Después de que Daniel terminara su relato, ambos se quedaron en silencio por un momento. Luego, Nova soltó una risa baja, que rápidamente fue seguida por Daniel. La tensión que había entre ellos se disipó un poco con la risa compartida, aunque el aire seguía cargado con el peso de sus pasados y sus ambiciones oscuras.
—Supongo que no somos tan diferentes después de todo —dijo Nova, su tono ligeramente irónico mientras se acomodaba en la silla.
—No, no lo somos —respondió Daniel, con una sonrisa torcida.
Ambos decidieron concentrarse en la tarea inmediata que tenían entre manos: planificar cómo transportar la "mercancía" sin ser descubiertos. Había mucho en juego, y sabían que cualquier error podría ser catastrófico.
Mientras discutían los detalles, en las sombras, Alqatil los observaba en silencio. Su mirada era penetrante, y su mente trabajaba rápidamente, analizando cada palabra, cada gesto de los dos hombres.
"—Sé cómo son los científicos —pensó Alqatil, sus ojos brillando con una mezcla de desconfianza y cálculo—. Como los magos en la ficción, siempre buscan el mayor conocimiento sin importar las consecuencias. No son de confianza."
Alqatil sabía que debía mantener un ojo vigilante sobre Daniel. Su sed de conocimiento y su falta de escrúpulos lo convertían en una posible amenaza. Nova, por otro lado, parecía un poco más fiable, pero no lo suficiente como para bajar la guardia.
"—Tendré un ojo puesto sobre ellos —decidió Alqatil—. No permitiré que sus ambiciones pongan en peligro mi plan."
Con ese pensamiento, se deslizó aún más en las sombras, observando y esperando, listo para intervenir si fuera necesario. La confianza era un lujo que no podía permitirse, y en ese mundo de oscuridad y poder, la vigilancia era su arma más valiosa.
la compañía de Lyra y Sidra. Alqatil, lejos de la turbulencia externa, parecía sumergirse cada vez más en sus propios pensamientos, buscando la paz que tanto anhelaba. Pero esa paz parecía siempre eludirlo, especialmente cuando se encontraba frente al obstáculo final en su cultivación: el 100% del Templado del Cuerpo.
Estaba meditando junto a un río en el bosque, el sonido del agua suavemente deslizándose sobre las piedras ayudaba a calmar su mente. A pesar de ese aparente estado de serenidad, sus pensamientos seguían siendo como las corrientes del río: dispersos, incontrolables.
Las imágenes de su infancia, aunque fugaces, volvían a su mente. Momentos de alegría, de juegos y risas, pero también las sombras de la tristeza que los acompañaban. ¿Por qué era tan difícil avanzar? Había dedicado tanto tiempo a intentar olvidar el dolor, pero aún sentía que algo lo retenía. Estaba atrapado en un círculo, sin saber cómo romperlo.
Fue entonces cuando una energía especial comenzó a envolverlo, una presencia que parecía estar sincronizada con el entorno. El bosque, el viento, el agua… todo parecía respirando al unísono con él. Los susurros de las hojas y el murmullo del viento le traían una sensación de calma, pero también la presión de que algo se acercaba.
[Felicidades, anfitrión. Has alcanzado el 99% en el Templado del Cuerpo.]
Alqatil se quedó quieto, observando las palabras flotando en su mente. Un sentimiento extraño lo invadió: orgullo, sí, pero también una creciente ansiedad. Había trabajado tanto para llegar hasta allí, pero esa meta final seguía estando fuera de su alcance.
[Ah, claro, ¡un 99%! ¡Qué logro impresionante! Como llenar una coladera con agua con tanto esfuerzo. Pero hey, un paso más y ya lo tienes, campeón.]
El sarcasmo del sistema era palpable, aunque no tan punzante como la burla de antaño. Aun así, Alqatil apretó los dientes ante el tono, reconociendo que, por alguna razón, esas palabras lograban afectarlo.
[Solo falta una cosita más… enfrenta uno de tus demonios del corazón. ¿Te atreves?]
La propuesta quedó suspendida en el aire, la voz del sistema ligeramente burlona, como si Alqatil no tuviera más opción que aceptar. ¿Temor? Claro, lo sentía, pero también una determinación fría. Sabía que este era el único camino para superar lo que lo atormentaba, para finalmente dar ese paso hacia su objetivo.
—Sí, lo haré —respondió, con una firmeza que no dejaba espacio para dudas, aunque su interior temblaba al enfrentar lo que se le venía.
La luz a su alrededor se intensificó, las hojas se agitaron de manera peculiar, y el viento susurró como si deseara que el momento llegara, que el enfrentamiento fuera inminente.
La voz del sistema resonó una vez más, esta vez con una claridad fría y desafiante.
[Enfrentamiento contra demonio del corazón debilitado: Traición.]
En ese instante, todo a su alrededor se desvaneció. La serenidad del bosque, el sonido del agua, todo desapareció en un segundo. Un vacío insondable lo envolvió. La oscuridad se apoderó de su mente de manera tan abrumadora que ni siquiera sus propios pensamientos lograban atravesarla. El silencio era absoluto, denso, pesado como una carga imposible de llevar.
El espacio se cerró sobre sí mismo, un abismo que parecía consumirlo, engulléndolo sin tregua. Pero luego, algo emergió de las sombras: una sonrisa. Al principio, solo una línea curva, casi invisible. Pero pronto se amplió, una mueca siniestra que comenzó a abrirse, como si un ser oscuro estuviera dispuesto a devorar todo lo que se encontraba en su camino.
