Adrian, una vez un ser de furia y deseo, ahora vagaba como una sombra a través de las tierras de Egipto, su alma tan vacía y desolada como los desiertos que cruzaba. La ciudad de Pi-Ramsés, con sus recuerdos de Lysara y la vida que habían construido juntos, se había convertido en un espectro doloroso en su pasado, y él la había dejado atrás, buscando algo que ni siquiera él podía nombrar.
Las noches se deslizaban una tras otra en un desfile interminable de oscuridad y estrellas, y Adrian se movía a través de ellas con un propósito perdido. Aunque su cuerpo no mostraba signos del paso del tiempo, su espíritu se sentía antiguo, desgastado por el peso de la pérdida y la soledad.
En sus viajes, evitaba a los mortales siempre que podía, su presencia un recordatorio constante de todo lo que había perdido. Pero la sed, esa necesidad constante y ardiente, siempre lo llevaba de vuelta a ellos, sus colmillos hundiéndose en la carne con una mezcla de desesperación y auto-repugnancia.
En una pequeña aldea a orillas del Nilo, Adrian encontró un refugio temporal en las sombras, observando desde lejos las vidas de aquellos que seguían adelante, inconscientes de la criatura que los observaba desde la oscuridad. Veía amantes robando momentos robados, padres e hijos compartiendo risas y lágrimas, y algo en su interior se retorcía en respuesta, una mezcla de anhelo y resentimiento.
Una noche, mientras cazaba, sus ojos se encontraron con los de una mujer, su cabello oscuro y ojos llenos de una tristeza que resonaba con la suya. Adrian se detuvo, su ser congelado por un momento de reconocimiento, antes de que la bestia dentro de él tomara el control una vez más.
Pero incluso mientras su sangre calmaba su sed, la mirada de la mujer permanecía con él, un espectro en su mente. Adrian, por primera vez en lo que parecía una eternidad, se encontró cuestionando, reflexionando sobre la criatura en la que se había convertido.
En la quietud de la noche, con el murmullo del Nilo a lo lejos, Adrian se sentó solo y contempló la inmensidad del cielo estrellado. ¿Había redención para un ser como él? ¿Podía haber paz después de todo el dolor que había causado y experimentado?
Y así, en la oscuridad, Adrian, el primer vampiro, se encontró en una encrucijada, su ser tironeado entre la oscuridad que había sido su refugio y un destello fugaz de algo que se parecía sospechosamente a la esperanza.