Al inicio creí que tendríamos niveles, estadísticas notorias que marcarían el progreso que tuviéramos. Por más que probé, ese mágico icono seguía sin aparecer.
Desistí días atrás, mientras recordaba cuanto tiempo llevábamos aquí.
"Casi cuatro meses" pensé y luego suspiré, la melancolía me embargo unos segundos.
Espere que se llevarán a Satou antes de volver a mi sala, el salón se encontraba bastante solitario.
Los muebles de madera, esculpida en artísticos escenarios estaban vacios, el librero acumulaba polvo y las cortinas de la ventana estaban corridas, así como la chimenea apagada.
Fijándome bien, vi a una compañera que leía absorta, y en una incomoda posición, en el sofá.
—¿Donde están los demás?— Pregunté en voz baja.
—¿Eh?—Dijo ella sin mucho interés.
—Los demás... ¿Están entrenando?
—Obvio. ¿Qué otra cosa pueden hacer?—Respondió ella de mala gana y bajo el libro.
Viéndola bien, era linda. Cabello castaño claro, lo traía corto y peinado de una manera bonita. Su piel es bronceada y tiene la nariz un poco ganchuda. No pertenecía a mi salón, si no al tercero B. Si no mal recuerdo, debe llamarse Hatano Sora.
Usaba la ropa que les dieron a las chicas, esos hermosos vestidos medievales con lindos bordes elegantes.
—Bueno...—No supe que decir, mejor agache la mirada.
—Para mi no esta tan mal, aquí puedo leer lo que quiera.
Pensé que tal vez, quería conversar, reuni valor y respondí.
—Tienes razón. Esto esta bien, no nos falta nada.
—Si que nos faltan muchas cosas. Electricidad, baños decentes, entretenimiento, internet.
—¿Y buena comida?—Intente añadir, Sora alzó una ceja.
—Para nada. La comida es muy buena, nos hacen comer con cubiertos porqué aquí no existen los palillos, pero le termine agarrando gusto.— Expresó satisfecha, me puso nervioso verla sonreír tan resuelta—¿Sabes qué otra cosa vale completamente pena? La libertad. Le tomé gusto a muchas cosas.
Al terminar de decir eso, Sora hizo algo que me estremeció. Mirar al techo complacida y lamerse los labios.
—Ya... Eso es verdad, tener tranquilidad es bueno.
—¿Qué has hecho todo este tiempo, Seita?
—Entrenar.
—¿Solo entrenar?
Asentí, no tengo idea de que más quería oír. Pero esbozó una sonrisa condescendiente.
—Ya veo. Ey, ¿me haces un favor?
—Bueno...
—Si puedes, ¿me traes un jugo?
Estuve pensándolo varios segundos, Sora estrecho sus párpados.
—Anda. Y te doy un beso, ¿no quieres?
De beber algo, lo habría escupido.
—¡¿Disculpa?!
—Te pedí un jugo a cambio de un beso. De lengua si quieres.
De pronto empecé a sudar y ponerme nervioso. Que diablos, su inesperada propuesta me descolocó. Tampoco me hice ilusiones, seguro bromeaba, pero decidí hacerlo para quitármela de encima.
—De acuerdo.
Fui directo a la cocina, un cuarto enorme con repisas, una chimenea de gran horno de piedra y barra donde habían taburetes. Unas señoras mayores preparaban diversas comidas, distinguí algo similar a un pato desplumado. Serví el jugo en un tarro desde el barril. El camino de vuelta resultó distinto, sin quererlo mi corazón se aceleró.
Sora aguardaba donde mismo, lo recibió mucho más animada.
—¡Gracias! Que lindo.
—De nada... Voy a entrenar con los demás.
—Claro, claro. Antes te debo algo. ¿No?
Iba a responderle que se dejará de juegos, pero sin previo aviso, ella sujeto mi camisa y me jaló.
Sentí el contacto cálido de sus labios, luego cierta humedad, la inconfundible textura de su lengua, que traspasó mis labios.
Estuve paralizado lo suficiente para dejarla tornar el beso más sucio, hasta que logré retroceder.
–Que cara-
—Te lo dije.—Me interrumpió Sora—. Cumpli mi parte, ahora si puedes irte. Bye, bye.
Y así nada más, meneó la mano para despedirse de mi.
Yo trague saliva, di media vuelta y huí del sitió.
...
Los entrenamientos costaban lo suyo, solía ir a mi ritmo. Entrenar con otros aplicaba cierta presión en mi, por ende suelo practicar solo.
Siempre miraba de reojo al resto, entrenaban arduamente el fino arte de la esgrima, asesinar con espadas occidentales y no katanas. La luz del sol nos alumbraba atrás, el cuarto parecía un salón de ballet, podías maniobrar sin preocuparte de lastimar a alguien.
La hechicera, al igual que todos los días, miraba a cada uno de semejante manera que una maestra.
Cada que la veía mi corazón latía acelerado. Costaba no hacerlo, era bellísima, dotada de una sensualidad arrolladora y una mirada intrigante de ojos color plateado oscuro.
Parecía importarle poco que faltaba un alumno, al cual golpearon brutalmente. Recordar el asunto me revolvió el estómago y me hizo digerir aquello de peor manera.
Habían apaleado sin piedad a Satou, ese viejo extraño que parecía desempleado. Al tiempo que planteaba miedos infundados, escuche hablar a dos personas detrás de mi.
—¿Qué haces con eso?
—Mi colorada. ¿No quieres qué te toque una?
—¿De donde sacaste esa guitarra?
Volteé para ver que hacían, eran esos chicos extranjeros. Gwen, nuestra compañera de intercambio, una muchacha pelirroja de lindo cabello corto, con mechón grande que le cubría la mejilla y ojos verdes, también tenía muchas pecas en la cara.
Del otro no tenía idea de quién sea, tenía pinta de hispano, moreno, cabello oscuro y rasgos distintos. Ahora mismo sostenía un instrumento con una amplia sonrisa.
—No es una guitarra, pero sirve igualita.—Contestó él moreno y pasó las yemas de los dedos entre las cuerdas—. Suena igual de buena, se me antoja cantar.
Y así el tipo tocó una melodía, para luego cantar.
—Ayer tuve un amor, que hoy me abandonó, porque no me quería.
Fue tanta mi ilusión por hacerla feliz, pero todo fue en vano.
Sus juramentos falsos trajeron a mi alma tristes esperanzas.
Que la vida nos dio con todo su fulgor, caricias y esplendor...
¿Qué idioma era ese? Si bien lo entendía automáticamente, sabía que eso pasaba de ser inglés. ¿Es español?
La balada causó que los demás mirarán y el moreno prosiguió.
—Ahora comprendo que todo fue mentira.
Sus palabras creí, ingenuamente yo, que nunca me engañaba.
Ahora estaré solo para no sufrir así las consecuencias.
De un amor tan fugaz que solo pudo ser, solo sueño fatal.
Hoy sé que por dinero, te entregas a otro hombre dejándome a mí.
Abandonado en esta soledad.
Gwen y yo que estábamos cerca nos quedamos viéndolo, hasta que termino la canción.
—¿Qué fue eso Christian?—Preguntó ella, el tipo esbozo una sonrisa más alegre.
—Un canto del alma para todos.—Respondió Christian, mirándonos a todos.