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Chapter 4 - Un lugar acogedor en el bosque

Otro día más, Anselin deambuló por el bosque buscando cualquier cosa que pudiera estar relacionada con el demonio, como una cueva, un nido o algo parecido que dejara en evidencia cuál era exactamente la forma en la que vivía. O tal vez esperaba encontrar alguna precaria cabaña hecha con materiales reciclados de la naturaleza, mostrando signos de civilización.

Sin embargo su investigación no estaba avanzando, no había encontrado nada por el estilo y tampoco se había vuelto a cruzar con el demonio.

Se puso a la defensiva al escuchar un gruñido solo para terminar dándose cuenta que era su propio estómago. Llevaba un día sin comer, ¿o serían dos?, ¿quizá tres? El bosque parecía tener un tiempo diferente, sabía que eran ideas suyas, pero concordó con Daimon cuando dijo que era difícil saber cuándo empieza un tiempo y termina el otro.

El fango se adhería a las botas de su armadura dando la impresión de que lo querían halar hacia abajo si no se movía rápido, obligándolo a apresurar el paso.

No lo entendía, había vivido cosas peores, mucho peores. Como la vez que fue tragado por un ogro que molestaba un pequeño pueblo, y tuvo que abrirlo desde adentro para escapar. Él habría calificado ese día como el peor de su vida, pero ahora se sentía tan vulnerable. Como si la oscuridad y soledad del bosque quisieran absorberlo para nunca dejarlo ir.

Su estómago volvió a rugir, y él frunció el ceño molesto.

Estaba rodeado de árboles, lodo podrido y malezas. ¿Qué podría rescatar para comer allí?

Esto lo llevó a pensar: ¿qué comía el demonio?

Su libro de demonología contaba vagamente como estos seres se alimentaban de carne humana para ser más fuertes, pero desconocía si ingerían alguna otra cosa.

Sus dudas fueron resueltas cuando tropezó con algo parecido a un tronco que sobresalía del suelo. Maldijo mirándolo con odio por casi hacerlo caer, encontrando que el tronco tenía una forma bastante peculiar. Se agachó para observarlo de cerca, sorprendiéndose al darse cuenta que se trataba de un cadáver.

El cuerpo llevaba un tiempo de descomposición y había sido casi completamente cubierto por el lodo.

—Carajo... ¿Viniste por la recompensa? —murmuró al cuerpo mientras lo examinaba.

Ya había perdido el apetito.

Hasta donde podía ver, tenía marcas de garras que habían rasgado su cuello, desangrándose hasta morir. En la carne que quedaba de su hombro, se podía descifrar lo que parecía ser una mordida, o más bien, un bocado.

Si Daimon iba a comérselo, ¿por qué dejó el resto? Era un desperdicio. Mirándolo desde el punto de vista del demonio, claro.

Mientras pensaba la razón sintió que algo se aproximaba a él. Creyendo que se trataba del demonio miró a sus espaldas. Sus ojos se abrieron con sorpresa en el momento que se dio cuenta que estaba siendo rodeado por lobos salvajes que gruñían rabiosos.

Llevó su mano hasta donde debía estar su espada, sujetando el aire recordándose que la había perdido. Comenzó a sudar cuando divisó que todas sus posibles salidas habían sido cerradas por los animales. A la vez que los lobos se acercaban amenazantes, se puso de pie muy lentamente, analizando su situación. Claramente estaba muerto.

Quería correr y treparse al árbol que tuviera más cerca, pero no había hacia donde correr. Por su honor, lucharía por su vida hasta la muerte. Él era el Príncipe Anselin, el Santo Príncipe de no solo Tinopai, sino de esta tierra. Luchó en incontables conflictos, derroto a miles de enemigos, renació del estómago de un ogro y quién sabe cuántas cosas más han dicho por ahí.

En posición de combate esperó a ser atacado. Anselin giró a ciento ochenta grados dando una patada hacia atrás al primer lobo que se lanzó sobre él. El animal fue desplazado por los aires hasta chocar contra un árbol, chillando. El resto de la manada se precipito al Príncipe al mismo tiempo. Anselin se puso en postura para cubrirse el rostro en lo que se preparaba para dar el siguiente golpe.

En ese instante, lo que el Príncipe creyó que era otro animal, salió de la nada y se colocó frente a él. Se irguió de su posición encorvada mostrando su altura al mismo tiempo que gruñía. Entonces Anselin supo que Daimon había ido a su rescate. Los lobos retrocedieron asustados, sin dejar de querer hacerles frente. El joven demonio rugió más fuerte, poniendo los pelos de punta hasta al valiente Príncipe.

Finalmente los lobos retrocedieron con miedo hasta marcharse.

El silencio que quedó entre ambos se sintió incómodo para el Príncipe. Entonces Daimon giró y lo miró con un visible enfado.

