Después de cenar y beber un poco, volvimos a la habitación. Ya eran las once treinta de la noche y mis ganas de dormir eran fuertes. Ángel me acompañaba, la noche estaba tranquila. Caminábamos hacia la recepción, empezamos a subir las escaleras y justo cuando íbamos para nuestra habitación, una de las otras puertas del pasillo se abrió. Un hombre salió de ahí y se nos quedó mirando unos segundos. La intensidad de su mirada me hizo empezar a recordar.
—Hola Ángel, hace tiempo que no nos veíamos —le dijo él.
Nos detuvimos frente al hombre. Parecía ser un tipo serio.
—Germán, ¿cómo te trata la vida?
—Muy bien. Ya sabes, ahorita el negocio de los jitomates está en su pleno apogeo.
Germán dirigió su mirada hacía mí. Parecía ser un tipo arrogante. Alzó su mano izquierda para rascarse y en ese instante, justo ahí lo vi de nuevo. Un anillo de oro que significa la señal de estar casado, de pertenecer a alguien.
¡Era él!
—¡¿Conseguiste novia?! Me alegro por ti.
Ángel se quedó callado unos segundos. Parecía incómodo. ¿Qué respondería? La tenue luz del pasillo me hizo recordar el prostíbulo.
—Somos amigos —le dije.
Parecía interesado en mi respuesta. Su mirada no se apartaba de mí. ¿Me reconoció? ¿Sabría que era yo?
—Ángel no suele tener amigos. Mucho menos amigas —dijo él.
Su sonrisa era desesperante.
—No cualquiera puede ser su amigo. Quizá por eso es que él nunca me había hablado de ti.
La sonrisa desapareció de su rostro. Mi respuesta fue directa. Era verdad que Ángel y él no eran amigos. Lo supe por la forma y el tono en que habían hablado. Ángel no pudo esconder la sonrisa al escuchar mi respuesta. Las cosas del pasado tampoco podían hacerme esconder lo que yo sabía. Entonces la puerta detrás de Germán se abrió rápidamente y una mujer salió de la habitación. ¡Era su esposa! No había duda de ello.
—¡Hola! Buenas noches Ángel —saludó ella.
Germán no me despegaba la mirada, seguro que me reconocía. ¿Y qué? ¿Qué podía hacer yo? ¿Ocultarme? ¡No había opción!
—Hola, Samanta. Un gusto verte —le saludo Ángel.
Ella sonrió intercambiaron saludo de mejilla. Parecía una buena persona. ¡Su esposo no!
—Igualmente. Tenía tiempo sin verte —el carácter de ella era muy agradable—. Por cierto, ¿ya cenaron?
Ella nos miró a ambos. Sonreí.
—Si. Acabamos de cenar. ¡Muy buenas las hamburguesas! —Dije.
Germán pasó su brazo por la espalda de su esposa. Dejo su mano en la cintura de ella. Me sentí culpable de pronto.
—Yo me muero de hambre, hace quince minutos que llegamos y la verdad es que no hicimos ninguna parada. ¡Fue un viaje largo! —Ella se recargo levemente en su esposo, parecía exhausta
—Oh, pues no los detenemos más. Vayan a cenar. Nos saludamos mañana —dijo Ángel.
Acto seguido, desaparecieron y nosotros entramos a la habitación. Ángel cerró la puerta y se recargo en ella. Parecía que él tenía un mar de emociones dentro de su alma. Apretó levemente los puños. Caminó hacia el balcón.
—¿Te encuentras bien? —Le pregunté acercándome hacía él.
No respondió al instante. Tenía la mirada puesta hacía el mar.
—Si. Es solo qué... ¡no sé! No tolero a Germán...
Alzó la vista hacia mí. Sus ojos eran bonitos, miel, café, brillantes, tiernos a la luz de las farolas y la luna. Me recargué contra el barandal, a su lado. Nuestros brazos se rozaban y no me sentía incómoda.
—...resulta ser que Germán es el hermano mayor de Daniela. Fuimos amigos en el pasado, nos llevábamos muy bien. ¡Nos conocemos desde que éramos niños! Él era alguien muy importante para mí, así como también su hermana. ¿Cómo te sentirías si tu mejor amigo te clavara un cuchillo en la espalda? Sí. Germán me acuchilló con el filo de la traición. Él sabía perfectamente que su hermana me era infiel y que por más de un año me había estado viendo la cara. Cuando Daniela me dejó, la verdad es que me sentía muy mal, no tenía ganas de nada. Fui a ver a Germán para desahogarme y platicar sobre la situación, necesitaba el apoyo de mi amigo, pero él ya no era aquella persona en la que yo confiaba. Me dijo que esas cosas me habían pasado porque no era suficiente hombre para su hermana y que al final si quería que ella me aceptará, yo debía actuar como si ella nunca me hubiese engañado. ¡Qué tiempos!
