Capítulo 3: Un lugar fantástico
Parte 1
Las calles estaban muy concurridas. En el próspero Tlalocan los murmullos constantes de voces se mezclan de manera armoniosa con el sonido del agua fluyendo por pequeños canales que cruzaban la ciudad. Los edificios, construidos con piedra y madera adornada, parecían antiguos, pero bien cuidados, como si el tiempo no hubiera tocado este lugar. Sobre ellos, flores de colores imposibles colgaban de enredaderas que se movían al compás del viento.
A lo lejos, Alejandro divisó un tren que al igual que una serpiente envolvió a todo Tlalocan entre las colinas, conectando el gran cerro con el mundo exterior. Sin embargo, aquí todo parecía ajeno a esa modernidad. Las vestimentas de los habitantes, prendas visiblemente artesanales, destacando los hermosos huipiles de las mujeres, los cuales relucían bajo la luz del sol. Pero había algo extraño que Alejandro lo inquietaba.
Se detuvo en seco, sus ojos recorriendo la multitud que se movía a su alrededor. Una extraña presencia lo inquietaba, no era una presencia mala, más bien era algo ¡Mágico! Había observado cada rincón de la ciudad durante su caminata, y fue entonces que lo vio, al causante de esa inquietud, en el centro de la ciudad, donde todos lo pueden ver.
He ahí una figura gigantesca se alzaba por encima de todo, robándole el aliento, su forma y su tamaño es comparable al edificio más alto. Un árbol colosal, con raíces que parecían entrelazarse con el suelo de piedra, extendía su sombra como un abrazo protector sobre gran parte de la ciudad. Al mirar su tronco, rugoso y ancho como una torre, se volvía más imponente de lo que ya es. A su alrededor se formaba un círculo cubierto por musgo y pequeñas flores que crecían entre las grietas. Sus ramas, fuertes y retorcidas, se alzaban hacia el cielo, como si intentaran tocarlo.
La palabra impresionante es lo que piensas al instante en que lo ves. Es casi imposible que lo pases por alto, al final de cuentas en cualquier momento, acabara robando toda tu atención en segundos.
—¡Es realmente increíble! —alzo su vista para observar mejor —, Citlalli, ¿podemos sentarnos un momento?
Apenas puedo mantenerme de pie —pensó mientras sus apenas visibles manos temblaban.
Asintió con una leve sonrisa, Alejandro apenas y podía apartar la vista, Citlalli con una clara preocupación de que se termine cayendo, lo guía hacia un banco cercano.
—¡Es hermoso!, ¿esto es real?
Lo miro de arriba abajo de ambos lados y aun después de mirarlo repetidas veces no podía creer que esto fuera real, tal vez estaba soñando, pensaba, pero si esto era real, no podía, no, más bien no hallaba respuestas humanas para describirlo.
Citlalli con dos bebidas se acerca a donde, está sentado Alejandro. Pero este hundido en sus pensamientos, no nota su presencia —Cielos parece un niño —Acerco una de las bebidas hacía la mejilla de él.
Sin aún prestar atención a su voz, el frío repentino en su mejilla lo saca abruptamente de su mundo.
—Este es para ti —estira su mano ofreciendo un vaso de agua de sabor —No se dé cuál te gusta, así que te compre esta coco horchata.
—Muchas gracias.
Un silencio momentáneo los invadió, Alejandro simplemente se limitaba a ver aquel árbol mientras bebía de su bebida, hasta que algo capto su atención.
Gran parte de habitantes se detenía a dejar una ofrenda en forma de respeto. A lo que podía observar Alejandro, las ofrendas eran compuestas de frutas, bebidas de contenido desconocido, comida que parece ser típica de este lugar como; pozole, mole de olla, tamales, entre otras cosas.
Citlalli lo miró con curiosidad. Sus orejas puntiagudas parecían temblar levemente bajo la luz del día. Al mismo tiempo, mientras se sentaba, observo junto a Alejandro el árbol.
Alejandro no podía apartar la vista del árbol. Había algo en él, un brillo que era encantador. Tragó saliva, intentando procesar la magnitud de lo que estaba viendo.
—¿De dónde viene? —preguntó finalmente, sin apartar la mirada.
Citlalli sonrió, siguiendo su línea de visión. —¿El símbolo de la ciudad de Tlalocan? Me contaron que ese árbol apareció sin más encima del antiguo templo de Tlaloc.
