El ir y el venir era anormal está tarde atheniense. Innumerables personas se dirigían a distintos sitios, intercambiando palabras y saludos.
El tema en cuestión que era más sonoro, era la convocación a la Plaza Real. Una convocación popular, sin distinciones de clases sociales o riquezas.
Una convocación macabra y poco común, a pesar de la cultura bélica. Pero aún tomando en cuenta el fin de la llamada, probablemente la proporción espacial no sería suficiente para almacenar a tantas personas.
Un joven quién se vestía con prendas sucias, se dirigía a la plaza en cuestión. Con antelación debido a la gran distancia que debía recorrer.
Sus pasos eran precisos y su rostro decisivo, sin detenerse a observar a la natural y urbanizada arquitectura en la cual se construía la ciudad.
Sus manos estaban apretadas débilmente en puños, debido a su pobre nutrición temprana. Era un mendigo sin ningún propósito y un destino prematuro.
Provenía de una familia pequeña y pobre, cumpliendo el deber de un hermano mayor rastrero. Sólo conocía el estado de sus familiares cercanos, ignorante de cualquier tío o abuelo.
Ocasionalmente realizaba trabajos precarios por las calles que cruzaba en este momento, en dirección al lugar convocado.
Pero sus pensamientos nunca se centraron en ese eje, ya que su cabeza dolía. Su lengua con un sabor amargo indistinto, se remojaba en saliva.
Sus ojos se distanciaban, observando a las diferentes personas a su alrededor. No lo hacía con el objetivo de hurtar a algún desprevenido, después de todo ya no tenía la necesidad...
De hecho, él había sido el desprevenido. Su temor era, que le hubieran robado su última dignidad...
Por eso demostraba una insaciable invencibilidad. Su cuerpo débil y sus prendas sucias, pero no era una hoja marchita... Él no temblaba.
O ese era su rostro exterior, siendo cristales puntiagudos su interior; obligándolo a respirar con dificultad.
El día se estaba posando, el sol en la lejanía daba el último brillo del día. Ocultandose entre las nubes sin mostrar otra cara.
La hora preestablecida se estaba coronando. Un rey indigno a la espera...
Cuando llegó, había personas ordenadas a la espera de la sentencia final. Su desesperación no fue capaz de razonar, adentrándose entre la multitud.
Algunos se apartaron por piedad y otros por disgusto.
"Por favor, por favor". Repetía el joven mientras intentaba penetrar entre la multitud. Una palabra mágica que había aprendido hace poco tiempo.
Lejana y desconocida, no la había practicado durante una década entera. Incluso con grandes ojos y pequeños hoyuelos, sólo podía reír con una astucia sin identidad.
Pero un repentino golpe fue el asesino de su conmoción. Cayó entre los mosaicos ilustramente hechos, que decoraban los alrededores con elegancia.
Al dirigir su mirada sobre sus hombros, fue cuando vio a un hombre de una figura corpórea enorme en comparación con la suya. Quién le concedió simplemente una mirada amenazante.
Esto lo volvió a su realidad. Siempre había sido precavido en cuanto a la ofensa, pero sus pensamientos vagaban al punto de no poder reconsiderar su comportamiento anterior.
Fue desde su posición, dónde observó como en el centro se alzaba un gran escenario. En el, pilares de madera se construía, de los cuales colgaban nueve sogas atadas con tenacidad a los mismos.
"Por favor". Repitió por última vez. Junto sus manos con debilidad, deseando que no ocurriera el escenario causante de su paranoia.
En un día pintado por los colores del atardecer, los ciudadanos Athenienses se sumieron bajo la sombra de nueve sogas.
La indiferencia quemaba en los ojos de muchos.
La curiosidad en otros jóvenes.
La desesperación en los de Kevin.
El joven sucio, con prendas antiguas, observaba con atención a los condenados.
Nueve individuos. Hombres y mujeres.
Desde un hombre de mediana edad, a una jovencita en su ocaso de juventud.
Pero todos compartían una característica: Sus rostros no eran visibles, al ser ocultados por una capucha hecha con tela negra.
Sus atuendos diferían. E incluso, una mujer mantenía sus joyas.
La atención de Kevin estaba completamente enfocada en intentar identificar a los condenados, intentando averiguar si su amada se encontraba entre ellos.
Pero no tuvo resultado, debido a la lejanía y su vista deficiente. Fue cuando se subió otro hombre a la tarima, que cambió el objetivo de su atención.
Con un porte imponente y elegante, dirigió su mirada a los innumerables ciudadanos. Su figura erguida, concedió el pecho, proclamando:
"Oh, súbditos, ciudadanos dignos de nuestra ciudad, grandeza sin fin. Es de conocimiento universal nuestra moral, pacíficamente o agresivamente, hemos proclamado como nuestro dónde nuestro pie ha pisado... Por ello no existe excusa posible, sólo inmoralidad y justicia". El hombre fue elocuente y conciso, extendiendo su voz a distancias inhumanas.
Kevin escuchaba con atención, inconscientemente mordiendo sus uñas.
"Así, la sentencia final ha sido decidida. Por alta traición al conspirar contra la máxima autoridad, el castigo es el fin de la vida, sin excepción, de todos los condenados". Dijo, finalizando su discurso. Bajándose de la tarima para observar el fin.
A Kevin le carcomia la desesperación y desesperanza, al punto de arrancarse ligeros pelos. Aún no había identificado a su querida, sin posibilidades de desbordar a la multitud.
Cerró los ojos sin esperanza, intentando desechar su paranoia. Así, sus oídos se potenciaron, siendo su sentencia.
Escucho como las compuertas inferiores de la tarima se abrían y las sogas se tensaban. Fue en ese momento, cuando oyó el sonoro tintineo de una pulsera.
Para su dolor, instantáneamente reconoció tal tintineo. Con el tintineo, su expresión se dobló en el dolor e ira.
La única chica que le había mostrado decencia a pesar de su deplorable estado...
En el momento que abrió los ojos de nuevo, dirigió su vista en una dirección contraria, sin intención de observar los cuerpos colgantes que tintineaban ante las sogas que se tensaban al ejercer fuerza contraria.
Allí, en las alturas, fue donde observó unos ojos rojos que brillaban en la oscuridad.
"Ardiendo como una mota de polvo más, en una leña efímera... El significado de una muerte prematura". Susurró en silencio Federick, observando con atención al desdichado joven.