Mark no sabía que era lo que más le molestaba de su nueva esposa, pero lo estaba volviendo loco. Desde que se casó, las cosas habían cambiado drásticamente, pues al convivir con ella había comenzado a notar todo aquello que había dejado pasar en los últimos meses.
– ¿Por qué no me di cuenta antes? –se repetía un día frustrado tras pelear con su nueva esposa.
Todo comenzó a ir mal desde el primer día de matrimonio. Tras una celebración en donde Mark gastó una fortuna para cumplir con los caprichos de su futura esposa, se topó de golpe con la realidad. Había despertado con dolor de cabeza por la borrachera para darse cuenta que su amada mujer no pretendía mover un pie fuera de la cama en todo el día. Así que de mala gana, bajó las escaleras de la mansión para prepararse algo de comer y tomar lo que sea que encontrara que sirviera para su malestar. En ese momento pensó en que Alicia siempre despertaba antes que él y le tenía el desayuno listo para cuando él bajaba a la cocina. Había sido siempre así desde el momento en que se casaron, por lo que no pudo evitar empezar a comparar a su nueva pareja con su ex.
– Yetzy es buena en muchas cosas, así que deja la estupidez –se dijo ante aquel pensamiento, pero por más que trató en ese momento de pensar algo bueno de su nuevo amor, nada se le ocurrió.
Suspiró con pesar mientras se sentaba a la mesa a tomar un par de analgésicos con un vaso con agua. Lamentablemente para él, las cosas no acabaron ahí. Con el paso de los días, Mark descubrió que Yetzy no solo era mala en la cocina, también era desordenada, algo sucia y muy descuidada. Había dañado varios objetos valiosos de la casa mientras intentaba hacer labores cotidianas.
– No soy tu cachifa, así que mejor busca a alguien más para eso –le dijo un día luego que él le pidiera lavar una de sus camisas que había manchado accidentalmente con café durante el almuerzo.
– Eres mi esposa, se supone que deberías estar dispuesta a hacer este tipo de cosas –respondió frustrado intentando lograr que la situación fuese diferente.
– Cuando nos casamos no había un contrato que me obligara a hacer nada por ti, así que no tengo que hacerlo si no quiero –las palabras de Yetzy eran increíblemente frías, lo que dejó a Mark atónito ante aquella actitud.
– ¿Qué demonios pasa contigo? –gritó molesto– la casa vive sucia y desordenada, no preparas mi comida, ni lavas mi ropa, no eres educada con nadie de mi familia, no cuidas nada de mis cosas, gastas mi dinero sin control y ni siquiera tenemos sexo a diario como solía ser. No se supone que esto sería así –soltó frustrado.
– Yo no tengo que hacer nada de eso si no quiero. Yo soy tu esposa y la madre de tu futuro hijo, no tu sirvienta ni tu esclava. Si te molesta tanto, simplemente contrata a alguien para que haga todo eso y a mí déjame en paz –explicó de lo más tranquila mientras se daba la vuelta y dejaba a Mark en medio de la habitación hecho un lobo furioso.
A Mark no le quedó más que tragarse sus palabras y contratar a un par de empleadas para que se encargaran de mantener la casa y lavar su ropa. Estaba cansado que todo estuviese hecho un desastre y de tener que cocinar todo el tiempo para poder tener una comida decente. Las cosas con Alicia habían sido diferentes. Ella no se quejaba de nada, ni siquiera cuando él la trataba mal. Había sido un idiota, ahora lo sabía. Fue un completo idiota que jamás supo agradecer todo lo que ella hacía por él, pero la realidad era que siempre lo dio todo por sentado. No se había dado cuenta de lo que tenía en su anterior matrimonio hasta que lo había perdido todo.
Pero Mark era orgulloso y no quería admitir que se había equivocado. Mucho menos quería decírselo a su familia que ya lo tenían etiquetado como el que hacía todo mal. No había manera de poder explicar que quería divorciarse de su nueva esposa con 6 meses de embarazo porque ella no le cocinaba, le lavaba la ropa y hacía lo que decía.
– Estás exagerando –se dijo un día mientras pensaba en qué podía pasar si se divorciaba– no puedes seguir metiendo la pata –se regañó imaginando en lo que su padre le diría.
Su padre siempre había sido una figura de temer para él y desde que murió su madre, había sentido que él y su hermana se habían quedado solos, pues no había nadie que lo defendiera de su furia, pero a diferencia de su hermana, toda la carga de la familia había caído sobre Mark, pues su padre siempre había tenido ideas muy machistas y difíciles de cambiar, lo que convertía a Mark en el blanco de todo. Su padre no aceptaría un nuevo divorcio de su parte, al menos no de una manera sana y más sabiendo que su primer nieto estaba por nacer. El futuro heredero Vitolli.
– Jonas –susurró Mark mientras pensaba en todo eso.
Ese era el nombre que siempre deseó ponerle a su hijo. Lo había comentado muchas veces con Alicia. Le gustaba ese nombre desde que lo había leído en un libro de ciencia ficción cuando era niño. Ese libro se había convertido en su favorito y el héroe protagonista llevaba ese nombre. Mark se había identificado mucho con aquel personaje, pues para él, tenía un significado muy importante, así que siempre se había dicho que su primer hijo debía tener ese nombre.
– Me encanta –recordaba que le había dicho Alicia la primera vez que se lo comentó– nuestro futuro hijo se llamará Jonas –le aseguró ella todas las veces que lo hablaron.
