Cuando Ainelen abrió los ojos, se encontró sintiendo la rigidez y frialdad de la roca. La oscuridad cubría el escenario parcialmente. Sus manos se extendieron delante de ella, empuñando y aflojando, un ejercicio de estiramiento. Su cuerpo le obedecía aún.
Abrió los ojos todavía más cuando la lucidez le regresó de golpe. Buscó a sus compañeros escaneando aquella fría habitación. Era, una cueva, ¿tal vez una mina?, ¿cómo llegó ahí?
El silencio mortal no hacía presagiar nada bueno, menos cuando Ainelen descubrió unos bultos repartidos a unos metros de ella. Las figuras de capas negras ignoraban cualquier señal de vida, tumbados contra el suelo.
La chica ahogó la respiración. Sintió que el tiempo se paralizaba.
Al intentar ponerse de pie, se derrumbó sobre sus rodillas. Gimió. No era bueno, sus extremidades inferiores aparentemente habían sufrido algún tipo de lesión. Como el dolor brillaba por su ausencia, Ainelen no supo si era un traumatismo muscular u óseo. Quizá los dos, no era imposible.
«Puedo gatear. Mis piernas no tienen ninguna luxación, creo», pensó, al tiempo que se deslizaba hacia la figura más cercana.
La capucha retirada exhibía la cabellera puntiaguda de un muchacho que reposaba boca abajo. La curandera se aproximó a Holam y lo volteó hacia arriba. La sangre brotaba de su frente, abundante. Toda la zona izquierda del rostro era de un rojo casi negro.
Por gesto involuntario, Ainelen intentó cubrirse la boca, pero rechazó su debilidad y puso manos a la obra. Palpó el cuello de su compañero. La piel cálida latía aún.
La curandera alzó su diamantina y ejecutó el hechizo de sanación con diligencia. No se dejaría llevar por la conmoción, no esta vez.
Mientras la magia fluía hacia el cuerpo del pelinegro, a través del rabillo del ojo vio a sus otros dos camaradas inmóviles. No, uno de ellos tosió y convulsionó. Amatori, quien tras gruñir se volteó.
—¿Qué acaba de pasar?, ¿eh? —el muchacho gimió al notar malestar en su brazo derecho—. Mi brazo, creo que me torcí. Nelen... ¡Holam, Danika!, ¡¿están muertos?!
Ainelen hizo una mueca de irritación. Quería que se calle.
«Concéntrate. Ya casi está».
Cuando una herida lograba sanar por completo, Ainelen sentía una especie de descompresión en el flujo de energía. Eso sucedió, entonces esperó ansiosa a que Holam abriera los ojos.
«Vamos, despierta. No quiero que te pase nada malo». Desde lo más profundo de su corazón, la sinceridad logró escapar en aquel momento de urgencia.
—Nelen, no está despertando. ¿Segura que lo curaste?
—¡Lo hice! —gritó Ainelen, clavando ojos furiosos en Amatori. Este último retrocedió como un gatito asustado—. Está vivo. Él está vivo. Por mientras... curaré a Danika. Échale un ojo a Holam —la joven del flequillo fue a por la rizada.
Danika se hallaba de lado, inconsciente. Debió golpearse la cabeza, al igual que Holam. No parecía tener ningún daño superficial y, de hecho, cuando Ainelen la examinó, llegó a la conclusión de que la caída debió provocarle solo heridas superficiales. De todos modos, por una cuestión de seguridad, decidió lanzar un hechizo de curación sobre ella.
Tras un instante, el proceso estaba completado.
La cavidad a la que habían descendido tenía un agujero en el techo, por ahí los rayos de luz ingresaban como la flor de una margarita. Calculando la altura, Ainelen dedujo que debió ser una caída de siete metros.
—Danika, ¿me oyes? —al notar que su amiga no despertaba, una amargura recorrió la garganta de Ainelen, similar a cuando se te hacía un nudo al reprimir el llanto—. No puede ser. Holam, ¡Holam! ¿por qué no está funcionando?
—¿Los colormorfos no han escapado? Verdad.
La joven negó con la cabeza.
—Están vivos. Lo sé. Esto es raro. ¿Por qué solo nosotros dos estamos conscientes? —al hacerse esa pregunta, se dio cuenta de que la respuesta era fácil de intuir—. Tiene que ver con las diamantinas. ¿Qué era esa nube?
—No lo sé —Amatori sujetó su brazo malherido, demorándose en continuar su frase—. Pero Holam mencionó algo de una nube oscura antes.
Ciertamente. Él dijo algo como eso a poco de dejar la Fortaleza Elartor. En ese entonces Ainelen estaba demasiado consternada como para recordar con claridad.
—Tori, déjame ver tu brazo.
—Claro.
La extremidad no lucía mal, pero de acuerdo a la declaración de Amatori, era de suponer que sus músculos habían sufrido un desgarro. En este caso, Ainelen intentó algo nuevo: cortó el proceso de curación a mitad de camino. No era nada fácil, pues sanar se sentía como salir del sueño por la mañana, algo te empujaba a completar la descarga de energía.
Cuando ella rompió la resonancia se sintió antinatural, no obstante, detectó que el daño había desaparecido casi por completo. Lo mejor de todo, era que Ainelen supo que no había caído en el estado de fatiga posterior al uso de magia. Podía guardar esa mitad de hechizo para una emergencia.
Se las arreglaron con Amatori para dejar a sus compañeros reposando en posiciones adecuadas. Holam y Danika dormían profundamente ante esas caras hechas un manojo de nervios.
Con cuidado, Ainelen usó su manga para limpiar el rostro de Holam. No le importó mancharse con su sangre.
«Supremo Uolaris. Parece que no cayó directamente de cabeza, sino... no quiero pensar qué habría pasado». Para ella el perder a Vartor había sido un golpe durísimo. Aun no lo superaba y no creía estar cerca. Pero sin menospreciar eso, Ainelen creía que, si a Holam le pasara algo, terminaría quebrándose por completo.
Amatori recorrió la habitación siguiendo el patrón de las paredes rocosas. Era un círculo bastante perfecto como para ser una cueva natural. Ahora que Ainelen ponía atención, a lo lejos se vislumbraba un acceso.
—Parece una mina abandonada —dijo el muchacho, su voz resonando en eco a través del ambiente—. Este pasillo tiene soportes de madera.
¿Cómo fue que llegaron hasta ese lugar? Parecía una locura que bajo el Valle Nocturno hubiera estado una mina. Era una zona cartografiada, por lo que no ser señalada por ningún mapa tornaba el asunto en uno muy intrigante.
—Tori, ¿trabajaste de minero?
—No. Solo fui cazador. Aunque mis padres me llevaron una vez de visita a una mina.
—Ya veo.
Viendo que la luz provenía desde poca altura, tal vez la salida del lugar se hallara cerca. Primero tendrían que esperar a que sus camaradas despertaran para intentar salir.
Ainelen no sabía si debía curar sus propias piernas. Temía que alguno de sus compañeros necesitara esa porción de curación más adelante. Verificó a través de su poder los meridianos de los cuerpos de Holam y Danika, rebuscando algo que sanar. No halló nada. Ambos debían estar en inmejorable salud. ¿Qué les sucedió realmente?
Luego de suspirar, la joven decidió que era turno de sanarse a sí misma. Sus rodillas, que hace momentos comenzaron a sentir el dolor de la caída, fueron auxiliadas por el poder mágico.
Ainelen se puso de pie con dificultad y reunió las pertenencias que yacían desperdigadas a través del suelo adornado de musgo. Guardó las plantas, los pedernales, la yesca y los insectos recién recolectados en los bolsos artesanales. Como los odres eran transportados en los bolsillos de cada muchacho, no supo el estado en el que quedaron luego de la caída. Por lo menos el suyo aun estaba funcional.
Bebió un poco de agua y esperó. Junto a Amatori, estuvieron sentados quizá por cuanto tiempo. La luz de la abertura se volvió tenue, sugiriendo que el mundo era envuelto por la gélida noche.
Para evitar el frío, prendieron una fogata. Cuando no estabas activo la temperatura corporal se desplomaba. Teniendo en cuenta que Holam y Danika no disponían de abrigo adecuado, había que asegurarse de mantenerlos cálidos.
Hubo un momento en que se oyeron ruidos lejanos. Ainelen y Amatori dirigieron sus pupilas a la única puerta que sobresalía en la habitación circular. Las flamas eran insuficientes para iluminar el área más que unos pocos metros. Sinceramente, el ambiente era algo tétrico. A veces parecía que sombras se movían. ¿Estaban solos ahí abajo?
Amatori iba a decir algo. Sus labios se movieron, bañados en la luz anaranjada, pero entonces un sonido cercano irrumpió.
Por acto reflejo, Ainelen dio un saltito.
—¿Quién fue el idiota que apagó el sol? —balbuceó una voz femenina—. No, está de noche. Oigan, ¿Dónde estamos?
El miedo de la curandera dio paso rápidamente al alivio, dejando salir una larga exhalación.
—¡Danika! —se abalanzó sobre la rizada, abrazándola con la fuerza de un cangrejo que atenazaba a su presa con ferocidad. Ainelen cerró sus ojos con fuerza, a punto de llorar de la felicidad.
—Nelen, estoy bien. ¿Nelen? Oye, me... —la voz de Danika se tornó nerviosa—. Tonta, ya te dije que estoy bien. Ah, ni modo —al notar que la delgaducha chica no aflojaba, procedió a acariciar su cabeza. Ainelen disfrutó de eso como uno de los placeres más grandes que se le pudiese conceder.
Amatori tosió, como molesto.
—Oigan, sigo aquí.
—¿Tienes algún problema con que dos chicas se den amor delante tuyo?
—Cállate, pelo de oveja —murmuró él, su voz sonando insegura.
—Genial. Acabo de despertar y el imbécil ya me está arruinando la fiesta.
Por dentro, Ainelen también sintió alegría de ver regresar esa conversación. En el último tiempo todos parecían más callados.
—Bueno, supongo —Amatori tartamudeó—, supongo que me alivia que estés bien.
Los ojos de Ainelen se abrieron de la sorpresa. Cuando se despegó de Danika, la encontró tan patidifusa como a ella misma.
—Nelen, ