Los gritos de Olivia resonaron por cada rincón de su enorme casa, y Lux, con látigo en mano y en compañía de Axel, apareció en la entrada de la cocina dispuesta a rebanar a todo aquel que no fuera humano.
—¿Qué sucede? ¿Dónde está el enemigo? —preguntó el demonio de la lujuria, mirando a todos lados y turbada ante el desastre.
Olivia, avergonzada, alzó las manos para calmar a los recién llegados. Se encontraba cubierta de pies a cabeza por una espumosa mezcla de glaseado rosa, al igual que todos los gabinetes.
—No pasa nada. Sólo encendí la batidora sin fijarme en que el regulador de velocidad estaba al máximo.
Axel rodó los ojos, pues, aquel escandalo había interrumpido su trabajo; junto a Lux, finiquitaba un modelo del stand para la presentación de Led. Después de su última llamada, no volvieron a recibir noticias sobre él, pero sabían que no se perdería el evento del Seattle Center por nada del mundo.
Lux guardó el arma entre risas, y, curiosa, se acercó a la mortal, olfateando el glaseado adherido a sus mejillas; desprendía un aroma delicado.
—Fresa —advirtió antes de pasar el dedo y llevárselo a la boca—. Y algo de… ¿almendras?
—Esencia de almendras —corroboró la pastelera, corriendo a Lux de su espacio de trabajo a empujones. Detestaba que se metieran en la cocina cuando su creatividad culinaria permanecía encendida—. Ahora, por favor, los quiero lejos de aquí. ¡Largo! —concluyó, señalando en dirección al salón.
De pronto, un vórtice de fuego surgió en medio de la sala, y en cuanto los mortales se ubicaron a las espaldas de Lux, quien retomaba su posición ofensiva, las llamas se extinguieron, trayendo consigo las sonrisas.
—Hola —saludó Led.
—¡Rakso! —Lux salió disparada como una bala contra su hermano. Ambos terminaron en el piso, con la fémina abrazando y hostigando al demonio con palabras dulces y empalagosas—. Es bueno volver verte, a pesar de que luces demacrado.
Olivia y Axel no se contuvieron y envolvieron a su amigo entre sus brazos. Era un reencuentro de lo más agradable, y a ninguno le importó que la joven los embadurnara de glaseado rosa.
—Debes tener hambre —señaló Olivia al recuperar su espacio—. Aún me quedan dedos de queso, sólo hay que calentarlos.
Uno a uno, fueron tomando asiento en los lujosos taburetes que reposaban junto al mesón de trabajo, el cual seguía cubierto de harina y restos de glaseado. Olivia depositó un plato repleto de los tan ansiados bocadillos y Led, al igual que Rakso, no esperaron ni un segundo para echarle los dientes.
—Es bueno saber que todavía mantienen el apetito.
—¿Y bien? —apremió Axel, deseoso por saber las nuevas.
Rakso y Led no se guardaron nada sobre la trama que vivieron en Los Ángeles. Al terminar con la narración, Olivia y Axel frotaron la espalda de su amigo para reconfortarlo ante la caída de su pequeña hermana, no obstante, la promesa de Rakso sobre liberar a Vicky era una pequeña luz al final del túnel.
Por otra parte, Lux se percibía incrédula ante dos hechos: Primero, que su hermano trabajara hombro a hombro con Blizzt para la captura de una habilidad, las cosas mejoraban, y, de seguir así, la victoria ante Eccles sería una realidad. Segundo, que Rakso prefiriera la felicidad de Led antes que su sed de poder… Liberar las habilidades era un asunto serio, lo dejaría a merced de sus propias destrezas y susceptible ante el ataque de otros demonios.
—¿Estás seguro de eso?
—Nunca antes había estado más seguro —contestó el demonio, llevando otro dedo de queso a la boca—. De todas formas, esas habilidades nunca nos pertenecieron. Son de nuestros padres, y les rinden lealtad a ellos gracias a los pactos que establecieron cuando vivían.
—Espera… ¿Estás diciendo que las habilidades fueron humanos? —interrogó Led, patidifuso por culpa de la nueva información que le suministraban.
