Michael Corleone llegó a última hora de la tarde. Tal como había ordenado, nadie había ido a esperarle al aeropuerto. Sólo lo acompañaban dos hombres: Tom Hagen y un nuevo guardaespaldas llamado Albert Neri.
A Michael y a sus acompañantes les reservaron la habitación más lujosa del hotel. Cuando llegaron, las personas que aquél necesitaba ver ya estaban aguardando.
Se saludaron con un fuerte abrazo. Freddie era mucho más corpulento que Michael, y tenía aspecto de hombre más benevolente y apacible que su hermano. Además, era mucho más elegante que éste. Llevaba un traje gris de excelente factura y el cabello cortado a la navaja, su rostro aparecía impecablemente afeitado y sus manos perfectamente cuidadas. Muy bien habría podido confundírsele con cualquier galán de la pantalla. Era un hombre completamente distinto del de antes.
Se acomodó en su silla y, cariñosamente, dijo a Michael:
—Tienes mucho mejor aspecto ahora que te has hecho arreglar la cara. Tu esposa logró convencerte ¿eh? ¿Cómo está Kay? ¿Cuándo vendrá a visitarnos?
—También tú tienes muy buen aspecto —dijo Michael con una sonrisa—. Kay hubiera querido venir, pero vuelve a estar embarazada y, además, tiene que cuidar del niño. Por otra parte, he venido en viaje de negocios, Freddie, y debo regresar a Nueva York mañana por la noche o pasado mañana por la mañana a más tardar.
—Primero has de comer algo —propuso Freddie—. En el hotel tenemos un cocinero de primera; comerás mejor que en cualquier otro sitio. Ve a ducharte y a cambiarte de ropa. De lo demás, me encargo yo. En cuanto lo dispongas, la gente que quieres ver estará aquí. Bastará con que haga unas llamadas.
—Dejemos a Moe Greene para el final —indicó Michael, animadamente—. Ahora di a Johnny Fontane y a Nino que suban a comer con nosotros. Que vengan también Lucy y su amigo, el médico. Podremos hablar mientras comemos.
Se volvió hacia Hagen y preguntó:
—¿Quieres añadir a alguien, Tom?
Hagen respondió que no. Freddie se había mostrado mucho más afectuoso con Michael que con Tom, pero éste conocía perfectamente el motivo. Freddie sabía que estaba en la lista negra de su padre, y se sentía disgustado con el consigliere por no haber arreglado las cosas. Hagen lo habría hecho, pero desconocía el motivo por el cual Freddie había caído en desgracia. El Don nunca exponía hechos concretos; se limitaba a expresar su desagrado.
Cuando se sentaron a la mesa dispuesta en la habitación, ya era más de medianoche. Lucy besó a Michael y no hizo comentario alguno acerca de la operación realizada en el rostro de éste. En cambio, Jules Segal le examinó la mandíbula y comentó:
—Buen trabajo. Ha quedado perfecta. ¿Y cómo está su nariz?
—Muy bien —respondió Michael—. Gracias por su colaboración.
Durante la cena, Michael fue el centro de atención. Todos observaron el enorme parecido que guardaba con su padre, tanto en la forma de hablar como en las maneras. En cierto modo, inspiraba el mismo respeto, el mismo temor, a pesar de que se conducía de modo perfectamente natural, esforzándose para que todos se sintieran a sus anchas. Hagen, como de costumbre, se mantenía en un discreto segundo plano. En cuanto a Albert Neri, a quien no conocían, parecía la discreción personificada. Había dicho que no tenía hambre, y permanecía sentado en un sillón, cerca de la puerta, leyendo un periódico.
Una vez que hubo terminado la cena, los camareros fueron despedidos.
—He sabido que tu voz vuelve a ser tan buena como antes —le dijo Michael a Johnny Fontane—. Te felicito.
—Gracias —repuso Johnny, que no podía evitar preguntarse por qué motivo Michael quería verlo. ¿Acaso iba a pedirle un favor?
Michael se dirigió a todos en general:
—La familia Corleone tiene intención de trasladarse a Las Vegas. Venderemos el negocio de importación de aceite de oliva y vendremos a vivir aquí. El Don, Hagen y yo, hemos discutido largamente el asunto y estamos de acuerdo en que el futuro de la Familia está en Las Vegas. Eso no significa que nos trasladaremos ahora o el año próximo. Es posible que pasen dos, tres y hasta cuatro años. Pero ése es el plan. Algunos amigos nuestros poseen un importante paquete de acciones de este hotel-casino, y Moe Greene nos venderá su parte. Así pues, esto pasará a ser propiedad total de la Familia, y constituirá una especie de piedra angular.
