La magia parecía envolver por completo a Río de Janeiro durante la noche, desde las alturas, donde la imponente escultura del Cristo Redentor parecía cuidar toda la ciudad bajo su mirada, hasta las extensas playas que lamían los linderos de la localidad.
El viento soplaba, salado y húmedo, mientras Rakso surcaba el cielo con Led aferrado a su espalda. El mestizo contemplaba aquel luminoso bosque de concreto, acero y vidrio con una mirada risueña; el contraste de los edificios con las viviendas lo maravillaban.
Era un vuelo tranquilo, la vista que se desplegaba debajo de ellos despampanaba una hermosa fantasía, algo que Led nunca pensó que podría experimentar en vida, y Rakso se lo había obsequiado, a pesar de que no era su intensión.
—Sujétate —le ordenó el demonio—. Pienso descender.
Y la magia desapareció.
El estómago del muchacho parecía rebotar y querer huir por su boca. Apretándose con más fuerza a la espalda de su compañero, se esforzó por mantenerlo firme.
Las luces de la ciudad fueron borradas por la espesura de un silencioso bosque. Durante el día podía ser un parque agradable, pero en la noche era otra historia, y a donde quiera que se mirara, siniestras sombras se proyectaban entre la maleza.
De un salto, Led bajó de la espalda de Rakso, y éste hizo crujir su cuerpo en un satisfactorio estiramiento tras plegar sus alas de murciélago.
La luz era débil, pero gracias a los astros que brillaban sobre el firmamento, Led podía distinguir, a duras penas, los miles de árboles alzándose a su alrededor. Espesos arbustos lo cubrían todo a su paso, mientras las escaleras adoquinadas se extendían en serpenteantes rutas que no parecían tener fin.
—Está muy oscuro —advirtió Led, forzando sus ojos para obtener algo de visibilidad.
—Usa tu visión nocturna —dijo Rakso, dándose la vuelta y mostrándole al muchacho un par de brillantes ojos rojos.
Led retrocedió por la impresión. Aquello le recordaba a la fotografía nocturna de un felino. Siniestro.
—¿Có-cómo lo hago? —tartamudeó, una mezcla de miedo y deseo.
—Sólo concéntrate en lo que necesitas —contestó Rakso con los brazos cruzados, sin siquiera mirarlo.
Led cerró los ojos, sin dejar de repetir en su mente lo mucho que deseaba poder ver en la oscuridad. Una risita burlona se escuchó dentro de su cabeza, junto con el tintineo de las cadenas.
‹‹Sabía que volverías, Led››
El mencionado reconoció la voz.
‹‹Eres… tú››
‹‹Veo que aun te cuesta aceptarte —señaló la parte demoniaca de Led—. No importa, con el tiempo lo harás››
Led separó los párpados de golpe y, para su sorpresa, ya no se encontraba en el parque. La oscuridad absoluta reinaba, el agua caía a su alrededor en enormes columnas como una masa espesa, y las cadenas surcaban el infinito espacio para formar una maraña de ramas doradas. A pocos metros, el Led demoniaco permanecía de rodillas, aprisionado por aquellos hierros.
—Nos volvemos a ver, mi pequeño amigo —La voz de aquella entidad era áspera y tóxica. Led retrocedió—. Descuida, aun si estuviera libre, no podría hacerte daño. Si mueres, yo muero. Recuerda que somos uno.
—Yo no soy tú —rebatió el mestizo.
La entidad rio por lo bajo.
—Entonces, ¿cómo explicas esto? —Hizo un gesto para abarcar todo el ambiente y su persona—. Resido en tu interior, poseo tu rostro, conozco tus miedos, tus deseos…
—¡Basta! —espetó el joven—. Eres un demonio, y sólo estás usando un disfraz para tentarme.
El otro Led se encogió de hombros.
—Sí, soy un demonio, y represento esa parte de ti.
El frío emprendía a roer los huesos del joven.
—¿A qué se debe esta encantadora visita, Led? —preguntó el demonio finalmente, a pesar de que ya conocía la respuesta.
Silencio.
—¿Y bien? —insistió.
—No sé qué estoy haciendo aquí —contestó, abrazándose a sí mismo—. No sé cómo llegué aquí… ni sé cómo salir.
