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Chapter 4 - Capítulo 4: El Sistema de Misiones y la Entrada al Juego

El sol apenas comenzaba a iluminar las gruesas murallas de Bastión de Tormentas cuando sentí una presencia diferente en mi mente. Era como si una puerta se hubiera abierto, permitiendo la entrada de algo más allá de mis propios pensamientos. De repente, una voz fría y mecánica se hizo presente.

—Buenos días, anfitrión. Soy el encargado de guiarte en tus misiones y recompensas. Bienvenido al sistema. Te mostraré el panel de misiones.

Un panel intangible se desplegó frente a mis ojos, mostrándome una lista de objetivos claros. Parecía un juego, pero con consecuencias muy reales. Las letras brillaban ante mí, flotando en el aire como si fueran parte de mi mente.

Misiones Principales:

Que la nueva religión sea conocida por todo el mundo: La fe de Rahert debe convertirse en la principal.Haz que la fe Rahert sea la fe dominante en tu dominio.

Misiones Secundarias:

Convierte a tu familia a la verdadera fe.

"La recompensa dependerá de tu actuación."Prepárate para dar un gran espectáculo y hacer públicas tus intenciones.

"Recompensa: 2 monjes predicadores de la fe Rahert."Gánate el respeto de los señores de Bastión de Tormentas.

"Recompensa: Un hombre leal."

La misión principal no era solo una tarea, era una declaración de guerra contra el orden establecido en Poniente. No sería fácil, pero había algo en mí que sabía que estaba preparado para esta responsabilidad. Este no era solo un "juego de tronos", era algo más grande, más profundo, y yo era el único que podía llevarlo a cabo. Sabía que mi éxito dependería de cómo manejara a aquellos que me rodeaban, especialmente a mi propia familia.

Decidí dar un paseo por el castillo, familiarizándome con los pasillos y las caras. Sabía perfectamente a dónde debía ir. No era casualidad. Mi cuerpo, o mejor dicho, los recuerdos de mi vida pasada como Leónidas Baratheon, guiaban mis pasos de manera casi automática. Mientras avanzaba por uno de los corredores, mis ojos captaron algo curioso: Cersei y Jaime Lannister entrando en una habitación apartada. Mi cuerpo se tensó al instante.

"Ya estamos con esto…", pensé. Sabía perfectamente lo que sucedía entre esos dos. Jaime, tan cegado por su amor por Cersei, y ella, demasiado dominante para permitir que cualquier hombre, incluso él, controlara la situación. Sin embargo, algo en mí sabía que alguien tenía que poner orden en ese caos antes de que fuera demasiado tarde.

Me acerqué a una sirvienta que estaba a punto de entrar a la misma habitación.

—¡Tú! —le grité, deteniéndola en seco. La joven me miró con nerviosismo.

—¿M-mande, mi señor? —tartamudeó.

—Ve y busca a mi padre, dile que quiero entrenar. Y si ves a mi madre, dile que necesito hablar con ella urgentemente. —No esperé su respuesta. Me di media vuelta, escondiéndome detrás de una columna cercana. La sirvienta salió corriendo para cumplir con mis órdenes.

Momentos después, vi cómo Cersei asomaba la cabeza fuera de la habitación, evidentemente nerviosa, y salió apresuradamente. Sabía que había captado su atención, tal como lo quería. Me dirigí rápidamente a mi cuarto, con la certeza de que la situación requería un manejo firme.

En otra parte del castillo...

La sirvienta encontró a Robert Baratheon en uno de los patios, practicando con su martillo de guerra. Su barba estaba desordenada, y su habitual semblante de hombre duro no mostraba interés por mucho más que el alcohol y las peleas. Pero cuando escuchó que su hijo lo buscaba, una chispa de orgullo cruzó su mirada.

—Mi rey —dijo la sirvienta, nerviosa—, el príncipe Leónidas lo anda buscando para entrenar. ¿Qué debo decirle?

Robert rió con fuerza, ese tipo de risa que resonaba como un trueno.

—Busca a su madre. Que lo traiga a las salas principales y que prepare algo especial. —La sirvienta asintió y salió corriendo.

En la habitación del príncipe...

Cersei entró en mi cuarto poco después. Su rostro mostraba una mezcla de curiosidad y preocupación.

—¿Cómo te sientes, mi león? Tu padre ha preparado algo para ti, pero si aún te sientes mal… —dijo con suavidad.

Me incorporé lentamente, controlando cada palabra. Sabía que este era un momento crucial. Mis ojos la miraron con frialdad calculada.

—Ya estoy bien —respondí, con un tono que casi cortaba el aire.

Ella notó el cambio inmediato en mi actitud.

—¿Te pasa algo, mi león? —preguntó, con una leve preocupación en su voz.

La oportunidad era perfecta. Sabía lo que debía hacer. Respiré hondo y, con firmeza, tomé su rostro con mis manos, obligándola a mirarme directamente a los ojos.

—¿De verdad preguntas eso, madre? —mi voz era baja, pero cargada de autoridad—. No me mientas. Sé lo que estabas a punto de hacer otra vez con Jaime.

Cersei trató de replicar, pero antes de que pudiera pronunciar palabra, apreté su rostro, impidiéndole hablar. El pánico comenzó a reflejarse en sus ojos.

—No me mientas —continué—. Sabes que odio cuando la gente me engaña, sobre todo cuando ya conozco la verdad. No me importa lo que hayas hecho, siempre y cuando pares ahora. Si la sirvienta los hubiera visto... ¿te imaginas el escándalo?

—No me importa lo que diga una sirvienta —intentó replicar Cersei, su voz contenida por el miedo.

—¡SILENCIO! —bramé—. Sí importa. Por eso mi abuelo dice que eres lista, pero no tan lista como crees. Ese es tu error fatal.

Me acerqué lentamente a su oído, mordí suavemente su lóbulo, y luego le susurré:

—Esto se acabó. O no vuelvas a dirigir la palabra a tu propio hijo. No permitiré que destruyas mis sueños, madre.

Cersei se estremeció ante mis palabras, pero aún trataba de mantener el control.

—¿Cuáles sueños? —preguntó, intentando recuperar su compostura, pero su tono temblaba.

Le sonreí, una sonrisa tierna pero con un toque de picardía. Sabía que ella siempre había adorado a sus hijos, y ahora usaría ese afecto en mi favor.

—Lo sabrás pronto, madre. Ahora dime, ¿me amas?

Cersei, desconcertada, bajó la mirada, pero la respuesta era obvia. Yo era su primogénito, su adoración, mucho más que Jaime, mucho más que cualquier otro.

—Sabes que sí, mis hijos son mi vida, mi león.

Asentí, satisfecho.

—Entonces, deja de hacerlo. No te arrepentirás si me haces caso, te lo prometo. —La tensión en el ambiente era palpable. Cersei no respondió de inmediato, pero sabía que había plantado la semilla.

Finalmente, asintió débilmente.

—De acuerdo... —susurró.

—Vamos, padre nos está esperando. —Me levanté con calma, sabiendo que este era solo el primer paso en mi plan.