Freddie no podía disimular su ansiedad.
—¿Estás seguro, Mike, de que Moe Greene querrá vender? —preguntó—. Nunca me ha hecho ningún comentario en ese sentido, y, además, me consta que el negocio le gusta. No creo que quiera ceder su parte, sinceramente.
—Le haré una oferta que no podrá rechazar —contestó Michael. Su voz al pronunciar estas palabras carecía de inflexión, pero sus oyentes quedaron impresionados, quizá porque era la frase favorita del Padrino. Se volvió hacia Johnny y añadió—: En los planes del Don, tú, Johnny, eres una pieza muy importante. Nos han explicado que las diversiones son un factor primordial en la atracción de jugadores. Confiamos en que firmes un contrato para actuar aquí cinco semanas al año. No seguidas, desde luego. Y esperamos que tus amigos del mundillo cinematográfico hagan lo mismo. Teniendo en cuenta los muchos favores que les has hecho, no creo que vayan a negarse.
—Seguro que no —dijo Johnny—. Sabes que por el Padrino haré lo que sea, Mike.
En sus palabras, sin embargo, flotaba la sombra de la duda.
—Ni tú ni tus amigos vais a perder dinero con el trato —dijo Michael con una sonrisa—. Tendrás una participación en el negocio, y si consideras que alguno de tus amigos es lo suficientemente importante, también a él se le dará. Si no me crees, Johnny, me permito aclararte que no hago más que repetir las palabras del Don.
Casi sin darle tiempo a terminar de hablar, Johnny Fontane respondió:
—Te creo, Mike. Pero se están construyendo otros diez hoteles y casinos en Las Vegas. Cuando os decidáis a venir, el mercado quizás esté saturado. Hay mucha competencia, pero no es nada comparado con la que existirá.
—La familia Corleone —intervino Tom Hagen— tiene amigos que se ocupan de la financiación de tres de esos hoteles.
Johnny comprendió de inmediato que Tom quería decir que los Corleone eran los propietarios de los tres hoteles, con sus respectivos casinos. Y que serían muchos los «puntos» a distribuir.
—Empezaré a trabajar en el asunto —apuntó Johnny.
Michael se volvió hacia Lucy y Jules Segal.
—Estoy en deuda con usted —dijo dirigiéndose al último—. Me han contado que quiere dedicarse de nuevo a la cirugía, pero que los hospitales se niegan a admitirlo a causa del viejo asunto de los abortos. ¿Es cierto que quiere volver a abrir a la gente en canal?
Jules sonrió y contestó:
—Me parece que sí. Pero usted no se imagina lo que es la comunidad médica. Todo el poder que usted o su familia puedan tener, no significa nada para ellos. Me temo que le será imposible ayudarme.
Michael asintió, distraído, y repuso:
—Seguramente está usted en lo cierto. Pero algunos amigos míos, todos gente bien conocida, van a construir un gran hospital en Las Vegas. Teniendo en cuenta el elevado índice de crecimiento de la ciudad, se trata de algo absolutamente necesario. Y pienso que es posible que le dejen utilizar los quirófanos, si se les sabe convencer. Dígame ¿a cuántos cirujanos tan buenos como usted podrán convencer de que se vengan a vivir a este desierto? Y aunque sean sólo la mitad de buenos ¿cuántos encontrarán? En realidad, haremos un favor al hospital. Así, pues, le aconsejo que no se aleje mucho de aquí. ¿Es cierto que usted y Lucy van a casarse?
—Sí, ésa es nuestra intención. Pero no antes de que tenga resuelto mi futuro.
—Si no construyes ese hospital, Mike, me quedaré soltera —comentó Lucy en tono irónico.
Todos se echaron a reír. Todos menos Jules, que dijo a Michael:
—Si me consigue el empleo, quiero que sea sin condiciones.
Fríamente, Michael respondió:
—Sin condiciones. Estoy en deuda con usted, Jules, y quiero saldarla. Sólo se trata de eso.
—No te enfades, Mike —dijo Lucy, amablemente.
