Chapter 20 - DIECINUEVE

El sol resplandecía en su punto más alto, y bajo la sombra de un árbol, Led devoraba un enorme trozo de pizza sin siquiera detenerse a respirar o a pensar en los medios que Rakso empleó para obtenerla. El queso se estiraba como hilillos con cada mordida y la grasa del pepperoni se deslizaba por la comisura de sus labios.

—¿Y bien, de qué querías hablarme? —preguntó el demonio, sentado frente al mestizo, con las piernas cruzadas y observando con asombro el apetito del joven—. Parecía importante.

Una vez devorado el último pedazo de corteza, Led le dio un gran sorbo a su bebida gaseosa para ponerle fin a su hora del almuerzo. Después de varios días sin saciar por completo el hambre, volver a tener el estómago lleno era una gran bendición que lo transportaba a un mundo donde los sueños más locos podían hacerse realidad.

—¿Y bien? —insistió Rakso, tamborileando los dedos sobre sus rodillas. Aquella tarde, el parque se hallaba atestado de visitantes.

La noche anterior, tras la desaparición de Vicky, y la rabieta de Rakso que dejó a gran parte de Los Ángeles sin servicio eléctrico, Led le había dicho a su compañero que necesitaban hablar, pero su cuerpo decidió que aquel momento era el mejor para cobrar la factura y sumir a Led en un estado de inconsciencia; Rakso no dudó en acunarlo entre sus brazos. Sólo necesitaba un buen descanso y algo de comer para recuperar las energías y volver a ser el Led de antes.

—Lo has llevado al límite —había dicho Blizzt, acuclillándose junto al dueto para examinar los niveles de energía del mestizo—. Si lo fuerzas demasiado, lo perderás.

—¿Morirá? —inquirió, asustado. Aquella reacción había sorprendido a la hija de Leviatán, pues, era la primera vez que Rakso se preocupaba por alguien que no fuera él.

—No, sólo lo perderás, al menos, la parte que conoces —Miró a Led una vez más antes de volver a centrarse en su hermano; éste apartaba algunos mechones de cabello del rostro de su compañero—. Le has cogido aprecio —advirtió—. Es muy importante para ti, ¿no es así? —Hizo una pausa, a la espera de que su hermano lo negara todo. El silencio bastó para entender los sentimientos del demonio de la ira—. Ten mucho cuidado, Rakso.

—No puedes absorber a Vicky —La voz de Led trajo al príncipe de vuelta al presente—. Es sólo una niña y tiene una familia que la ama.

El demonio chasqueó la lengua.

—Dime que estás de broma —Al no obtener una respuesta, el semblante de Rakso se tornó oscuro—. Eso no es una opción, mestizo. Te comprometiste a ayudarme a capturar mis cuatro habilidades, y eso harás. Sabes muy bien que las necesito a todas para vencer a Eccles y recuperar tu estúpida alma.

—Podemos modificar el plan…

—¡No! —lo interrumpió con furor. Su índice apuntaba al mestizo—. El plan ya está trazado y lo seguiremos al pie de la letra.

—Pero Vicky…

—Me importa un bledo tu relación con esa niña. Ella es una habilidad y debe ser absorbida. Recuerda nuestro pacto, mestizo. Si no cumples con tu palabra, el fuego de Babilonia caerá sobre ti.

El joven tragó en seco. Había olvidado por completo el pacto y las consecuencias de no cumplir con su parte

—Rakso, por favor —intentó una vez más, esta vez, adoptando una postura suplicante—. Es sólo una niña.

—No es una niña —le recordó, mientras un grupo de críos pasaba cerca de ellos jugando con un balón—. Te mintió a ti y a sus padres.

—Sólo quería un hogar… Una familia que la aceptara y la amara.

Rakso bufó.

—Da igual. Aun así, necesito mis cuatro habilidades para detener a Eccles…

—¿Detener? —inquirió el mestizó—. Creí que lo querías vencer.

—Detener, vencer… Aplica para lo mismo —dijo, apresurándose en echar cinta adhesiva a su mala elección de palabra.

Led podía ser la persona más distraída del mundo, pero desde que inició aquel viaje con Rakso, algo de su astucia se le había pegado, y en ese momento, podía leer a su compañero como si se tratara de una de sus pinturas

—¿Qué está pasando, Rakso? —interrogó, evaluando las señales que enviaba el demonio: evasión de la mirada, manos intranquilas. Luego recordó su primer encuentro con Lux, donde ambos demonios parecían preocupados por un libro que ella había robado de los aposentos de Eccles—. Sé que me estás ocultando algo importante. Puedo verlo en tus ojos.

