Capítulo 2: Una anfitriona preocupada
Parte 1
La pequeña tienda parecía muy calmada y silenciosa. En esta, como se espera de una farmacia o más específicamente de una botica, al entrar, los complejos olores a hierbas te envuelven al cruzar la puerta. Estanterías repletas de frascos y recipientes de cerámica, cada uno etiquetado específicamente con el nombre del contenido del recipiente. Cada uno con hierbas y aceites de los más comunes hasta las pocas conocidas.Una anfitriona de un presumible aspecto juvenil estaba tranquilamente sentada en el suelo con una apariencia intranquila, pocas cosas podía hacer, así que solo se limitaba a observar el rostro cansado de Alejandro, mientras acariciaba su cabeza, como si de un niño pequeño se tratara.—No sabes cuánto me gustaría ayudarte —murmuró, con una tristeza evidente, su voz es casi inaudible—. Debe ser muy duro para ti.Esa sensación de dolor en el pecho, por la impotencia de no poder hacer nada, la consumía por completo. En un ligero movimiento de buscar ese dolor con sus propias manos, noto aquellos desperados latidos de su corazón, eran comparables a los de una persona que acaba de correr una larga distancia. —¡No puede ser cierto! —no pudo dejar escapar su respiración agitada —. Concéntrate, tienes que concentrarte ¿Por qué ahora? Nunca había sentido una conexión tan fuerte con un paciente.Respiro y exhalo una y otra vez, intentando calmarme. Bajo la mirada y apoyo sus manos en sus piernas.—¿Qué es lo que puedo hacer para ayudarlo? Piensa. Cerró los ojos por un momento, buscando en su interior alguna solución, alguna forma de revertir lo inevitable. Pero lo que encontró fue aún más aterrador: una visión, clara y brutal. Observo el futuro de Alejandro. Vio cómo su vida terminaba a manos de Elsa Santillán III, en una muerte tan cruel y despiadada que su corazón se encogió de horror. En la visión, Elsa alcanzaba la gloria que tanto anhelaba, mientras Alejandro perecía bajo su mano implacable.Un temblor recorrió su cuerpo, pero no era solo el frío de la tienda lo que la invadía. Era el frío del destino mismo. ¿Cómo puede ser el destino tan cruel?, se preguntaba una y otra vez, pero no había respuesta. Por más que buscaba, el futuro siempre volvía al mismo desenlace. No había salida, no había posibilidad de cambio. Moriría a manos de Elsa... o tras su muerte, el resultado sería el mismo. Un ciclo cerrado, irrompible.Sus manos comenzaron a temblar mientras seguía acariciando la cabeza de Alejandro, intentando mantener la calma. Pero por más que lo intentaba, las lágrimas comenzaron a inundar sus ojos. Cerró los párpados con fuerza, tratando de contenerlas, pero las lágrimas caían de manera incontrolable por su rostro. Era injusto. Alejandro, quien solo había buscado una vida tranquila, estaba atrapado en un destino que lo condenaba desde todos los ángulos.Suspiro, se había rendido, después de tanto buscar desesperadamente se preguntó así misma si el futuro anhelado, ¿existió realmente?, siempre lograba encontrarlo, pero este no era el caso.—¡Lo siento! —sollozó, con la voz quebrada—. ¡Lo siento tanto! Solo puedo verte sufrir... y aunque lo desee con todo mi corazón, no puedo ayudarte. No puedo hacer nada...Su llanto resonó por toda la tienda, cada lágrima la despojaba de aquel dolor en su pecho.*
En otro lugar, uno donde la oscuridad reinaba absoluta, Alejandro flotaba, perdido en un vacío sin fin. Aquí, los sentidos parecían haberse desvanecido. No había calor, no había frío, no había tiempo. Solo un vacío eterno.¿Qué sentía? Ni él mismo lo sabía. Quizás dolor, o tal vez angustia. ¿Confusión? Todas esas emociones eran válidas, pero en este momento lo único que podía percibir era una extraña neutralidad. Como si el vacío lo hubiera consumido por completo.