—Y una vez más vuelves a negarlo —Led miró al demonio, curioso y temeroso, preguntándose a qué se refería con eso—. La primera vez que estuviste aquí, fue porque te llamé. En esta ocasión, es porque tú necesitas algo de mí.
‹‹La visión nocturna››, pensó el muchacho, perplejo.
—Exacto —contestó el demonio—. Recuerda que somos el mismo, así que puedo saber lo que piensas y lo que sientes —agregó, al ver la expresión de su contraparte.
—Entonces… ¿es una habilidad demoniaca?
El demonio asintió con la cabeza.
—Todos los habitantes de las tinieblas la poseen —explicó. Despacio, extendió la mano hacia el mestizo. Las cadenas se tensaron en un intento por hacer retroceder al demonio, pero éste luchaba con todas sus fuerzas para mantenerla en el aire—. Toma mi mano, Led. Esa muestra de unión será suficiente para que obtengas una habilidad.
—¡No lo escuches, Led! —tronó una voz desde las sombras. La misma de la última vez; autoritaria y amable—. No caigas en sus mentiras.
—¿Quién eres? —exigió saber el joven.
—Un amigo —respondió, transmitiéndole confianza, paz—. Led, has luchado contra la oscuridad toda tu vida. Por favor, no caigas en ella.
El Led demoniaco mantenía la mano en alto, a la espera.
—Debes aceptar quién eres, Led —dijo la criatura—. Debes ser sincero contigo mismo. No puedes seguir negándolo.
El demonio tenía razón, pero la otra voz que decía ser su amigo también contaba con un punto a su favor. ¿Qué hacer?, se preguntaba el joven.
—No tienes por qué aceptarme del todo —añadió el Led demoniaco, luchando contra las cadenas—. Sólo toma lo que necesitas de mí. Estás por presenciar una batalla, y necesitas ver para defenderte y ayudar a Rakso. Tomalá, Led. No nos pongas en peligro.
La mirada del demonio era suplicante.
Led tragó en seco y extendió la mano en su dirección.
—¡No lo hagas Led!
—Recuerda que somos uno —susurró la criatura al igual que una serpiente.
—Somos uno —repitió Led, envuelto en aquellas palabras. La oscuridad se tornó más espesa—. Debo aceptarme.
—Sí, debes aceptarte.
Las cadenas tintinearon.
Una figura brillante corrió hacia ellos, con las manos extendidas para impedir la unión…
Led tomó la mano de su contraparte oscura, y una luz blanca irradió el lugar.
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Cuando Led despegó los párpados, la oscuridad comenzó a disiparse; era como ver un trozo de papel siendo consumido por el fuego. Podía distinguir a Rakso frente a él con absoluta nitidez, estudiando la escultura que reposaba en medio de la pequeña plaza. Avanzó hasta ella y asimiló la forma, las curvas, los colores…
El príncipe infernal se inclinó hacia su compañero y curvó una mueca divertida.
—Después de todo, pudiste activar tu visión nocturna —dijo él, contemplando los resplandecientes ojos azules de Led—. Aprendes rápido. Eso me gusta.
Las mejillas del joven adquirieron un delicado rubor ante el cumplido, sin embargo, lo extinguió al preguntarse por lo sucedido: El Led demoniaco, la otra voz, la luz brillante y… ¿qué era aquel lugar? La primera vez que lo visitó, su contraparte oscura le había indicado que no se trataba de un sueño.
—¿Sucede algo? —inquirió Rakso.
—No, nada —mintió. Led había decidido que, por los momentos, sería mejor mantener aquellas experiencias en secreto e indagar en el asunto por su cuenta—. Es sólo que estoy deslumbrado con esta visión. Es como ver una película en alta definición.
—Sí, lo sé, es mucho mejor que la visión normal —corroboró el demonio, recuperando la verticalidad y estirando sus brazos.
Led miró a su alrededor, luego comprobó la hora en su celular. Ya era un poco más de media noche y la habilidad de Rakso aun no aparecía.
—¿Estás seguro de que vendrá?
—Sí, le dejé una nota firmada.
