un crujido seco, aturdiendo a Natzuku por un momento. Un segundo fugaz, pero suficiente.

—¡Toma esto! —gritó Kirata, lanzando el casco a Kiyo, quien lo atrapó con una sonrisa temblorosa.

Natzuku, notando sus intenciones, reaccionó con una rapidez inhumana. Con un movimiento fluido, desenvainó una espada enorme que colgaba a su espalda. La espada creció en tamaño al contacto con sus manos, alimentándose de su energía. Con una velocidad abrumadora, se lanzó contra Kiyo.

Aunque Kiyo logró esquivar el primer golpe, la hoja de la espada rozó su pecho, dejando una herida profunda que cortó su camisa y comenzó a empapar de sangre. El dolor era intenso, y Kiyo sintió cómo la energía que había tenido hace unos momentos empezaba a desvanecerse. El agotamiento se apoderaba de él, y su cuerpo comenzaba a fallar. Cayó de rodillas, escupiendo sangre mientras sentía que su pecho ardía como si estuviera en llamas.

—Mira quién ha llegado a su límite —se burló Natzuku, caminando lentamente hacia él, espada en mano.

En un abrir y cerrar de ojos, Natzuku levantó su espada, dispuesto a decapitar a Kiyo. Pero en un último esfuerzo desesperado, Kiyo rodó hacia un lado, esquivando el ataque por un pelo. La espada de Natzuku cortó el suelo con un estruendo, enviando pedazos de tierra y roca por el aire.

"¿Por qué me duele tanto el pecho?... Todo arde... pero... el cansancio... se está yendo. ¿Qué está pasando?", pensó Kiyo, sintiendo una extraña sensación que comenzaba a recorrer su cuerpo.

A pesar del dolor y el agotamiento, algo dentro de él cambió. La fatiga que lo había estado aplastando comenzó a desvanecerse, reemplazada por una energía renovada. Natzuku seguía blandiendo su espada con furia, pero Kiyo, como si hubiera sido revitalizado, esquivaba cada ataque con una precisión imposible. Su sonrisa arrogante regresó a su rostro, y la confianza se disparó en sus venas como fuego.

—¡¿Qué demonios pasa contigo, niño?! —gritó Natzuku, frustrado, lanzando ataque tras ataque sin éxito.