Puse mi mano sobre su hombro.
—¡Lo lamento!
—Descuida. Ya pasaron dos años.
Me sentí agradecida con Ángel por el simple hecho de contarme sus pesares. ¡Confiaba en mí! Hubo un poco de silencio entre nosotros. Él necesitaba escuchar que no era la única persona rota. Era mi turno. Después de todo, yo también tenía algo que contarle.
—¡Yo tampoco tolero a Germán!
Su mirada cambio a un gesto de curiosidad y asombro.
—¿Por qué? ¿Ya lo habías visto antes?
Me mordí los labios. Lancé un suspiro. Por alguna razón me sentía culpable de lo que había pasado. ¡Necesitaba ser sincera con él! Me anime a hablar.
—Hace cómo tres meses unos hombres organizaron una despedida de solteros en el prostíbulo. Nosotras estábamos informadas, no era la primera vez que pasaba algo así y no fue la última. Cada una de nosotras tomo su posición. A mí me tocó estar en la barra sirviendo el alcohol. Resultaba ser que a la chica encargada de la barra, esa noche no tenía que acostarse con algún hombre porque se supone que ella no estaba en la exhibición de prostitutas. Bueno pues él se acercó a mí por un trago. Se sentó en un banco, estaba fumando, me pidió un poco de tequila y le llene su vaso. Quiso empezar a platicar conmigo, yo debía ser cordial con él porque después de todo ese era mi trabajo y para eso es que yo estaba allí. Después de unos minutos, él me pidió más bebida. Tomé su vaso y rápidamente con su mano derecha me tomó de la mano. «¡Necesito que me des placer!» Dijo él. Mi custodio me hizo una seña de consentimiento, él se haría cargo de la barra y yo tendría que cumplir con esa porquería...
Ángel me estaba escuchando. Teníamos apagada la luz del balcón y de la habitación. El aire nocturno era agradable.
—... así que lo lleve a mi cabina. Comenzó a besarme y acariciarme. Yo estaba tan acostumbrada a ese tipo de trató, que ni siquiera me costó trabajo cumplir con lo que él me había pedido. Le quite la camisa, me desnude frente a él, le puse un preservativo y entonces paso. Pasó esa sensación fugaz que se experimenta en el sexo. De cuatro, de pie, acostado, cabalgando y gimiendo, su mano izquierda subió a mis pechos. ¡Él necesitaba saciar su deseo egoísta! Su mano se detuvo sobre la corona de mi seno y ahí fue cuando una sensación fría me hizo sentir escalofríos. Su anillo. Un anillo. El anillo de su matrimonio estaba ahí y yo nunca había estado con un hombre casado. ¿Cómo crees que me sentí en ese momento? Si, era verdad que yo era prostituta y conocía perfectamente el riesgo de dañar a las personas. ¡Nunca imaginé que un hombre pudiera dañar a sus seres más queridos, estando conmigo! Al final cuando salió de mí, me dijo su nombre. Yo le dije un nombre falso, mi mente estaba inestable. Comencé a pensar en todos los escenarios posibles: en su familia, en su esposa y en su vida. ¿Por qué un hombre casado sería capaz de traicionar a su esposa? ¿Por qué conmigo? ¡Pobre de su esposa! Pensé en ese momento y la verdad es que me costó mucho trabajo aclarar mis emociones en los siguientes días. Ahora que ha pasado el tiempo, veo que él es cruel. Ella parece ser una mujer muy buena y agradable. ¡Me siento avergonzada! ¿Cómo puede ese hombre aparecer aquí, nuevamente en mi vida? ¿Cómo se supone que debo sentirme ahora? Después de todo, parece que el engaño está por la sangre de ese hombre y su hermana.
Sacar mis pesares ante Ángel me hizo sentir un poco más desahogada. Apreté mis manos sobre el fierro del barandal. ¡Estábamos rotos de muchas formas!
—¡No es nuestra culpa! Nosotros no somos responsables por lo que nos hicieron —dijo él.
Nuestra vista estaba puesta en las estrellas, que bonitas se veían desde aquí abajo. Pensé en las palabras de Ángel y era cierto. Nosotros no habíamos pedido dañar o que nos dañaran, solo se dio por culpa de unos simples deseos egoístas.