—No sé de qué hablas. Ya debes estar imaginando cosas —añadió, golpeando con los nudillos la cabeza de led a modo de burla—. Será mejor que busquemos a esa niña.

El demonio se puso en pie y atravesó un pequeño sendero cercado por frondosos arbustos y grupos de personas que disfrutaban de las actividades al aire libre. La mano de Led se aferró a su brazo como una fuerte pinza para detener la marcha.

—Si quieres que te ayude, necesito que me digas la verdad.

De mala gana, dejó caer los hombros y guio al mestizo de regreso a la sombra del árbol. A pesar del poco tiempo que llevaban conviviendo, Rakso ya conocía a Led, y sabía que éste no dejaría de molestarlo hasta que le diera lo que demandaba; era terco, y ambos tenían en común esa cualidad.

—Cuando nos conocimos, sólo te dije una parte de la verdad. Queríamos destronar a Lucifer por sus injusticias, pero las cosas cambiaron cuando descubrimos su plan —comenzó Rakso, transportando su memoria al pasado—. Y ese plan es la razón por la que Blizzt y yo unimos fuerzas para derrocar a Eccles. Evitar el apocalipsis.

Silencio.

Led pudo sentir como el suelo bajo sus pies temblaba, el mundo a su alrededor se detenía y los sonidos pasaban a ser meros ecos del pasado.

—El fin de los tiempos…

El demonio asintió.

—La batalla en el Tercer Cielo es más grande de lo que crees, mestizo. El ejército de Eccles no está luchando contra ángeles solamente, aún existen demonios que se mantienen adeptos a Lucifer y desean la caída de los usurpadores.

—Está rodeado de enemigos.

—Por eso es la preocupación de Eccles —confirmó el demonio, lanzando una mirada hacia las nubes. Led lo imitó—. La soberbia lo ha consumido y está seguro de que desatar el apocalipsis lo ayudará a vencer.

—¿Cómo?

—Traer el infierno al mundo natural incrementará sus poderes, los demonios que no lo veneran como rey se inclinarán ante él y, lo más importante aún, le dará la victoria en el Tercer Cielo.

—Es absurdo. Le dará fin a una guerra para iniciar otra que durará quien sabe cuánto tiempo —protestó Led, con un escalofrío propagándose por todo su cuerpo, ya que conocía muy bien las escrituras del Apocalipsis—. Y los mortales seremos los afectados, los que padecerán todo el sufrimiento.

—Los mortales no serán los únicos afectados, mestizo. Todos lo seremos. El cielo, el mundo natural, el Seol… Será una guerra que arrasará con todo, y Eccles se niega a verlo. Su resentimiento por ser un hijo marginado, su sed de poder y el deseo de ser el rey lo han segado. Quiere demostrarles a todos de lo que es capaz, sobre todo a su padre, y que mejor manera de hacerlo que llevándose el botín de guerra: el mundo natural. El plan original.

››¿Ahora entiendes porque es importante vencer a Eccles? Una vez que le quitemos la corona y sus habilidades, la amenaza del apocalipsis se irá y todos podremos seguir viviendo como hemos venido haciendo desde los inicios del tiempo. Los ángeles cuidando, los mortales viviendo y los demonios tentando. Ese es el mundo en el que quiero vivir, no en una interminable guerra. Por eso necesito todas mis habilidades, y la niña debe ser absorbida, te guste o no.

—Pero… Hay algo que no tiene sentido. Según las escrituras, es Dios quien desata el apocalipsis, no Lucifer, ni Eccles. Dios —concluyó con rotundidad.

—Y tienes razón, en parte. Dios la desata, pero Lucifer es el culpable de iniciarla. Suponiendo que Eccles quiera usar el mismo plan de su padre, buscará la forma de corromper a toda la humanidad y obligar a los cielos a abrir los siete sellos.

—¿De qué manera podría hacer todo eso? —preguntó, incrédulo ante tal afirmación. Le costaba creer que un demonio pudiera obligar a Dios a hacer algo.

—¿Has oído hablar sobre el anticristo? —Led enmudeció. Teorías y dudas lo atosigaron sin piedad. Rakso se percató de ello y decidió ponerle fin a la conversación—. Es un tema bastante complejo, mestizo, y no tenemos tiempo para ponernos a debatir sobre él. El anticristo corromperá a la humanidad y eso obligará al reino celestial a iniciar los juicios. Ahora concentrémonos en el problema actual: ¿Dónde está la niña?