Rakso asintió.
—Fueron personas, animales… Seres vivos que decidieron hacer un pacto con un demonio mayor. Al morir, pierden toda oportunidad de subir al reino de los cielos y pasan al cuidado de dicho demonio, y éstos, a su vez, los usan para canalizar sus energías.
—Pero este tipo de pactos sólo puede llevarse a cabo con demonios mayores —explicó Lux, trenzando su cabello en una larga coleta—. Si pactas con un demonio cualquiera, terminarás siendo su mayordomo cuando partas del mundo natural. ¡O su mascota! —agregó con emoción al recordar algunos felinos con rasgos humanos.
Mientras la conversación de los príncipes infernales se extendía, Led advirtió que Axel y Olivia murmuraban entre ellos de forma sospechosa, cosa que lo condujo a temer que algo no iba bien. Carraspeó, y ambos mortales se volvieron hacia él.
—¿Sucede algo? —preguntó—. Aún me deben una historia —Sus amigos balbucearon a modo de respuesta, seguían debatiendo si contarle o no—. Chicos… ¿Qué ha sucedido desde que me fui? —insistió.
—Dile —animó Axel a Olivia—. Tiene que saberlo… Todos tienen que saberlo.
Olivia se mordió el labio, nerviosa.
—La buena noticia es que la madre de Axel se está recuperando.
La emoción invadió a Led, y éste se vio en la necesidad de formular cientos de preguntas sin control alguno. Axel las contestó todas, procurando alabar las hazañas de Lux y, de vez en cuando, lanzando miradas de reproche a su amiga por retrasar el tema principal. Más allá, el demonio de la lujuria se ruborizó al entender que era la heroína de un mortal.
—¿Y cuál es la mala? —Esta vez fue Rakso el que preguntó.
—Será mucho más fácil si se los muestro —suspiró la joven, desanudando el delantal y haciéndoles una seña para que la siguieran.
En silencio, el grupo subió a la segunda planta de la vivienda por un trecho de escaleras de madera, y, en fila india, se adentraron en la habitación de la joven Landcastle. A primera vista, se presentaba como un dormitorio común y corriente, peluches invadiendo las repisas y carteles de artistas musicales moteando aquí y allá las paredes verdes, sin embargo, algo destrozaba la configuración del ambiente, y cuando Led descubrió la razón, su quijada se dislocó.
De esquina a esquina, en la pared más apartada, y trabajado en grafito, un profundo pozo se abría ante los visitantes, donde cientos de terroríficas criaturas trepaban por las irregulares paredes en dirección a la superficie. En medio de la oscuridad, brillaba un par de siniestros ojos.
—El destructor —La voz de Olivia flaqueó. Se abrazaba a sí misma—. Ese nombre no deja repetirse en mi cabeza… Y ni siquiera sé lo que significa.
—¿Tú lo hiciste? —preguntó Led, pasmado ante el terror que le generaba aquella obra—. Creí que no sabías dibujar.
—Eso también creía yo —Una sonrisa nerviosa se curvó en los labios de la joven—. Desde que ese demonio apareció en el restaurante, no dejé de trabajar en… eso —declaró, señalando la pintura que sus manos habían creado.
—¡Este es el mensaje! —entendió Lux, maravillada y aterrada ante su deducción—. ¿Por qué no me lo mostraste antes? —protestó. Era la primera vez que se mostraba enfadada—. ¿Recuerdas cuando te dije que un demonio émulo era el que te acosaba?
—Dijiste que era un cambia forma —recordó Olivia, transportando su mente al día en que Lux la salvó de aquel ataque en el sanitario del hospital—, y que suelen emplearlos como mensajeros.
—Exacto. Y eso que tienes ahí —Señaló la pintura con el índice; podía notarse la tensión en sus hombros—, es el mensaje.
—El destructor… ese es Abadón —explicó Led, comprendiendo finalmente la pintura. El terror, la sorpresa, el plan de Eccles… todo se mezclaba en su cuerpo de una forma abrumadora—. Olivia, ese es El Abismo —prosiguió el mestizo—. Creo que has retratado una escena del apocalipsis.
