El reino se estremecía bajo el peso de la sangre derramada y la lucha despiadada por el poder. En este oscuro y fatídico día, el nacimiento de Jonathan William, hijo del rey Patrick William y la reina Eleanor, fue marcado por la violencia y la muerte que acechaban en cada rincón del castillo.
Patrick William, conocido como el Mago de la Matanza, era un gobernante temido y respetado por su poder mágico sin igual. Su habilidad para controlar las fuerzas de la naturaleza y desatar tormentas destructivas le había permitido mantener su dominio sobre el reino durante años. Sin embargo, el poder atraía a aquellos que codiciaban su trono y estaban dispuestos a derramar sangre para obtenerlo.
El día del nacimiento de Jonathan, Patrick se encontraba en medio de una cruenta batalla contra las familias nobles que conspiraban para derrocarlo. El rey, investido por la ira y la determinación feroz, había decidido enfrentar personalmente a sus enemigos en un intento desesperado por aplastar su rebelión y proteger a su familia. Sin embargo, desconocía la intriga que se tejía en las sombras mientras su esposa se preparaba para dar a luz.
Mientras los solados del rey luchaban contra los conspiradores, la reina Eleanor se encontraba en una sala privada del castillo, rodeada de sirvientes y médicos. El ambiente estaba cargado de tensión, como si el aire mismo fuera consciente de los peligros que se avecinaban. A medida que las contracciones se intensificaban y el dolor se apoderaba del cuerpo de la reina, el castillo temblaba con los estruendos de la batalla que resonaban desde el exterior.
Fue entonces cuando la tragedia estalló con la fuerza de una tormenta desatada. Una gran explosión sacudió los cimientos del castillo, haciendo temblar las paredes y rompiendo el cristal de las ventanas. El rugido ensordecedor del caos se mezcló con los gritos de los sirvientes y el estruendo de las armas.
El rey Patrick, a pesar de su feroz determinación, se vio superado por el número y la traición de aquellos que conspiraban contra él. Mientras luchaba encarnizadamente por su vida y la supervivencia de su reino, no podía imaginar lo que estaba sucediendo en el interior del castillo.
Un grupo de mercenarios, enviados por las tres grandes familias que anhelaban usurpar el trono, se había infiltrado en el castillo con la intención de secuestrar al recién nacido. En medio del caos y la confusión, avanzaron sigilosamente hacia la habitación donde se encontraba la reina Eleanor y su hijo por nacer.
Los mercenarios eran hombres sin escrúpulos, entrenados en el arte de la guerra y dispuestos a derramar sangre por el poder. Su líder, un hombre siniestro conocido como el "Segador de Almas", había prometido a las familias nobles que entregaría al hijo del rey Patrick William como prueba de su victoria y como un golpe fatal al corazón del reino.
En el interior de la habitación, la reina Eleanor, bañada en sudor y dolor, luchaba contra las fuerzas del parto. Los médicos y las sirvientas, presas del pánico, trataban de protegerla mientras la batalla se desataba afuera. Pero eran pocos y estaban mal armados, y pronto se vieron superados por la violencia de los mercenarios.
"¿Dónde está la reina?" vociferó el Segador de Almas, su voz cargada de malicia y sed de sangre.
Los sirvientes, atados por su condición de esclavitud y marcados por collares de sumisión, no podían responder. Estaban atrapados en un silencio forzado, impotentes para defender a su reina y a su futuro príncipe.
Los mercenarios, sin compasión, avanzaron con sus armas despiadadas, segando vidas y sembrando el terror a su paso. Cada golpe mortal resonaba en el aire, como un eco ominoso de la tragedia que se desplegaba.
Aun con el estrés y la preocupación, la reina Eleanor se aferraba a la vida. Su fuerza y determinación la mantenían viva, pero las heridas sufridas en la embestida de los mercenarios la sumieron en un profundo coma.
Los pocos sirvientes que habían asistido en el parto, desesperados por proteger a su reina y al futuro príncipe heredero, tomaron una decisión valiente y arriesgada. Tomando a la reina inconsciente en brazos, se adentraron en los oscuros pasillos del castillo, guiados por el conocimiento de una habitación secreta situada varios metros bajo tierra.
Cada paso en aquel pasaje sombrío era una prueba de valor y temor. El suelo húmedo y resbaladizo, filtrado por las lágrimas del castillo, resonaba con el eco de los gritos agonizantes y los ecos de la muerte. Los sirvientes, con cada avance, sentían la pesadilla de sus familiares siendo asesinados y el peso abrumador de la responsabilidad que habían asumido.
