Año: 1810 a.C., Tebas.
La luna, un espectro pálido y etéreo, se cernía sobre la ciudad de Tebas, bañando sus calles en una luz suave y melancólica. En una plaza oculta, dos figuras se encontraban envueltas en la penumbra, sus voces susurros apenas audibles en la quietud de la noche.
Lysara, con sus ojos de un azul profundo y melancólico, miró a Adrian, su mirada llena de preguntas no formuladas y secretos no compartidos. Su cabello rubio, que caía en cascada por sus hombros, parecía absorber la luz de la luna, creando un halo que contrastaba con la oscuridad que los rodeaba.
Adrian, por otro lado, era una figura de sombras, su presencia una mezcla de misterio y peligro que parecía atraer y repeler a Lysara al mismo tiempo. Sus ojos dorados se encontraron con los de ella, y por un momento, el mundo pareció detenerse.
Lysara rompió el silencio, su voz temblorosa pero decidida. "Adrian, tus palabras hablan de una eternidad de sombras y soledad. Pero, ¿cómo es posible? ¿Cómo puedes caminar a través de los siglos, inmutable, mientras el mundo a tu alrededor se desmorona y renace?"
Adrian, su expresión inescrutable, respondió con una calma que parecía nacer de los siglos de existencia. "La oscuridad me ha dado este don y esta maldición, Lysara. Me ha robado mi humanidad, pero a cambio, me ha otorgado la eternidad."
Lysara, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y fascinación, se acercó un paso más. "Pero, ¿a qué costo? ¿Vale la pena la eternidad si se gana a través del sufrimiento y la soledad?"
Adrian, por un momento, pareció perderse en un mar de recuerdos, su mirada distante y melancólica. "El costo es inmenso, Lysara. He visto a aquellos a quienes amé marchitarse y desvanecerse ante mis ojos mientras yo permanezco inalterado. He caminado a través de eras, siendo testigo de la ascensión y caída de civilizaciones, siempre un extraño, siempre solo."
Lysara, movida por un impulso inexplicable, colocó su mano sobre la de Adrian, su tacto suave y cálido contra la frialdad de su piel. "Pero ahora no estás solo, Adrian. Tienes a alguien con quien compartir la oscuridad, alguien que, aunque no pueda comprender completamente tu tormento, está dispuesta a intentarlo."
Adrian, su mirada volviendo a enfocarse en ella, vio algo en los ojos de Lysara que no había visto en mucho tiempo: esperanza. "Lysara, tu presencia es un bálsamo para mi alma atormentada, pero también temo por ti. La oscuridad que me habita es voraz y eterna. No deseo que te consuma como lo ha hecho conmigo."
Lysara, su expresión resuelta, respondió, "No estoy sin mis propias sombras, Adrian. Tal vez, juntos, podemos encontrar una luz, por tenue que sea, en esta eternidad de oscuridad."
Y así, en la quietud de la noche, Adrian y Lysara compartieron sus historias, sus miedos y sus deseos, encontrando consuelo en la presencia del otro. Hablaron de cosas triviales y profundas, de la vida y la muerte, y de la extraña existencia que compartían.
Lysara compartió historias de su vida antes de la oscuridad, de su familia, de los días soleados bajo el cielo de Egipto, y de cómo la maldición vampírica había robado todo eso de ella. Adrian, a cambio, compartió sus propias experiencias, de los siglos de soledad, de las eras de la historia que había presenciado, y de la constante lucha contra la bestia interior que amenazaba con consumirlo.
Juntos, encontraron un consuelo momentáneo en su compartida condena, dos almas perdidas navegando a través de la eternidad, buscando significado en un mundo que había dejado de tener sentido hace mucho tiempo.