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Chapter 36 - λϝ

Fue después de todo ese tiempo, cuando la vida de Al había llegado a un punto tan bajo que bajo aun mas pues hay ocurrio el terrible momento en el momento donde el y su amigo fueron secuestrados.

Tras días de tortura, de ser sometido a condiciones tan extremas que incluso su voluntad comenzaba a quebrarse, se dio cuenta de lo que había cambiado en él. El amigo, el único ser en quien aún confiaba, parecía ahora un extraño. Sus recuerdos de momentos más sencillos, de los días cuando la vida tenía aún algo de luz, se desvanecían lentamente, como si la oscuridad se los hubiera tragado.

Cada golpe, cada palabra cruel de sus captores, lo despojó de su humanidad poco a poco. Pero no fue el sufrimiento físico lo que lo destrozó por completo, sino la traición que le había dejado ese amigo.

Al despertó un día, esperando un cambio, un rescate, algo que le devolviera un atisbo de esperanza. Pero lo único que encontró fue un vacío. Su amigo ya no estaba. Solo quedaba en la pared, unas palabras que destilaban desesperación. "No puedo más", había escrito. El peso de la traición lo golpeó con una fuerza tan brutal que casi lo destruyó. No fue el abandono físico lo que le rompió, sino el hecho de que su compañero había huido.

El dolor fue más agudo que cualquier herida. En ese momento, Al comprendió que la verdadera traición no era un puñal en la espalda, no era un robo, sino el acto de abandonar a alguien en su peor momento. La idea de rendirse, de sucumbir a la oscuridad, era lo que verdaderamente lo había dejado atrás.

Al, por su parte, seguía luchando, aferrándose a la vida como un náufrago en un mar de desesperación. Pero mientras lo hacía, sentía como si la humanidad de su amigo, aquella que compartieron, se desmoronaba ante sus ojos. La traición estaba ahí, en cada rincón de su ser, haciéndolo sentir más solo que nunca.

Cada día que pasaba, la esperanza de salir, de encontrar una salida, se desvanecía un poco más. La traición había marcado la última frontera, y Al ahora estaba atrapado entre el dolor de lo que había perdido y la oscuridad que se había apoderado de él.

El tiempo se detuvo, sumiendo a Al en un silencio absoluto. Estaba atrapado, inmóvil, su cuerpo no respondía y su mente flotaba entre la desesperación y el vacío. En ese espacio oscuro, donde nada parecía tener sentido, una voz resonó en su mente.

— Nuestro líder se va a rendir con una simple pesadilla —dijo la voz de Sirius, su tono cargado de desdén, como si la idea misma de rendirse fuera impensable.

Un nuevo sonido rompió el silencio. La voz de Orion, firme y llena de rabia, atravesó el vacío de su mente.

— Un amigo cayendo tan bajo... Decepcionante. ¡LEVÁNTATE!

La voz de Lyra apareció después, como un destello de esperanza en medio de la oscuridad.

— Después de todo lo que pasaste, ¿vas a ser derrotado por esta basura? ¡No te rindas!

Y finalmente, la voz más esperada, la que resonaba desde todos los rincones de su ser. Sidra. Su voz, llena de determinación, se oyó claramente en su mente.

— No te rindas.

Las palabras, como una corriente eléctrica, atravesaron el cuerpo inerte de Al. Fue como si cada una de esas voces hubiese encendido algo dentro de él. Algo profundo, algo que no podía ser apagado. El aire que lo rodeaba empezó a sentirse más denso, más denso con cada palabra. Y entonces, lo que parecía imposible comenzó a suceder.

Un brillo de fuego se encendió en su mente. Un destello de energía que comenzó a expandirse, haciendo que su cuerpo, aunque débil, reaccionara de alguna forma. No podía rendirse. No caería ante esto. No podría permitirlo.

Aunque su cuerpo no respondía, algo dentro de él comenzó a arder con furia. El aire a su alrededor vibraba, como si el mismo espacio estuviera reaccionando a su voluntad. No caería. Las voces de sus compañeros lo atravesaron, alimentando su espíritu con una energía renovada.

Con un esfuerzo monumental, Al intentó mover un brazo, pero solo logró golpear el aire con el puño, un gesto de desafío a la oscuridad que lo rodeaba. Era un movimiento débil, sin poder real, pero estaba lleno de intención. Un recordatorio de que aún no se rendiría. Que ni la desesperación ni la traición lograrían aplastarlo.

En la prisión, su cuerpo seguía postrado en el suelo, pero su mente estaba en pie. Una fuerza invisible lo levantaba desde adentro. No caería.

