Año 1000 a.C., cerca de las ruinas de Bubastis.
La tierra estaba tranquila, la luna colgaba alta en el cielo, bañando el paisaje con su luz plateada. En la quietud de la noche, algo perturbaba la paz del suelo sagrado. Un temblor sutil, casi imperceptible, comenzó a agitar la tierra cerca de las ruinas de una casa que una vez fue hogar de amor y tragedia.
Bajo la capa de tierra y piedra, Lysara yacía inmóvil, su cuerpo envuelto en un sudario de oscuridad y silencio. Durante siglos, había permanecido allí, en un estado entre la vida y la muerte, su ser suspendido en un limbo de dolor y pérdida. Pero algo dentro de ella se agitaba, una chispa de vida que se negaba a ser extinguida.
La sangre de Adrian, rica y potente, había sido un regalo y una maldición. Había traído a Lysara de vuelta de las garras de la muerte, pero a un costo. Su ser había cambiado, transformado por la potente esencia del primer vampiro. Ahora, sus sentidos se agudizaban, su fuerza y velocidad se incrementaban, y una nueva comprensión de la oscuridad y la noche se arraigaba en su alma.
Con un susurro de tierra y piedra, Lysara rompió la barrera que la separaba del mundo de los vivos. Sus manos, ahora más fuertes y ágiles, empujaron la tierra, desgarrando la prisión que la había mantenido cautiva. Su cabeza emergió de la tierra, sus ojos, una vez llenos de calidez y luz, ahora brillaban con una mezcla de poder y un dolor eterno.
El aire nocturno acarició su piel, y Lysara inhaló profundamente, llenando sus pulmones con la esencia de la noche. Sus ojos se ajustaron rápidamente a la oscuridad, y la escena ante ella se reveló con una claridad sobrenatural. Las ruinas de lo que una vez fue su hogar yacían esparcidas, un recordatorio silencioso de la vida y el amor que una vez conoció.
Lysara se puso de pie, sus movimientos gráciles y seguros, mientras observaba el mundo que la rodeaba. La ciudad de Bubastis, una vez vibrante y llena de vida, ahora era un esqueleto de su antiguo yo. Los edificios estaban en ruinas, las calles desiertas y la desolación se extendía en todas direcciones.
Una mezcla de emociones inundó a Lysara mientras caminaba por las calles desiertas. La pérdida de Adrian, la destrucción de su hogar, y la soledad que ahora la envolvía, todo se mezclaba en un torbellino de dolor y resignación. Pero también había algo más, una determinación recién descubierta, una fuerza que se elevaba desde las profundidades de su ser.
Lysara, ahora un ser de poder y misterio, se movía a través de la noche, sus pasos una danza silenciosa entre las sombras. Su mente, una vez clara y enfocada, ahora estaba nublada con preguntas y un deseo insaciable de entender lo que se había convertido.
Mientras la noche se desvanecía dando paso a los primeros rayos del amanecer, Lysara buscó refugio en las sombras, su ser envuelto en un enigma que estaba decidida a desentrañar. La eternidad se extendía ante ella, un camino sin fin de descubrimiento y redención.
Y así, mientras un ser se sumía en la oscuridad, otro emergía.