—¿Ese fue tu maravilloso plan? —Led parecía irritado—. ¿Dejarle una simple nota firmada? Pensé que habrías hecho algo más… no lo sé, trascendental.
Rakso se encogió de hombros.
—No se necesita de mucho para atraer su atención.
—¿Qué fue lo que escribiste en esa nota?
—Le pedí que nos viéramos aquí a la medianoche para resolver nuestro asunto —El demonio fingía examinar sus uñas—, y la firme con mi nombre… Y puede que le dibujara una caricatura de mi mostrándole el dedo.
—Que maduro de tu parte.
—Eres cristiano, así que ten fe en que esto funcionará —se burló el príncipe. Led suspiró con cansancio, no estaba de humor para agarrar una rabieta contra su compañero, a pesar de que éste se esforzara por inyectársela—. Con eso bastará. Créeme, lo conozco. Lo tomará como un reto y no dudará en venir. Es un fanfarrón y un presumido sin escrúpulos.
—Rakso, te acabas de describir a ti mismo.
—¡Claro que no! —protestó él indignado.
—Eres grosero —comenzó el mestizo a enumerar con los dedos de sus manos—, presumido, orgulloso…
—¡Silencio! —espetó con la vena latiendo en su frente.
Los arbustos zumbaron, y un borrón surgió de ellos en un potente salto que aterrizó con elegancia al otro lado de la plaza, a pocos metros del príncipe y el mestizo, quienes se apostaron alerta ante el visitante.
—Pensé que nunca vendrías —fanfarroneó Rakso.
—Mis disculpas —La voz de aquel sujeto era elegante—. Debía atender algunos asuntos antes de asistir a nuestra pequeña reunión. Como verás, soy un hombre bastante ocupado.
Nardo Martins, el peligroso narcotraficante que Lux había mencionado en su carta, era un hombre alto, de mentón prominente y ancho de hombros. Vestía un costoso traje con corbata, y el pelo lo llevaba en un corte de estilo militar.
—En cuanto Fleur me advirtió de tu presencia en París, sabía que tarde o temprano vendrías por mí.
Aquello fue un balde de agua fría directo al rostro de Rakso. Sus habilidades mantenían contacto entre ellas, y, de ser así, Nardo debía estar al tanto de que el demonio ya contaba con su electroquinesis de vuelta.
—Adiós al factor sorpresa —dijo Led por lo bajo. El miedo comenzaba a acecharlo.
—Voy a acabar contigo, Rakso —La habilidad lo señaló con un dedo acusador—. No serás más que un montón de cenizas cuando te derrote —Su mirada se desplazó a unos pocos centímetros de su contrincante; una sonrisa se abrió con crueldad—. Así que este es el mestizo.
Led retrocedió, apretando los puños dentro del bolsillo de la sudadera verde que vestía. Rakso se posicionó entre ellos, en un intento de ocultar a su compañero de los ojos de aquel despiadado depredador.
—Me vendría bien una mascota —prosiguió el narcotraficante—. Cuando esto termine, serás mi nuevo repartidor, muchacho.
Led tragó en seco, y agradeció que Rakso lo estuviera ocultando con su cuerpo. No quería que ese sujeto advirtiera el miedo que sus palabras le habían administrado.
—Descuida, no permitiré que nada malo te pase —le aseguró en un susurro. Lo miraba de refilón, con una sonrisa arrogante, seguro de su victoria. Led asintió, depositando su confianza en el demonio de la ira—. Veamos si eres capaz de derrotarme, Nardo —Rakso pronunció aquel nombre con burla, cosa que exasperó a su portador.
—¡Suficiente! —bramó.
La habilidad chasqueó los dedos, y su disfraz de humano estalló en una cortina de humo, dejando al descubierto a un hombre de tez marrón; su cuerpo resplandecía, como si todo él fuera una especie de bombilla encendida. Led deparó en la vestimenta que lucía: un pantalón negro, amplio de tiro como de pierna para facilitar los movimientos; del mismo color, una chaqueta con la solapa izquierda cruzada sobre la derecha que le recordó un poco a los samuráis; un cinturón escarlata completaba la vestimenta, iba atado en su cintura y parecía brillar al son de un ritmo cardiaco.
