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Chapter 4 - Capítulo 4

—¡Ángel! —Saludó ella. Su voz tenía un tono muy empalagoso—. Que gustó verte. Pensé que no vendrías.

Él bajo la mirada por unos segundos. Sus ojos ya no brillaban y ahí me di cuenta de que algo no estaba bien aquí.

—Daniela —se limitó a decir.

Yo estaba bien engolosinada con los dulces. ¡Había para escoger de a montones!

—Ha pasado tiempo. ¿Aún me guardas rencor?

Parecía que ella no había notado mi presencia.

—¿Rencor? ¿Debería guardarte rencor? ¡Tú sabes la respuesta!

Ella soltó una risita burlona. Me sorprendió el hecho de estar viendo esta escena. Note como la mandíbula de Ángel se tensaba.

—¡Aun no me superas! —Dijo riendo.

¡Pero que se creía esta chica! Toda una engreída. Ángel se mostraba incómodo, como si quisiera escapar de ahí. ¡Debía ayudarle! Me acerque a él, le tomé del brazo y lo mire directamente a los ojos.

—¿Todo bien? —Pregunté.

Ni siquiera saludé a la Daniela esa.

—Si. Todo bien.

Sus ojos parecían cansados. Asentí.

—¡Vayamos a casa! —Sugerí.

Quizá él también tenía un pasado y lo más probable es que hasta fuese de color gris. Note la mirada de la chica. Era muy prepotente. Ángel hablo.

—Karol, ella es...

—Descuida Ángel. No es necesario que nos presentes. Ella no es relevante para mí.

La mujer se quedó sorprendida. Su mirada arrogante se tambaleó con mi desprecio. Le dimos la espalda y entonces salimos de ahí. Caminamos un rato por el jardín, terminamos sentándonos en una banca de madera justo enfrente de una fuente. En nuestro asiento, él solo permanecía en silencio, preferí no hacerle preguntas.

Puse mis dulces sobre mis piernas.

—¡Gracias! —Dijo después de un rato.

Me estaba mirando. Parecía estar tranquilo.

—¡Descuida! Parecía que te sentías incómodo.

—Si. Yo. Verás, ella...

—¡Tranquilo Ángel! No es necesario que me des explicaciones. Solo, no me parecía correcta la actitud de esa mujer. ¡Quién se creé!

Sonrió.

—Tienes razón. No es importante.

—¡Exacto! Por eso en vez de estar chiqueado, mejor comete un dulce. Toma.

Y le di un pulparindo. Él lo tomó y una sonrisa apareció en su rostro. La noche era fresca.

***

Eran las ocho de la mañana cuando yo estaba en la cocina. Decidí que quería ayudar a doña Luisa con el desayuno. Preparamos huevos con salchichas, calenté algunas tortillas y también puse agua para té.

—¡Buenos días! —Saludo Ángel.

Vestía un traje negro. Su corbata era de color vino y la camisa blanca. Tomo asiento en uno de los bancos disponibles.

—¡Buenos días! —Saludamos Luisa y yo.

Tomamos el desayuno. Él parecía contentó y eso era algo bueno. Después de la fiesta, al volver a casa, note que su semblante era triste, nostálgico. ¿Tendría el corazón roto?

—Mi mamá quiere que vayamos a comer a su casa hoy.

¡Y vaya! Invitaciones como esas yo nunca imaginé tener. Sobre todo porque yo no tenía estatus y nunca en la vida pensé que algo así pudiera pasar. ¿Debería aceptar?

—Eso suena bien, pero yo...

Lo pensaba rechazar.

—Ella quiere verte. Dice que le caíste muy bien.

El huevo con salchicha sabía delicioso con el sabor del vinagre picante. Era mi segundo día aquí y me sentía extraña, lejana y distante.

—Está bien. Me dará gusto ir a visitarla. Si yo pudiera, me gustaría llevarle algún presente como agradecimiento.

—Descuida. Yo puedo comprar unas rosas y se las damos.

Olvidé que el dinero era algo que él recibía todos los días, en cambio yo no tenía con que pagar algún obsequio. ¡Qué cosas!

—Es verdad. Sé que podrías hacer eso, pero, bueno. Quiero decirte algo. Estuve pensando y obviamente estoy a gusto aquí en tú casa y agradezco mucho las atenciones que me das. Pero. Pensé en salir a buscar un empleo, digo, eso es lo que hace la gente. Se trabaja para vivir y estar bien. Quizá yo pueda encontrar algo en lo que sea útil, digo, no pienso volver a prostituirme, pero puedo trabajar de otra cosa. ¡Ya sabes!