—¿Encima? —Alejandro parpadeó, confundido.
Se llevó el vaso a los labios, pero apenas sintió el sabor de la horchata. Su mente estaba fija en las raíces
A sus ojos, Alejandro parecía un niño ansioso por saber. Un pequeño emocionado por una historia de sus padres. Sonrió levemente ante su reacción
—¿Te interesa? —dijo mientras acariciaba su cabeza.
Agacho la cabeza y la volteo a ver algo confundido, aunque este gesto de parte de ella no le molestaba.
—Supongo que es algo inevitable.
—Dime algo, desde que llegaste, no has notado algo en toda la ciudad, como si faltara algo.
Observo su entorno antes de contestar, las casas, aunque fueran algo que no ves todos los días, no parecían fuera de lugar y ¿qué hay del tren? No, tampoco aunque su tamaño fuera mayor de lo común, no podría ser eso, entonces solo quedaba una cosa.
—Podría ser que sea que solo hay elfos y no hay ningún humano.
Su expresión cambio a una de nostalgia, al parecer había acertado o al menos eso parecía ser.
—¡Eso es correcto!, sabes hace quinientos años, los elfos vivían en el Gran Bosque —comenzó Citlalli, su voz bajando como si hablara de un recuerdo distante—. Era un lugar lleno de vida. Los árboles eran tan altos que parecían tocar el cielo, y el canto de los ríos nunca cesaba. Pero un día, el bosque comenzó a morir.
Alejandro la miró fijamente, incapaz de interrumpirla.
—Las hojas cayeron, los ríos se secaron y la tierra se agrietó como si el corazón del bosque se hubiera roto. Poco a poco, nuestra gente comenzó a perecer. Cada día que pasaba, más de nosotros morían de hambre o sed. Pensamos lo peor, quizás los dioses nos habían abandonado, pero cuando creíamos que todo estaba perdido, fue entonces cuando nuestro líder tuvo un sueño.
Citlalli hizo una pausa, sus ojos reflejando una mezcla de respeto y dolor.
—En su sueño, un hombre que brillaba como el agua bajo el sol apareció ante él. Era Tlaloc. Le dijo que su propio templo había sido abandonado por los humanos, quienes lo habían saqueado y burlado de su poder. Pero él no estaba listo para rendirse. Ofreció salvarnos a cambio de que lo veneráramos y mantuviéramos su templo como el lugar sagrado que es.
Alejandro sintió un escalofrío recorrerle la espalda. —¿Entonces Tlaloc… apareció de verdad? Un Dios… Según lo que había escuchado, los dioses estaban inactivos desde hace más de mil años —pensó
—¿Y qué fue lo que hicieron?
Se llevó la mano al pecho y miro hacia el árbol con melancolía, después de todo lo que sucedió Tlaloc les dio un lugar al cual llamar hogar.
—Aceptamos. Nos mudamos a esta tierra y restauramos a Tlalocan. Hicimos ofrendas, lo adoramos, y la lluvia volvió. —Señaló el árbol gigante—. Y cuando su templo fue restaurado, ese árbol creció sobre él, algunas personas dicen que lo dejo Tlaloc como un recordatorio eterno de nuestra promesa.
Parte 2
El atardecer empezó a cubrir lentamente toda la ciudad, una brisa agradable circulaba cerca del banco, el relajante sonido del tren, sin lugar a dudas, es una ciudad verdaderamente mágica. Alejandro suspiró mientras observaba hacia la nada.
—Una buena vista, excelente brisa. Y no olvidemos la maravillosa historia, que más podría pedir un viejo como yo.
—Creo que entiendo tu sentimiento.
El atardecer había caído, esta vez ya no era un simple atardecer, el centro de la ciudad, algo captaba la atención de todos los presentes de forma extraña y misteriosa, brillando más que el mismo árbol, si se le tuviera que describir con una palabra sería una estrella que iluminaba este atardecer.
La causante de esto, una mujer bella, sus ojos; una simple mirada de ellos te hace pensar en el té verde marrón, no es simplemente porque es el mismo tono de color, aquellos hermosos ojos color marrón son firmes, pero al mismo tiempo caes atrapado por ellos. Su cabello color verde opacaba las hojas de aquel árbol. Parecía injusto para aquel árbol, ¿injusto? No, no es así, esto era un regalo, si así es, su presencia es un regalo para este pequeño árbol inútil.