Lysara, con su piel aún pálida y sus ojos brillando con una mezcla de confusión y determinación, se encontraba de pie en el mismo lugar que una vez compartió con Adrian. La tierra bajo sus pies estaba fría y húmeda, un recordatorio de la tumba que había sido su prisión durante un tiempo inimaginable. Sus recuerdos eran borrosos, fragmentados, pero la imagen de Adrian, su rostro lleno de dolor y amor, era clara como el cristal en su mente.
La ciudad de Bubastis, una vez vibrante y llena de vida, ahora yacía en ruinas. Los edificios, antaño majestuosos, estaban desmoronados y abandonados, y las calles, que alguna vez resonaron con la risa y el bullicio de la vida cotidiana, estaban desiertas y silenciosas. La desolación era palpable, y el aire estaba impregnado de una tristeza que se adhería a cada piedra y cada sombra.
Lysara caminó por las calles desiertas, sus pasos resonando en el vacío, mientras sus pensamientos giraban en torno a Adrian. ¿Dónde estaba él ahora? ¿Había encontrado paz en su autoimpuesto exilio, o estaba, como ella, perdido en un mundo que ya no reconocía?
Las respuestas no venían fácilmente y, a medida que el sol comenzaba a descender en el horizonte, Lysara se refugió en las sombras de lo que una vez fue una próspera taberna. Su mente giraba, intentando conectar los fragmentos de recuerdos que bailaban justo fuera de su alcance. Recordó la sangre, la desesperación en los ojos de Adrian, y la oscuridad que había seguido.
Días se convirtieron en noches mientras Lysara vagaba, buscando cualquier rastro de Adrian o de lo que había ocurrido en Bubastis durante su ausencia. Las noches eran un manto de silencio, roto solo por los distantes aullidos de criaturas desconocidas y el susurro del viento a través de las ruinas.
En una de esas noches, mientras exploraba lo que quedaba de una biblioteca desmoronada, Lysara descubrió un pergamino antiguo, sus palabras apenas visibles bajo la acumulación de polvo y cenizas. Con manos temblorosas, desenrolló el pergamino y sus ojos recorrieron las palabras escritas con una caligrafía apresurada y temblorosa.
Hablaba de un ser de la noche, un monstruo que traía muerte y desolación a su paso. Pero también hablaba de un hombre, uno cuyo corazón estaba dividido entre el amor y la bestia que residía en su interior. Lysara sintió un nudo en su estómago mientras leía, las palabras resonando con una verdad que ella conocía demasiado bien.
Las historias hablaban de Adrian como un espectro, un ser de leyendas que había traído tanto salvación como destrucción a aquellos que cruzaban su camino. Pero también hablaban de su desaparición, de cómo había desaparecido en la oscuridad, dejando atrás un mundo que aún temblaba ante su memoria.
Lysara, con el pergamino firmemente sujeto en sus manos, salió de la biblioteca, su determinación renovada. Ella buscaría a Adrian, atravesaría los confines de la tierra si era necesario, para encontrarlo y entender la verdad de su destino y el suyo propio.
Y así, con las estrellas como su guía y la noche como su manto, Lysara se embarcó en su búsqueda, sin saber que su viaje la llevaría a través de tierras y tiempos desconocidos, y a descubrimientos que desafiarían todo lo que creía saber sobre el amor, la pérdida y la eternidad.