La habilidad alzó los puños a la altura de la cara, dejando al descubierto una peligrosa estructura dorada que se ajustaba a sus nudillos. Las piernas yacían separadas, firmes contra al piso. Estaba listo para el encuentro.
—Entiendo, es tu habilidad de combate —advirtió Led, sintiendo un poco de orgullo por haber descubierto la identidad de la segunda habilidad.
—No sólo eso, también es mi fuerza y mi paciencia —respondió Rakso, adoptando la misma posición que su contrincante—. Será mejor que te ocultes, mestizo. Esto se va a poner feo.
—Ten cuidado, Rakso… Recuerda que la fuerza bruta no siempre es la solución —añadió antes de correr y ocultarse entre un grupo de árboles.
El miedo lo dominaba. A pesar de que Rakso era un demonio arrogante y bastante odioso, Led se preocupaba por él; le había cogido cierta estima y comenzaba a considerarlo como una especie de amigo, sin importar que éste estuviera con él debido a sus intereses personales. Durante su aventura, el príncipe de la ira le había demostrado que, muy en el fondo, aun guardaba una partícula de bondad, un residuo que dejaba al descubierto su lado angelical, y ese hecho lo llenaba de fe, le hacía pensar que, siendo un demonio, la redención y el perdón eran posibles.
—Tú puedes, Rakso —musitó.
A una velocidad impresionante, Nardo se abrió paso por la plazoleta y estrelló su puño contra el de Rakso, el impacto despidió un potente vendaval que amenazaba con arrancar los árboles de raíz. El suelo bajo sus pies se hundió, y las grietas aparecían por los adoquines como una red de arañas.
Los golpes iban y venían, resonando como los truenos de una tormenta que amenaza con destruir todo a su paso. Bloqueos, ataques, sangre salpicando la maleza, aquello era una danza de violencia, donde ambos contrincantes parecían estar al mismo nivel.
—Parece que has perdido el toque —se burló Rakso, haciendo retroceder a su oponente bajo una lluvia de puños. Nardo se limitaba a mantener los brazos cruzados como una ‹‹x›› para defenderse de los ataques.
Rakso lanzó un poderoso mandoble que hizo perder el equilibrio a su contendiente y, aprovechando la oportunidad, arrojó una patada directo a la cabeza, pero Nardo consiguió recuperarse en el último segundo y detener el ataque con ambas manos. Sin perder el tiempo, cogió el pie de Rakso y con un simple movimiento lo derribó al suelo.
Acto seguido, la habilidad saltó en el aire y descendió con el puño apuntando a su objetivo, aquello sería el golpe que daría fin al encuentro.
Ignorando el dolor en su espalda, Rakso rodó sobre sí mismo justo cuando los nudillos de Nardo se hundían en los adoquines. El impacto del ataque desprendió una fuerte oleada de aire que hizo volar al príncipe contra la estatua abstracta que los observaba batallar bajo el manto de la noche.
Un segundo cráter se abría en la plaza, lo que dejaba en evidencia la gran fortaleza de aquella habilidad y que el temor de Led aumentara.
Con ayuda de sus alas, Rakso consiguió ponerse de pie, pero Nardo estampó sus nudillos de oro contra el rostro de su oponente, lanzó un segundo ataque, pero el demonio logró bloquearlo al materializar su guadaña. Un empujón para ganar distancia, luego un golpe en el estómago con la punta del bastón y por último una patada que despachó a la habilidad contra las escaleras que ascendían hacia la cima del parque. Sin darse un respiro, extendió el brazo y arrojó un brillante chorro de electricidad, el cual, Nardo esquivó con una pirueta digna de admirar.
La rabia invadió al príncipe, ocasionando que éste disparara cientos de rayos a diestra y siniestra, con el pensamiento de que, tarde o temprano, uno de ellos debía dar con el objetivo.
Entre saltos y piruetas, Nardo conseguía evitar las descargas, cerró el puño y una vez más volvió a hundir los nudillos de oro en la carne del demonio. La sangre salpicó la estatua y el aire lo abandonó cuando un segundo golpe se fijó en el estómago.
—¡Rakso! —gritó Led desde su escondite. Se aferraba con fuerza a la corteza del árbol.
