Año: 1790 a.C., Tebas.
La vida en Tebas continuó, y Adrian y Lysara, cada uno a su manera, se entrelazaron en la intrincada tela de la sociedad nocturna. La ciudad, con sus mercados bulliciosos incluso después de la puesta del sol y sus calles siempre llenas de risas y susurros, ofrecía un refugio para los dos vampiros, permitiéndoles existir en un limbo entre la humanidad y la monstruosidad.
Lysara, con su tienda de mercancías exóticas, se había ganado el respeto y la admiración de muchos ciudadanos de Tebas. Sus productos, que variaban desde especias raras hasta joyas de lejanas tierras, eran codiciados por los ricos y poderosos. La mujer vampiro, con su encanto y astucia, manejaba sus negocios con una habilidad que desmentía su aparente juventud.
Adrian, por otro lado, se había convertido en una especie de leyenda urbana en la ciudad. Los rumores de un protector en las sombras, un hombre que castigaba a los criminales y salvaguardaba la noche, circulaban en los círculos nocturnos. Aunque su presencia era más etérea, su impacto era palpable en las calles más seguras y en la disminución de los actos delictivos.
Sin embargo, la dualidad de su existencia era una espada de doble filo. Mientras que Lysara encontraba cierta paz en su interacción con los humanos, Adrian se encontraba constantemente en guerra consigo mismo. La ira y el deseo, siempre burbujeando bajo la superficie, eran demonios constantes con los que luchaba en cada encuentro.
Una noche, mientras la luna bañaba las calles de Tebas con su suave luz, Adrian se encontró en el mercado, observando desde las sombras mientras Lysara manejaba su tienda. La forma en que interactuaba con los humanos, la genuina sonrisa que a veces cruzaba su rostro, era un enigma para él. ¿Cómo podía encontrar alegría en un mundo al que ya no pertenecían realmente?
Lysara, sintiendo su presencia, levantó la vista y sus ojos se encontraron. Había una pregunta no formulada en su mirada, una invitación a unirse a ella en la luz. Pero Adrian se retiró, desapareciendo en la oscuridad desde la que siempre observaba.
Mientras las noches se convertían en semanas y las semanas en meses, la vida en Tebas se desarrolló con una especie de normalidad alterada. Lysara, con su eterna paciencia y comprensión, nunca presionó a Adrian para que emergiera de sus sombras. Y Adrian, a pesar de su naturaleza tempestuosa, encontró un tipo de calma en su rutina nocturna, en la seguridad de la oscuridad que siempre lo envolvía.
Pero la oscuridad, por su propia naturaleza, nunca está completamente quieta, y en las profundidades de la noche, nuevos peligros y descubrimientos esperaban a los dos vampiros, listos para desentrañar la precaria paz que habían encontrado en la ciudad de Tebas.