A pesar de entender la situación, Led detestaba la idea de sacrificar a Vicky para que el resto del mundo permaneciera a salvo. Sí, ella intentó asesinarlo, pero no estaba dentro de sus casillas y había actuado bajo la influencia del miedo… Tal vez, si le explicara el contexto de las cosas, ella estaría dispuesta a ayudar y formar parte del equipo sin tener que recurrir a la violencia. Sin embargo, el príncipe de la ira no parecía estar dispuesto a aceptar otra sugerencia, ya había tomado su decisión.

Necesitaba escabullirse y hablar a solas con Vicky, si conseguía convencerla de unirse a ellos, iría con Rakso y le propondría un trato donde Vicky quedara libre una vez que derrotara a Eccles; de no resultar el plan, ayudaría a su hermanita sin importar el costo. Sabía dónde encontrarla, pero no podía ir con Rakso o se desataría el caos. ¿Cómo podría deshacerse del demonio?

‹‹Es una mala idea››

‹‹Es lo correcto››

Las voces en su cabeza llegaron de forma repentina.

‹‹Nos pones en peligro a todos, más importante aún, me pones en peligro…››

La voz ponzoñosa enmudeció de golpe, y Led se preguntó por lo sucedido. ¿Estaría bien? Pese a que su contraparte demoniaca era un ser detestable y de poca confianza, le había cogido cierto cariño, ya que en más de una ocasión le había salvado la vida.

De pronto, sus manos brillaron en una delicada luz blanca. Tanto Led, como su compañero infernal, observaron el resplandor con perplejidad.

—¿Qué es eso? —preguntó el demonio. Una parte de él lo sabía, pero se negaba a creerlo por miedo.

—N-no lo sé.

‹‹Quiero ayudarte en tu noble misión, Led Starcrash —dijo la voz en su mente, aquella que lo llenaba de confianza—. Quítaselo››

—¿Quitarle qué? —quiso saber Led. Rakso lo vio como si estuviera loco.

Un segundo resplandor surgió, y Led palideció al ver que provenía del pecho de su compañero. ‹‹El medallón››

—¿Qué sucede? —apremió Rakso, sus ojos clavados en los azules celestiales de Led. Parecía que el demonio era incapaz de percibir la segunda luminiscencia.

‹‹Quítaselo››, repitió la voz.

Lentamente, estiró la mano y abrió la gabardina del demonio para dejar al descubierto la musculatura de su compañero de viaje. Era precioso, pensó Led antes de posar los ojos sobre la brillante pieza tallada en ónix.

—¿Q-qué intentas hacer? —inquirió Rakso. Sus mejillas ardían y el corazón le palpitaba a una celeridad descomunal. Las manos le sudaban y se odió por eso.

—N-no lo sé—murmuró Led, sin apartar la mirada del torso. Era como si alguien lo impulsara a cometer aquella locura, por más que se negara y gritara un rotundo ‹‹no›› dentro de su cabeza—. Creo… creo que perdí la cabeza.

Las yemas de sus dedos recorrieron la piel desnuda de Rakso con tal delicadeza que éste se estremeció. Una especie de corriente eléctrica los recorría a ambos. Su mano se detuvo, justo donde el corazón del demonio latía. Pudo sentir su fuerza, sus nervios y su deseo… Despacio, alzó la mirada y advirtió que Rakso lo observaba; no había rabia, ni sorpresa, sólo… ¿anhelo? Era una mirada que lo invitaba a seguir.

—Perdóname, Rakso.

Su mano se convirtió en un puño y, con todas sus fuerzas, arrancó el medallón del pecho. El demonio despidió un terrible alarido y cayó al suelo, sin aliento, con el dolor carcomiendo cada parte de su cuerpo y soltando un surtidor de cintas oscuras de la herida; la hierba manchada se marchitaba casi al instante.

—¿Qué has hecho? —bramó. Sus ojos llameaban al igual que sus cuernos. A duras penas, consiguió levantarse e inclinarse en su dirección con las zarpas listas para desgarrar—. ¡Eres un maldito!

Led no lo pensó dos veces y estampó sus nudillos en el rostro de Rakso, dejándolo fuera de combate al instante. Sus piernas temblaban como gelatina y no fue capaz de durar mucho tiempo en pie.

—Dios mío, ¿qué acabo de hacer? —soltó incrédulo. Miró sus manos manchadas y el medallón brillando en ellas. Sin duda alguna, había metido la pata en grande—. Va matarme cuando despierte.

‹‹¿Qué crees que estás haciendo? —lo riñó la voz—. ¡No pierdas el tiempo y ve por la niña!››

—Vicky —recordó.

