No quería comparar. No quería pensar en nada. El agua de la ducha corría sobre los rizos de Edward y los acoplaba. Sus ojos café brillaban con una luz diferente. Su sonrisa con esos hoyuelos enmarcados, me llenaba de ternura. Quería tenerlo para siempre en mi baño sonriendo. Lo besé otra vez, pero se mostró algo incómodo. Debía ser porque estaba desnudándome.
Me dijo: Amalia, no quiero parecerte un maniático. Primera vez que me dejo llevar por mi instinto. Salió del cuarto de baño mojado todavía. Salí detrás de él y me esperaba con la toalla abierta para secarme.
¿Qué diablos tiene este hombre ?
Nos besamos en el sofá y me hizo ver las estrellas sin penetrarme. Me tiene desnuda frente a frente y en vez de tomarme y salir corriendo decide secarme y arroparme.
¿Quién me entiende? Si me utiliza es un cobarde, si no me utiliza está loco. En eso estuve pensando hasta que me cargó, me depositó en mi cama, me arropó, dio la vuelta y se acostó en el sofá.
Amaneció con un poco de lluvia. Por los cristales pude ver la torre de Tokío. Su color naranja contrastaba con las grises nubes. Abrí los ojos y Edward se incorporó.
- Buenos días, hermosa princesa.
- Buenos días apuesto caballero.
Le respondí, mientras salté de la cama para el sofá y acaricié su cabellera antes de darle un pequeño beso en sus carnosos labios.
Tomamos el metro hasta las oficinas de su padre. Me llevaron a una sala de juntas. Ahí ya estaban mis estudiantes, quienes en una semana debían aprender el español suficiente como para hacer la compra en un supermercado. Ya una vez instalados en México, seguirían estudiando en una academia de la mamá de Edward, muy popular entre los estudiantes japoneses.
Edward se quedó la primera hora para ayudarme con los estudiantes. Cuando vio que todo iba bien, me hizo señas y se fue a su empresa.
Las oficinas de Edward y las de su padre quedaban en el mismo edificio.
En el sexto piso, el señor Yamamoto tenía una agencia de viajes y una cafetería.
En el quinto piso Edward tenía una pequeña oficina de diseño de software y diseño industrial. La compañía constaba de sólo dos oficinas y cinco trabajadores.
El primer día de clases tuvimos tres horas en la sesión matutina y 3 horas en la tarde. Los demás días serían 3 horas en la mañana y 4 horas en la tarde. Descansaríamos 10 minutos por hora y una hora y media para almorzar.
Mina y Nori estaban en un seminario de turismo en Kobe. A ciencia cierta no sabía si Mina era trabajadora del padre o del hijo,pues se había presentado como mi asistente y profesora de japonés. Luego me comunicaría con ellas para arreglar el viaje a Okinawa de la siguiente semana.
Almorcé con mis estudiantes. La seriedad de los japoneses, había sido una lección bien importante para mí en estas dos semanas. Decidí hablar con ellos casi todo en español. Además, usé un lenguaje neutro para que me entendieran bien. Aunque soy cubana siempre he tratado de hablar lo más claro posible a mis estudiantes.
Fue un día precioso. Después del mediodía, el sol se asomó. La sala de juntas se iluminó y mis ganas de tener a Edward debajo de mí siguieron creciendo.
Llegué al sofá de la noche anterior y sólo tenía algo en mi cabeza: el roce de sus rizos entre mis pechos.
Quería tener autocontrol, pero me era muy difícil frente a él. Su atractivo físico era inmenso, pero su personalidad era un misterio para mí.
Edward me escribió:
¿Llegaste bien al hostal?
Eso me hizo recordar dónde estaba y cuál era mi misión. Tenía que estudiar y trabajar estos seis meses y pensar en si quería quedarme en Asia o si regresaba. Irme con Elio no era una opción, ya no lo amaba. Tenía que ser sincera con ambos. No quería cortar por teléfono con uno, pero tampoco quería hacer el amor con el otro teniendo novio.
Sí. Este hombre me tenía pensando en sexo todo el día.
Le escribí a Elio:
-Tenemos que hablar.
Luego desempaqué un poco de mi equipaje. Me senté en la cama. Ya estaba cansada de tanto pensar. Mi cama era redonda con sábanas grises, su tela aterciopelada me daba una sensación hogareña, detrás había una pared de ladrillos carmelitas.
A un lado el balcón, que se habría con puertas de cristales. Las cortinas, también grises, le daban un toque de intimidad. Frente a la cama estaba el sofá rojo, protagonista de la noche anterior, detrás tenía una pared blanca con unos cuadros de paisajes citadinos. La habitación era amplia y muy iluminada. Frente al balcón se veía un parque y al fondo los edificios de la gran ciudad.
-¿Estás?
Era Edward de nuevo, ya eran las 8:30 pm le respondí que sí y le pregunté si íbamos a comer pero ya él estaba del otro lado de la puerta.
Estaba vestido con una camisa negra, el primer botón estaba abierto y te invitaba a seguir abriendo más. Sus jeans negros estaban bien ajustados a su cuerpo. Traía algo en las manos, pero no alcancé a ver porque comenzamos a besarnos de manera desenfrenada.
Cómo tenía un poco de frío, había encendido la calefacción y ahora me sentía sin oxígeno.
Me volteó y comenzó a besarme la nuca, luego mi cuello, la espalda, los glúteos y me dobló el cuerpo hacia delante. Paró de besarme y me separó las piernas. Él estaba sentado en el sofá, yo le daba la espalda con mis manos puestas en la mesa.
Continuó besando mis nalgas, luego llegó a mi botón y comenzó a acariciarlo sobre mi ropa. Me sentó a su lado y mientras continuaba acariciándome con una mano, desabotonó mi blusa y me desnudó los pechos. Comenzó a tocarme como nunca ningún hombre lo había hecho. Presionó mis pezones y comenzó a succionar uno de ellos.
Me sentó sobre él y comenzó a estimular mi botón nuevamente esta vez ya mi falda y mi ropa interior estaban en el suelo. Mis gemidos ya eran incontrolables. Llegué al orgasmo y perdí el control de mis movimientos.
Me viré de frente para besarlo y ya estaba desnudo. Me embistió sin aviso y el placer me llenó por dentro. Fui bajando poco a poco mientras mis labios repetían su nombre una y otra vez. Abrazados y dejados llevar por la pasión, nos fuimos para el suelo, sus dedos continuaban explorando mis curvas. El segundo orgasmo llegó con más intensidad. Mis fluidos bañaban sus músculos y su piel brillaba en la noche primaveral. Cuando ya no nos quedaban más lugares dónde besarnos, nos abrazamos y nos quedamos inmóviles por un largo tiempo.
Era suya y una lágrima corrió por mi mejilla,me sentía feliz y dichosa.
Le dije:
- Te amo.
Fue cuando se paró, me ayudó a incorporarme y me dio un trago de licor.
-¿Me amas?
-Sí.
-¿Te quedarías conmigo en mi país?