Nardo sonrió con crueldad y derribó al demonio valiéndose de un codazo. Retrocedió un salto para tomar impulso y correr, dispuesto a dar el último golpe junto con un grito de guerra.
Rakso batió las alas y erigió una ventisca que hizo volar a la habilidad contra un viejo árbol moteado por las llamas de los relámpagos. Olvidando los dolores de su cuerpo, el demonio recuperó la verticalidad y embistió a Nardo con todas sus fuerzas.
El árbol estalló en miles de pedazos y, a duras penas, ambos contrincantes seguían batallando entre los escombros. Nardo lanzaba golpes, patadas, saltaba y rodaba por el suelo. Por otro lado, los rayos de Rakso se proyectaban en todas las direcciones, consiguiendo atestar uno en el pecho de la habilidad, acto seguido, blandió su arma y el icor negruzco roció los arbustos.
Nardo aullaba, una de sus manos cubría la herida de su abdomen. La rabia lo consumió y fijó sus manos en un árbol; las venas de sus brazos se marcaron de forma grotesca y, de un tirón, arrancó aquella columna vegetal de raíz y la arrojó directo al príncipe.
La oz tintineó en el piso, y Led, de un salto, se apartó en cuanto el misil botánico se estrelló en lo que consideraba su zona de seguridad.
—¡Rakso! —gritó Led con voz ronca desde el piso. A toda velocidad, se levantó y marchó hacia los restos de su escondite, donde Rakso se arrastraba para salir de los escombros.
El joven se arrodilló y ayudó a su compañero a emerger a la superficie, no obstante, el demonio, de mal humor, apartó a Led de un empujón.
—Sólo intento ayudarte.
—¡No necesito ayuda! —bramó—. Y menos la de un mestizo.
Led contuvo la rabia en sus puños e intentó no sentirse ofendido por esa palabra: ‹‹mestizo››. Le daba igual que lo llamaran de esa manera, pero, cuando usaban ese tono despectivo, la cosa cambiaba.
—Te están dando una paliza —le recordó el joven, examinando las terribles heridas que cubrían el cuerpo de Rakso. De no haber sido un demonio, Nardo le habría destrozado el cráneo con esas manoplas que equipaban sus nudillos.
—¿Crees que no me di cuenta? —El demonio escupió sangre y se incorporó con dificultad, derribando al mestizo de un empujón.
—¿Por qué tienes que ser tan obstinado? —soltó Led al levantarse y posicionarse frente al demonio—. Sólo quiero ayudarte. Recibir ayuda de alguien no te hace menos —Las lágrimas amenazaba con salir, pero el joven apretó los ojos con fuerza para hacerlas retroceder—. Si quieres vencer en esta pelea, tienes que ser más listo. No todo en la vida se soluciona con fuerza bruta. Usa la cabeza.
Con mala cara, Rakso volvió la mirada y vislumbró a su habilidad ponerse de pie entre un montón de arbustos y sacudir la suciedad de su vestimenta.
‹‹Usar la cabeza, usar la cabeza››, se repitió el demonio de muy mal humor. Sus ojos se desplazaban por el ambiente, evaluando cada detalle y recordando las lecciones de su padre acerca de usar el entorno como un arma, pero… ¿cómo?
Y la respuesta llegó al contemplar el enorme cuerpo de agua que se extendía colina abajo, más allá del parque. El lago Rodrigo de Freitas.
—Supongo que tienes razón, mestizo —confirmó él.
Desplegó sus alas, y en un abrir y cerrar de ojos, Rakso había impactado contra Nardo y ambos se encontraban surcando los cielos en una violenta maraña de extremidades, mientras que sus gritos de lucha quedaban ahogados por el viento.
—¡Rakso! —gritó Led, corriendo tras ellos, imaginando lo peor y preparando su próximo regaño contra el demonio por actuar antes de pensar… Si es que sobrevivía al combate.
Con la brisa azotando su cuerpo, el príncipe infernal luchaba por mantenerse en vuelo y resistir los ataques de su habilidad, que no paraba de golpearlo y retorcerse por su libertad; parecía no importarle la altitud a la que se encontraban.
