El túnel se extendía hasta perderse en las sombras. A los costados, excavadas en la piedra, descansaban las prisiones, húmedas y resguardadas por gruesos barrotes de acero. Con el corazón en la mano, Led avanzó, dejando que el eco de sus pasos rebotara en cada rincón.
—Ayúdenme —suplicó alguien. Se escuchaba roto y despojado de toda dignidad.
A pocos metros, una figura yacía tirada contra los barrotes de una de las prisiones. Sus manos, repletas de heridas, aferraban con fuerza los gruesos tubulares de acero. Led corrió en su ayuda, sin embargo, la impresión lo paralizó al contemplar el rostro del cautivo.
—Dios mío —musitó.
Era él, o, mejor dicho, su fragmento de alma. Éste lo contempló y retrocedió atemorizado.
—No te haré daño —le prometió Led, alzando las manos en son de paz—. Soy tu… Somos la misma persona.
El cautivo negó con la cabeza. El miedo y el hambre se fundían en una terrible mescolanza que lo hacían temblar como una gelatina. Led no podía evitar imaginar los horrores en los que había sido sometido su fragmento.
—No, no, no —repitió el alma torturada—. Sé que eres uno de ellos, no podrás engañarme… ¡Vete! —estalló de pronto, clavando los dedos en el frío piso—. Déjenme en paz… por favor —suplicó entre lágrimas y cubriendo las orejas con ambas manos.
Led depositó las rodillas sobre la graba que revestía el suelo. Sus ojos azules estaban cargados de dolor, y el alma lo pudo notar al instante, bajo las luces que proyectaban las antorchas.
—No… No eres un demonio —comprendió.
—Y no vengo a lastimarte —le aseguró, extendiendo la mano entre los barrotes.
—¿Vienes a ayudarme? —El fragmento de alma gateó hasta Led e intentó tomar su mano, pero, como si estuviera hecha de humo, la atravesó.
Led podía sentir como el corazón de ambos se hacía añicos.
—No estás aquí —advirtió el alma con tristeza.
—A veces, cuando duermo, una parte de mí se transporta a este lugar —Led lamentaba no poder rescatar a su fragmento en ese preciso momento.
—Quiero irme de aquí… Quiero volver contigo —sollozó. Su control se había esfumado, y, sin descanso, luchaba por tomar la mano de Led sin éxito alguno—. Por favor, no me dejes.
—Te prometo que vendré por ti —Ambos Led trabaron sus miradas; una iba cargada de tristeza, la otra, de seguridad y devoción ante una promesa—. Estoy trabajando en ello, pero necesito que seas fuerte. Si tú lo eres, yo lo seré, y ambos venceremos, ¿está bien?
El alma asintió. Las lágrimas goteaban sobre la piedra irregular. Su mirada lastimera se había esfumado, ahora, la esperanza lo dominaba, confiaba en que vendrían por él y que aquella tortura acabaría pronto.
—Seré fuerte…
Se escucharon pasos, y parecían provenir de las sombras que se arremolinaban en una esquina de la celda. El miedo no tardó en dominar al alma.
—No tengas miedo… Sé que es duro, pero puedes con ello.
Los gruñidos hicieron acto de presencia, y una horripilante criatura de piel escamosa brotó de la oscuridad, relamiéndose los labios y deseoso de torturar a su prisionero.
—Eres mío —siseó el demonio de ojos nebulosos.
El alma se agazapaba contra los barrotes en un inútil intento por alejarse.
—No tengas miedo. Puedes contra él. No te dejes pisotear —insistió Led—. Recuerda que vendré por ti. Necesito que seas fuerte, que resistas un poco más…
Los ojos del alma se endurecieron. Poco a poco, consiguió ponerse de pie y subió los temblorosos puños a la altura de su pecho. El demonio rio divertido.
—Seré fuerte.
—Ya lo eres —le aseguró Led.
—¡Soy fuerte! —rugió.
El carcelero despidió un bramido, y un destello de luz cegadora lo cubrió todo.