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Las flamas crepitaban en el techo de piedra, sobre tétricas arañas armadas de fémures y calaveras. Los tacones de Lux resonaban con cada paso, hasta perderse en lo más profundo de aquel laberinto de túneles y mazmorras. Una sala se abrió ante ella, y en el centro, sobre un elegante atril esculpido en granito oscuro, reposaba un grueso libro encuadernado en escamas brillantes. Abrió la cubierta y al instante sintió el poder que guardaba en sus hojas.

—Amanda Fisher —susurró.

Las páginas revolotearon a gran velocidad, deteniéndose de forma súbita en la sección que el demonio buscaba. El rostro de una mujer reposaba inmortalizado en tinta sobre la hoja amarillenta, el nombre palpitaba a un lado, y debajo de éste se encontraban sus datos y una lista de pecados, traumas y miedos. Nada de eso le interesaba, salvo la ubicación.

—‹‹Celda E-14583›› —leyó, deslizando el índice sobre aquel código.

Después de su disputa con Axel, la hija de Asmodeo había pasado toda la noche deambulando por las calles de Seattle sin un rumbo específico. La culpa la carcomía, y al sentir cierta estima por Axel, detestaba rotundamente lo que le había hecho. Ahora entendía lo que era sentirse culpable y lo mal que había obrado al destruir millones de vidas al inducirlas en el pecado de la lujuria: adulterio, incestos, violaciones, orgías, pedofilia… Estaba mal, el reino de las tinieblas estaba mal. Es decir, ¿por qué atormentar a los mortales de esa manera? Acaso, ¿no era mejor dejarlos vivir y decidir por su propia cuenta, y que el reino espiritual se encargara de juzgarlos y darles lo que se merecían una vez que su vida terrenal llegara a su fin? Lux ya no quería seguir en ese camino, el que Lucifer había instaurado y el que Eccles se empeñaba en hacer cumplir.

Luego pensó en la madre de Axel y, para su sorpresa, sus pies la habían conducido directo a la quebrantada. Con tan sólo ver sus ojos, pudo deducir que los demonios habían provocado la fractura de su alma, la cual se encontraba cautiva en las temibles prisiones del Seol. Gracias a Axel, sabía que la infidelidad y el abandono por parte de aquel hombre eran los detonantes de su estado; un pecado provocado por la lujuria…

‹‹¿Sabes porque se le llaman capitales? —Las lecciones de Asmodeo resonaban en su cabeza—. Un pecado capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que, en su deseo, un mortal comete muchos pecados, todos ellos originados de la fuente principal, su vicio. Lujuria, soberbia, ira…››

Lux no era la culpable de destruir la familia de Axel y convertir a su madre en una quebrantada, pero, en parte, se sentía responsable, ya que su padre había sido el causante y, ahora, era ella la encargada de representar al pecado de la lujuria, y como decían las sagradas escrituras, ‹‹los hijos cargan con los pecados de sus padres››

Debía disculparse con Axel, romper esa maldición sobre ella y dar inicio a un cambio. Y sólo existía una forma de hacerlo posible: Liberando el alma de Amanda Fisher. Eso restauraría la familia del mortal y, tal vez, su amistad con él. Axel la había tratado con gran respeto y amabilidad, algo que hace mucho no recibía y daba pie al aprecio que sentía por el joven… el deseo de poder llamarlo ‹‹amigo››

‹‹Él es Axel Fisher, y es mi amigo››, pensó, con una sonrisa lánguida, bajo las luces fluorescentes de aquella sala de quimioterapia. Ya se había armado todo un mundo de fantasía dentro de su cabeza.

Fue justo en ese momento cuando decidió bajar al sótano, desplegar sus garras y trazar un rectángulo en la pared, el cual se abrió como una vieja puerta para darle entrada a las prisiones del Seol. Los mortales no lo sabían, pero los hospitales, cementerios, casas embrujadas y lugares donde se practicara la hechicería, eran puntos de entradas al reino de las tinieblas; los demonios llamaban a esos lugares ‹‹Las Sombras del Seol››

La madre de Axel aún seguía viva, y al mantenerse sumida bajo una profunda tristeza, era seguro que la hallaría en una de las prisiones de la oscuridad, la parte más superficial del infierno de los vivos, donde los esbirros de Belzer podrían llegar sin problemas para hacer de las suyas. Sólo necesitaba ir a la sala central para dar con la ubicación exacta.

Una vez dentro de la sección ‹‹E››, la oscuridad se hizo absoluta, por fortuna, su visión nocturna no la defraudó; un par de ojos violetas danzando en medio de una penumbra repleta por los afligidos gemidos de los cautivos. No soportaba escucharlos, si estuviera en su poder, los liberaría a todos sin pensarlo, pero el castigo de Eccles no era algo que estuviera dispuesta a enfrentar.

