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Chapter 2 - Territorio

Transcurrieron varios días desde el accidente en el río, y quizá porque yo era hijo del líder o porque sólo quedábamos 3 crías en la manada, los demás me hicieron sentir bastante bien recibido en ausencia de mi madre. De hecho, nunca imaginé que la ajena figura paterna que era para mí el líder decidiera cuidar de mí como lo hizo, lo cual me produjo una increíble felicidad superpuesta con el luto de la pérdida.

Habían sido ya más de 10 días avanzando por el bosque sin detenernos más que para descansar, y la lluvia no se detuvo por más de 2 o 3 horas al día; no logré recordar porqué fue necesario abandonar nuestro hogar, pero no lo intenté demasiado porque de todos modos para entonces apenas recién abría los ojos, pero de lo poco que recuerdo y lo que escuché de los otros lobos, sufrimos algún tipo de ataque. Recordaba bien que éramos alrededor de 30 miembros en la manada, pero ahora sólo hay 14 lobos: 3 crías, 3 hembras, 7 machos y 1 anciano que lidera el camino y marca la velocidad a la que avanzamos desde que es el más lento.

Mi pata trasera se recuperó bastante bien, y en pocos días pude volver al entrenamiento. Un par de adultos nos vigilaban mientras el grupo de caza hacía su trabajo, el líder a la cabeza, y nosotros, las crías, hacíamos nuestro mejor esfuerzo para atrapar el rastro de alguna presa a nuestro alcance. No es que alguien esperara que lográsemos cazar algo por nuestra cuenta, de momento sólo debíamos aprender a encontrarlo. Los entrenamientos duraban 2 o 3 horas, y no podíamos hacerlo todos los días porque tomaban lugar durante el viaje y retrasan el avance, y no podríamos habernos permitido sacrificar las horas de descanso.

Esa vez, sin embargo, mi primera vez desde el accidente, fue diferente de las anteriores ocasiones en que entrené mis habilidades de rastreo; por un lado, mi olfato y oído se sentían más agudos, y por otro, me sentía notablemente menos ágil, aunque quizá eso tenga que ver con la herida de mi pata, me sentía descolocado, como si mis patas no fueran mías. El resultado fue que localicé una presa por primera vez y mucho antes que mis compañeros, pero no hubo forma de atraparla y escapó con vergonzosa facilidad, lo cual me dejó bastante decepcionado. Me consolé diciéndome a mí mismo que con la práctica recuperaría mi condición física, eventualmente.

No me di por vencido y seguí olfateando los alrededores por mi cuenta, detectando y diferenciando diferentes esencias; el incesante aguacero aumentaba la dificultad considerablemente. En algún punto me alejé de los otros tratando de reconocer una peculiar esencia que me resultó familiar pero a la vez nueva, y en mi frustración por no ubicar la fuente, me olvidé del peligro de vagar solo. No sé cuánto duró mi batalla contra la humedad del aire que bloqueaba mi nariz, pero eventualmente logré seguir aquel olor hasta el pie de un irrelevante y olvidable árbol. Le di varias vueltas, pero no encontré nada en él que pudiera ser el origen, pero la esencia se adhería a la corteza. Justo cuando me rendí y me disponía a seguir adelante en busca de otro rastro, una pata me presionó suave pero firmemente contra el suelo.

Uno de los lobos que nos cuidaba aquel día me había encontrado; lo que me hizo era generalmente hacían para señalar precaución de un peligro cercano. En silencio lo vi acercarse al árbol, bastante pequeño en comparación con los que le rodeaban, y olisquear una zona ligeramente más oscura del tronco, y lo siguiente que supe fue que me levantaban del cuello y me empujaban para regresar. Le miré confundido, antes de darme prisa en seguirlo, en temor de que me dejaran atrás.

No fue hasta que volví al refugio de la manada y me topé con un montón de esencias similares pero ligeras a la que emanaba de aquel tronco que caí en la cuenta de porqué tal olor era extrañamente familiar. Ese sitio había sido marcado por un lobo que no era de los nuestros: estábamos peligrosamente cerca del territorio de otra manada.

El grupo de caza regresó poco después, y una vez hubieron sacado de sus estómagos nuestra porción de carne, partimos inmediatamente, con el golpeteo de las gotas de agua azotando nuestros lomos.