—No estoy enfadado —replicó Michael. Y dirigiéndose a Jules, prosiguió—: Lo que acaba de decir es una estupidez. La familia Corleone, recuérdelo, ha hecho algunas cosas por usted. ¿Cree que yo, ahora, cometería la torpeza de pedirle que hiciera algo que le disgustase? Y si lo hiciese ¿qué pasaría? ¿Es que hubo alguien, aparte de nosotros, que moviera un solo dedo para ayudarle cuando estaba usted en dificultades? Cuando supe que quería volver a ser un verdadero cirujano, pasé muchas horas intentando hallar la forma de ayudarle. La he encontrado. Yo no le pido nada, absolutamente nada. No obstante, creo que se dignará considerarme como amigo suyo, y supongo que siempre estará dispuesto a hacer por mí lo que haría por un buen amigo. Ésa es mi única condición. Pero puede rechazarla, si la considera inaceptable.
Tom Hagen bajó la cabeza y sonrió. Ni el mismo Don lo hubiera hecho mejor, pensó.
—Lo siento, Mike —respondió Jules, rojo como la grana—, temo que no he sabido explicarme. Estoy muy agradecido por todo. Olvide lo de antes.
Michael asintió con la cabeza y dijo:
—De acuerdo. Mientras aguardamos la construcción e inauguración del hospital, usted será director médico de los cuatro hoteles. Ocúpese de reclutar un equipo de ayudantes. Naturalmente, tendrá un aumento de salario; pero esta cuestión será mejor que la trate después con Tom. En cuanto a ti, Lucy —agregó volviéndose hacia ésta—, quiero que te ocupes de algo realmente importante. Por ejemplo, creo que podrías encargarte de coordinar económicamente todas las tiendas que se abrirán en los hoteles. O encargarte de contratar a las chicas que necesitamos para trabajar en los casinos. En fin, no sé, algo por el estilo. De ese modo, si Jules no se casa contigo tendrás el consuelo de ser una solterona rica.
Freddie había estado dando furiosas chupadas a su cigarro. Michael se volvió hacia él y, amablemente, le dijo:
—No soy más que el mensajero del Don, Freddie. Lo que quiere que hagas, te lo dirá él mismo, naturalmente; pero estoy seguro que será algo importante. Todo el mundo nos habla del gran trabajo que has estado realizando aquí.
—Si es así ¿por qué está enfadado conmigo? —preguntó Freddie—. ¿Sólo porque el casino ha estado perdiendo dinero? Del casino se ocupa Moe Greene, no yo. ¿Qué es lo que nuestro padre quiere de mí?
—Deja de preocuparte por ello, Freddie —repuso Michael. Se volvió hacia Johnny Fontane y le preguntó—: ¿Dónde está Nino? Tengo ganas de verlo.
—Nino está muy enfermo —explicó Johnny—. Una enfermera le cuida las veinticuatro horas del día. Pero el doctor dice que debe ser internado en un manicomio, pues está tratando de matarse.
Con expresión pensativa, Michael, que estaba sorprendido, dijo:
—Nino fue siempre un muchacho excelente. Que yo sepa, nunca hizo nada que pudiera molestar a los demás. En realidad, nada le importaba gran cosa, excepto la bebida.
—Sí —señaló Johnny—. Por el dinero no debería preocuparse, pues siempre podría trabajar como actor o cantante. Por cada película le pago cincuenta mil dólares. Pero gasta a manos llenas. La fama le importa un bledo. Somos amigos desde hace muchos años, y nunca he sabido que cometiera una mala acción. Y el muy imbécil no para de beber.
Jules estaba a punto de decir algo, pero llamaron a la puerta. Le llamó la atención el hecho de que el hombre que estaba sentado en el sillón, junto a la entrada, siguiera leyendo tranquilamente el periódico. Quien acudió a abrir fue Hagen. Y casi lo arrolló el impetuoso Moe Greene, que entró seguido de dos de sus guardaespaldas.
Moe Greene era un sujeto elegante, que había empezado su carrera como asesino a sueldo en Brooklyn. Un día vio posibilidades en el juego y se fue al Oeste, decidido a hacer fortuna. Fue el primero en intuir el porvenir de Las Vegas, y construyó uno de los primeros hoteles-casino de la ciudad. Sus instintos asesinos afloraban de vez en cuando, sobre todo cuando se enfadaba, y en el hotel todos le temían, incluidos Freddie, Lucy y Jules Segal, que procuraban no cruzarse en su camino.
