El Capitán Oren recorrió con paso firme los parapetos de las imponentes murallas de Eldoria, examinando los preparativos defensivos. Las altas fortificaciones de mármol sólido se elevaban imperturbables, con resistentes torres de vigilancia cada cien metros donde los arqueros tendrían un amplio campo de tiro sobre cualquier enemigo que se acercara.
Al recorrer las angostas calles de la ciudad en zigzag, Oren visualizó cómo dificultarían el avance de caballería enemiga. Incluso la infantería tendría problemas para maniobrar por esas vías laberínticas.
Llegando a una de las cuatro grandes puertas de hierro, Oren admiro su solidez. Eran virtuales fortalezas, con gruesas planchas de hierro reforzado y pesados rastrillos para contener cualquier ingreso hostil. Tomarlas requeriría un esfuerzo titánico.
Dentro del perímetro amurallado, Oren pasó por el distrito residencial, ahora convertido en bastión defensivo para la población civil con edificios reforzados y puestos de guardia. Estarían a salvo mientras los soldados protegieran el perímetro.
Satisfecho con los preparativos, Oren se dirigió a la plaza principal donde las tropas aguardaban formadas, listas para escuchar su arenga. Con voz potente que retumbó en las paredes, dijo:
—¡Valerosos soldados y ciudadanos de Eldoria! ¡Hoy nos espera una dura prueba! ¡Pero lucharemos hombro a hombro y defenderemos nuestro hogar hasta el final! Cuando el enemigo vea nuestras murallas inamovibles, nuestras calles infranqueables y la determinación en nuestros ojos, sabrá que atacar Eldoria fue un error fatal. ¡Luchemos con bravura y saldremos victoriosos!
Los defensores estallaron en vítores fervorosos, levantando sus armas. El discurso de Oren había avivado su valor. Rápidamente volvieron a sus puestos, listos para el combate.
De pronto, el ensordecedor sonido de las campanas de alerta resonó en toda la ciudad. El ejército invasor se acercaba.
Oren blandió su reluciente espada de acero desde lo alto de las murallas.
—¡Soldados de Eldoria, llegó la hora de luchar! ¡Por nuestras familias, por nuestro hogar! ¡Por Eldoria!
De pronto, escalofriantes crujidos resonaron en la distancia. Los centinelas en el muro intercambiaron miradas preocupadas. Algo terrible se acercaba.
Los crujidos aumentaron, mezclándose con tétricos gruñidos. Era como una sinfonía de horror que se cernía sobre ellos.
Uno de los jóvenes soldados, con manos temblorosas, lanzó una antorcha más allá del muro para intentar divisar la amenaza. La antorcha describió un arco y reveló una visión sacada de una pesadilla.
Horripilantes criaturas deformes avanzaban entre las sombras. Sus cuerpos cubiertos de escamas y picos parecían sacados de un abismo infernal. Sus bocas ensangrentadas estaban llenas de colmillos putrefactos que destilaban un líquido burbujeante. Sus ojos inyectados en sangre despedían un fulgor diabólico.
El joven soldado retrocedió, pálido como la muerte. Sus compañeros contuvieron el aliento, paralizados por el terror. La antorcha cayó de la mano del joven, precipitándose a una oscuridad que de pronto se sentía protectora.
Sin mediar advertencia, la horda de engendros se abalanzó hacia el muro entre alaridos bestiales. Sus garras arañaron la piedra, buscando asidero para trepar.
Los defensores reaccionaron y una lluvia de flechas y piedras cayó sobre los monstruos. Pero las saetas rebotaban en su piel escamosa y las rocas ni los inmutaban. Siguieron avanzando ferozmente.
Algunos lograron llegar a la cima. Los defensores se vieron forzados a enfrentarlos cuerpo a cuerpo, luchando desesperadamente por repelerlos. Pero sus espadas y mazas eran inútiles ante esos seres sobrenaturales.
En medio de la refriega, un soldado fue alcanzado por las fauces de una criatura. Sus gritos de dolor helaron la sangre de todos.
Oren apretó los dientes al ver caer a uno de sus hombres. Ordenó que lo auxiliaran mientras contenían el avance enemigo. El médico de avanzada edad, Elric, acudió rápidamente en su ayuda.
—Resiste, muchacho. Haré todo lo posible para salvarte —dijo Elric, examinando la gravedad de la herida.
Mientras el soldado era llevado a la enfermería, Oren reagrupó a sus hombres para defender un punto crítico del muro donde los monstruos concentraban el ataque.
Blandiendo su espada, vociferó:
—¡No cedan ni un paso, soldados! ¡Cerremos filas y rechacemos a estas abominaciones!
Los hombres, reanimados por el coraje de su capitán, redoblaron esfuerzos. Aunque exhaustos y superados en número, su valor fue más fuerte que el miedo.
La feroz batalla se extendió durante toda la noche. Para cuando los primeros rayos del alba despuntaron, los monstruos aún persistían en su feroz asedio, golpeando las puertas y escalando los muros con sus garras infernales.
Los defensores, extenuados y maltrechos, contemplaron la llegada del día con alivio pero también preocupación. La luz reveló la magnitud real del ejército invasor, extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. El combate estaba lejos de terminar.
En la enfermería, Elric luchaba desesperadamente por salvar al joven soldado herido, que había perdido mucha sangre y estaba al borde de la muerte. Otros cuatro soldados también yacían allí con heridas graves. El espíritu de camaradería que los unía daba fuerzas al médico para continuar su dura tarea.
Mientras el sol ascendía lentamente en el cielo matutino, Oren reunió a sus diezmados guerreros, curando sus heridas y reponiendo fuerzas. Con semblante grave pero decidido arengó:
—Han luchado con un valor inquebrantable. Los refuerzos están en camino. ¡Resistamos juntos hasta que lleguen y lograremos la victoria!
Los hombres respondieron golpeando sus pechos y blandiendo sus armas. Estaban listos para seguir defendiendo los muros, sin importar el costo.
El estridente choque de aceros volvió a resonar cuando la luz del día reveló a los monstruos avanzando para reanudar su implacable asedio.
Los valientes defensores de Eldoria enfrentaban otra jornada de horror y muerte. Pero su espíritu era más fuerte que cualquier miedo. Resistirían hasta el final para proteger su amado hogar.