—¿Crees que un poco de altura podrá detenerme? —rugió la habilidad con la furia palpitándole en las sienes. Sus ojos, muy abiertos, parecían inyectados en sangre—. Esta batalla se ha extendido demasiado. Ya es hora de ponerle fin —agregó, concentrando todo su poder en la mano libre. Su puño se cerró, y el oro que le cubría los nudillos refulgió en una peligrosa energía.
—Tienes razón, Nardo —corroboró el demonio, descendiendo en picada y burlándose una última vez de su nombre—. La batalla termina aquí.
Y, a pocos metros de estrellarse contra el lago, Rakso desplegó una brusca maniobra aérea, lo que desestabilizó a la sanguijuela que iba aferrada a él y le brindó la oportunidad de arrojarlo a las olas.
La habilidad emergió del agua, tomando una súbita bocanada de aire para recuperar sus pulmones. Con el puño en alto, arrojó un sinfín de blasfemias en contra del representante de la ira.
Rakso alzó las comisuras de sus labios, una sonrisa repleta de triunfo. Extendió su mano en dirección al agua y disparó una esplendorosa columna eléctrica.
—No eres un idiota después de todo —reconoció la habilidad por lo bajo.
El rayo impactó en el cuerpo de agua, y la electricidad se propagó en cada rincón del mismo. Una brillante luz se alzó entorno a las edificaciones que lo rodeaban, junto con un grito desgarrador cargado de odio y derrota.
La calma volvió, y el medallón que permanecía incrustado en el pecho de Rakso brilló ansioso, deseoso por consumir su alimento.
—Ira —susurró al descubrir la pieza labrada en ónix.
El cuerpo de Nardo, inerte y flotando sobre la superficie del lago, se alzó como un robusto pilar de humo que terminó desapareciendo en el interior de aquel medallón.
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Led permanecía acostado en el suelo, con la mirada clavada en los astros, a pesar de que la copa de los árboles le ocultaban buena parte de la vista. Su pecho se inflaba y desinflaba con rapidez, parecía un pez fuera del agua. Estaba decidido, en cuanto aquella aventura llegara a su fin, comenzaría una estricta rutina de ejercicios. No podía permitirse andar por ahí en tan pésimas condiciones físicas.
Alguien lo pateó con suavidad en un costado. Al volverse, advirtió a Rakso mirándolo con curiosidad.
—Misión cumplida —dijo, exhibiendo con orgullo la nueva lucecita que brillaba en el medallón; su color le recordaba a la espuma de un chocolate caliente.
Led alzó el pulgar como muestra de felicitaciones. Aquella carrera colina abajo lo había dejado sin aliento. No quería imaginarse el resultado de haber sido al contrario.
—¿Estás muriendo? —bromeó Rakso, acuclillándose junto a su compañero.
—Sólo estoy agotado —se defendió entre respiros—. Sin aliento.
Rakso estaba bien, siempre lo estaba y encontraba la forma de salirse con la suya. Para la próxima, se dijo el mestizo, no volvería a correr tras él; no lo valía. Ya eran dos veces que pendía su vida de un hilo al querer asegurarse de que su compañero estuviera a salvo. Con Fleur por poco muere electrocutado, y con Nardo parecía estar padeciendo un ataque de asma.
—¿Puedes llamar a tu amiga? —preguntó el demonio. Ni siquiera esperó una respuesta, puesto que sus manos ya hurgaban en los bolsillos de Led para coger el celular—. Necesitamos ir a Los Ángeles cuanto antes.
—No tengo recepción en este lugar —le recordó, incorporándose con torpeza.
Rakso encendió la pantalla y torció el gesto al comprobar la veracidad de la información. Suspiró, no tenía otra opción.
—Entonces pasemos al plan de emergencia —propuso, extrayendo una pareja de diminutos cuarzos rosas del bolsillo de su gabardina, un obsequio de Lux antes de comenzar el viaje. Led asintió y cogió uno de ellos por la delicada cadena que atravesaba al mineral—. Hora de irnos.
El príncipe cargó a Led sobre su espalda con sumo cuidado. Desplegó sus alas y de un salto volvieron a los cielos. Rakso despedía una especie de furor, y Led se lo atribuyó a su victoria. Cada vez estaban más cerca de la meta. Sólo restaban dos habilidades, y, después de eso, liberarían su fragmento de alma.