Pensó en Led y su alma cautiva. Gracias a que Rakso le había explicado la situación del mestizo, pudo ubicar la celda en lo más profundo de los dominios que, en el pasado, pertenecieron a su padre, y mantener alejados a los demonios que torturaban al compañero de su hermano. Lux habría liberado el alma de Led sin ningún problema, sin embargo, el mestizo había establecido un pacto con Rakso, arrebatándole la jurisdicción que el representante de la lujuria poseía para transferírsela al fuego de Babilonia, quien era el encargado de custodiar las almas que se encontraban bajo las legislaciones de un pacto.

Una sonrisa divertida se delineó en sus labios ante la palabra ‹‹compañero››, pues, se quedaba muy corta para definir el enorme vínculo que compartían esos dos. Rakso estaba cambiando, podía notarlo, y se debía a Led. Su rostro se tornó risueño ante las miles de ideas que pasaron por su cabeza. Algo le decía que infinidades de maravillas estaban a la vuelta de la esquina.

—¿Lux? —inquirió alguien. La joven dejó a un lado sus pensamientos de arcoíris y unicornios al toparse con un muchacho extremadamente obeso; era un amasijo de carne y grasa que iba transportado en una tosca carreta de madera, donde un enjambre de pequeños demonios de cabeza puntiaguda tiraba de ella con ayuda de algunas cadenas.

—Evol —saludó la chica, adoptando una posición más relajada para evitar las sospechas. Ya era suficiente con que la pillaran en aquel lugar—. Hace días que no te veía.

—He estado muy ocupado —Al demonio le costaba hablar, con tan sólo articular una palabra, perdía el aliento y sudaba a cántaros. Le dio un mordisco a la hamburguesa que sostenía y con el dorso de su mano libre limpió los hilillos de salsa que le corrían por las comisuras—. Ya sabes. Comiendo, bebiendo… —eructó.

Lux detestaba verlo tan descuidado. Una cosa era el sobrepeso y otra la obesidad, sin embargo, Evol era un nivel que superaba toda lógica. A veces no entendía a su hermano, unos días podía presentarse como una enorme ballena amorfa, y en otros, delgado hasta los huesos.

‹‹Gula —pensó—, un pecado de exceso que no se limita a la comida››

—De todas formas —prosiguió el demonio, mientras chupaba sus dedos manchados por las salsas y la grasa de la carne. Los pequeños demonios tomaban un respiro antes de seguir su camino con aquella terrible carga—. ¿Qué haces aquí?

—Pensé que te vendría bien algo de ayuda —mintió con destreza—. Ya sabes, con Anro fuera de servicio, Belzer y Eccles en el Tercer Cielo, y Rakso y Blizzt haciendo de las suyas en el mundo natural, sólo quedamos tu y yo para mantener en pie este lugar.

El demonio rio.

—Si te soy sincero, mi querida Lux —Hizo una corta pausa para recobrar energía y darle otro mordisco a su hamburguesa—. Me vendría bastante bien tu ayuda —prosiguió con la boca llena—. Tengo tanto trabajo, que se me hace imposible custodiar las prisiones.

Lux ensanchó una sonrisa falsa como respuesta al descaro de su hermano, ya que Evol sólo se limitaba a dormir y excederse con la comida, la bebida y los narcóticos.

—¡Todo arreglado! Te dejo para que puedas supervisar con tranquilidad —anunció el demonio de ojos rosas. Chasqueó los pulgares y su carreta retomó el camino—. Eres lo que mantiene unida a esta familia disfuncional, querida —agregó, alejándose por los pasillos sin ser capaz de volverse a causa de su excesivo peso—. No lo olvides…

Y sus palabras se perdieron en la oscuridad y los lamentos de los prisioneros; algunos de ellos estiraban sus manos fuera de los barrotes clamando misericordia.

Lux se abrazó a sí misma al recordar la desagradable suciedad que impregnaba el cuerpo de su hermano. Cuando mantenía aquella apariencia, era difícil contener las náuseas. Desde su ascenso a príncipe infernal, Evol, al igual que el resto de sus hermanos, se había dejado consumir en menos de un año. De no ser por sus constantes confinamientos en la prisión del miedo, Lux habría terminado como ellos, víctima del pecado que llevaba sobre sus hombros.

Dejó escapar un suspiro y prosiguió su camino, dando saltitos alegres y agradecida de encontrarle un lado positivo a los castigos sin sentido que Eccles le propinaba. En medio de aquella oscuridad, su voz ronroneaba en un alegre canto infantil donde iba enumerando una a una las celdas que iba dejando atrás.

