El sol se elevaba lentamente sobre el horizonte, proyectando un resplandor dorado sobre el paisaje. Un nuevo ocaso, para un fatídico día.
Las montañas, antes envueltas en la oscuridad, emergian de su anterior estado de tinieblas, sus picos llegando a alturas inimaginables para el común mortal.
El aire era fresco y tranquilo, impregnado por el aroma de los pinos y el canto de los pájaros.
Eventualmente, Federick abría los ojos. Sus ojeras eran un poco pronunciables, pero su jovial sonrisa lo desmentía.
A medida que el sol continuaba su ascenso, la niebla que cubría los valles comienza a disiparse, revelando las onduladas colinas y los serpenteantes arroyos. El paisaje era un lienzo de contrastes, con luces y sombras, sonidos y silencios, todo en armonía.
A pesar de haber estado ocupado todo el día anterior, se estiraba alegremente en una mañana nueva. Acondicionando sus articulaciones, con el sonar de estás.
Los rayos del sol iluminaban la belleza natural del paisaje, resaltando los intrincados patrones de la naturaleza.
Los árboles se mecen suavemente con la brisa, sus hojas susurran suavemente como el susurro de un amante.
Para empezar la mañana, Federick extendió en par sus puertas. Conectando el interior de su vivienda, con el exterior de su jardín.
Su naríz aspiró en grandes cantidades el aroma fragante intrínseco en los alrededores. Su jardín estaba cubierto por una fría helada mañanera, y al la frescura conectar con su piel desnuda, le produjo leves escalofríos.
Un río atravesaba un gran valle, sus aguas reflejandose en la luz dorada del sol. Las rocas que bordeaban su lecho eran lisas y estaban erosionadas, con las cicatrices del tiempo y los elementos.
La belleza celestial se presentaba a través de la armonía de los opuestos, en distintos paisajes de extensos terrenos.
El rostro de Federick estaba sonrojado, inundado por un armonioso color rojizo. Testigo de su anticipación, sus manos incluso temblaban en ciertos momentos.
A medida que el sol seguía saliendo, el paisaje se transformaba. Las sombras se retiraban y los colores se intensificaban.
Federick se sentó sobre su característico sitio, en una pose meditativa. Guiado por la intuición, estaba preparado para un avance.
El cielo se pintaba en tonos rosas y naranjas, proporcionando cierta belleza etérea a la escena simple.
El mundo estaba vivo y vibrante, lleno de los sonidos de la naturaleza y del pulso de la vida. El ascenso del sol es un recordatorio de la naturaleza cíclica de la vida, donde cada día trae nuevas oportunidades y desafíos.
Con una pose erguida, empezó a calmar su espíritu. Una serenidad armoniosa se presentó entre sus cejas, envolviéndolo en un espíritu brillante.
El paisaje representaba al Dao, perpetuo y eterno.
Un camino sin fin, que fluye a través de todas las cosas y las conecta en un delicado equilibrio. Caminos serpenteantes o extensas ramificaciones.
El Dao se presentó intuitivamente a un ignorante.
Quién lo abrazó como su única y última pertenencia.
Quién pereció.
Santo sobre los demás.
...
Finalmente, Federick atravesó el cerco que lo alejaba del siguiente nivel.
Reuniendo innumerables energía entre el cielo y la tierra, la guió con suavidad y abrió un espacio milagroso en el centro de su estómago.
Incluso desconocía el nombre al denominado reino. Su ignorancia era extrema, al igual que su talento.
No preguntó a su sistema el dichoso nombre. Estaba a la tentativa de esperar las respuestas prometidas por su Padre.
Supuso que pronto se reuniría una vez más con él. Su deseo era golpearlo en los huevos... Según su sistema, podría ser un ancestro. ¿Qué es más satisfactorio que golpear a un ancestro en los huevos siendo un niño?
Pero no era su enfoque actual. El día de ayer, luego de regresar de su aventura infructuosa, se dedicó a pintar un óleo por el resto del día.
Una vez dijeron que una hoja en blanco, era el mayor sentido de libertad.
Sobre el óleo virgen, vibró en colores. Un árbol milenario reposaba bajo la bodega celestial... Pero aún era redundante.