Debajo del umbral de la puerta, Rakso se mantenía alejado del mural, aterrado, azotado por algunos recuerdos del pasado. Poco a poco, sus peores miedos se iban materializando ante él.
—‹‹… y a la estrella se le dio la llave del pozo del abismo sin fondo —citó, captando todas las miradas—. Cuando lo abrió, salió humo como si fuera de un gran horno, y la luz del sol y el aire se oscurecieron debido al humo››
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Las llaves tintinearon al otro lado de la puerta. Se escuchó el engranaje chirrear y ésta se abrió con un molesto quejido que dejaba en descubierto la falta de aceite en sus bisagras. Desde la cocina, Christine saludó a su hijo mientras hacía malabares con una enorme bandeja refractaria repleta por una mezcla humeante de color blanquecina. Justo cuando la dejó sobre la mesa del comedor, Led se arrojó sobre ella para fundirse en un cálido abrazo. Luchó por contener el llanto, ya que hacía días que no la veía. Echaba de menos su tacto, su aroma, su voz… todo de ella.
—Te extrañé tanto —dijo él, hundiendo el rostro en el hueco del cuello.
—Sólo han pasado cuatro horas desde que saliste a casa de Olivia —observó la mujer con una sonrisa pronunciada. Retiró los guantes de cocina y abrazó a Led como si sus vidas dependieran de ello.
—A mí me pareció casi una semana.
Tomaron asiento en los sofás de la salita y Christine, con mucho orgullo, le mostró a su hijo el osito que estaba tejiendo; un encargo de sus vecinos de arriba para un baby shower, pero lo que sorprendió de verdad al joven fue la pila de manteles, bolsitos y calzados que permanecían en un rincón.
—¿Hiciste todo eso? —inquirió, corriendo a examinar aquellos objetos con absoluta fascinación. Sujetó un par de botitas verdes y se imaginó a un perro salchicha usándolas—. Sin duda has mejorado. ¿Acaso son encargos?
—Algunos, otros fueron practicas —explicó, tomando un pequeño mantel circular blanco y alzándolo a la altura de sus ojos—. ¿Qué no te acuerdas? —prosiguió, extrañada—. Te los iba mostrando cada noche. Incluso me ayudaste con éste.
‹‹Lux››, pensó.
—Cierto… Creo que tuve un lapsus mental —bromeó, sintiendo una punzada de celos.
Dentro de su cabeza, el Led demoniaco reía con estruendo a pesar de las cadenas que lo aprisionaban.
—¿Cómo te sientes? —peguntó su madre, doblando el mantel y devolviéndolo a su lugar—. Hoy es tu gran noche. ¿Estás preparado para brillar?
—La verdad es que estoy un poco nervioso —confesó, deslizando la mano por su cabello. De pronto, sus ojos se abrieron como platos—. ¡El traje! Olvidé alquilarlo.
—¿Seguro que estás bien? —volvió a preguntar su madre, esta vez, con las cejas formando una ‹‹v›› muy cerrada.
—Sí —insistió él, con un deje de amargura en la voz—, ¿por qué?
—Hace dos días que saliste con Olivia a una tienda de alquiler —le recordó, recuperando las botitas y depositándolas junto a las demás—. Está colgado en tu armario.
‹‹Lux —pensó nuevamente—. ¿Qué otras cosas habrá hecho por mí?››
—Otro lapsus —mintió. Debía tener más cuidado y no actuar de forma precipitada. Su contraparte seguía riendo dentro de su cabeza—. Deben ser los nervios.
—Entiendo. Es una noche muy importante para ti por todo lo que está en juego —dijo Christine, empleando esa melodiosa voz maternal. Sus manos reposaban sobre los hombros de Led—. Está bien tener miedo, pero recuerda que todo saldrá bien. Sólo debes confiar en tu talento, hijo… Y encomendarte a Dios para que te abra las puertas.