—Tienes razón. Quizá y si estamos rotos y dolemos a veces, pero no lo pedimos. ¡No es nuestra culpa que la gente sea ingrata!
Asintió.
—¡Gracias por confiar en mí! —Dijo y eso me sorprendió de forma positiva. Sonreí.
—Pues somos amigos y la verdad es que tú no eres malo conmigo. ¡Te quiero!
Sonrió y parecía más animado que antes. Se me ocurrió algo chistoso para terminar de desahogarnos.
—Espérame aquí, no tardo —le dije.
Entré a la habitación y fui por mi celular. Abrí la playlist, conecte los Earpods y busque la canción. Volví al balcón, le di un audífono a Ángel y él se lo puso en el oído derecho. Me miraba con atención.
—El otro día encontré una canción con una letra de desamor pero con un ritmo coqueto. Hasta me dieron ganas de bailar en ese momento y creo que ahora podré quitarme esas ganas.
Reímos. Dejé escapar un suspiro y puse play. La canción se llamaba Pura falsedad de Raylen. La melodía empezó a sonar y yo comencé a moverme lentamente al ritmo del tonito musical. Él escuchaba y me miraba, sonreía y yo le tarareaba la canción. Me había aprendido la letra en tan poco tiempo. Entonces, de pronto empezó a bailar conmigo. Nos movíamos lentamente y con ritmo, reíamos y nos sentimos libres de repente. Corrimos hacia la cama, nos subimos en ella y empezamos a brincar.
Le tomé de las manos y se sentía tan bien esa sensación de desahogarnos, de gritar y demostrar que estábamos luchando por unir nuestros pedazos y así poder formarlos en una artesanía con forma de corazón. Nuestras risas, nuestras voces y la música fueron nuestra terapia en ese momento. Nos dormimos hasta la media noche. Nos acurrucamos juntos y no nos importaba más lo que había pasado. Él durmió en ropa interior y yo también. ¡No estuvo mal! ¡Hacía mucho calor! No había morbo entre nosotros y la calidez de nuestros cuerpos se conectaba a través de las delgadas sábanas que nos cubrieron las emociones.
—¡Descansa! Todo estará bien —me dijo él.
Aunque estábamos a oscuras, el brillo de sus ojos era algo que podría iluminar hasta la más profunda de las oscuridades de mi alma. Podía decir que su mirada brillaba más que la luna llena.
***
Al día siguiente nos despertamos a las once de la mañana. Salimos a ver a los demás. Claudia nos estaba esperando, más bien, me estaba esperando a mí en la recepción. Ángel tuvo que irse de ahí.
—¡Necesito de tu ayuda! —Dijo ella.
Nos sentamos en el sillón de la recepción. Parecía estar preocupada.
—Dime. ¿Paso algo?
Ella sonrió.
—Ya casi es la boda y no tengo ni la más remota idea de cómo debe ser el vals. ¡Ni siquiera se nos había ocurrido! ¿Lo puedes creer?
—Pues en YouTube hay algunos tutoriales —dije sincera.
Negó con una sonrisa.
—Ya se. Pero, ayer los vi bailando en el balcón y parecían profesionales.
¡Nos había visto! Obviamente, estábamos a la vista de todos, aunque nosotros ni siquiera habíamos notado que ellos nos miraban.
—¡Ah! Solo nos movíamos al ritmo de la música. Nos zangoloteábamos como peces en el agua.
—Pues a mí me pareció más que un simple zangoloteo. Se veían tan bien y yo sé que mi hermano es un tronco en el baile. Estoy segura de que tú le enseñaste.
Sonreí ligeramente.
—No, yo no...
—Karol, en verdad necesito de tu ayuda ¡por favor!
Me estaba suplicando. Lo pensé unos segundos.
—Está bien. Yo te ayudo.
Ella me abrazo muy fuerte. Realmente estaba muy emocionada.
—¡Te lo agradezco! No sabes cuánto.
Era muy poco común que alguien me agradecería. Se sentía bonito el escuchar que me daban las gracias solo por ayudar en algo simple.
—¿Cuál es su canción favorita?
Ella se puso pensativa. Parecía no entenderme.
—Si. Es decir, que canción les gusta a los dos.
La chica se asustó al darse cuenta de que no tenían una canción.
—Tengo que preguntarle a Jacob. Te veo más tarde ¿va?
Asentí.
—¡Está bien!
—No olvides que está tarde iremos en yate a dar el rol por las bahías.
—¿En yate?
—Si. Un mini barco de lujo. ¡Ya sabes!