Mi inquietud pareció hacerlo pensar. Termino de desayunar.

—Está bien. Yo te ayudaré a encontrar empleo.

Sonreí. Estaba emocionada.

—Te lo agradezco.

Se levantó y puso su plato en el fregadero.

—Paso por ti a la una en punto. Tengo que ir a arreglar unos asuntos en la compañía.

Ángel no solo era un arquitecto millonario. El verdadero fruto de su trabajo se debía a qué le gustaba la programación, la comunicación y la informática. ¡Él era un cerebrito!

Después de lavar los platos, subí a mi habitación. Me mire por unos segundos al espejo y finalmente me tumbé en el suelo alfombrado. Necesitaba pensar un poco en todo lo que estaba pasando conmigo.

La última vez que vi a mi padre, fue cuando él me saco a rastras de mi habitación. Mi hermanito estaba conmigo y se puso a llorar cuando me vio en el suelo. Mamá estaba en la cocina, cocía frijoles en la estufa y vi su mirada llena de dolor. ¿Qué podía hacer ella? Seguro que él la mataría y quizá si la mato, porqué yo nunca volví a saber de mi familia. Mi primer dueño era agradable, me causaba desconfianza, pero al final fue un poco amable. ¡Se volvió malo! No imaginé que terminaría vendiendo mi alma a un padrote y que por muchos años yo sería un placer pasajero para muchos hombres.

La primera noche en el prostíbulo fue algo horrible. Él me llevó a su oficina. La pared era de color café, los sillones eran de cuero y el olor; el olor era un fastidio. Me quitó la ropa. Sus dientes sostenían un cigarrillo que desprendía una columna de humo por toda la habitación. Sus manos peludas me arrancaron la frágil cobertura de mi alma. Su mirada, sus ojos, sus malditos ojos nunca dejaron de verme. Quería llorar, debía llorar, pero al final me aguanté. Me trague las enormes ganas de querer llorar. ¿Qué sentirías si con un solo movimiento irrumpieran en tu cuerpo de una forma cruel? Él estuvo adentro de mí como nunca antes. Fue mi primera vez como mujer. ¡No sentí nada! Me morí emocionalmente, le grite a mi corazón que se detuviera algunos segundos, que detuviera mis emociones y que mi cerebro se desconectará por un tiempo. ¡Sí!

Aprendí a fingir sentir placer escondiendo mi dolor.

***

Me puse ropa interior de encaje. ¡Sí! Me gustaba el encaje en mi piel íntima. Salí del baño, camine hacia el armario para elegir mi ropa. Ángel me compró un montón, más prendas de las necesarias. Vestidos, zapatos, playeras y demás. ¿Cómo debía ir vestida? Era un hecho que la familia de Ángel era muy elegante y lujosa. Él mismo Ángel siempre vestía impecable, lo conocí en traje, como todo buen ejecutivo. ¿Debería escoger algún vestido? ¿Me pongo las minifaldas que solía usar en el prostíbulo? Decidí que debía intentar vestirme de forma cómoda. Ni aquí. Ni allá. No elegante. No lujuria. Yo misma debía darle una nueva personalidad a esta Karol que usaba ropa interior de etiqueta. ¡Ya no era Karol la prostituta! Está vez, solo era Karol. La chica que estaba en busca de su felicidad.

Abrí un cajón, saqué un pantalón de mezclilla holgado y una playera escotada en color gris. Elegí unos tacones de charol. Eran unos tacones toscos, quizá hasta muy rústicos, pero brillaban y mis pies estaban cómodos. ¡Me encantaron! Cepille mi cabello, hice dos trenzas. Me enchine las pestañas y puse un poco de rubor en mis mejillas. Labial rojo fresa con aroma a fresa natural y sabor a fresa tropical. ¡Me sentía bonita! Pero sobre todo, me sentía cómoda usando está ropa. Era verdad que yo era una alma desdichada, quizá lo seguía siendo, pero qué más da. Creo que la vida no siempre es como uno la planea.

Escuché su voz afuera de mi habitación. Abrí la puerta y le sonreí al verlo. ¡Sentía mucha euforia dentro de mí! No dude en abrazarlo. Mis brazos le rodearon la espalda. Él se sorprendió, pero eso no importaba. Me sentía a gusto.