—No lo puedo creer —dijo, y su propia voz resonó en la nada, como un eco lejano—. Ja, ja, ja... —la risa que siguió fue amarga y hueca—. Sí que es gracioso. Mi destino cuelga de las manos de una dictadora.Se abrió de pies y manos como si de una estrella se tratara. Su expresión neutral nunca cambio; sin embargo, fingía una risa demasiado creíble.—Ja, ja, y pensar que al final de mi camino siempre dese una vida sencilla y ordinaria —con nostalgia en su voz —Me hubiera gustado que tras retirarme como guerrero… Pudiera convertirme en un amo de casa…En respuesta, el vacío continuo siempre silencioso.—Qué estúpido sueño... Mi padre estaría decepcionado de mí.Seguía soltando palabras al aire, sin esperar respuesta, simplemente para llenar el vacío que lo rodeaba. Tal vez una defensa contra la soledad que sentía. Y cuanto más hablaba, más se daba cuenta de lo absurdas que eran sus palabras. Era como si, al pronunciar esas pequeñas verdades, se enfrentara a la cruel realidad de su vida.—Debería haberme casado con aquella chica... a la que le gustaba tanto —continuó, con una risa amarga—. Pero no... en lugar de eso, me dediqué a entrenar, a luchar, y ahora, a mis treinta años, sigo aquí... solo, sin nadie a mi lado.El silencio parecía absorber sus palabras, tragándoselas como si jamás hubieran sido pronunciadas. Alejandro se quedó quieto un momento, flotando en la nada. Quizás estaba volviéndose loco. Tal vez el destino tan sombrío que le aguardaba estaba jugando con su mente, arrastrándolo lentamente hacia la desesperación.—¡Ja, ja, ja, ja!Tras aquellas risas vacías, una idea paso por su mente.—Supongo que... si mi final es tan malo, debería terminarlo yo mismo. Al menos, que no sea doloroso...Pero la oscuridad lo interrumpió antes de que pudiera terminar su pensamiento. Un sonido. Un llanto.Un llanto que lo sacudió desde lo más profundo de su ser.—¡Lo siento! —la voz de la anfitriona resonaba en la oscuridad, y aunque sonaba distante, era tan clara como si estuviera justo a su lado.Alejandro extendió una mano hacia la nada, buscando aquella voz, buscando algo a lo que aferrarse. Algo que lo trajera de vuelta. Esa cosa que lo sacara de esos pensamientos.—Mamá... no llores... —murmuró, casi sin darse cuenta—. Aunque papá se haya ido, yo... yo estaré aquí contigo.El eco de sus propias palabras lo devolvió a la realidad de su propia soledad. En ese vacío oscuro, solo quedaba él y el eco de una vida que parecía haberse desvanecido demasiado pronto.Parte 2El eco de sus propias palabras aún resonaba en el vacío oscuro cuando todo cambió. Poco a poco, el peso de la oscuridad que lo rodeaba comenzó a desvanecerse. El murmullo del mundo real, tan lejano y ajeno durante su ensoñación, regresaba a él. La sensación de estar perdido en un abismo eterno se disipaba, reemplazada por el familiar crujido de la madera y el suave aroma de las hierbas que llenaban la pequeña tienda.Alejandro abrió los ojos lentamente, todavía sintiendo la presión del vacío en su pecho. Allí estaba, de nuevo, en el regazo de la anfitriona. Su rostro seguía tan tranquilo como antes, pero sus ojos reflejaban una preocupación profunda.El silencio se volvió incómodo, ambos sumidos en sus propios pensamientos. Ninguno parecía saber qué decir en un momento como este. La tensión seguía palpable, flotando en el aire, hasta que la anfitriona decidió romperla.—Pequeño… ¿Te gustaría ir a dar un paseo? —su voz era suave, con una leve inquietud, pero trataba de sonar natural—. Es la primera vez que estás aquí, ¿no?Alejandro frunció el ceño, una pequeña expresión de disgusto asomando en su rostro.—Sabes, ya tengo 30 años. No soy ningún "pequeño" —respondió, con una mueca de enfado visible.El reproche de Alejandro fue contestado con una risa ligera y espontánea. La anfitriona cubrió su boca con las manos, como si intentara contener la risa, pero sus ojos brillaban con una chispa que Alejandro no recordaba haber visto en todo el tiempo que llevaba en la tienda.El dolor que ambos sentían, desaparecía de una manera lenta tras cada intercambio de palabras.