Finalmente, se detuvo en seco ante los gruesos barrotes que buscaba. Sin vacilar, palmeó sus manos y una diminuta llama se encendió en medio de la celda, dejando al descubierto a una temblorosa mujer acostada en el suelo, en medio de un círculo irregular de estalagmitas. La bata de hospital que vestía estaba hecha añicos y cubierta por manchas de porquería; su piel, tan gris como una nube de tormenta, albergaba cientos de repugnantes sanguijuelas que no paraban de sorber su esperanza, algunas de ellas se encontraban debajo de la piel, devorándola y formando bultos que revolvieron el estómago de la diablesa.

—Estás sola —siseaba un demonio de largas orejas puntiagudas al oído de la mujer. Con delicadeza, acariciaba su cabello entrecano—. Tu esposo te abandonó, eres una carga para tu hijo…

—¡Detente! —ordenó Lux.

El demonio se volvió y, a toda velocidad, se puso de pie para reverenciar a su reina.

—Mi señora, no me había fijado en su llegada. Mis disculpas.

—Descuida… Vengo a liberar el alma de Amanda Fisher.

El demonio se irguió y miró a su superior de forma dubitativa. Las almas cautivas sólo podían liberarse si el rey se encontraba presente, cosa que nunca sucedía, o si alguno de los soldados del reino de los cielos lo solicitaba. En algunas ocasiones, mortales que eran tocados por el poder de Dios descendían al reino de las tinieblas en compañía de un ángel para liberar a alguno que otro cautivo; en esos casos, los torturadores no tenían más remedio que obedecer a los cielos y dejar en libertad al prisionero.

—Traidora —silbó la criatura sin pensarlo, su dedo escamoso apuntaba al demonio de la lujuria—. ¡Traidora! —alzó la voz, con intención de alertar a todo el mundo.

Lux no se detuvo a pensarlo dos veces, extendió el brazo derecho y una culebrilla de fuego floreció de su pecho, la cual se deslizó como una serpiente hasta llegar a su mano y derramarse en el suelo rocoso. Las llamas se extinguieron y dejaron al descubierto un látigo repleto de espinas talladas en cuarzo.

Al igual que una bailarina de ballet, Lux giró sobre la punta de sus pies, permitiendo que el arma danzara a su alrededor y destrozara los barrotes de acero. El demonio torturador extendió las zarpas y se arrojó sobre Lux, pero ella lo esquivó con elegancia y terminó derribándolo al estamparle sus tacones en los huesudos omoplatos; aquella criatura inferior no era rival para un demonio de su categoría.

—Te dejaría ir en paz —dijo ella, ejecutando un rápido movimiento para enroscar su arma en el cuerpo de la criatura—, pero Eccles no puede enterarse de esto.

Le obsequió una sonrisa cargada de amabilidad y tiró del arma. Las espinas de cuarzo se hundieron en la carne del demonio hasta hacerlo estallar en una nube de cenizas y chillidos de agonía. Acto seguido, corrió hasta los restos de Amanda y blandió el látigo contra las sanguijuelas, su puntería era excelente, y en ningún momento llegó a rosar al alma torturada.

—¿Quién…?

—No temas, vine a ayudarte —Lux se arrodilló junto a la mujer y extrajo una brillante daga de hoja curva; sus labios se curvaron al ver el rubí que decoraba la empuñadura. Despacio, procedió a hundir el filo del arma en la piel abultada y extraer uno a uno los parásitos infernales. Amanda no parecía sentir dolor alguno, gracias a que la tortura atizada por el carcelero había eclipsado al resto de sus dolencias—. Pronto volverás a ver a Axel.

—A-Axel… —musitó la mujer con debilidad. Sus ojos caídos recuperaron un poco de brillo. Escuchar el nombre de su hijo le devolvía la esperanza que el Seol le había arrebatado.

Valiéndose de toda la delicadeza posible, Lux ayudó a la endeble mujer a alzarse sobre sus temblorosos pies.

—Es hora de volver a casa.

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—¿Qué Vicky que…? —soltaron Axel y Olivia a coro, incrédulos.

Al otro lado de la videollamada, Led les explicó con absoluta paciencia los acontecimientos en los que se había visto inmerso en la ciudad de Los Ángeles: Blizzt, Spencer, la verdadera identidad de Vicky, su escape y, lo más preocupante, su disputa con Rakso.

—Es por eso que debo encontrarla —prosiguió el mestizo, abriéndose paso entre los transeúntes de la ciudad con la intención de llegar a una parada de autobús. El ruido del tránsito y la multitud luchaban por aminorar su voz—. Tengo que hablar con ella… Aún sigue siendo mi hermana.