—Le dije a Su Alteza que este es un lugar peligroso —masculló.

Se mordió la lengua y decidió demostrar agradecimiento y simpatía. —Pero viniste por mí y me ayudaste, no hay problema entonces —se encogió de hombros.

"Aunque yo podía con ellos."

Daimon no contestó, parecía estar realmente molesto con su actitud e imprudencia.

En cambio Anselin vio la oportunidad de seguir con su interrogatorio. —Sabes, comencé a tener hambre. Sin embargo no he encontrado nada comestible en todo este tiempo. ¿Qué es lo que tú comes?

El joven demonio observó el cadáver detrás de él. No era estúpido, sabía lo que estaba insinuando.

—Príncipes de cabello rojo —soltó.

No supo si estaba haciendo un chiste, pero por las dudas se rió. —Era una pregunta seria —Dijo el pelirrojo después de reír.

—No como humanos, si es lo que quieres saber.

Sin querer seguir siendo cuestionado, le dio la espalda y se alejó de Anselin de camino a quién sabe dónde. Naturalmente el Príncipe lo siguió hasta caminar hombro a hombro, pensando en que una vez más había sido salvado por él.

"Podría ser un buen protector." A pesar de que era muy capaz de cuidarse así mismo, no le desagradó la idea de relajarse un rato mientras otro lo hacía por él.

—¿Cómo supiste que estaba en peligro? 

Daimon guardó silencio.

—¿Me seguías?

Daimon trastabilló perdiendo fugazmente el equilibrio. —No lo hacía, fue una casualidad.

A Anselin le causó gracia. —De ser así, me alegra que me hayas encontrado casualmente en el lugar exacto en el momento preciso.

El joven demonio evitó la mirada del Príncipe, desviando el tema de conversación. —¿Su Alteza encontró lo que buscaba?

—¿Qué buscaba? —Inquirió confundido, hasta que se acordó de su excusa para no irse—¡Oh, eso! No he encontrado nada.... —suspiró con fingida pena.

—Este bosque es muy grande y se vuelve más peligroso en cuanto más se acerque al centro. Si Su Alteza no sabía dónde buscar en primer lugar, debió investigar antes de venir.

"¿Estoy siendo regañado? Siento como si estuviera hablando con mi padre."

—Oye, cómo es que le reprochas a tu Alteza. A demás, ¿cómo es posible que seas tan bueno para expresarte?

Sin duda era una sorpresa para él que alguien que vive aislado del resto y sin el privilegio de cátedra, tenga capacidad de expresarse de forma correcta. Daimon no le diría que pasaba todos los días hablando solo, imaginando conversaciones para no olvidar cómo comunicarse.

Anselin no había pasado por alto cuando le dijo que no siempre vivió en el bosque. —Daimon, ¿dónde vivías antes de vivir en aquí? 

No muy convencido de contestar, el demonio decidió ignorarlo. Al no conseguir una respuesta, Anselin continuó—: ¿Tú... alguna vez has pensado ir al reino?

Daimon rió con amargura. —Cuando era un niño, yo viví en el reino, Alteza.

Quiso agregar "Pero no se acuerda de mí", pero se calló.

El sonido susurrante de las piedras siendo acariciadas por el agua captó la atención del Príncipe. Casi brincó de felicidad cuando ambos llegaron a un arroyo. Sin desperdiciar un segundo, corrió hasta derrumbarse en la orilla, poniendo las dos manos bajo el agua formando un cuenco para poder beberla.

Después de varios tragos de agua, se lavó el rostro y suspiró aliviado. —Ah... Estaba muriendo de sed, sentía un desierto en mi boca. Qué gran alivio.

Desde el reflejo del agua observó a Daimon parado a sus espaldas, mirándolo en silencio.

Anselin sospechó si lo había llevado hasta allí a propósito. Meditando sobre ello, se quedó un rato viéndolo desde el reflejo. Entonces Daimon se acercó hasta él y se agachó a su altura, casi pegándose a su cuerpo. El Príncipe desconfió de lo que fuera a hacer y con rapidez volteó para no quedar de espaldas. Los dos se congelaron, el Príncipe esperando una acción por parte suya, y Daimon por la inesperada cercanía de sus rostros. Con lentitud el demonio apartó la mano que había estirado hasta un arbusto cerca de Anselin y volvió a reincorporarse.

—Ese... arbusto. Su Alteza puede comer sus bayas, no son venenosas —musitó con la voz apagada. No era ningún tonto, sabía por qué había reaccionado de esa forma.

En cuestión de segundos Anselin se sintió avergonzado por haber actuado así. No supo qué decir. Simplemente le dio las gracias y comió las grosellas silenciosamente.

