Ante la curiosidad aquel no pudo evitar acerca su rostro aún más hasta el carrito he increpo mientras mantenía un leve aire de desconfianza alojado en sí.
— ¿Qué llevas ahí Emma?
— Pensé que tendrías hambre, así que aquí estoy, te traje algo de comer, aunque estimó que pueda ser muy poco para ti.
— Y que paso con todo eso que dijiste, no se suponía que no me querías cerca, pero sin embargo aquí estás.
Le mire con ojos vidriosos, mi voz se volvió quebradiza mientras la seriedad tomaba posesión de mis palabras.
El simple hecho de hablar me producía la extraña sensación de que me encontraba batallando directamente contra el dolor y que Dominieck precisamente era aquella puerta abierta de par en par que me conducía directo a mi derrumbe.
— Se lo que dije no tienes por qué recordármelo.
Respiré profundamente y pasé de mirarle fijamente a desviar mi vista en el acto, así me alejé del carrito que hacía un momento traía a cuesta y mirando un espacio vació próximo me senté justo a su vera.
Allí coloque mis brazos sobre mis rodillas uniendo las palmas al frente una vez me acomode y elevé mi vista al cielo para continuar dando vida a mi respuesta.
— Aunque quisiera decir que no, sabes bien que así debe de ser, las omegas solo fuimos creadas para ser parte del absurdo juego de dominio entre los lobos bajo su estúpido egoísmo y resentimiento contra él hombre...
Dije mientras el dolor y la amargura tomaban posesión de mí y continúe diciendo.
— Tener una omega es un lujo más que algo con verdadera importancia solo somos vistas como objetos y sé que contigo probablemente suceda lo mismo.
Escucharme provocó que Dominieck se llenara de una evidente rabia e hizo que aquel se alterase rápidamente, sus nervios se alborotaron de la peor manera y casi a gritos dio una respuesta.
— Acaso soy un monstruo Emma, como puedes hablar de mi así y hacer tales conjeturas, como puedes compararme de esa manera con aquellos inútiles desalmados.
Casi de inmediato de nuevo le miré y de forma directa le increpé.
— No lo eres, que conste que lo has dicho tú, pero lo gracioso es que la imagen que me has dejado percibir de ti hoy no es precisamente la más agradable.
Y era cierto de la forma en la que aquel había explotado había cambiado la perspectiva que tenía respecto a aquel lobo pues ya la imagen de cual sublime héroe se había perdido ante su cuestionable conducta.
— Por lo tanto, Dominieck no veo forma de cómo me demuestres lo contrario, por eso yo sí puedo hacer uso de la balanza, solo mírame y mírate, somos completamente opuestos, nuestros mundos, aunque naturalmente pertenecemos a la misma raza no se mezclan salvo para obtener un beneficio el uno o del otro.
Su cara se volvió inexpresiva mis palabras le habían dado justo donde más le dolía.
— Entonces quieres mantener tu libertad a toda costa no es así, aun sabiendo que la presencia de un alfa en tu vida podría darte estabilidad y seguridad.
— Mientras se me sea permitido, así lo prefiero.
— Y si no quiero y si por casualidad quisiera que me pertenecieras ¿Qué harías?
Dibuje una sonrisa en los labios pues sabía que podía llegar a depararme en todo caso aquel intentase retenerme y aun sabiendo las posibles consecuencias de mis palabras y de mis actos replique sin tardar.
— Pues huiré, desaparece de Belcier y nunca más sabrán de mí.
Sus ojos se abrieron de par en par, mis palabras significaban más que una tortura para su persona y poniéndose de pie me sujeto por el antebrazo mientras que de un solo tirón me guío hasta él.
Con tal acción hizo que antes de que me pudiera llegar a resistir me colocara de pie y tirando de mí me unió a su cuerpo; una vez allí llevó su brazo izquierdo hasta mi cintura donde me rodeo sin tardar, mientras me obligaba a que le mirase directo a la cara.
— No, eso nunca, eso ni pensarlo, simplemente no puedes irte.
— Porque actúas así de la nada, acaso hay algo que deba de saber.
De forma calmada le increpe, para nada forcejee, quería ver qué era lo que por su mente rondaba, quería descubrir cuáles eran sus pensamientos y emociones, pero Dominieck solo me observo, aquel hombre clavó su mirada en mí con tanta fuerza y me unió a su cuerpo con tanto reclamo que incluso daba la impresión de que intentaba pedir auxilio.
— No puedo dejarte ir, me niego a ello.
Aquel lobo una vez más repitió aquellas palabras, sus ojos ya no reflejaban rudeza más parecía la mirada perdida de un niño angustiado, ante mí parecía rendirse.
Una vez ya así luego de mirarme un tiempo agacho su cabeza, miró hacia mi pecho el cual aún permanecía semi descubierto por nuestro anterior altercado y mirando el relicario lo tomó en sus manos.
Desde allí yacente sobre su ancha palma le observo intentando quizás descifrar de qué se trataba aquello, podía sentirle como aquel llegaba embriagarse con el aroma que emanaba de él, pero ninguna razón o sentido veía respecto a su actuar, según yo no había nada que lo relacionará conmigo o con mi vida, mi presente o mi pasado o incluso mi incierto futuro.
— Eso es mío, suéltalo Dominieck.
Aquel no muy bien me escucho elevo su rostro y como si fuera cual niño obediente abandono aquel collar para a fin de cuentas dirigir su impulso hacia mí.