Led asintió en silencio, a pesar de poner en duda las últimas palabras de su madre, pues, sabía perfectamente que, desde su nacimiento, Dios nunca estuvo con él a raíz de la parte demoniaca que habitaba en su interior.
‹‹Me tienes a mí››, susurró su contraparte a modo de burla.
—Iré a dormir un poco —anunció—. Necesito recargar mis baterías.
Besó la mejilla de su madre y marchó directo al pasillo que conducía a las habitaciones, con los ojos de Christine clavados en su dirección.
El corazón de la mujer martilleaba con fuerza, y por un momento pensó que le atravesaría el pecho para huir a brincos. Sabía que algo no andaba bien con Led, ya que, durante esa semana, parecía ser otra persona… Y ahora volvía a ser él, sólo que más apagado, consumido. Las bolsas bajo sus ojos, los leves moretones en sus brazos y esa cicatriz… todos ellos habían aparecido ese mismo día, pero, algo le decía que llevaban más tiempo con él.
—Led —susurró, apretando los temblorosos puños sobre su regazo.
Seguidamente, volvió la cabeza y miró la trompeta que reposaba sobre el televisor. Acaso… ¿había llegado la hora de llamar a su viejo amigo?
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La noche cayó como una roca en el agua, y, frente al espejo del armario, Led terminaba de peinar su cabello y ajustar el cuello de la camisa, la cual se negaba a dejarlo respirar. El celular chilló.
‹‹Ya estamos montando el stand. ¿Dónde estás?››, leyó.
‹‹Estoy por salir de casa. Nos vemos en veinte minutos››, tecleó.
La melodía del timbre acarició sus oídos. ¿Quién llamaría a la puerta a esa hora? Acto seguido, calzó sus zapatos más elegantes y, al realizar una prueba de caminata, la puerta de su alcoba se entreabrió.
—Alguien te busca —La cabeza de su madre se asomaba por la rendija.
—¿Quién?
—No lo sé —respondió, encogiéndose de hombros y con una sonrisa que Led no supo descifrar.
Volvió a ajustar el cuello de la camisa y enfiló directo a la sala, donde alguien parecía estudiar el montón de botitas que su madre había tejido durante la semana. Aquel porte se le hacía un poco familiar, y, justo cuando estaba listo para propinar el más cortés de los saludos, el visitante dio media vuelta y Led se vio atragantado por sus propias palabras.
—Es un gusto volver a verte —saludó Rakso, con una sonrisa encantadora, nada característica de él. Llevaba un elegante traje de vestir negro; el cabello, engominado, peinado hacia atrás; y los ojos, sin rastro alguno del color de la sangre, presentaban la tonalidad de los granos de café.
Y en ese momento, Led se dio cuenta de lo realmente guapo que era el demonio. Sus mejillas ardían con furor y esperó que las luces amarillas de la sala disfrazaran aquel vergonzoso rubor.
—Soy Christine Starcrash —se apresuró la mujer en presentarse, ya que su hijo se había quedado sin habla, cosa que le pareció adorable—, la madre de Led. Pero eso ya lo debes saber —bromeó, agitando la mano de forma despreocupada—. Y tú eres…
—Discúlpeme —se apresuró en contestar aquel mentiroso, estrechando la mano de la anfitriona—. Soy Rakso Lawton, fui uno de los enfermeros que atendió a su hijo aquella noche en emergencias. Led me habló sobre la exposición de arte en el Seattle Center y quiso invitarme.
—Pues, estoy encantada de que aceptaras la invitación —sonrió Christine, dedicándole una mirada de orgullo a su hijo—. Esta noche le vendrá muy bien el apoyo.
—Mamá —apremió el joven, señalando su muñeca para hacerle entender que estaban montados sobre la hora, y aplacar aquella conversación que sólo le generaría burlas cuando estuviera a solas con Rakso.
—¡Oh, cierto! —soltó, apenada—. Iré por mi bolso. Enseguida vuelvo —Y antes de correr a su alcoba, susurró al oído de su hijo—: Es guapo.