La sonrisa se agrandó aún más, deformándose, extendiéndose por todo el vacío, hasta que se tragó por completo cada fragmento de la realidad que lo rodeaba. Todo, incluso su conciencia, fue absorbido en esa boca interminable, un voraz devorar de todo lo que Alqatil había sido.
Y entonces, como si nada hubiera ocurrido, todo se detuvo. La oscuridad se desvaneció, y la escena cambió.
Alqatil apareció de repente en una casa sencilla, sentado tranquilamente. No había rastro del abismo que había experimentado, ni de la sonrisa oscura que lo había devorado. Estaba solo, inmóvil, y en sus ojos brillaba una extraña calma. Como si nada hubiera sucedido, o tal vez como si todo hubiera cambiado para siempre. El silencio en la habitación era profundo, pero ahora lo abrazaba, no lo consumía.
La casa seguía en silencio, pero Alqatil sabía que algo no estaba bien. A pesar de la calma aparente, una presión creciente comenzó a formarse en su pecho. Sus ojos se posaron en la cuerda que tenía en la mano, una simple soga, pero para él representaba mucho más. El gancho colgado del techo la esperaba, y su cuerpo comenzó a moverse hacia él, como si tuviera vida propia.
—No… —pensó Alqatil, intentando calmarse, pero su mente ya estaba en caos. Las imágenes del enfrentamiento, el demonio del corazón y esa sonrisa que lo había devorado, todo eso comenzaba a hacerse eco dentro de él.
Intentó frenar, controlarse, pero su voluntad parecía desvanecerse. Cada intento por detenerse solo lo hacía avanzar más rápido, como si una fuerza invisible lo empujara hacia el inevitable destino que el gancho representaba.
Las manos temblaban mientras se acercaba al gancho, su respiración se hacía más pesada, más errática. No importaba cuánto intentara resistirse, su cuerpo ya se había alistado, preparado, como si conociera el camino por el que estaba destinado a caminar.
Sus dedos se apretaron alrededor de la cuerda con más firmeza, la tensión de su ser colapsando en cada paso. La silla estaba ahí, y su destino ya estaba marcado. No podía retroceder. No quería retroceder.
La cuerda se tensó en su mano, el gancho seguía colgado, esperando que la historia se completara, como si fuera inevitable.
El cuerpo de Alqatil, como si no estuviera bajo su control, se lanzó hacia adelante. La soga se tensó, cortando el aire con un sonido seco. Pero en su mente, el grito fue distinto. Un "¡No!" desgarrado resonó en su interior, una protesta que solo él podía escuchar. Sentía como si algo se le estuviera arrancando desde lo más profundo, como si su ser estuviera siendo aplastado bajo una presión insoportable.
El aire se desvaneció, la asfixia lo envolvía con cada respiración errática, y el dolor en su garganta era tan intenso que parecía consumirlo por completo. El terror lo invadió, pero su cuerpo, ajeno a sus pensamientos, ya no respondía. El sufrimiento crecía con cada segundo, como si las cuerdas de su ser estuvieran siendo rasgadas.
Y luego, como si el mundo entero colapsara bajo su peso, el techo se rompió con un estrépito ensordecedor. Trozos de escombros cayeron, mientras el suelo bajo sus pies se transformaba en un alquitrán pegajoso, negro como la desesperación misma. Alqatil no podía moverse. Intentó con todas sus fuerzas, pero su cuerpo permaneció inerte, absorbido por la viscosidad de la oscuridad que lo rodeaba.
"¡Muévete!" gritó en su mente, desesperado, pero su voluntad era impotente. El suelo lo devoraba lentamente, tragándolo en una espiral sin fin.
La oscuridad lo envolvió por completo, y con ella, el silencio. Pero luego, algo cambió. La oscuridad se desvaneció, y ante él apareció una figura, familiar pero distante. Un amigo, alguien que había conocido tiempo atrás. Sonreía, como si todo fuera tan simple, tan natural. Alqatil, incapaz de moverse, solo pudo observar.
—Tu… —murmuró en su mente, al borde de la locura, al darse cuenta de quién era.
El rostro de su amigo, tan sonriente y tranquilo, lo observaba con una calma inquietante. Pero el ser que estaba frente a él no era solo un amigo; era algo más, algo profundo, algo que Alqatil había olvidado, o tal vez jamás había comprendido.
El tiempo pasó de manera implacable, arrastrando a Al en su corriente. Cada segundo, cada minuto, parecía una eternidad. El cuerpo de Al, atrapado en su inconsciencia, actuaba sin su voluntad, como si ya no perteneciera a él. Pasaban días, y luego semanas, con Al atrapado en su mente, un prisionero de sus propios pensamientos. El rostro de su amigo seguía ahí, sonriéndole en un estado de paz que Al jamás podría alcanzar.
"Traidor", gritaba su mente, pero su cuerpo no respondía. Cada vez que la frustración lo invadía, la impotencia lo desgarraba. Quería golpearlo, desahogarse, hacerle entender lo que sentía, pero sus manos no podían moverse. Quería maldecirlo, maldecir su abandono, pero las palabras se ahogaban en el vacío. Todo lo que quedaba era el dolor, la amarga sensación de que alguien a quien había confiado su vida había dado la espalda en el momento más crítico.
Años pasaron, y con ellos la agonía de estar atrapado en su propio ser. El dolor de su mente, la soledad que lo devoraba, parecía hacerse más densa, más real. No era solo una cuestión de su cuerpo, sino algo más profundo, algo que no podía escapar.
La vida real parecía un borrón, un reflejo distorsionado de lo que en algún momento fue. La desesperación de estar atrapado en su propia mente fue terrible.