— Te tengo una noticia Emma, como amenasaste con irte yo me encargare de que eso no pase.
Aquel hombre llevó la mano con la que anteriormente sostenía el relicario hacía mi cara, con delicadeza aquel acarició mi mejilla dejándome desconcertada, actuaba de una manera tan amorosa, tan tierna y aún más tan posesiva como nunca nadie jamás lo había sido conmigo.
Con aquellas manos pecaminosas acarició mi piel e incluso llegó a frotar sus dedos por los prominentes huesos que resaltan en mi clavícula.
Como si nada aquel hizo que ante su presencia me desvaneciera, que ante cada roce me volviera sumisa, que tras cada trazo que delineaban sus dedos a su paso sobre mi piel yo me entregara más a él deleitada ante su infraganti delito, era inevitable mi cuerpo respiraba en aquel momento deseó vivido y puro.
Quizás por ser tan inexperta en todo lo que relacioné al tema amoroso me encontraba totalmente desarmada contra él, sin poder pelear y simplemente no me pude defender incluso se podía llegar a decir que fui a la guerra con las manos atadas.
Sus manos tan fuertes como el acero, pero tan suaves como la lana se deleitaba al recorrerme, su toque era capaz de adormecer mi deseo de lucha para en cambio convertirme en una dócil cachorra.
Pensé que todo se quedaría simplemente en eso en el toqueteo y en tal razón simplemente pensé que aquel no haría nada más, pero Dominieck no estaba listo para dejarme partir.
Luego de haber frotado varias vece las yemas de sus dedos contra mi piel, luego de haberme desnudado el alma, más aún de haber recorrido las curvas de mi pecho semi expuesto y luego de haber surcado el contorno de mis labios, llevo su mano hasta la parte posterior de mi cabeza, que yacía con un agarre firme, allí me sostuvo mientras me presiono entre sus manos como si yo fuera completamente de su propiedad y sin decir ni una sola palabra devoró mis labios.
Nuestro beso espejo del deseo puro y deleitable era cual sublime droga.
Al principio intente separarme de él, intente alejarme, forcejé algunos pocos segundos, pero sucedió lo inevitable me rendí ante su cálido aroma hipnotizante.
Su respiración con cada movimiento aumentaba, su deseo también, cual fiera hambrienta de placer buscaba poseerme y tomarme completamente para él, era lo que ansiaba con recelo en ese momento por lo que temía que sin dudas intentaría marcarme como parte de su propiedad.
Intente apartarlo pues me sentía ahogar, por lo que lleve mi mano derecha hacía atrás en dirección hacia la suya con la que me ataba a él y agarrándolo por la muñeca aquel hombre reaccionó.
Mientras nuestras bocas se mantenían unidas se escuchó venir de él un — ¡argh!.
Dominieck gruñó como si el dolor y el tormento se hubieran fusionado con él haciendo aun lado aquel momento, por lo que apartándose de mí me liberó al tiempo que me daba la espalda.
— Estás bien.
— No.
— Dominieck.
Empecé a caminar, quería acercarme hasta él, quería saber que era lo que ocurriría y el porqué de su dolor, pero él se colocó completamente a la defensiva por lo que ante todo intentaba ocultarme tal asunto a toda costa.
— No te acerques Emma.
— No puedes hacer que simplemente no lo haga.
— Claro que puedo, solo quédate ahí.
Aquel pensó que con solo repetir aquellas simples palabras me quedaría tranquila y que no haría nada para desobedecerle como una obediente niña, pero era completamente evidente que yo no permanecería con los brazos cruzados esperándolo así nada más.
Mi mente se nubló ante su rechazo, así que apreté los dientes con fuerza, con sigilo me acerqué hasta aquel hombre y cuando me encontraba detrás suyo lo bastante cerca como para tocarle le inferí un golpe en la parte trasera de su cabeza justo como el tío Martín lo venía haciendo contra aquel.
— Los problemas no siempre se lidian siendo solitarios, hay que enfrentarlos es ante todo necesario, pero acompañado nunca solo.
Con rudeza le increpe y le rodee con gran velocidad tenía que descubrir qué era lo que sucedía y allí sosteniendo su brazo Dominieck permanecía.
Le miré, e inmediatamente pude notar que el dolor que recorría su cuerpo había hecho que algunos rasgos de su lobo fueran visibles en su rostro hablando tanto de sus ojos y de sus dientes que se habían enmarcado con completa evidencia.
Gruñía ante el indescriptible dolor experimentado por él lo hacía, pero a pesar de todo no se atrevía a girarse ante todo la situación era por más decir que incierta haciéndose para mi aún más complicado de asimilar todo aquel asunto, pero la verdad no pasaría demasiado tiempo antes de que lo comprendiera.
Algunos pocos segundos pasaron mientras aquella batalla entre ambos se llevaba a cabo, lo peor de todo es que ninguno estaba dispuesto a ceder ante el otro, hasta que finalmente note la razón de su molestia una mancha carmesí se había alojado en la manga de la camisa que llevaba puesta grande y completamente notable.
Me acerqué a él con cuidado siendo consciente de que ante su incomodidad podía reaccionar de manera un tanto agresivo y sin importarme sus constantes gruñidos o amenazas levante la manga y observe aquella lesión.
— Es demasiado grande como para ser cierto, dudo que esto te lo hayas hecho tú mismo así que desde ahora te digo que por tu propia boca me confesaras ¿Quién te ha hecho esto?