El 95,65% de la población de Japón es fiel y creyente de alguna religión. El 48,1% de los habitantes sigue el sintoísmo y el 46,5% el budismo. Solo un 1,05% se identifica como cristiano y un 4,3% pertenece a otras religiones.
Me llamo Tenshi Shiromori y estoy dentro de ese 4,3%. Soy un estudiante normal y corriente, pero a diferencia de otros, soy un ferviente devoto de Dios y la iglesia católica. Soy alguien humilde y carismático que se dedica a ayudar a los demás sin esperar nada a cambio. El dinero, la fama y el poder no me interesan; mi único deseo es hacer el bien y ayudar.
Debido a su carisma, se ha ganado la confianza y el respeto de todos en la zona donde vive. En su camino hacia la escuela, se cruza con varias situaciones.
—¿Necesita que la ayude a cruzar la calle, ojisan? —dice Tenshi a una anciana que estaba cerca.
—Claro.
—Qué amable eres, jovencito.
—¿Por qué?
—Muy pocos jóvenes como tú se atreven a ayudar a una anciana como yo.
—Na, no diga eso, ojisan. Me pone colorado.
—Bien, llegamos. — dice Tenshi al cruzar la calle.
—Muchas gracias, jovencito. Toma estos dulces como agradecimiento.
—Gracias, ojisan. Bueno, me tengo que ir. Nos vemos. —Ambos se despiden a lo lejos.
Un poco más adelante, un hombre sentado en la acera, con aspecto descuidado y una barba desaliñada, pide limosna a la gente que pasa por allí, pero nadie le da ni siquiera un centavo. Hasta que pase por ahí.
—¿No tiene una moneda?
—Espere un momento, creo que tengo algo en la billetera.
—Tome, se suponía que este dinero era para mi merienda.
—Pero usted lo necesita más que yo.
Colocando el dinero en un bote que el hombre tenía para guardar sus monedas.
—¿En serio? No puedo aceptarlo, es demasiado. —Dice el vagabundo.
—Vamos, adelante, tómelo.
El hombre empieza a llorar, pero trata de no dejarse llevar por la tristeza.
—Muchas gracias, chico.
—No sé cómo agradecértelo.
—Nunca nadie había hecho tanto por mí.
—No me lo agradezcas a mí.
—Agradece al que está allá arriba. —Tenshi señala hacia el cielo con su dedo.
—Gracias, nunca olvidaré tu rostro para algún día agradecerte.
—¿Cómo te llamas?
—Tenshi, Tenshi Shiromori.
—Bueno, señor, creo que ya es hora de irme.
—Se me está haciendo tarde para la escuela.
Ambos nos despedimos, y me voy del lugar corriendo al ver que se me estaba haciendo tarde. Después de tanto correr, finalmente llegué a la entrada del instituto. Aliviado, toqué la campana, anunciando mi llegada justo antes de que cerraran las puertas.
—Menos mal.
—Gracias a Dios, llegué a tiempo.