Dirigiéndose a Michael Corleone con el ceño fruncido, dijo:
—He estado esperando para hablar contigo, Mike. Mañana tendré mucho trabajo, de modo que he pensado que podríamos hablar esta noche.
Michael Corleone lo miró con expresión amistosa y respondió:
—Desde luego.
Seguidamente, dirigiéndose a Hagen, añadió:
—Sirve una copa a Moe, Tom.
Jules se dio cuenta de que el hombre llamado Albert Neri estaba observando atentamente a Greene, sin prestar atención a los guardaespaldas de éste, que permanecían sospechosamente apoyados contra la puerta. Y comprendió que no existía la menor posibilidad de que las cosas discurrieran por cauces violentos, por lo menos en Las Vegas. Cualquier acción de ese tipo, por pequeña que fuera, resultaría fatal para el proyecto de convertir la ciudad en el santuario legal de los jugadores americanos.
Entonces Moe Greene dijo a sus guardaespaldas:
—Entregad algunas fichas a éstos, para que puedan bajar a jugar.
Evidentemente, se refería a Jules, Lucy, Johnny Fontane y Albert Neri.
Y sólo entonces, no antes, se levantó Neri de su sillón, para seguir a los demás.
En la habitación quedaron Freddie, Tom Hagen, Moe Greene y Michael Corleone.
Greene puso su vaso encima de la mesa y, con furia apenas contenida, preguntó:
—¿Qué hay de cierto en lo que he oído acerca de que la familia Corleone quiere echarme de aquí? Soy yo quien os echará a vosotros.
Sin perder la calma, Michael dijo:
—Por extraño que parezca, tu casino está perdiendo dinero. Eso significa que hay algo que no marcha en tu forma de llevarlo. Tal vez nosotros consigamos hacerlo mejor.
Greene se echó a reír y, con aspereza, replicó:
—¡Jodidos italianos! Os hago un favor empleando a Freddie, cuando estáis en apuros, y ahora queréis echarme. Pero no lo conseguiréis. No soy nada dócil y, además, tengo amigos que me apoyarán.
Michael siguió mostrándose razonable:
—Si empleaste a Freddie fue porque la familia Corleone te dio dinero para terminar tu hotel. Y porque financió tu casino. Y porque la familia Molinari, de la Costa, garantizó la seguridad de mi hermano y te prestó algunos servicios. Todo ello a cambio de emplear a Freddie. Así pues, la familia Corleone y tú estáis en paz. No sé a qué viene tanta irritación. Estamos dispuestos a comprar tu parte, Moe, y serás tú quien fije el precio. Si es razonable, lo aceptaremos. Entonces ¿qué hay de malo en ello? Teniendo en cuenta que tu casino pierde dinero, creo que te hacemos un favor.
Greene sacudió la cabeza y dijo:
—La familia Corleone ya no tiene el poder de otros tiempos. El Padrino está enfermo. En cuanto a ti, todas las Familias de Nueva York quieren cazarte. ¡Y todavía piensas asustarme! Voy a darte un buen consejo, Mike: no hagas tonterías.
Michael, lentamente y con voz tranquila, preguntó:
—¿Por eso pensaste que podías abofetear impunemente a Freddie en público?
Tom Hagen, alarmado, miró a Freddie, que palideció y dijo:
—La cosa no tuvo importancia, Mike. Moe es muy impulsivo ¿sabes? A veces se le va la mano. Pero nos llevamos muy bien ¿no es cierto, Moe?
—Desde luego —respondió Greene en tono cauto—. En ocasiones tengo que pegar alguna que otra bofetada, para que las cosas marchen. Me enfadé con Freddie porque se entendía con todas las camareras, que se distraían demasiado del trabajo cuando habían pasado por sus manos. Tuvimos una pequeña discusión y lo obligué a sincerarse conmigo…
Michael, impasible, preguntó a su hermano:
—¿Y tú hablaste, Freddie?
Freddie miró a su hermano menor con hosquedad, pero no respondió. Greene se echó a reír y dijo:
—El muy cabrón se las llevaba a la cama de dos en dos. ¡Le gustan los bocadillos, al parecer! Realmente, Freddie, me jugaste muy malas pasadas. Nada ni nadie conseguía hacerlas felices después de que te las habías llevado a la cama.
