—Mucho después...
En el baño, Sebastián estaba de pie bajo un chorro de ducha fría —tenía una mano apoyada contra la pared de mármol, su cabeza baja, mirando la marca de mordida de Izabelle que adornaba su otra mano—. Había una mirada un poco aturdida en su rostro y un destello de alarma e incredulidad danzaban en sus aún brillantes ojos. La experiencia que acababa de tener con Izabelle lo había sacudido hasta lo más profundo de su ser. Fue como un terremoto que nunca había anticipado que le sucedería. Nunca.
Frotándose la cara mojada con la palma de su mano, Sebastián se peinó el cabello hacia atrás e inclinó la cara hacia arriba para dejar que el agua cayera desde su rostro. Se quedó allí con los ojos cerrados durante una cantidad de tiempo inmensurable antes de que de repente apretara sus puños. Uno no sabría lo que estaba sucediendo en su mente y esperaría que estuviera relajado y tranquilo, mirando su aparentemente imperturbable expresión en la ducha.