En un lugar desconocido, una sirvienta estaba atada a una silla. Su rostro estaba cubierto con un saco. No dejaba de sollozar.
—¿Por qué hacen esto? ¿Por qué estoy aquí? —preguntó la sirvienta—. Por favor, déjenme ir.
—¿No recuerdas lo que has hecho? —preguntó Dimitri—. ¿No puedes recordar lo que le hiciste al caballo de la tercera princesa?
La sirvienta tembló al escuchar las palabras de Dimitri.
—No sé de qué está hablando —negó la sirvienta—. Soy inocente.
—Ohhh. ¿Crees que nadie te vio? —dijo Dimitri—. Lástima que uno de los muchachos de establo te vio salir sospechosamente de los establos.
La sirvienta tembló aún más.
—H-hice un recado dentro de los establos. E-eso es por qué estaba allí —respondió la sirvienta—. Por favor, solo déjenme ir.
—¿No tienes miedo de lo que podemos hacerte para que hables? —preguntó Dimitri.
—P-por favor creanme. No hice nada malo. —La sirvienta estaba llorando.
—¿No dirás la verdad? Entonces prepárate —dijo Dimitri amenazadoramente.
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