Las torturas continuaron, implacables y deshumanizantes, pero Al ya no sentía el peso de cada golpe ni la punzada de cada tortura. En su mente, se alzaba un grito firme de resistencia. Esto no es nada. Lo repetía en su mente, como un mantra. Nada de eso podía quebrantar su voluntad. Cada dolor, cada intento de doblegarlo, solo alimentaba su fuego interior.

El tiempo pasó, y finalmente, la policía llegó, liberando a Al de las garras de sus captores. A pesar de su liberación, su alma seguía atrapada en ese lugar, con el eco de la traición y el sufrimiento reverberando en su mente.

Los días continuaron, pero la visión de esa silla, esa maldita silla, lo perseguía. Al intentó detenerse, aplacar el tumulto que recorría su ser, pero no pudo. Solo logró detenerse por un breve instante antes de seguir adelante. Debía continuar, debía enfrentar lo que venía.

Cada vez que pasaba por el mismo lugar, se repetían los mismos pasos, como una pesadilla interminable. Sin embargo, con cada intento, Al comenzó a sentir algo más, algo que lo desbordaba: el dolor y la angustia que había experimentado su amigo, la traición que él pensaba que había sido solo suya. Comenzó a comprender lo que había llevado a su amigo a su decisión. No podía negarlo más.

Después de casi 400 intentos, Al llegó nuevamente a la pared. En ella, las últimas palabras de su amigo estaban escritas, como una marca indeleble en su corazón. Fue allí donde, finalmente, se desató su grito de desesperación.

— ¡NOOOO! —gritó, pero el sonido se ahogó en el vacío. Lo repitió, con más fuerza, con más dolor, hasta que su boca, la real, comenzó a moverse lentamente, como si la fuerza de su grito reconfigurara su ser.

Entonces, algo cambió. Los ojos de Al comenzaron a brillar con una intensidad abrasadora, y su mente, que hasta ese momento había estado sin control del cuerpo en la oscuridad, se encendió en fuego. ¡AL FIN! La mente de Al tomó control total de su cuerpo.

¡NO ME TRAICIONÓ! —gritó, su voz llena de furia, quebrantando la realidad con cada palabra. Sus puños comenzaron a golpear la pared con una fuerza inhumana. El mundo temblaba con cada impacto. ¡NO ES UN COBARDE! ¡ES MI AMIGO!

Los pensamientos de Al se materializaban en su mente. ¡Él me ayudó en todo! Yo debía haber estado a su lado. Pensé que yo era el que peor la pasaba, pero ¿qué pasa con él? Él no la tuvo fácil para nada. No es su culpa. Y él siempre vivirá conmigo.

Con un último golpe, la pared se rompió, y todo quedó blanco, un vacío iluminado en el que solo quedaba Al, parado en medio de la nada. De la oscuridad, emergió una figura. Una sonrisa familiar. La misma sonrisa que había visto al principio en la oscuridad, ahora con un cuerpo. Su amigo.

Al corrió hacia él, sin pensarlo. Lo abrazó con fuerza, como si no pudiera creer que por fin estaba allí. En sus oídos, una voz suave susurró.

— No fue tu culpa, ni la mía. Así es la vida. Te quiero, amigo... No, hermano.

Y con ese último susurro, todo se rompió.

De repente, Al despertó en su entorno familiar junto al río, el sol brillando intensamente sobre el agua. Se sentía más ligero, como si una carga enorme se hubiera levantado de sus hombros. El aire fresco llenaba sus pulmones, y con cada respiración, sentía que se llenaba de una nueva energía.

[Felicidades, maestro has superado a tu demonio interno. Tu estado negativo ha pasado de -10 a -7.5. Ahora eres un recolector de qi.]

Al miró el reflejo en el río, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió. El dolor que lo había consumido por tanto tiempo se desvanecía, y en su lugar, había una sensación de empoderamiento.

[Estado Actual:]

Nombre: Alqatil Zolenos

Edad: 10 años

Nivel: 5 (XP = 70/500)

Atributos:

HP = 150/200

Inteligencia: 60 Durabilidad: 45 Vitalidad: 50 Resistencia: 55

Fuerza: 89 Encanto: 45

Suerte: 12 Destino = 1000

[Misión secundaria 2(Completada):

Recompensa:

Tu poder ha aumentado.

El sistema entrará en reposo.]

[Recolección de qi: 34%]

Al sintió una cantidad de poder inimaginable. Sentía que podría mover montañas, pero pronto se dio cuenta de que solo era un efecto placebo. Lo máximo que podría hacer sería levantar un humano de 100 kilos con un brazo.

