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Chapter 9 - El Asedio Implacable y la Sangrienta Resistencia

La mañana del segundo día amaneció gris y amenazante sobre las murallas del asediado Ciudad. Tomás ocupó su puesto junto a Elena, su compañera en la sección oeste del muro. Las profundas ojeras delataban su agotamiento después de la intensa batalla del día anterior, pero en sus ojos aún brillaba un atisbo de esperanza.

—No sé cuánto más podremos resistir este asedio —comentó Tomás, soltando un suspiro—. Las provisiones escasean, los hombres están exhaustos y nuestros seres queridos allá afuera corren peligro.

Elena posó una mano sobre su hombro en señal de apoyo.

—Lo sé, mi amigo. Pero no podemos flaquear ahora, el Ciudad nos necesita —dijo con tono alentador—. Si resistimos juntos, estoy segura que encontraremos la forma de vencer.

Tomás asintió, armándose de renovado coraje. La firme convicción de Elena era contagiosa.

De pronto, el tétrico graznido de una bandada de cuervos rompió el silencio de la mañana. Los pájaros carroñeros sobrevolaban el campo de batalla cubierto de cadáveres, preparados para alimentarse.

—Esos malditos ya banquetearon con nuestros muertos ayer —murmuró Tomás mirando a las aves con asco—. Hoy volverán por más.

En ese momento, los vigías avistaron a lo lejos la ominosa horda de engendros acercándose para renovar el asedio. Elena y Tomás intercambiaron una mirada silenciosa, armándose de valor.

—Que comience el baile macabro de nuevo —dijo Elena con tono seco.

En las puertas principales, el Capitán Oren arengaba a los jinetes y soldados bajo su mando. Su potente voz retumbaba en las paredes del Ciudad.

—¡Escuchen bien, valientes guerreros! Sé que están exhaustos y diezmados, que hemos sufrido grandes pérdidas —vociferó—. Pero los refuerzos llegarán si resistimos un día más. ¡Luchemos codo a codo y saldremos victoriosos!

—¡Sí, mi capitán! —respondieron al unísono, blandiendo sus armas.

Con el estruendo de la embestida enemiga, la batalla se reanudó con ferocidad. Miguel, un fornido soldado de barba oscura, blandía su hacha ferozmente contra los engendros que trepaban por las escaleras.

—¡Malditos sean, no pasarán mientras aún respire! —rugía con cada golpe certero.

A su lado, la joven recluta Amelia luchaba con bravura pese a su aspecto frágil. En sus ojos esmeralda centelleaba una fiera determinación.

El choque de aceros y los rugidos de furia de ambos bandos resonaron en el Ciudad sitiado, augurando otra jornada de muerte y destrucción.

Tras horas de encarnizados combates, una brecha logró ser abierta por los invasores en la sección sur del muro. Una veintena de engendros irrumpió en la plaza central, sembrando el caos.

—¡Rápido, no los dejen avanzar! —arengó Oren, reagrupando velozmente a sus tropas.

Los defensores cerraron filas con bravura, rodeando a las criaturas en la plaza para evitar que se disgregaran por la ciudad. El Capitán blandió su espada con maestría, abatiendo a tres de los monstruos en rápida sucesión. Inspirado por su valor, el resto de los soldados redobló esfuerzos hasta aniquilar al último invasor, sellando luego la peligrosa brecha.

Pasado el momento crítico, Oren tomó un respiro para hablar con Miguel y Amelia.

—Lo han hecho muy bien, estoy orgulloso de ustedes —dijo con sinceridad, estrechando sus hombros con afecto paternal—. Son el futuro del Ciudad. Sigan luchando así y venceremos.

Sus palabras de aliento reconfortaron el espíritu de los agotados combatientes.

Caída la noche, Tomás y Elena compartieron sus raciones frugales de pan duro y queso rancio. Aunque el cuerpo les dolía hasta los huesos, se sentían revitalizados al poder conversar brevemente.

—¿Tienes familia allá afuera, Elena? —preguntó Tomás con curiosidad.

—Sí, mis padres tienen una granja cerca del bosque del norte. Espero que estén a salvo de estas criaturas —respondió ella con nostalgia—. ¿Y tú?

—Vivía solo, pero tenía una prometida en el pueblo vecino —dijo Tomás, bajando la mirada con tristeza—. Ojalá la vuelva a ver para cumplir la promesa de matrimonio que le hice. Ella es mi fortaleza en estos momentos sombríos.

Elena posó una mano sobre la de él, transmitiéndole apoyo silencioso.

Así, soldados de ambos sexos sobrellevaron la dura noche compartiendo anécdotas, recuerdos y sueños que los mantenían cuerdos. Sus voces amigas ahuyentaban la oscuridad.

Al despuntar el alba, luego de resistir la feroz ofensiva nocturna, llegó un mensajero con el rostro iluminado de esperanza.

—¡Capitán Oren! Los refuerzos llegarán mañana al amanecer si resistimos un día más —anunció sin aliento.

Como si un rayo de luz hubiera atravesado las nubes, el ánimo de los defensores se elevó. Reunidos en la plaza, Oren los arengó con fervor:

—¡Valerosos guerreros! ¡La victoria está próxima! ¡Resistamos un día más y seremos testigos de la derrota de esta horda infernal!

El grito de júbilo de la tropa pareció hacer retumbar las mismísimas murallas del Ciudad. Con renovado brío, ocuparon sus puestos en la fortaleza, listos para afrontar un día más de encarnizada resistencia.