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Chapter 47 - Cap. 47 Matiz de grises

—¡Tori! —llamó Ainelen con un grito desgarrador. Estaba de pie, al borde de la enorme hendidura que se había formado tras el surgimiento del gigante.

La joven ignoró por completo al ser, buscando a su compañero con ojos sagaces. Solo se distinguían los pies de tierra negruzca, con el terreno dispar que recibía los residuos que la criatura dejaba caer de su cuerpo robusto.

El rostro del gigante era borroso. Había ojos en él, también una nariz demasiado puntiaguda como para ser humana, pero no una boca. De pronto, una luz púrpura destello en las pupilas. Su atención se dirigía a Ainelen.

La chica suspiró temblorosamente. Cuando la mano del ser retrocedió, corrió por instinto. ¿Hacia dónde? Hacia abajo. Ainelen se lanzó al agujero y sin hacerse esperar, detrás de ella hubo un estruendo.

El descenso fue torpe, de milagro la joven no se cayó. Cuando llegó al fondo del agujero, corrió en paralelo a los enormes pies.

«Oh no, está encima mío», se dio cuenta de que, sobre ella, el monstruo planeaba aplastarla como a una cucaracha. Uno de los pies se acercaba. No lo lograría a tiempo.

—¡Hey, culo duro!, ¡¿puedes pararte en una pata?! —exclamó un reaparecido Amatori. Estaba justo detrás del otro pie, con su diamantina nutrida en luz azul. El chico boca de gato blandió un mandoble que cortó la zona del tendón con una facilidad ridícula.

El gigante rugió. Amatori tuvo éxito desestabilizándolo. No fue suficiente para voltearlo, pero sí para que Ainelen lograra sortear el peligro.

—¡Vete! —le gritó él.

—¡Puedo...! —podía hacer, ¿qué? Por más empeño que tuviera, era una situación que escapaba de sus manos. Lo mejor para ella era seguir el consejo.

—¡Por el culo de la bruja, sal de aquí rápido! —Amatori se enfureció.

Ainelen giró y corrió de vuelta hacia arriba. Echando ocasionales miradas a sus espaldas, notó que la atención del gigante se mantenía en el chico.

Lo que ocurrió después, fue que una mano colosal cayó sobre él. Los escombros salieron eyectados para todos lados.

—¡No! —gritó Ainelen—. ¡Amatori!

Eso lo mató al instante. No había manera de que alguien pudiera sobrevivir a eso. Esto era demasiado malo, terrible.

No.

Una figura corría entre la destrucción. Él seguía vivo. Amatori brillaba como su diamantina. No en azul, sino que parecía un fantasma. Cuando fue embestido, una vez más se movió con gran agilidad, evadiendo el agarre enemigo con una rápida barrida.

El gigante rugió, impotente.

El chico corrió endemoniado. Incluso, ¿estaba riéndose? ¿cómo podía hacerlo en un momento como este? Ainelen miraba boquiabierta.

Oh. La criatura, acuclillada, crujió mientras contraía sus miembros. Planeaba hacer algo.

—¡Cuidado!

Tras el aviso de Ainelen, Amatori torció la cabeza para ver el movimiento que su enemigo preparaba. Los brazos de este último se hallaban pegados a la espalda. Arrancó uno con el otro, y entonces lo agitó por delante. Resultó ser una lluvia de rocas que salieron disparadas en dirección recta.

Rápidamente el lugar por donde el joven corría quedó inundado de proyectiles. Amatori agitó una vez su espada y fue cubierto por una nube oscura.

«¿Qué hago?», se preguntó Ainelen. Decidió correr hacia donde iba antes. Logró llegar a terreno estable, después avanzó rodeando el agujero. Se acercó lo más que pudo hacia la zona donde Amatori debía dirigirse. No le importaba quedar atrapada en el siguiente ataque que el gigante preparaba.

Por cierto, ¿qué hacía arrodillado? Tal vez sus energías se agotaban. No, no fue eso. La tierra cerca de él fue tirada hacia su extremidad faltante, restituyéndola progresivamente. Genial.

¿Cómo lo derrotaron Antoniel y sus hombres?

—¡Amatori!, ¡¿estás bien?!, ¡Amatori, Amatori, Amatori, Amatori, Amatori!

No estaba por ningún lado.

—No puede ser —murmuró Ainelen. Se le formaron lágrimas en las comisuras de sus ojos. Sus piernas rogaban por un descanso. Tal vez debía rendirse y listo.

En ese instante, el enemigo ya estaba recuperado. Se irguió, pisando con tumbos que remecieron el área completa.

—Por aquí —gruñó una débil voz.

Ainelen fue de inmediato hacia donde provenía el llamado, descubriendo a Amatori gateando. Su ímpetu tuvo un final, porque entonces se fue de cara en la tierra. Y como no, si su pierna derecha estaba hecha girones. El pie ya no existía, la extremidad se asemejaba a un pantalón que torcieras con un nudo en el final. Una masa entre roja y blanquecina.