Lamentablemente, Mark nunca tuvo la oportunidad de tener un hijo con Alicia. Ese niño al cual nombrar Jonas como siempre había querido, nunca nació de esa unión, pero ahora todo era diferente. Después de tanto desearlo, finalmente la vida le estaba brindado aquel sueño de ser padre y aunque no fuese con Alicia, se sentía increíblemente feliz de pensar que tendría a ese bebé que siempre había anhelado. Debido a eso, se había prometido hacer que las cosas funcionaran con su nueva esposa. No estaba feliz con la situación con Yetzy, discutían mucho y ella solía sacarlo de sus cabales, pero al final de todo, él terminaba pensando en que lograría enderezar su relación, pues en su cabeza siempre estaba el bienestar de su bebé. Eso era lo más importante.
– Lo haré por ti Jonas –se repetía cada vez que sentía que iba a perder la cabeza.
Mark estaba buscando la manera de hacer que su matrimonio funcionara. Era irónico que con Alicia jamás lo hubiese siquiera intentado y ahora con Yetzy daba todo lo que podía por lograrlo, pero estaba tan ilusionado con la idea de ser padre, que aquello era lo que lo mantenía a flote sin importar lo que pasara, pero como todo lo que ocurría en su vida, llegó un día en que hasta ese barco se hundió.
– ¿Edimberto? –soltó Mark confundido mientras leía una de las tarjetas que estaban sobre la mesa del comedor– ¿Quién es Edimberto? –preguntó confundido a su esposa que venía entrando al salón.
– Nuestro hijo –explicó ella tranquilamente.
– Nuestro hijo no se llama Edimberto –replicó Mark riendo entre los nervios y la confusión. Yetzy solo lo miró arqueando una ceja– nuestro hijo se llamará Jonas. Te lo dije.
– No me gusta ese nombre –exclamó como si nada. La sonrisa de Mark se borró por completo.
– Te lo dije. Te conté la historia del libro. Para mi es importante que mi hijo se llame Jonas. Lo hablamos –le recordó.
– No me gusta ese nombre –insistió– es aburrido y soso. Se llamará Edimberto Rubirlo –a Mark se la cayó la quijada por la sorpresa.
– No puedes decidir eso sin mí.
– Claro que puedo.
– Pero yo soy el padre.
– Y yo la madre, tengo más derecho que tú –Mark estaba atónito, no podía creer lo que estaba escuchando.
– No me puedes hacer esto.
– No llevará tu estúpido nombre.
Mark y Yetzy pasaron alrededor de dos horas discutiendo sobre el nombre del bebe hasta que al final, no llegaron a nada. Yetzy estaba empeñada en que le pondría al niño Edimberto Rubirlo y no aceptaba que le llevasen la contraria. Mark intentó de todo para persuadirla, incluso le ofreció comprarle un montón de cosas y aun así, la mujer se negó. No importaba cuantas veces le contara la historia y le explicara por qué aquel personaje de esa novela que lo había cautivado de pequeño, era tan importante para él, a la mujer no parecía interesarle. Mark salió frustrado de aquella casa, lleno de rabia y con deseo de salir corriendo. Quería escapar de todo. Condujo sin rumbo pensando en lo que estaba viviendo y no pudo evitar pensar nuevamente en Alicia. Se arrepentía por completo de haberla dejado ir. Ella jamás le hubiese hecho algo así. La extrañaba tanto.
– Dime dónde está –le pidió a Isabel en cuanto ella abrió la puerta. Él había conducido hasta allí en medio de su desesperación.
– ¿De qué me hablas? –preguntó ella haciéndose la inocente.
– No intentes esquivar el tema como siempre lo haces, esta vez no te harás la tonta conmigo. Sé que sabes a donde ha ido Alicia y necesito saberlo –Isabel rió con ironía mientras él la miraba con furia.
– ¿Y ahora a qué viene todo esto?
Mark le pidió que lo dejara pasar y ella de mala gana, aceptó. Después de acomodarse en el sofá, comenzaron a hablar como solían hacerlo, pues no era la primera vez que él le contaba sobre sus problemas con Yetzy y sus deseos de volver con Alicia, pero sí era la primera ocasión en que se mostraba realmente honesto, pues las veces anteriores, a pesar de todo lo que se quejaba, siempre terminaba volviendo con aquella mujer y eso a Isabel le molestaba. No le parecía justo para Alicia y por eso se negaba a decirle donde se encontraba su amiga.
– Edimberto Rubirlo –exclamó Isabel para luego echarse a reír descontroladamente. Mark la miró molesto– lo lamento primo, pero tienes que admitir que en algo ella tiene razón, no es un nombre aburrido.
A pesar que Isabel creyera que Mark era un idiota, era su primo y le quería. Habían crecido juntos y habían compartido muchas cosas, por lo que se llevaban bien. De hecho, Isabel era una de las pocas personas de la familia Vitolli en la que Mark confiaba y debido a eso, él la había elegido para ser su socia en la empresa, pero también sabia lo leal que ella era con Alicia y por eso dudaba que aceptara ayudarlo.
– Necesito verla –le insistió Mark. En sus ojos se notaba su desespero.
– ¿Por qué?
– Quiero recuperarla –confesó.
– Déjate de estupideces, estás casado, seguiste con tu vida. Deja que ella siga con la suya –esas últimas palabras resonaron en su cabeza.
– ¿Dónde está? –preguntó serio.
– Siendo feliz –se limitó a decir. Mark la observó con cuidado. La conocía bien y sabía qué significaba.
– ¿Con quién?
– Será mejor que te vayas.
– ¿Con quién?
– Mark por favor. Alicia merece ser feliz –afirmó seria mientras se ponía de pie y abría la puerta de salida. Él asintió de mala gana y se retiró molesto, pero no sin antes decirle unas últimas palabras.
– La recuperaré. No me importa quién es el payaso que quiere quitármela, pero te prometo que la encontraré y haré que vuelva conmigo. Ella es mía.