—¡Mamá! —reprochó el muchacho, avergonzado. Miró a Rakso, y éste reprimía una sonrisa sin dejar de verlo—. T-te ves bien —declaró en cuanto quedaron a solas. Había decidido que lo más prudente sería enfocar su atención sobre el florero que decoraba la mesita de centro de la sala.
—Tú también estás guapo, mestizo —contestó, con una sonrisa torcida.
‹‹Guapo››, el demonio de la ira le había dicho que estaba guapo. Nadie le había llamado de esa manera, ni siquiera el sujeto que provocó la fractura de su alma. El corazón le palpitaba con fuerza y, por primera vez en años, deseó poder arrancárselo; era muy extraño sentirse de esa forma. ¿Por qué se sentía así? ¿Por qué ahora?
Por el rabillo del ojo, distinguió a Rakso esconder las manos en los bolsillos, su piel pálida dejaba al descubierto el rubor de las mejillas. Ambos apartaron la mirada cuando se percataron que eran espiados por el otro; se sentían como idiotas. Después de convivir toda una semana, viajando y luchando codo a codo, ahora se portaban como dos imbéciles. Led volvió a echarle un vistazo, y esta vez se fijó en que el demonio miraba con seriedad la trompeta que reposaba sobre el televisor.
—Es un premio —explicó el joven para romper el silencio—. Se lo dieron a mi mamá en su trabajo por ser la empleada del mes.
—¡Estoy lista! —anunció la mujer, ajustando el abrigo sobre su vestido de raso para protegerse de las bajas temperaturas de la noche—. ¿Cómo luzco?
—Muy bonita.
—Luce hermosa, señora.
Contestaron ambos, nerviosos y con las palabras trancadas por el nudo en sus gargantas. Christine agradeció los cumplidos y sonrió por dentro, ya que ambos chicos resultaban bastante obvios. Su hijo había estado fuera del juego por mucho tiempo, y entendía los nervios que lo abrumaban; después de lo que pasó, a cualquiera se le haría difícil volver a intentarlo. Led sólo necesitaba un pequeño empujón, y ella se lo obsequiaría sin que se diera cuenta.
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Los nervios lo azotaron apenas salió del taxi, provocando que sus piernas se convirtieran en dos témpanos de hielo que le impedían avanzar hasta las puertas del salón de exhibición. Su madre le dedicó algunas palabras de aliento, y Led sintió como la rigidez era sustituida por los temblores; era un avance.
—Me ayudaría si me tomaras de la mano hasta la puerta.
—¿Cómo en tu primer día en el jardín de niños?
—Sólo que sin el berrinche.
A Rakso le pareció un comportamiento adorable y extraño. No tenía sentido que el mestizo sintiera pavor por una simple exhibición de arte, no después de haberse enfrentado a la muerte en más de una ocasión y lejos de sus seres queridos.
A medida que se acercaban al edificio que albergaba el salón, podía sentir como el pecho se le comprimía, a eso, había que sumarle el estrangulamiento que ejercía el cuello de su camisa. Led sólo quería arrancarse la prenda y usar una de sus viejas franelas.
—¿Listo? —preguntó Christine.
Led asintió, aferrando con fuerza sus pinturas contra el pecho. Abrieron las puertas, y un escalofrío lo recorrió por completo hasta acumularse en su cogote. A donde quiera que mirara, cientos de personas, vestidos con sus mejores telas, caminaban de un lado a otro; algunos se tomaban fotografías, otros charlaban junto a los stands de cada participante o al lado de la mesa de bocadillos.
—Están… ¿bebiendo? —observó Led al fijarse en las estilizadas copas que algunos comensales sostenían.
—No me vendría nada mal unas cuantas —declaró su madre.
—Bridemos por eso —convino Rakso, cogiendo dos copas de champaña de la bandeja de un mesonero—. Salud.
Y ambos estrellaron el cristal.
El grupo avanzó entre los asistentes, siguiendo la dirección que Olivia le había enviado por mensaje. El centro del salón, cercado por gruesas columnas de sección circular, se encontraba despejado, mientras que a ambos laterales se alzaban los paneles de exhibición, creando una dinámica y colorida red de pasillos. Durante el recorrido, se topó con algunos de sus compañeros de clase, quienes lo abrazaban y deseaban suerte. A Led le pareció extraño aquello, pues, en ningún momento había socializado con esas personas.