Eso sonaba bien. Nunca había estado en un barco y mucho menos que fuera de lujo. Ella se fue de la recepción. La luz del sol iluminaba bien el lugar. Me quedé mirando la pantalla de mi celular pensando en el baile que tuvimos en el balcón. ¡Nos habíamos divertido mucho!
—¡Hola! —La voz de Germán me hizo darle mi atención.
Caminó hacia mí.
—¡Hola! Buenos días.
Se sentó en el sofá que estaba frente a mí.
—¿Descansaron bien? —Su pregunta me pareció innecesaria.
—Si. Y ¿ustedes?
Se rasco la mejilla derecha.
—La verdad es que no. Ya sabes, sustituimos el descanso por un poco de sexo. ¿No escucharon nuestros gemidos?
Así que no tenía vergüenza. Contarme sus encuentros maritales no era algo que yo quisiera escuchar. ¿Qué clase de hombre era ese? ¡Un desgraciado! ¿Quién cuenta como es el sexo en su matrimonio? Solo los pervertidos, de eso no hay duda.
—¿Por qué me hablas de esto que en verdad no me importa? ¿Qué es lo que quieres realmente? —Le pregunté en tono serio.
La mirada de ese hombre podría parecer perturbadora, quizá hasta pesada e incómoda, pero yo estaba acostumbrada a ese tipo de miradas. ¡Yo misma sabía que todo eso era una fachada! Su verdadera intención era otra. Nunca confíes en alguien que engaña a su propia esposa.
—Tú sabes, sería una lástima que la verdadera reputación de Ángel se supiera. No sé, que pasaría si todos se enterasen que su novia es una prostituta.
—¿Qué pasaría?
—Su imagen se dañaría por completo.
—¿Y eso que tiene de importante?
—Ángel de la Mora es un hombre millonario. ¿Qué tiene de importante?
Este hombre estaba intentado asustarme. ¡Qué tonto!
—Mira, la verdad tengo cosas más importantes que hacer. No me interesa escucharte. ¡Nos vemos luego!
Me puse de pie y comencé a caminar. Pensé en salir de ahí pero él me seguía.
—¿A dónde vas? Te estoy hablando.
—Ya madura por favor. ¿Cuántos años tienes? ¿Más de treinta? ¿Cuarenta? Ve con tu esposa y soluciona tus problemas maritales antes de estar hablando pura tontería del sexo. Y si no puedes arreglar tu matrimonio, pues ve y busca a otra prostituta que quiera pasar el rato contigo, porqué eso es lo que eres, ¡un mal rato en la cama!
Note un poco de sorpresa y molestia en su rostro. Le di la espalda, casi atravesaba la puerta principal de la recepción cuando el tiro de mi brazo.
—¡Suéltame marrano! Esa cámara de allá te está grabando, no seas infantil. Tú solo te estás exponiendo.
Me soltó rápidamente. Yo no tenía miedo y no me sentía nerviosa. Después de todo fui prostituta y sabía cómo tratar a este tipo de hombres.
—Ten más cuidado y ¡no vuelvas a tocarme! —Dije en tono autoritario.
Soltó una risa irritante.
—¿Me estás amenazando? —Su voz era incómoda— Porqué te recuerdo que tú eres una prostituta, una mujerzuela y una cualquiera. ¡No cometas un error conmigo! No te conviene.
—¿Equivocarme contigo? Yo te recuerdo que tú eres un adúltero, una porquería de hombre y un desgraciado. ¡Pobre de tu esposa!
—Ángel es...
—No te metas con Ángel. ¡No te conviene! Recuerda quien eres. Un mentiroso. Un traidor. Un arrogante bueno para nada. Recuerda que tú cargas jitomate, pero Ángel, Ángel te puede cargar a ti y a todo tu jitomate. ¡No cometas un error!
Ahora él me miraba sin expresión alguna. Se quedó pasmado, sin semblante y con la boca abierta. ¡Pobrecito! Le di la espalda y comencé a caminar.
—Y sí. ¡Soy una prostituta! Pero no tu prostituta.
***
—¿Le dijiste todo eso? —Preguntó Ángel.
Estábamos caminando por el muelle. Había varias lanchas y veleros muy bonitos. Algunas lanchas hasta tenían nombres bien chistosos y curiosos.
—Si. Me quería chantajear y la verdad se quería pasar de listo conmigo. Pero pues no. ¡No me iba a dejar!
Él soltó una risa agradable.
—¡Pues gracias por defenderme!
Asentí.
—De nada. Eso es lo que hacen los amigos. Se defienden cuándo algo malo les va a ocurrir o cuando alguien quiere hacerles daño.