Ainelen echó a llorar, tapándose la boca.

Sangre. A este paso se desangraría.

—Debo curarte. Debo... espera. Lo tengo.

Las manos le fallaron. Cuando intentó ubicar su bastón por delante de ella, se le resbaló. Lo recogió de nuevo. Rápido, tenía que imaginar aquel reino.

«Concentra la energía. Dirígela hacia el objetivo. Si está quieto, es sencillo...».

Los pasos se acercaban.

«Concentra la energía. Dirígela hacia tu objetivo...».

Ya casi estaba aquí.

—¡¿Por qué no ocurre nada?!

—Maldita sea —dijo un agonizante Amatori, apenas audible.

Ya estaba sellado el destino. Ainelen bajó los brazos. Se rindió. Era un desastre en todos los sentidos de su existencia.

—Perdón, Vartor. Perdón, Amatori. Perdón, chicos —sollozó amargamente.

—¡No pidas perdón todavía, pedazo de tonta! —exclamó de pronto una voz femenina.

En el limbo, antes de perecer, los ojos de la curandera escudriñaron a una muchacha de aspecto fuerte y severo. Danika corrió hacia Amatori y se lo echó al hombro.

—¡Adelántense!

Demasiado impactada por las emociones que se estrellaban unas con otras, Ainelen se quedó paralizada. Volvió en sí cuando una mano cálida la tomó de la muñeca.

—Vamos, Nelen.

Oh. Aquellos ojos negros hipnotizantes, ese cabello azabache tan especial. El rostro de Holam era solemne, su piel blanca parecía fundirse con el cielo.

El equipo corrió bosque adentro, refugiándose en el verde infinito del Valle Nocturno. Si se tratara solo de velocidad, ya habrían sido alcanzados por el gigante, pero al lograr engañarlo, fueron capaces de abrir una buena brecha de distancia.

Danika acomodó con delicadeza a su camarada sobre la hierba.

—Nelen, rápido —ordenó la rizada—. ¿Nelen?, ¿estás bien?

Amatori gemía. Sus párpados apretados eran de sufrimiento puro. Su cuerpo parecía convulsionar muy levemente.

Se le escapaba la energía. Los colormorfos que lo acompañaban empezaban a desvanecerse. Un vínculo estaba por romperse.

Ainelen había fallado. No podía hacerlo. Estaba demasiado alterada. Aunque intentara ejecutar el hechizo de curación, no lo lograría. Le aterraba la idea de intentar y fallar.

Holam clavó sus ojos en ella, y ella hizo lo mismo.

—Todo estará bien —dijo él, con una serenidad abrazadora, contagiosa. Vio verdadera convicción en sus palabras—. Sé que lo lograrás, Nelen.

La tormenta apaciguó.

—Pero, ¿y si no lo logro?

—No te culparé.

Ainelen inspiró profundamente. Meditó con sus ojos cerrados. Logró apartar sus ideas de lo que sucedía en el reino terrenal, desviándolas hacia el lugar donde residía aquel ser. Logró visualizar la escena desde un punto de vista externo: allí estaba ella misma, de rodillas mientras simulaba el hexágono de Uolaris con una mano y con la otra sostenía la diamantina.

Todo era negro, sin embargo, las líneas azules, como raíces, se extendieron dibujando la escena. Todo lo que tenía que hacer ahora, era conectar a los colormorfos, pedirles que le concedieran el don.

Las mariposas de cola espinada revolotearon, conectándose unas a otras, luego a Ainelen. La energía se acumuló en su cabeza, entonces la dirigió a través de las líneas y llegó a Amatori.

Se transmitió con una lentitud extraña. ¿Estaría funcionando? El ritual pareció durar años.

«Ya está». Cuando ella abrió los ojos, la luz del ambiente se sintió dolorosa.

Amatori tosió.

—Su pie —señaló Danika, con asombro—, se ha recuperado.

El cuerpo del muchacho estaba completo de nuevo. Donde antes había recibido el impacto de un proyectil, ahora solo quedaba su pantalón desgarrado y el botín casi vuelto una pantufla.

Los ojos de Amatori se abrieron de par en par, rojos de tanto lagrimear. Se levantó hasta quedar sentado, entonces respiró agitadamente.

—Pensé que moriría.

Danika hizo una mueca. Una arruga se formó cerca de su nariz.

—Dale las gracias.

—Oh, cierto. Te lo agradezco, Nelen. Qué hubieran hecho sin mí.

La rizada puso los ojos en blanco.

—Por lo menos sabemos que está bien —comentó Holam, quien al mirar a Ainelen, le sonrió.

Le sonrió.

¡¿Le sonrió?!

Bueno, estaba demasiado alterada aún. Quizá debía seguir meditando. «Supongo que alucinar es propio de mí», pensó.