*********************************************************************************************************
Led despertó de golpe. Se había quedado dormido contra el hombro de Rakso, éste permanecía imperturbable, leyendo las páginas de un libro, a pesar del bullicio del aeropuerto.
—¿Visitando las prisiones otra vez? —inquirió, sin apartar la mirada de las letras. Aquella novela lo mantenía en vilo.
La cabeza del muchacho giraba sin control. Las náuseas revestían su estómago y estaba seguro de que cualquier movimiento provocaría la expulsión de su última cena. Rakso lo miró con intriga, y sólo eso bastó para doblarse y expulsarlo todo. La bilis quemaba su garganta y el mal sabor que impregnaba sus papilas gustativas sólo aumentaban el deseo de vomitar.
—Ensuciaste mi bota —protestó el demonio, con el asco surcando su rostro.
Led lo acuchilló con una mirada asesina y, de un manotazo, le arrojó el libro contra el suelo. Detestaba que Rakso se comportara como un cretino cuando se sentía mal; necesitaba ayuda, algo de empatía, no a un imbécil quejándose por la suciedad de sus botas.
Miró la hora en el celular, y al comprobar que disponía de suficiente tiempo, colgó su mochila y enfiló directo a los sanitarios. Necesitaba limpiarse, deshacerse del terrible sabor y, sobre todo, necesitaba estar solo, lejos de Rakso y el bullicio de la multitud que amenazaba con aplastarlo.
El próximo vuelo con destino a Los Ángeles partía a las siete de la mañana, así que disponía de dos horas exactas para un confinamiento solitario.
En cuanto dejó atrás el enorme vestíbulo, se topó con un sitio desierto y repleto de grifos de agua helada. Frente al espejo, se quitó la sudadera manchada y se dispuso a lavarle la mugre en uno de los lavabos de muy mala gana, la tendió en la puerta de la cabina más cercana y luego procedió a aplicar una buena cantidad del líquido en su rostro; le asentaba bien, le ayudaba a aplacar sus sentimientos más oscuros.
Miró su reflejo, y pudo jurar que había envejecido un par de años. La mirada cansada, los moretones pigmentándole distintas áreas del cuerpo, la cicatriz que Fleur dejó en su brazo, los labios resecos y quebradizos, incluso, las media luna bajo sus ojos parecían haber crecido. Aquella aventura comenzaba a pasarle factura.
Pensó en su alma cautiva, lastimada y agobiada por el miedo. Sus puños se cerraron con fuerza. Era injusto que no pudiera rescatarla durante aquel viaje astral, lo deseaba tanto, pero sólo era una especie de espíritu vagando por las tierras del Seol, un simple observador. Lo único que podía hacer era confiar en que su alma resistiría las torturas hasta el día de su llegada.
—¿T-te encuentras bien? —preguntó con timidez un muchacho de gruesas gafas a sus espaldas.
—Sólo estoy un poco mareado —contestó, examinando con cuidado el reflejo del visitante. Vestía una camisa de cuadros que se pasaba un par de tallas y unos vaqueros muy desgastados. Un morral colgaba en su espalda, portaba el mismo aspecto de cansancio y un juego de diminutas cortadas en distintas zonas de la piel.
El muchacho asintió y se encerró en una de las cabinas.
Led dejó escapar un suspiro, abrió la mochila y extrajo una camiseta verde con una carita feliz estampada en el pecho. Una vez puesta, recuperó la sudadera y la guardó, rogando que el olor a vomito no impregnara el resto de su ropa, que, de por sí, ya necesitaban una lavada; aquella camiseta era su última prenda limpia. Colgó el bolso de los hombros y ahogó un grito al ver a su contraparte demoniaca saludarlo desde el otro lado del espejo.
—Hola, mi pequeño amigo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó por lo bajo, mirando de soslayo la cabina donde aquel adolescente se había encerrado.
El Led demoniaco sonrió.
—Te noté un poco agobiado, así que vine a ayudarte.
—No necesito tu ayuda.
—Eres un pésimo mentiroso, Led Starcrash —Su mano, retenida por un par de cadenas dorados, atravesó el espejo y se estiró en dirección a Led—. Déjame ayudarte. Si tú estás bien, yo estaré bien —Una sonrisa cargada de oscuridad surcaba su rostro. Algo planeaba, y Led decidió no caer en el juego.
—Será mejor que regreses al lugar de donde viniste.
—Tarde o temprano acudirás a mí —dijo el demonio, viendo marchar a Led hacia la salida—. Y yo estaré ahí, dispuesto a ofrecerte mi ayuda…
De regreso al vestíbulo, el mestizo recostó la espalda contra una pared y aspiró un sinfín de bocanadas de aire. Hablar con su contraparte le robaba el aliento; era como si aquella entidad le absorbiera la vida. Debía tener cuidado.
Apartó esos pensamientos de su cabeza y marchó de regreso a la sala de espera, donde Rakso de seguro lo esperaba con alguna reprobatoria relacionada con sus botas sucias. Hizo una parada frente a una máquina expendedora de bocadillos y, para su suerte, ésta no lo timó. Necesitaba llenar la tripa con algo, y lo indicado era una de esas frituras que tanto odiaba su madre. Abrió la bolsita y siguió su camino, feliz de que su estómago volviera a recibir mimos. Un par de metros más adelante, arrugó el entrecejo al pasar junto a un segundo núcleo de sanitarios, le pareció algo raro, pues, no recordaba haberlo visto antes. Unos pasos después, otra máquina expendedora lo esperaba… y las mismas tiendas, todavía cerradas al público, se alzaban a su alrededor.
‹‹Que extraño››, pensó, al detenerse ante ella. Estaba seguro de que sólo había una en su ruta de ida.
De pronto, dos cosas lo hicieron retroceder: Uno, la máquina mostraba los mismos productos, en la misma posición; dos, el silencio que envolvía al pasillo. Se dio la vuelta, y los nervios no tardaron en presentarse al contemplar a los viajeros dormir, ya sea en las incomodas bancas metálicas o de pie, repantigados contra una pared.
Sin pensárselo dos veces, echó a correr. El ambiente se tornaba cada vez más pesado, y la sensación de que no estaba yendo a ningún sitio no paraba de picotear el cogote de Led. Una vez más, volvió a pasar frente a los baños, la máquina expendedora y las mismas tiendas. El patrón se repitió una y otra vez, hasta que Led se detuvo en seco.
‹‹¿Qué está pasando?››, se preguntó, obligándose a examinar el entorno.
Estaba dando vueltas en círculo, y no entendía la razón. Se preguntó si una de las habilidades de Rakso era la culpable, pero desechó la idea al instante, ya que aquello se sentía muy distinto, sin rastro de esa ira en particular.
Tragó en seco y se armó de valor.
—¿Hola? —llamó.
Se escuchó un estruendo a sus espaldas, como una enorme pisada. Led se dio la vuelta y el horror lo reclamó al contemplar la enorme figura que se alzaba ante él. La cabeza ovalada rozaba la extensa estructura metálica que sostenía al techo de la edificación, y, de ella, caía una sucia melena azabache; los cuernos parecían brotar del lugar donde debían estar sus orejas; los músculos invadían cada parte de su cuerpo y sus manos terminaban en gruesas garras que se asemejaban a un ramillete de espadas.
La criatura rugió y lanzó un zarpazo contra el mestizo, quien lo esquivó al rodar por el piso. Sin perder el tiempo, se incorporó y, con la mochila rebotándole en los omoplatos, echó a correr lejos del temible ser, que ya lo perseguía y arrojaba mandobles en su contra. Cada pisada despedía un estruendo, hacia vibrar la estructura del aeropuerto y equivalía a cinco zancadas de Led.
—¡Rakso! —aulló el joven por su ayuda, pero el demonio no daba ningún tipo de señal.
No importaba cuanto corriese, el demonio no dejaba de perseguirlo y Led volvía a llegar al punto de partida una y otra vez. Estaba atrapado, en cualquier momento su cuerpo se entregaría al cansancio y sería su fin.
*********************************************************************************************************
Por otro lado, Rakso corría en un segundo circuito sin fin, buscando la manera de escapar y llegar hasta su compañero. Podía escuchar los gritos de Led y el rugido de una poderosa criatura de las tinieblas, la cual conocía muy bien, sin embargo, no había rastro de ellos, ya que las dimensiones del aeropuerto habían sido distorsionadas para dar origen a dos circuitos.
Sin duda alguna, aquello era obra de Belzer, el demonio de la acidia.
*********************************************************************************************************
El demonio hizo descender sus garras, y Led esquivó el ataque en el último instante al arrojarse hacia un lado, entre una fila de bancas metálicas. La criatura pareció sonreír, y, de forma amenazante, avanzó hasta su presa.
Led retrocedía a rastras, mientras una risa maligna resonaba en el interior de su cabeza. Tal vez Rakso no estuviera para ayudarlo, pero Led no se encontraba del todo solo, su parte demoniaca permanecía con él a toda hora, dispuesto a ayudarlo en lo que necesitara.
‹‹Déjame ayudarte››, siseó en su cabeza.
La bestia rugió, y una vez más arremetió contra el mestizo. Podía esquivarla con facilidad gracias a la lentitud de sus movimientos, pero, ¿por cuánto tiempo podía seguir así? El agotamiento ya lo abrigaba.
La criatura se irguió y Led se arrastró hasta desaparecer de su campo visual tras un cartel informativo.
—Sólo dime como escapar de este lugar —suplicó Led.
‹‹Debes cortar el nexo››, contestó la otra voz, aquella que solía sujetar las cadenas de su parte demoniaca.
—¿El nexo?
‹‹Sí, la unión que mantiene funcionando este circuito››, explicó la voz del Led maligno.
‹‹Debes concentrarte, Led —dijo la segunda voz—. Siente las energías espirituales que te rodean››
Led se preguntó desde cuando aquellas dos entidades trabajaban juntas, pero se lo atribuyó al peligro que los amenazaba. Sí el moría, ellos sufrirían el mismo destino. Intereses personales, se recordó.
El mestizo cerró los ojos, y de inmediato, las chispas comenzaron a labrar en su piel, podía sentir el frío y el calor, la frustración de alguien atrapado y el miedo de una criatura al ser descubierta, la pena que ocasionaba la perdida, el fracaso y la devoción por satisfacer los caprichos de un rey. Abrió los ojos, y cientos de brillantes hilillos de todos los colores flotaban a su alrededor, algunos más rápidos que otros. Cada vez se le hacía más sencillo verlos.
‹‹Busca el nexo››, apremiaron ambas entidades a coro.
Los ojos de Led se desplazaban de un lado a otro, escrutando cada rincón de la estancia mientras huía de los ataques de su contrincante. Tropezó y cayó de bruces contra el piso, recibiendo los insultos de su parte demoniaca. Alzó la mirada, y sus ojos se abrieron como dos enormes platos al contemplar una brillante línea gris palpitando, junto a la máquina expendedora de bocadillos, a todo lo ancho del pasillo.
‹‹La encontraste››, advirtió la voz de las cadenas.
‹‹Córtala››, le ordenó la otra entidad.
—¿Cómo?
Led parpadeó, y distinguió que una especie de niebla se despendía del nexo, se dio la vuelta y observó que ésta flotaba directo a un enorme capullo de luz grisácea, a su lado, un segundo capullo violeta desprendía una cortina nebulosa sobre el demonio.
Al identificar las energías, comprendió la situación con una pequeña dosis de satisfacción.
—Lux —susurró.
De pronto, una imponente figura aterrizó ante él, irradiaba el fuego de la batalla por todo su cuerpo y parecía estar lista para despedazar a quien le hiciera frente. Su cabellera, larga y azul, se derramaba como una cascada, el traje de combate se ajustaba perfectamente a su cuerpo estilizado, y en cada mano portaba una especie de disco metálico con aspecto letal.
—Señálame el nexo, mestizo —Su voz era fría, como un tempano de hielo.
Led apuntó con su índice la línea que se extendía junto a la máquina expendedora. La mujer siguió la dirección y, con elegancia, arrojó uno de los chakram, el filo del arma giró sobre el nexo y lo rebanó como si se tratara de un suave vegetal. En segundos, el escenario se distorsionó hasta recuperar su forma original.
Rakso se materializó junto a Led, confuso ante los sucesos que ahora se desarrollaban ante él. Miró a la chica de cabellos azules y su cuerpo pareció convertirse en roca a causa de la impresión y los recuerdos.
‹‹¿Qué hace ella aquí?››, se preguntó.
Sobre los hombros de la criatura infernal, Lux y un sujeto con la piel de un marrón sedoso, observaban boquiabiertos, incrédulos ante la destrucción del hechizo.
—Imposible —masculló Belzer—. ¿Cómo…?
El chakram volvió a la mano enguantada de la misteriosa mujer. Acto seguido, tomó una posición ofensiva, cruzando sus armas a la altura del rostro.
—¡Exterminador! —bramó el demonio de la acidia—. ¡Acaba con ella!
Sin darle oportunidad al enemigo, la guerrera dio un salto y trazó una colosal ‹‹x›› en el cuerpo de la criatura, la cual despidió un chillido mientras retrocedía y caía hecha pedazos sobre el piso. Acto seguido, la mujer fijó su atención en los príncipes infernales y arrojó sus armas contra ellos.
Lux y Belzer las esquivaron con facilidad, pero la mujer sabía lo que hacía. Aprovechó la distracción para depositar sus manos en el suelo y erigir una peligrosa masa helada. Los picos se alzaron hacia el techo y, sin piedad alguna, atraparon a Lux, por su lado, Belzer consiguió evadirlos, no sin recibir alunas magulladuras de gravedad; su sangre, azul como la tinta de un bolígrafo, manchaba los enormes témpanos de hielo.
—Esto no se quedará así, traidora —Belzer sujetaba su brazo derecho, que había sido desgarrado en casi su totalidad. Un poco más, y tendría que despedirse de él. Luego miró a Led.
La mujer sonrió, y antes de lanzar un segundo ataque, Belzer desapareció en una espiral de fuego, dejando a Lux a su suerte.
Las armas volvieron a sus manos y, sin expresión alguna, fijó sus ojos azules ponzoñosos en Led, luego miró a Rakso, que la contemplaba furioso.
—Rakso —saludó ella.
—Blizzt.
Led volvió a mirar a la mujer, impresionado. Aquella noche en París, había presenciado como la mirada de Rakso se ensombrecía en cuanto Lux pronunció ese nombre. ¿Quién era esa mujer? Y ¿por qué afectaba tanto al demonio de la ira?
—¡Hola! ¿Se acuerdan de mí? —llamó Lux con una sonrisa nerviosa. Colgaba de cabeza, atrapada entre los picos de hielo—. ¿Alguien podría bajarme? Se lo agradecería mucho.
Sin siquiera ver al demonio de la lujuria, Blizzt agitó la mano y la chica cayó al piso, soltando un quejido a causa del dolor. Led se escabulló y corrió hasta ella en cuanto el hielo se evaporó.
—¿Estás bien? —le preguntó, ayudándola a ponerse de pie.
—No has cambiado en nada, hermanito —dijo Blizzt para romper el silencio. Guardó sus armas—. ¿Cómo va tu búsqueda?
—Eso no te importa, traidora. —contestó Rakso con los brazos cruzados sobre el pecho. Resultaba obvio el odio que sentía hacia su hermana.
—Acabo de salvar tu vida, y la de tu mestizo —le recordó el demonio de cabellera azul. Sus dedos trenzaban su cabellera en una coleta—. Un ‹‹gracias›› estaría bien.
—Alguien me puede explicar lo que está sucediendo —exigió saber Led.
Blizzt lo miraba de arriba abajo. Carecía de expresión, y Led la etiquetó como una mujer fría y calculadora; parecía de cuidado.
—Eccles nos ordenó a Belzer y a mí atacarlos —reveló Lux al avanzar hacia su gélida hermana con alegres saltitos—, así que contacté a Blizzt, le expliqué la situación y le pedí su ayuda para montar esta increíble escena de ilusiones —continuó, propinándole un cariñoso abrazo a la mujer—. Sinceramente, no pensé que fuera a aceptar.
—No me toques.
—Lo siento —se retrajo la chica, devolviéndole su espacio personal.
—¿Por qué no nos dijeron nada? —inquirió Rakso, molesto ante su exclusión en el plan.
—Porque eres un pésimo actor —se burló Lux.
—Y de seguro lo arruinarías todo —añadió Blizzt examinándose las uñas, azules como su cabello. Los cuernos del príncipe estallaron en llamas—. Deberías estar agradecido. Íbamos a Nueva York cuando Lux me contactó.
Rakso, al igual que un niño malcriado, apartó la mirada. Se sentía avergonzado, derrotado, por ser incapaz de ayudar en la batalla. Su ego había sido lastimado. A Led le causó un poco de gracia, pero decidió guardarse sus risas para no avivar el fuego de su compañero.
—Íbamos —repitió el demonio de la ira con curiosidad—. ¿Alguien más está viajando contigo?
—Creí que Lux te lo había dicho.
—Y lo hice —se apresuró a decir la mencionada en su defensa.
Blizzt suspiró.
—No eres el único que posee un mestizo bajo sus alas, Rakso —declaró la mujer, apretándose el puente de la nariz con el índice y el pulgar—. ¡Spencer! —llamó.
Detrás de la máquina expendedora, un muchacho de gruesas gafas apareció y se posicionó junto a Blizzt, evitaba hacer contacto visual con alguno de los presentes. Led lo reconoció al instante, se habían conocido en los baños, minutos antes de la puesta en escena de Lux y Blizzt.
—Su nombre es Spencer —declaró la mujer. En silencio, el chico extrajo una gabardina oscura de su mochila y ayudó al demonio a ponérsela—, y es mi medio hermano —concluyó, acomodando el cuello de su prenda de vestir.
La mandíbula de Rakso estuvo a punto de dislocarse por el impacto de aquella revelación. Otro mestizo que era hijo de los siete grandes, de los originales.
—¿Su padre es Leviatán?
—Sólo basta con mirarle los ojos.
Led y Rakso se inclinaron sobre el chico, que se mostraba nervioso ante el hecho de que lo observaran como si fuera una rata de laboratorio. Sus ojos, grandes bajo los cristales de sus gafas, eran de un azul tan oscuro como las aguas del ártico.
—Un placer conocerte, Spencer. Soy Led —se presentó el joven con absoluta amabilidad. Su intención era tranquilizar al otro mestizo y hacerlo sentir en confianza. Sus manos se estrecharon—. Nos vimos hace poco en los baños, ¿recuerdas?
El chico asintió.
—¿Qué edad tiene? —indagó Rakso.
Blizzt le dio un codazo a su mestizo para que contestara.
—Ca-catorce, señor.
—¿Señor? Cuanto respeto —advirtió el príncipe, irguiéndose en una posición digna—. Me gusta. No es como otros —concluyó, mirando a Led de forma despectiva.
Led puso los ojos en blanco.
—¿Cómo sabías qué hacer? —preguntó Rakso a Blizzt, curioso por saber cómo había descubierto la debilidad de Belzer—. Quiero decir, ¿cómo fue que destruiste los circuitos?
—Yo se lo dije —intervino Lux con una risita nerviosa—. Llevo toda mi vida espiándolos, así que conozco sus debilidades.
—¿Incluso la de Eccles? —preguntó Blizzt, con la esperanza surcando su rostro.
La chica negó con la cabeza. Conocía las debilidades de todos sus hermanos, debido a que cada uno de ellos había sido confinado, al menos una vez, a las prisiones del miedo de Eccles. Podía verlos luchar contra sus miedos desde el exterior y como sus habilidades eran derrotadas una y otra vez.
Blizzt pareció decepcionada ante la negativa, aunque ninguno de ellos pudo notarlo.