‹‹Lux››, pensó.
—¡Led! —llamó una chica antes de correr hasta él. Llevaba los cabellos rojos recogidos en un elegante moño y vestía un hermoso vestido azul celeste que hacía juego con los ojos del mestizo—. Estaba preocupada —confesó, abrazándolo. A Led se le hacía muy raro recibir aquel trato tan cariñoso de Candace Mills—. Pensé que no vendrías. Estabas a punto de decepcionarme. Después de todo, eres la verdadera competencia aquí —concluyó, poniendo los brazos en jarra—. ¡Oh! Usted debe ser la madre de Led. Un placer conocerla.
Ambas estrecharon las manos, encantadas, y Led contenía los deseos de gritar y arrancarse el cabello ante la extraña situación. Se sentía atrapado en una dimensión desconocida. ‹‹¡LUX!››, volvió a pensar.
—Y usted es… —continuó Candace.
—Rakso Lawton —se presentó el demonio con absoluta educación—. Soy un amigo de Led.
—Mucho gusto, Rakso. Será mejor que se apresuren, el jurado comenzará el recorrido dentro de diez minutos —advirtió Candace, despidiéndose con algunos besos de mejilla y corriendo a su lugar—. ¡Suerte, Led! La necesitarás.
—Parece una chica agradable —conjeturó su madre tras ingerir un trago de la espumosa bebida dorada.
—Me quiero morir —soltó Led.
Dos minutos después, llegaron al panel, Olivia y Axel saltaron hacia ellos al recuperar el aliento. Una vez concluidos los reproches, abrazos y más reproches, las pinturas brillaban en su lugar, captando la mirada curiosa de cientos de comensales, fascinados ante la calidad de los detalles y el juego de emociones que los abrumaban.
—¡RAKSO! —saltó Lux sobre su espalda. El demonio se sacudió para zafarse sin éxito alguno. Lux reía—. Ya me estaba preocupando… ¡Hola, Led! ¡Hola, señora Starcrash! —Christine pareció algo confundida ante la presencia de la chica—. Soy Lucero, la hermana de Rakso.
Led miró a sus amigos, y estos se encogieron de hombros.
—U-un placer —dijo la mujer, estrechando la mano de Lux—. ¿Te conozco de alguna parte? Me resultas un poco familiar.
Lux pareció pensarlo por un instante.
—No lo creo —sonrió.
‹‹"Excelente actriz". Sí, claro —pensó Led, deduciendo que, durante su ausencia, Lux, tomando su lugar, nunca dejó de comportarse como ella misma—. El peor demonio imitador de todos los tiempos››
—Así que estas son las famosas obras —dijo una voz meticulosa, haciéndose escuchar entre el pequeño grupo de comensales que admiraba el trabajo del mestizo—. Permíteme decir que retratas los reinos espirituales de una manera exquisita.
—Muchas gracias, señor McKinley —A Led no le agradaba aquel sujeto. A pesar de ser un ángel, le inspiraba mucha desconfianza—. Me alegra que pudiera venir.
El hombre asintió en silencio y le dio un sorbo a la bebida que llenaba su copa. Christine lo saludó y, tras desearle éxito a su hijo, invitó a su jefe a recorrer el resto de la exhibición y así deshacer la tensión que se había instaurado.
—Que sujeto tan extraño —observó Olivia, frotando sus brazos desnudos para apaciguar el frío.
—Si que sabe matar una fiesta —añadió Axel, ofreciéndole su chaleco a Olivia.
—Los ángeles son así —explicó Lux, aun encaramada sobre la espalda de Rakso—. Son más arrogantes que los demonios.
Olivia y Axel vistieron sus mejores caretas de impacto. No podían creer que estuvieron ante la presencia de un ángel. Las preguntas no tardaron en brotar y Lux las contestó con mucho gusto.