—Debes tratar el tema con cuidado, Led —le aconsejó Olivia, con el corazón entre las manos—. En parte, sigue siendo una niña.

—Y una muy asustada —agregó Axel. Parecía una roca sin emociones por fuera, sin embargo, Led pudo advertir con gran facilidad el miedo que se desataba en su interior—. Lo preocupante aquí es lo que le hiciste a Rakso.

—Sí, cuando despierte te arrancará la cabeza sin piedad —dijo Olivia, que estaba a punto de comerse las uñas—. ¿En qué diablos pensabas?

—Ese fue el problema, no estaba pensando —Los nervios volvían a dominarlo—. Era como si alguien me estuviera impulsando a hacerlo… Como si me estuvieran controlando.

—Tal vez, esas almas que llevas dentro influyen en ti más de lo que crees —aventuró Axel, con una expresión pensativa y recordando una de las explicaciones de su amigo—. Ese chico, Spencer, te advirtió que no confiaras en ellas.

—Lo sé, y he tratado de mantenerme alejado, pero es tan difícil —La pantalla tembló y, en un pestañeo, Led se vio sumergido bajo la sombra de un edificio; se había ocultado en un sucio callejón para tomar un respiro y calmar los nervios—. Primero debo enfocarme en Vicky… No puedo dejar que Rakso la absorba en contra de su voluntad.

—Pero… Él la necesita para enfrentar a su hermano y salvar tu alma.

—No me importa, Olivia. Es una niña, es mi hermana, y no pienso sacrificarla para salvar al… —Decidió guardarse el tema del apocalipsis para sí mismo. No estaba en sus planes preocuparlos más de la cuenta—. Para salvar mi alma… Está mal.

—¿Qué hay de los otros? —inquirió Axel—. Fleur y Nardo… Al menos Nardo era un traficante de drogas, pero Fleur… Dijiste que ella tenía familia.

La mirada de Led se entristeció. Estaba anteponiendo sus intereses personales al querer salvar a Vicky y dejar a una madre pudrirse en el talismán que sostenía entre sus dedos. Se sentía despreciable.

—Sería más fácil si ella fuera como Nardo —farfulló, recordando la mirada desesperada de Fleur en el Champ de Mars. Sacudió la cabeza para apartar las memorias y volvió los ojos hacia sus amigos—. Suficiente de mi… ¿Qué hay de ustedes? ¿Cómo están las cosas en Seattle?

Axel y Olivia intercambiaron miradas, una clara señal de que no estaban bien. Led cerró los ojos, temiendo lo peor.

—Lo hablaremos cuando regreses —dijo Olivia, esforzándose por mantener una voz serena—. Pero estamos bien, Led, y tu madre no sospecha nada.

—Será mejor que vayas con Vicky antes de que Rakso te encuentre —añadió Axel con la intención de terminar la llamada, ya que no soportaba mentirle a su amigo.

‹‹Lo hacemos por su bien››, se recordó.

Led asintió y la pantalla se fundió en negro. Ambos jóvenes se repantigaron contra la pared azul de la unidad de oncología, mirando al techo, a las lámparas Led que iluminaban aquella sala con su luz blanca, sin ningún tipo de matices, y procesando toda la información que se había añadido a sus cerebros.

—Después de todo eso, ¿cómo es que Led aún sigue en pie? ¿Crees que se deba a esa parte demoniaca que mencionó?

—No lo sé —Olivia sonaba preocupada. Aquel mundo espiritual los estaba carcomiendo poco a poco—, pero, ¿viste su rostro? Esos moretones en los brazos y la herida en su labio… Está sufriendo, Axel —declaró, reconfortándose en su propio abrazo—. Me duele verlo así.

Axel bajó la mirada. Deseaba con todas sus fuerzas transportarse a Los Ángeles y rescatar a Led. Incluso, estaba dispuesto a vender su alma con tal de que él y sus amigos olvidaran el mundo espiritual.

—Lo sé. Sus ojos lo gritaban con fuerza… Pero fue su decisión aceptar el pacto —declaró el joven, captando la mirada de Olivia—. Lux me explicó cómo funcionan, y Led debe cumplir si no quiere sufrir la ira del infierno.

—Entonces… Está atado de manos, ¿así no más?

—Led es fuerte, Olivia, mucho más que nosotros dos juntos. Debemos confiar en que saldrá de ésta.

Olivia tomó una bocanada de aire y asintió.

—Nosotros también lo seremos… Por él y por nosotros.

—¡Hola! —saludó una voz risueña—. ¿Por qué esas caras? ¿Murió alguien?

Olivia enjugó sus ojos y Axel caminó hasta su madre para darle un vistazo.