—¿Qué es tan gracioso? —preguntó, algo desconcertado y molesto al mismo tiempo.Ella negó con la cabeza, pero no pudo evitar que una risa más suave se escapara de sus labios. Una calidez inesperada parecía surgir entre estos dos. Alejandro no sabía si se trataba de una trampa o si simplemente era parte del encanto de la anfitriona.—No es nada —respondió ella, aunque aún había un rastro de risa en su voz—. Es solo que, a mis ojos, sigues siendo un niño pequeño.Alejandro bufó, pero no pudo evitar que la expresión de enfado se suavizara. ¿Cómo es posible que, después de todo lo que había pasado, alguien pudiera hacerle sentir tan... normal? A pesar de la molestia, había algo en aquella situación que le resultaba extrañamente reconfortante. Tal vez, pensó, un paseo por aquella ciudad, un lugar tan ajeno a todo lo que conocía, no sería tan mala idea.Se levantó lentamente, su cuerpo aun pesando por el cansancio. La anfitriona lo observaba en silencio, con una sonrisa leve en el rostro, como si esperara pacientemente que él aceptara su oferta. Alejandro miró a su alrededor, recordando por un momento dónde estaba. Esta no era una ciudad cualquiera.Afuera, más allá de las paredes de la tienda, se extendía un lugar que apenas había comenzado a entender. Era la ciudad bendecida "Tlalocan" donde se veneraba el asombroso dios Tlaloc, el dios de la lluvia y de los truenos.—Está bien —dijo, finalmente, soltando un leve suspiro—. Vamos a dar ese paseo. Pero no me llames pequeño, ¡me llamo Alejandro, quedo claro!—Claro pequeño. ¡Ups! Lo siento, Alejandro. Hmm, creo que no me presenté. Mi nombre es Citlalli —dijo, con una sonrisa.Solamente sonrió, resignado a pelear, la forma en la que lo decía la hacía ver muy encantadora. Aunque intrigado por su nombre, Alejandro levantó una ceja. —¿Citlalli? Creo haber escuchado, sobre el antes, si no me equivoco significa estrella.—Exactamente, parece que eres un pequeño conocedor. Aunque no diría que siempre estoy a la altura del nombre —respondió, con una risa ligera—. Pero puedo intentarlo, si eso significa ayudarte.Después de su ligera charla, Alejandro, esperaba afuera de la tienda, al parecer ella le había dicho que esperara afuera en lo que se daba un baño y se cambiaba de atuendo.Su corazón no pudo evitar palpitar al máximo, después de todo era una belleza, incluso con el atuendo que llevaba puesto, como se vería ahora. —Perdón por hacerte esperar —dijo Citlalli con una voz suave que parecía vibrar en el aire.Alejandro abrió los ojos y, por un instante, se quedó sin aliento.Allí estaba ella, con una belleza que lo desarmaba. Pero lo que más captó su atención fue su vestimenta: un fino vestido resplandeciente bajo la luz tenue de la ciudad. El vestido, bordado con hilos dorados y verdes, contrastaba perfectamente con las flores rojas que adornaban la falda, una obra de arte hecha tela que se movía con gracia mientras ella caminaba. La blusa blanca, adornada con encaje, resaltaba la delicadeza de su cuello y clavículas, mientras que el rebozo que llevaba sobre los hombros parecía ondear suavemente al ritmo del viento.Alejandro había visto muchas cosas en su vida, pero nunca había visto algo así. La elegancia y el porte de la anfitriona, envuelta en esa vestimenta tradicional, la hacían parecer una aparición, una mezcla de lo terrenal y lo divino.Era belleza pura, pensó. No solo por el esplendor del vestido, sino por la manera en que ella lo llevaba, con una tranquilidad que hacía que todo alrededor pareciera detenerse. Alejandro no pudo evitar sentirse hipnotizado, como si la visión de ella fuera lo único que importara en ese momento.Citlalli sonrió, con una calma casi mística, como si entendiera exactamente el efecto que había causado en él.—¿Vamos? —preguntó, su voz suave, pero firme, como si la pregunta no necesitara respuesta.