El desayuno transcurrió tranquilo, nadie dijo nada más. Aunque Kiran, siendo Kiran, intentó hacer bromas livianas, pero aparte de eso, reinó el silencio. No me importó, me sentía bastante cómoda con el silencio y me encantaba ver a Charlene y Georgina retorcerse bajo mi mirada. Y solo por fastidiarlas, les pedía a ellas y no a las sirvientas que me pasaran la comida desde el otro lado de la mesa.
Apuesto a que deseaban arrancarme la cabeza con joyas de la corona y Charlene incluso me gruñó una vez. Pero sonreí burlona hacia ella, sabiendo muy bien que no podían hacerme nada, después de todo, soy la reina.
Todos terminaron el desayuno y comenzaron a despedirse. Los acompañé hasta las puertas donde sus respectivas carrozas los esperaban. Les hice adiós y, cuando fue el turno de Charlene y Georgina, les saludé con una amplia sonrisa y hasta les mandé un beso.