—Debo irme —anunció Lux de pronto. Debía cuidar las apariencias ante Eccles si deseaba mantenerse como la informante de Rakso y Blizzt—. Ya ha pasado mucho tiempo y en cualquier momento Belzer y Eccles se preguntarán por mi paradero.
Blizzt asintió en silencio, y esa fue la señal que Lux necesitó para retroceder y desaparecer en una llamarada.
*********************************************************************************************************
Una vez dentro de la cabina de pasajeros, y que el avión se encontrara atravesando los cielos en un silencioso ronroneo, Led se volvió y contempló a Spencer dormir bajo el brazo protector de su media hermana, que también dormía como una roca. Quería imitarlos, pero sus preguntas sobre Blizzt no paraban de atosigarlo, además, quería hablar con Spencer e indagar sobre su padre y si, al igual que él, se veía inmerso en esos viajes astrales que lo conducían a las prisiones del Seol y su contraparte demoniaca.
Aquello tendría que esperar, pues, su conversación con Spencer debía ser en privado, no obstante, había alguien que sí podía aclarar sus dudas con respecto a Blizzt. Nuevamente, se acomodó en su asiento y miró a Rakso abrir una bolsita de maníes y engullir su contenido como una víbora hambrienta; las migajas caían como una delicada lluvia sobre su regazo y el cuarzo que le colgaba del cuello, el amuleto que Lux les había proporcionado para cambiar de aspecto y tomar el lugar de otro viajero. En aquella oportunidad, Led y Rakso portaban el rostro de dos jóvenes empresarios.
Mientras ellos viajaban a Los Ángeles para su tercer encuentro, el otro equipo aprovechaba la oportunidad para cumplir una petición. Spencer le había pedido a su hermana que lo llevara a esa ciudad con la intención de visitar a alguien muy importante para él, después de eso, partirían a Nueva York en busca de la última habilidad. Blizzt parecía una mujer dura, sin sentimientos, pero resultaba obvio que sentía cariño por su medio hermano, sólo bastaba con verlos dormir juntos, y el hecho de que aceptara su petición sin poner peros.
Volvió la mirada otra vez a Rakso, esta vez, de forma desdeñosa, y el príncipe pudo notarlo. En su mente, Led enumeraba todos los momentos egoístas que su compañero había sacado a flote desde su primer encuentro. Tenía que aceptarlo: Rakso era el peor compañero de la vida.
—¿Qué? —inquirió él. Había abierto una segunda bolsita de maníes.
—¿Quieres hablarme de Blizzt?
—La verdad es que no —contestó, atorando el contenido de la bolsita en su boca.
—Deja que reformule mi petición —Hizo una pequeña pausa—. Necesito que me hables sobre Blizzt. ¿Quién es ella y porque te afecta tanto?
Rakso se reclinó en el espaldar del asiento. Sus ojos, rojos como la sangre, la pasión, la fuerza y el peligro, se trabaron con los azules celestiales de Led. Ver aquellos ojos le transmitían un poco de serenidad, confianza y algo de melancolía.
Las mejillas del mestizo se encendieron como un trozo de carbón.
La mano del demonio tembló, deseaba acariciar el rostro de Led y susurrarle que estaba haciendo un gran trabajo, pero luego apartó esos pensamientos y petrificó su brazo; aquello no era digno de un príncipe infernal y sabía que esas emociones no le pertenecían, pues, algo en el mestizo lo inducía a sentir aquello.
Nada de eso tenía sentido, era imposible que un demonio fuera capaz de provocar aquellos sentimientos, salvo que…
‹‹¿Quién eres, mestizo?››, esa pregunta no paraba de repetirse en su cabeza.
Carraspeó, y clavó sus ojos en el asiento de enfrente, donde una anciana no paraba de roncar y balbucear algo sobre un emparedado.
—Blizzt es el demonio de la envidia —comenzó, trazando círculos invisibles sobre su reposabrazos—. Ella fue el demonio con quien me alié para derrocar a Eccles. Me abandonó, me dejó a merced de él y que me pudriera en una prisión del miedo —Sus puños se cerraron con fuerza—. Es un lugar horrible, y ella lo sabía… Como dijo Lux, todos hemos sido confinados en esas prisiones al menos una vez.