El resto de la noche transcurrió en paz. Conversaciones amistosas, comida deliciosa, incluso Led se animó en tomar una copa y brindar con sus amigos. Demonios, mestizos y humanos conviviendo en armonía, sin lastimar a nadie. Tal vez, aquella utopía, donde los seres del mundo infernal, natural y celestial, fuera posible… Pero luego recordó a McKinley y la balanza perdió el equilibrio. Se preguntó si de verdad todos los ángeles eran así, y, sobre todo, se preguntó por la identidad de McKinley y sus motivos. ¿Qué buscaba?
El jurado no tardó en aparecer y evaluar las pinturas de Led, mientras éste exponía los motivos que lo condujeron a retratar aquellas escenas. Muchos ‹‹oh›› y ‹‹ah›› florecieron de los labios de los expertos, y, lo mejor de todo, es que los nervios se habían esfumado; se lo atribuyó a la pequeña dosis de alcohol.
En cuanto la evaluación terminó, el joven consiguió respirar con más tranquilidad. Acto seguido, decidió dar un paseo en solitario por el lugar; Lux y Rakso permanecían en la mesa de bocadillos, Olivia y Axel admiraban las pinturas del stand vecino, y su madre de seguro andaría deambulando con McKinley por alguno de los pasillos.
En cuanto llegó al área central, pudo apreciar con más calma la melodía que se escuchaba a través de los parlantes, y, a su compás, algunas parejas bailaban con energía bajo los delicados arcos de seda que colgaban del techo.
—Supongo que te fue bien —dijo Candace, deteniéndose a su lado en una actitud arrogante.
—La verdad es que sí. Supongo que a ti igual.
—Me fue perfecto —contestó, satisfecha. Luego, tomó una bocanada de aire—. Led… Quería darte las gracias —prosiguió, meneando su copa, atenta a las diminutas burbujas que ascendían en el líquido—. Lo que me dijiste el martes… Fue hermoso y tienes razón. Mientras no olvide a Jackson, él siempre estará conmigo. Y… Lamento mi mal comportamiento, de verdad. No te lo merecías. Nadie se merece ser tratado así.
Y lo abrazó.
Led estaba anonadado, y pudo sentir a la muchacha sollozar. Led le devolvió el gesto. Ya no se sentía incómodo, al contrario, la felicidad lo embargaba y, a pesar de que él y Candace no eran nada unidos, era satisfactorio el perder un enemigo.
En cuanto recuperaron su espacio, alguien carraspeó junto a ellos. Rakso, con la mano tendida hacia Led, le sonreía con caballerosidad y malicia.
—¿Me lo permites por unos minutos? —le preguntó a Candace. La muchacha asintió y se perdió en uno de los corredores artísticos.
—¿Q-qué haces?
—No me lo hagas más difícil, mestizo —reprochó con un deje de burla y algo de rubor en las mejillas—. ¿Quieres bailar?
—Te-tengo un nombre, ¿sabes? —masculló Led, con el rostro encendido al igual que la punta de un humeante cigarrillo.
—¡Sí quiere! —soltó Olivia, saltando de entre la multitud y empujando a ambos chicos a la pista de baile. Led la fulminó con una mirada, pero ésta se limitó a alzar la copa y articular con sus labios: ‹disfrútalo››
Ambos muchachos se encontraban en el centro de la pista, rodeados por centenares de parejas bailarinas. Rakso, aun ruborizado, sostuvo la temblorosa mano de su compañero y le pidió en un bajo susurro que se relajara. No entendía muy bien las emociones que lo abrumaban cuando estaba cerca del mestizo, y sabía que no debía sentirlas, pero decidió mandar todo al diablo y permitirse aquellos sentimientos por esa noche; lo estaba disfrutando.
—E-es que… No sé bailar. Nunca he bailado.
—Sólo sígueme el paso.
Y así fue. Al principio, los pasos del mestizo eran torpes, poco acertados, y en más de una ocasión llegó a pisar a Rakso, que sólo limitaba a reírse. Sin embargo, con el pasar de la melodía, la danza se tornó más suelta, a pesar de que el corazón de ambos chicos estaba a punto de estallar por culpa de las emociones.