Jonathan, apenas un pequeño recién nacido, ajeno a la crueldad y la traición que le rodeaban, lloraba en silencio. Su poder mágico, incipiente y en evolución, latía dentro de él, instándolo a mantenerse oculto y protegido de los ojos de los magos que acechaban en las sombras. Era un llanto que trascendía lo común, una expresión silenciosa de su descontento y su resistencia ante las circunstancias adversas. En su fragilidad, una chispa de poder mágico comenzaba a tomar forma, tomando conciencia de su existencia y su propósito en medio de la oscuridad.
Los sirvientes, conocedores de las consecuencias fatales si el príncipe fuera descubierto por los mercenarios, se arriesgaron a todo para protegerlo. Ignorando las amenazas y el peligro que acechaba en cada esquina, se adentraron en la sala secreta sin titubear, con la esperanza de resguardar la vida de Jonathan y la reina. La habitación secreta, situada bajo tierra, era un refugio clandestino donde esperaban mantenerse a salvo del caos y la violencia que asolaban el castillo.
Horas agonizantes transcurrieron hasta que el rey Patrick William regresó, encontrándose con un escenario dantesco. El castillo estaba bañado en la sangre de sus leales sirvientes, y el aire estaba cargado de una rabia profunda. Aunque su corazón se llenó de angustia y desesperación, el rey se aferraba a una tenue esperanza: la de encontrar a su esposa y a su hijo con vida.
La búsqueda comenzó, con soldados armados rastreando cada rincón del castillo. Las cámaras secretas y los pasadizos oscuros se convirtieron en el escenario de una incansable cacería. Cada puerta abierta, cada sala vacía, alimentaba la incertidumbre y el temor que se aferraba a los corazones de los que buscaban desesperadamente.
El rey Patrick, en medio de su dolor y furia, marchaba junto a sus tropas, su mente atormentada por los recuerdos de los momentos felices que compartía con su amada esposa. El sonido metálico de las armaduras resonaba en el aire, mezclado con susurros de angustia y súplicas silenciosas.
La oscuridad se adueñaba del castillo, y cada habitación desvelada parecía esconder secretos y peligros desconocidos. La reina Eleanor yacía en un sueño profundo, su frágil cuerpo envuelto en vendajes y su rostro pálido como la luna. Los sirvientes, en un acto de valentía y lealtad, permanecían a su lado, dispuestos a enfrentar cualquier amenaza para protegerla.
Jonathan, el inocente y misterioso recién nacido, estaba ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Su poder mágico, incipiente pero poderoso, latía en su interior, como una llama que se negaba a ser apagada. Aunque no tenía pleno conocimiento de sí mismo, una intuición primordial lo guiaba, instándolo a mantenerse en silencio y ocultar su esencia mágica. Era una habilidad que debía preservar, ya que su desvelo podría atraer la atención de los malévolos magos que acechaban en busca de su sangre real.
Los sirvientes, conscientes de la inminente amenaza, arriesgaban sus vidas para proteger al príncipe heredero. Con cada paso por los pasillos sombríos y cada mirada furtiva hacia las sombras, se enfrentaban a sus propios miedos y a los fantasmas de aquellos que habían sido masacrados en la masacre del castillo. El corazón de Jonathan, incluso en su frágil estado, parecía palpitar en sintonía con el dolor y la angustia que lo rodeaban.
Mientras tanto, el rey Patrick William avanzaba, su mente dividida entre la esperanza y el temor de lo que podría encontrar. Cada vez que una puerta se abría revelando una habitación vacía, el eco del fracaso resonaba en su interior. Sin embargo, su voluntad de hierro y su amor inquebrantable por su familia lo impulsaban a seguir adelante.
El destino era incierto, pero la búsqueda continuaba sin descanso. Cada vez que el rey Patrick se adentraba en una nueva estancia, su corazón latía con una mezcla de anticipación y temor. Los pasos resonaban en las paredes del castillo, creando una sinfonía de ansiedad y desesperación.
En cada recodo, en cada rincón oscuro, el rey buscaba señales de vida, anhelando encontrar a su amada esposa y a su hijo recién nacido. Las imágenes de la masacre que había presenciado no abandonaban su mente, pero se aferraba a la esperanza de que su familia estuviera a salvo en algún lugar oculto y seguro.
La oscuridad de la noche se extendía sobre el castillo, envolviendo cada rincón en un manto de incertidumbre. El rey Patrick William, con el corazón lleno de un amor inquebrantable y el espíritu consumido por el dolor, lideraba la búsqueda con determinación férrea. No permitiría que su familia cayera en manos de aquellos que buscaban destruir todo lo que amaba.