—¿Qué hay de Lux? —preguntó, deteniendo los trazados de su compañero—. Cuando la conocí, parecía arrepentida por algo del pasado y está dispuesta a enmendarlo. Acaso… ¿Ella también te abandonó?
Rakso negó con la cabeza.
—Ella nos advirtió que nuestra insurgencia era una mala idea —declaró. Su mirada estaba hundida en la del mestizo—, y no le hicimos caso. Se siente culpable, porque no hizo nada para ayudarme cuando Eccles me volvió su prisionero. No la culpo —agregó con un encogimiento de hombros—. Actuó bien. Si me hubiese ayudado, habría sido peor para ella.
—¿Por qué? —inquirió, cuando una elegante azafata se habría paso por el pasillo que dividía las durmientes filas de asientos.
—Lux era el conejillo de indias de Eccles. La usaba para experimentar con sus prisiones del miedo, así que la encerraba por lo menos cinco veces al día. Imagina enfrentarte a tus peores miedos todos los días de tu vida.
—Eso explica su forma de ser —comprendió Led con amargura. No conocía a Eccles, pero ya comenzaba a odiarlo y a imaginar formas de torturarlo—. Ella siempre está riendo y busca cualquier excusa para animarse…
—Lux es fuerte, mestizo. Mucho más de lo que aparenta.
*********************************************************************************************************
—Así que fallaron —resumió Eccles, mirando a Lux y Belzer con desdén desde la comodidad del trono. Las llamas crepitaban y proyectaban un siniestro juego de luces y sombras en aquella estancia cercada por gruesas columnas de piedra negra. Las ventanas vibraban a causa del viento que soplaba fuera del palacio—. Sólo les pedí una tarea, y no pudieron con ella.
—No contábamos con la intervención de Blizzt, mi rey —se defendió Belzer, de rodillas y con la mirada gacha.
—Destruyó a El Exterminador de un sólo golpe —añadió Lux en la misma posición que su hermano—. No cabe duda, su poder ha incrementado.
—Si Blizzt está viva, entonces El Exterminador nos traicionó —observó Eccles. Los cuernos, envueltos en un fuego que amenazaba con estallar, comenzaban a brotar de su frente.
—Todos sabemos que él le rinde obediencia al mejor postor. Tal vez, Blizzt le pagó para que la dejara en paz —aventuró Belzer, sin dejar de observar el polvoriento piso de piedra.
—Es posible, ya que las arcas de Anro están vacías —meditó Eccles. Tomó una bocanada de aire y cambió su posición en el trono—. Dejémoslos en paz —dijo finalmente, captando la mirada sorpresiva de sus hermanos—. Lo mejor será que nos enfoquemos en el Tercer Cielo, necesitamos ganar más terreno en esta batalla.
—Pero eso les dejará el camino libre a los traidores, mi rey —le recordó Belzer. Bajó la cabeza en cuanto el usurpador del trono lo fulminó con la mirada. Por otra parte, Lux lidiaba con mantener en control sus temblores.
—¿Algo más que deba saber? —apremió el rey.
Belzer asintió.
—El humano acompaña a Rakso en su viaje. Y… no es del todo humano.
—¿Qué quieres decir? —Eccles volvió a cambiar su posición en el trono. Parecía más interesado.
—E-es un mestizo, mi rey —respondió Lux, sin atreverse a mirar al usurpador.
—Es… es ese mestizo —añadió Belzer, captando la sorpresa de los otros dos.
Eccles aspiró profundo y recostó el cuerpo en el espaldar del trono. Sus dedos jugueteaban con la tela de su gabardina negra.
—Permitámosles que recuperen sus habilidades y vengan hacia nosotros —Su mirada se ensombreció, y una sonrisa repleta de crueldad se abrió en sus labios—. Cuando lo hagan, yo mismo me encargaré de ellos —concluyó, erigiendo tres pequeñas esferas de oscuridad entre sus dedos.