[Para avanzar en tu cultivo de recolección de qi, debes enfocarte en la meditación y el entrenamiento físico. La recolección de qi es un proceso que requiere paciencia y práctica. Puedes intentar reunir qi de la naturaleza a tu alrededor o buscar fuentes de energía en lugares específicos.]

Al sintió una mezcla de determinación y emoción al observar su estado actual. Sabía que aún tenía un largo camino por recorrer, pero la claridad que había ganado le daba fuerzas.

Con pasos firmes, Al comenzó a caminar hacia su casa, donde Sidra y Lyra estaban trabajando. Al entró y las encontró enseñándole a Sidra algo sobre combate. Al las miró por un momento, y sin previo aviso, las abrazó con fuerza.

—Gracias —susurró, su voz grave, cargada de gratitud.

Sidra y Lyra se quedaron sorprendidas, completamente en shock por el gesto inesperado. Ninguna de las dos supo qué hacer al principio, pero Al se apartó y salió de la habitación, dejando un aire de confusión tras de sí.

Al continuó su camino y llegó a la oficina de Sirius, quien estaba absorto en su papeleo. Cuando Al lo miró, Sirius levantó la vista, pero antes de que pudiera hablar, Al lo abrazó brevemente.

—Gracias —dijo nuevamente.

Sirius lo observó, pero antes de que pudiera entender completamente el gesto, Al ya se había marchado. Sirius se quedó ahí, mirando hacia donde había estado, y luego una sonrisa ligera apareció en su rostro.

—De nada... aunque no tengo idea de qué acaba de pasar —murmuró.

Al no se detuvo, y su próxima parada fue donde Orion, que estaba bebiendo y fumando, relajado como siempre. Cuando Orion lo vio, levantó una ceja, y Al, con una sonrisa, le dio un golpecito en el pecho antes de abrazarlo también.

—Gracias —fue lo único que dijo Al antes de marcharse.

Orion soltó una risa divertida, y cuando el cigarro cayó de su boca, su risa se hizo más fuerte.

—Yo invito a todo el bar —dijo con un tono alegre.

Al continuó su camino, sintiendo una calidez interior que no había experimentado antes, sabiendo que su lucha no solo era interna, sino también compartida.

Al caminó lentamente hacia el bosque, la luz del sol filtrándose a través de las copas de los árboles, creando sombras danzantes sobre el suelo. Su mente seguía ocupada con todo lo que había sucedido, y su cuerpo, aunque más fuerte, todavía llevaba la carga de los recuerdos. Sabía lo que tenía que hacer.

Llegó a un rincón apartado, donde el suelo estaba firme y cubierto de hojas secas. Con una pala en las manos, se agachó y comenzó a cavar un agujero en la tierra, el sonido del metal rasgando el suelo resonando en el aire. Era un trabajo que podría haber hecho cualquier otra persona, pero para él, cada movimiento tenía un significado más profundo.

El agujero no era profundo ni grande, pero representaba algo que necesitaba hacer. Después de unos momentos, paró, dejando el agujero vacío. Al miró el espacio que había creado, vacío de todo, y luego comenzó a cubrirlo de nuevo con la tierra, cada grano que caía sobre el agujero parecía darle una sensación de cierre, como si al enterrar esa tierra, enterrara también la sensación de vacío que había arrastrado por tanto tiempo.

Suspiró y una lágrima cayó de su ojo, una mezcla de dolor y alivio. Se arrodilló junto al agujero recién cubierto, mirando la tierra como si pudiera ver a través de ella. Con manos temblorosas, tocó el suelo, como si tratara de conectarse con lo que ya no estaba allí.

Tomó una roca que encontró cerca y, con un esfuerzo visible, comenzó a tallar en la tierra, grabando con fuerza el nombre de su amigo, su hermano: "Izan". Las líneas no eran perfectas, ni claras, pero lo que importaba era lo que representaban. Con cada trazo, sentía que estaba cerrando una parte de su alma que había quedado perdida en la traición, en el dolor.

La última línea quedó grabada, y Al se quedó allí, mirando el nombre. En su corazón, aunque la tristeza seguía presente, también sentía algo más: paz. Sabía que Izan siempre estaría con él, que, aunque su amigo había partido de manera tan trágica, su recuerdo no se desvanecería. Aun después de todo, no había traición, solo la vida, en sus formas más complejas.

Al se levantó lentamente, mirando el nombre una vez más, antes de dar la última mirada al bosque. El viento comenzó a soplar suavemente, como si la tierra misma lo estuviera reconociendo, abrazando el recuerdo de Izan.