—Lo haces bien —lo felicitó el demonio. Sus ojos destellaron escarlatas, y Led se preguntó como esos ojos podían ser tan mortíferos y hermosos al mismo tiempo—. Estoy seguro de que serías un gran guerrero.
—¿Tú crees? —A pesar de estar disfrutando la noche, y de la compañía de un Rakso amable, las emociones de Led eran un completo desastre. ¿Por qué no dejaban de sudarle las manos? ¿Por qué no dejaba de pensar en lo guapo que era el demonio? Y así llegaban las preguntas. Su contraparte reía dentro de su cabeza, y el mestizo podía sentir como el monstruo de su interior luchaba por romper las cadenas que lo apresaban en aquella oscuridad absoluta. No cabía duda, el Led demoniaco deseaba apoderarse de su cuerpo.
Rakso se encogió de hombros.
—Un poco de entrenamiento ayudaría.
Led rio, nervioso, ante la idea. Le resultaba difícil imaginarse a sí mismo luchar como un demonio, portando armas y trazando mandobles con una guadaña.
—Tú tienes una oz y Blizzt un par de chakram —comentó, recordando las batallas de aquellos demonios—. ¿Qué clase de arma me vendría bien?
La música llegó a su fin, con los aplausos interrumpiendo la danza de las parejas. Acto seguido, la señorita Weine golpeó el micrófono para capturar la atención del público, y Led, junto a Rakso y el resto de sus amigos, se adelantó hacia el frente de la tarima, donde Candace le hacía señas para que se uniera a ella.
—Están por anunciar a los ganadores.
Madeline Weine, la profesora de arte de aquel talentoso grupo, se extendió en un discurso donde alababa las habilidades de sus alumnos y exponía una visión general de las impresiones que el jurado se había llevado. Finalmente, alzó el sobre que portaba en su mano derecha, donde los primeros tres lugares aguardaban a ser mencionados. La hora había llegado.
—El tercer lugar es para Troy Underwood
Los aplausos resonaron por todo el lugar y el joven subió a la tarima para estrechar la mano del jurado, recibir un listón de bronce y hacerse una fotografía grupal. La señorita Weine, tras alizar su vestido plateado, volvió a llamar la atención del público con un delicado carraspeo para anunciar que el segundo lugar se lo llevaba Candace Mills. La joven pareció un poco decepcionada, pero, con la frente en alto, y engalanada con su mejor sonrisa, subió a recibir los reconocimientos.
—Y, para terminar —prosiguió la mujer. La intensidad de las luces disminuyó, brindando así una atmosfera de suspenso. El silencio era sepulcral, asfixiante—. El primer lugar se lo lleva… Led Starcrash.
Aplausos, gritos de victoria y abrazos rodearon al mestizo, que parecía no salir de su estupor. Candace y Olivia se vieron obligadas a empujarlo para que subiera a recibir el premio. Led se sentía en un sueño, no sólo se había llevado el primer lugar, sino, que expondría su trabajo en el prestigioso Museo Metropolitano de Arte en Nueva York. La señorita Weine le cedió el micrófono para que dedicara unas palabras, cosa que jamás previó. ¿Qué rayos podía decir? Con los nervios recorriendo cada fibra de su cuerpo, tomó el dispositivo y miró al público, luego a su orgullosa madre, a sus amigos… y luego a Rakso.
‹‹Puedo hacerlo››, pensó.
Los cristales estallaron en una peligrosa lluvia punzante, y al ritmo de los gritos, un poderoso torrente de fuego se adentró en la sala, consumiendo a un gran número de personas sin piedad alguna. Las llamas se alzaban por todas partes, lamiendo las paredes y las obras de sus artistas.
A donde quiera que mirara Led, personas huían aterradas, envueltas en aquel fuego demoniaco o cubiertas por el polvillo de los escombros. La estructura sobre su cabeza rechinó, amenazante… En cualquier momento, el salón cedería y los aplastaría a todos.