Hagen se dio cuenta de que aquello había pillado por sorpresa a Michael. Ambos se miraron. Ésa debía de ser la verdadera razón de que el Don estuviese disgustado con Freddie. Don Corleone era, en cuestiones sexuales, muy estricto; y el que Freddie hiciese el amor con dos mujeres a la vez era, para él, un signo de depravación. Además, el hecho de permitir que un hombre como Moe Greene lo humillara en público constituía una falta de respeto hacia la familia Corleone. Eso también explicaría, al menos en parte, el porqué de la actitud del Don con respecto a Freddie.
Michael se levantó de su silla y, en tono perentorio, dijo a Greene:
—Tengo que regresar a Nueva York mañana. Así, pues, piensa en el precio.
Furioso, Greene vociferó:
—¿Es que te has creído que puedes manejarme como a un niño, hijo de puta? He matado muchos hombres en mi vida, para dejarme asustar por un tipejo como tú. Iré a Nueva York a hablar personalmente con el Don. Le haré una oferta.
Sin poder ocultar su nerviosismo, Freddie dijo a Tom Hagen:
—Eres el consigliere, Tom. Debes hablar con el Don y aconsejarlo en este asunto.
Fue entonces cuando Michael descubrió su actual personalidad a los dos hombres de Las Vegas.
—El Don está casi retirado —explicó—. Soy yo quien lleva los asuntos de la Familia. Y he destituido a Tom de su puesto de consigliere. Ahora será únicamente mi abogado en Las Vegas. Dentro de un par de meses se vendrá a vivir aquí con su familia y empezará a ocuparse de los aspectos legales del negocio. Así, pues, lo que tengáis que decir, decídmelo a mí.
Nadie respondió. En tono grave, Michael prosiguió:
—Tú eres mi hermano mayor, Freddie, y como a tal te respeto. Pero no vuelvas a apoyar a nadie en contra de la Familia. Y quiero que sepas que no diré una sola palabra al Don. En cuanto a ti, Moe, no insultes a quienes tratan de ayudarte. Harías mejor utilizando tus energías en intentar descubrir por qué el casino pierde dinero. La familia Corleone ha invertido mucho dinero aquí, y la inversión, por ahora, no es rentable. Sin embargo, te tiendo mi mano. Ahora bien, si no quieres aceptar mi ayuda, allá tú; yo no puedo hacer nada más al respecto.
Durante toda la conversación, Michael no alzó la voz en ningún momento. No obstante, sus palabras habían ejercido un poderoso efecto sobre Greene y Freddie. Michael miró a ambos, mientras se levantaba de su silla, indicando con ello que la reunión había terminado. Entonces Hagen abrió la puerta, y Moe Greene y Freddie Corleone salieron sin despedirse.
A la mañana siguiente Michael Corleone recibió la respuesta de Moe Greene: su parte no estaba en venta.
Fue Freddie quien llevó el mensaje. Michael se encogió de hombros y dijo a su hermano:
—Quiero ver a Nino antes de mi regreso a Nueva York.
En la habitación de Nino, encontraron a Johnny Fontane sentado en el sofá, tomando su desayuno. Detrás de las echadas cortinas del dormitorio, Jules examinaba a Nino.
A Michael le sorprendió el aspecto de Nino. Tenía los ojos apagados, los labios descoloridos, y estaba mortalmente pálido. Michael se sentó en el borde de la cama y dijo:
—Me alegro de verte, Nino. El Don siempre me pregunta por ti.
—Dile que me estoy muriendo —repuso Nino con una sonrisa—. Comunícale de mi parte que el negocio del espectáculo es más peligroso que el del aceite de oliva.
—Te pondrás bien —lo tranquilizó Michael—. Si hay algo que la Familia pueda hacer por ti, házmelo saber.
—Nada, Mike, nada en absoluto.
Michael siguió charlando durante unos momentos con Nino, y luego salió de la habitación. Freddie lo acompañó hasta el aeropuerto, pero Michael no quiso que aguardara la salida del avión. Mientras subía a bordo con Tom Hagen y Albert Neri, Michael se volvió hacia este último y le preguntó:
—¿Te fijaste bien en él?
Neri se tocó la frente y respondió:
—A Moe Greene lo llevo grabado aquí.