Daimon se quedó parado a un costado con la mirada clavada en el suelo. Silencioso y con un aura extraña, le hizo compañía.

—¿Su Alteza... no se acuerda de mí? —susurró de manera casi inaudible.

Soltó las palabras con miedo. Casi como si se hubieran escapado de su boca, a pesar de lo mucho que retenía aquella pregunta.

Anselin fijó su mirada en él y Daimon hizo lo mismo. —¿Disculpa? No te oí —habló a la vez que terminaba de masticar.

El demonio sintió amargura y alivio al mismo tiempo. Una parte de él quería que lo recordara, quería hacerle saber que aquel día de su niñez había sido preciado para él hasta hoy. Pero por otra parte tenía miedo de que supiera que siempre se trató de él. Temía a su reacción si sabía que había jugado y estado con alguien tan sucio y peligroso como él.

—No es nada, puedes olvidarlo.

—Lo olvidaré de todos modos porque no lo oí —dijo poniéndose de pie—. Bien, Daimon. Estoy al tanto de todos los favores que has hecho por mí, por lo tanto, te recompensare con mi compañía.

Después de demostrar su amabilidad, esperó alguna reacción por su parte. No lo entendía, cualquier persona habría sollozado de felicidad ante tal noticia. Pero el demonio apenas había pestañeado.

—Y bien... ¿Qué quieres hacer? —No hubo respuesta— ¿Haces algo para pasar el rato aquí?

Sin embargo Daimon se quedó callado sin apartar sus ojos de él. No estaba muy seguro porque estaba algo oscuro, pero a Anselin le pareció notar un leve sonrojo.

—¿Y si me muestras en dónde duermes? —insistió.

—Sígueme —se dio la media vuelta y guió al Príncipe.

Si Daimon tuviera una cola como la de un perro, ahora la estaría meneando de un lado al otro.

Al llegar al lugar Anselin se sorprendió un poco. Esperó ser conducido a una cueva oscura y húmeda, sin embargo había terminado arriba de un árbol.

—Aquí duermo —habló pausadamente el demonio.

¡Increíble! Vivía en lo alto de un árbol e incluso había una especie de cama, que Anselin anotó mentalmente como "nido", hecha de ramas y hojas. ¡Era como un simio!

Había oído que en unas tierras un hombre se había criado como ellos en medio de la selva.

"¿¡Habré encontrado otro eslabón perdido!?"

Sin embargo, en este bosque no había esa clase de animales. Tuvo curiosidad de dónde lo había aprendido.

­—¡Asombroso!, ¿lo hiciste tú?

—No hay nadie más que lo haga por mí —contestó con obviedad.

"Tenemos un listillo."

Anselin decidió ignorar su tono y continuar la investigación. —Quise preguntar cómo lo hiciste.

Daimon lo miró como si no entendiera a qué quería llegar. —Con ramas... Y hojas —concluyó.

El Príncipe no quiso seguir preguntando al respecto.

­Sujetándose de las ramas, fue hasta ­­­el nido y se sentó en él. Curioso de cada detalle y sus alrededores, dándose cuenta que de todos los lugares, precisamente sobre la cama del demonio, caía la cálida luz del día. Anselin contemplo el cielo azul sobre su cabeza como si fuera la primera vez que lo ve en mucho tiempo.

El bosque es un lugar muy oscuro y solitario, pero allí arriba Daimon se sentía lejos de él. Las aves canturreaban felices melodías en lo más alto, volviendo ese pequeño espacio más acogedor.

Anselin creyó que la sensación se debió a que estuvo mucho tiempo merodeando a ciegas.

—De todos los árboles, éste es el más alto y al único que vienen los pájaros a cantar —le mencionó el demonio.

El Príncipe empezó a entender porque lo eligió para hacerlo su hogar. Sin darse cuenta, estaba simpatizando con él. —Es muy acogedor.

Extrañamente sentía algo de paz allí.

Daimon se sentó en una rama por encima de Anselin, no queriendo quitarle el lugar en su cama. Desde ahí, observó como el cabello del Príncipe parecía volverse de un rojo chillante bajo la luz del sol. De un color parecido a unas flores que crecían cerca del arroyo.

Lo miró por un rato, hasta que sus ojos se cruzaron con los del Príncipe. A pesar de que había sido atrapado, no apartó la mirada.

Quien apartó la mirada primero fue Anselin. No pudo soportar la intensidad con la que sus ojos lo veían.

—¿Qué tanto miras? —le preguntó intentando no demostrar su molestia.

Hubo un momento de silencio hasta que lo escuchó volver a hablar. —Su Alteza no cambio ni un poco...

Confundido, Anselin giró para encarar al demonio.

Daimon lo miraba con devoción y una sonrisa que hizo que algo se ablandara dentro del Príncipe Heredero.