—¡Gracias por dejarme subir a tu auto esa noche!

Mis pensamientos tan curiosos estaban muy emocionados porque parecía que la vida me estaba cambiando para bien.

Le solté. Me separé de él. Sus ojos estaban puestos en mí, brillaban.

—De nada. Yo, me alegro de que estés bien. ¡Te ves muy guapa!

Estaba halagando mi nuevo estilo.

—Oh pues, gracias. Me dije a mi misma, hay que intentar cambiar de personalidad y salió esto.

Reímos un poco. Bajamos por las escaleras y terminamos en su auto. Una vez más, yo era su copiloto.

—¿Qué música te gusta?

Yo no sabía de música. Bueno, no mucho. Él planeaba que tuviéramos un viajé con música incluida. En el prostíbulo siempre ponían reguetón, debíamos mover nuestro culo al ritmo de ese tipo de música.

—Aparté del reguetón, no conozco otro género musical. Pon la música que a ti te guste.

Buscó en su celular, después de varios segundos puso una canción que tenía buen ritmo. Parecía que cantaban en inglés.

—Es Kodaline. Así se llama el grupo. Me gusta esta canción.

La melodía era agradable, solo que, no entendía nada de lo que estaban cantando. Sonreí.

—Suena bien. ¿Sabes inglés?

Asintió.

—Si. Algo así.

Me asombre. Era obvio que alguien como Ángel debía saber inglés, siendo un empresario millonario.

—Puedes revisar el asiento trasero. Deje unas cosas que quiero que veas.

Desabroche el cinturón de seguridad y me estire a la parte trasera del auto. ¡Me sorprendió! Detrás de mi asiento había un ramo de flores. Algunas eran de color blanco, otras rosas, amarillas y había hojas verdes. Gerberas. Margaritas. Nubes. Mirasoles. Venían envueltas en un pabellón de color lila. Eran bonitas.

—¡Que padre que le compraste las flores a tu mamá! —Dije mientras acomodaba el ramo sobre mis piernas.

Note una sonrisa en sus labios, mis manos sujetaban las flores y tampoco pude evitar sonreír.

—Creo que son un buen detalle. La verdad que no se me hubiese ocurrido algo así.

—Pues espero que tu mamá se sienta emocionada cuando se las entregues.

—Oh yo no, tú se las entregarás. Después de todo fue tu idea.

Negué con la cabeza. Las flores despedían un aroma como a perfume.

—Pero tú las compraste. Así que tú se las debes entregar. Eso es lo justo.

Sus manos se aferraban al volante. Un reloj digital de la manzanita mordida le rodeaba la muñeca derecha.

—Está bien. Yo se las daré.

Asentí.

—¿Y qué opinas de tu regalo? —Su pregunta me sorprendió.

¿Mi regalo? ¿Cuál regalo? ¡Más cosas por parte suya! ¿No era demasiado con haberme ayudado al salvarme de aquel lugar?

—¿Regalo?

Nos detuvimos en un semáforo. La luz era roja. Se giró a mirarme.

—Si. ¿No lo has visto? Esta atrás, venía junto a las flores.

Negué con la cabeza. Se burló de mí con una sonrisa tenue. Sus labios eran de color rojizo. Entonces se estiró un poco y buscó atrás de mi asiento. Segundos después, su mano sostenía una caja. Parecía un celular. Tenía un moño de color plata. Me lo dio. Dudé en tomarlo.

—No puedo aceptarlo. Ángel, esto es demasiado. Yo no creo que sea...

—Es tuyo. Te lo compré esta mañana.

Yo aún no agarraba la caja.

—Ángel. No debiste comprarme más cosas. Realmente yo...

—Creo que te será muy útil en tu nuevo empleo.

Eso me sorprendió todavía aún más. ¿Mi empleo? ¿Estaba hablando en serio? Quizá y él ya tenía algo resuelto para mí, pero ¿por qué? Su bondad era tan grande como esa sonrisa suya que me hacía querer sonreír.

—¿Me conseguiste un empleo?

Dirigió su atención al volante y el boulevard.

—Sí, bueno, necesito tu ayuda con algo importante. Hablaremos de eso más tarde. Mientras, abre tu regalo.

Tomé la caja. Sonreí al ver el moño. La caja decía iPhone. Tenía una manzanita mordida. ¡Qué genial! ¡Mi primer celular!