—No es momento para tus juegos, Lux —dijo Olivia con una mirada de desdén.

—No vine a jugar, tonta —declaró el demonio con una sonrisa divertida—. Vine a ayudar.

Olivia soltó un bufido.

—Creo que anoche hiciste suficiente, cariño.

—Sé lo que hice anoche, me arrepiento de ello y por eso estoy aquí, para disculparme con Axel —Su voz era apagada, y el arrepentimiento que demostraba era casi palpable—… Y también contigo, Olivia. Ya sabes, por todas esas veces que te molesté en casa —Los mortales la observaron incrédulos. Un demonio pidiendo perdón, y, la parte más increíble, era que de verdad lo sentía—. Es por eso que traje esto —Desabotonó su gabardina y llevó la mano al medallón que permanecía incrustado a su pecho—. Quiero remediar las cosas.

Una brillante luz floreció de la pieza de ónix, y, al situarla entre sus manos, adoptó la forma de una majestuosa flor de loto. Olivia se posicionó junto a Axel y ambos admiraron aquella maravillosa luminiscencia. Nadie más en la sala podía verla.

—¿Qué es eso?

—Tu madre es una quebrantada, Axel —le reveló el demonio—. Gran parte de su alma se encontraba cautiva en las prisiones del Seol, donde era torturada sin descanso. Por esa razón, el tratamiento no funciona y es el motivo de su estado actual.

—Quieres decir que…

Lux asintió.

—Sí, esta es su alma —declaró, tendiéndole la brillante flor a Axel—. Es tuya. Sé que quieres tener el poder para sanar a tu madre, y esta es tu oportunidad.

Axel y Olivia enmudecieron.

Con cautela, Axel cogió la flor entre sus manos, podía sentir su calidez y escuchar la voz de su madre llamarlo desde cada uno los pétalos. Sus ojos vidriosos, listos para derramar un río de lágrimas.

—El alma de tu madre llevaba mucho tiempo en el Seol —advirtió Lux—, así que tardará en mejorar. Sólo debes ser paciente.

Axel dio media vuelta y se arrodilló frente a su madre. Despacio, depositó la flor sobre el regazo de la mujer y, uno a uno, sus pétalos se fueron desprendiendo hasta estallar en miles de partículas que fueron impregnándose en cada parte del cuerpo de Amanda. En cuanto el brillo se disipó, la mujer parpadeó, y el pequeño grupo fue capaz de percibir el cambio en su mirada.

Axel sonrió y sorbió su nariz.

—¿Mamá?

Silencio.

—Lux dijo que tuvieras paciencia —le recordó Olivia, acuclillándose junto a él.

—Mamá, soy yo… Axel. Tu hijo —insistió.

Aun sin respuesta.

El joven agachó la cabeza. A pesar de la advertencia de Lux, tenía la esperanza de que su madre pudiera hablarle, aunque fuese una palabra. Anhelaba volver a escuchar su voz.

—A-Axel.

Un susurro.

El aludido alzó la cabeza y percibió a su madre, aun con los ojos clavados a una pared, articular su nombre una vez más.

—A-Axel —volvió a decir.

—Mamá…

El muchacho estalló en llantos y la rodeó en el círculo de sus brazos. Lágrimas de felicidad, de esperanza… La persona más importante de su vida había iniciado el camino de regreso.

Las chicas intercambiaron miradas. Olivia asintió con la cabeza para darle las gracias a Lux, provocando que una parte de su marchito corazón volviera a sentir esa calidez que sólo el afecto podía proporcionar. Sorprendida ante la nueva sensación, Lux llevó la mano a su pecho para sentirlo latir.

De pronto, un par de enormes brazos la rodearon. Su cuerpo estaba contra el de Axel, fundido en un fuerte abrazo.

—Discúlpame por haberte tratado así —dijo él, sin romper el abrazo. Lux mantenía los ojos tan abiertos como dos enormes lunas llenas, incrédula ante lo que experimentaba—. Gracias, Lux… Gracias. Sé que no es suficiente por lo que has hecho, pero…

La chica sonrió, feliz.

—No me debes nada, Axel Fisher. Fue un placer ayudarte.

—Eres una gran amiga.

Y aquello terminó por arrebatarle la oscuridad. Sus ojos se llenaron de lágrimas y una fuerte llama se encendió en su pecho.

—¿Somos amigos?

—¡Pues claro, tonta!

El demonio no pudo contenerse y se permitió llevar por el llanto, sus brazos rodearon con fuerza a Axel y no dejó de repetir la palabra ‹‹amigo››… Axel era su amigo, su primer amigo de verdad.