A pesar de utilizar diferentes técnicas, el resultado no cambio. Sin esencia, sin eje.
Sólo un árbol y el cielo estrellado.
Frente a ello, Federick guió con delicadeza su energía, como el tocar de un instrumento. En su dedo índice se concentró, energía que guió desde su estómago.
Y con ella prosiguió a trazar sobre el óleo virgen.
Érase una vez, un árbol enclavado entre dos grandes montañas. Reposando eternamente en la ignorancia sobre los misterios del universo.
En su silencio, pasaba la mayor parte del tiempo explorando las montañas, los bosques y los ríos en busca de respuestas a sus muchas preguntas.
No era consciente del tiempo, pero su vista viajaba tramos más lejanos cada otoño.
Algún día entre los tantos suyos, observó como el pájaro que reposaba sobre él, deambulaba libremente por un denso bosque, visitando alturas y pereciendo.
Pero con cada reencarnación suya, reconocía ámbitos más lejanos.
Innumerables seres vivos, en libertad.
Un día, en el centro del claro donde alguna vez estuvo desolado de vida, una extraña hada de vida surgió.
Escapaba de sus conocimientos como los mayores secretos que lo inquietaba en su pequeñez arrogancia.
Su tronco se retorció, el dolor era inexistente. Raíces se ramificaron, dirigiéndose en esa extraña dirección.
Para su sorpresa, oyó una voz suave y susurrante que cantaba al mundo.
"Esperando el fin de los tiempos". Cantó con una inquietante voz susurrante.
"Guardián de las tierras del más allá. Oh, inmortal que has perecido. El universo busca oyentes". Recitó en una melodía suave el hada.
Sus raíces bailaron bajo tierra, ante la voz humilde pero ambiciosa de la criatura.
"El universo es un lugar vasto y maravilloso, lleno de misterios y secretos. Pero en su núcleo existe una profunda afinidad entre el cielo y la tierra. Las estrellas y los planetas de arriba, los árboles y los ríos de abajo, todos están conectados en un delicado equilibrio". Cantó con su armoniosa voz.
Sus raíces se inclinaron reverencialmente ante el canto del hada. No comprendía completamente, pero un respeto profundo surgió entre su corteza antigua.
"La matriz es una red de energía que conecta todas las cosas. Es la fuente de la vida, el fundamento de la realidad. Y está oculta a plena vista, esperando a ser descubierta. Allí, allí... No se encuentra escondida". La voz resonó entre los valles y los bosques, haciendo vibrar a los ríos.
A través de la guía, el árbol viejo pasó el resto de sus días intentando comprender está realidad que ignoraba.
El tiempo no tenía compasión, pero tampoco era el fin. Encontró la sabiduría en su centro, bailando y reverenciando ocasionalmente a la voz majestuosa de quién lo iluminó.
Comprendió el tiempo, por lo que un día descubrió el gran secreto.
Era una luz brillante e iridiscente que lo rodeaba todo, conectando todas las cosas en un patrón hermoso e intrincado.
Sintió una sensación de asombro y maravilla al contemplar la matriz, y supo que por fin había encontrado lo que relataba su viejo amigo.
Ante esto, desapareció entre sus palabras.
El sabio árbol engañado bajo su propia sabiduría, pasó la mayor parte de su tiempo intentando desentrañar la verdad demostrada. Tal fue su enfoque, que reverenció a nadie.
Cuando tocó la luz, sus raíces ya habían levantado todo el paisaje, destruyendo su hogar y esencia de vida. Un misterio universal se grabó en los extensos registros antiguos, cuando el árbol pereció el día que descubrió los misterios universales que había perseguido.
...
Federick terminó los trazos en su óleo. Estaba satisfecho con el resultado.
Entre dos montañas, un árbol reverenciaba a la bodega celestial en su propia destrucción.
Había construido una extensa y compleja red extraña en el cuadro. Combinando lo celestial y terrenal.
Había pasado la mayor parte del día en ello. Ya era tarde...
Observó por sus ventanas, dónde a pesar del clima temprano, ahora estaba cubierto de nubes de mal presagio.
"Tal vez... Se acerca una tormenta". Federick pronunció en un bostezo.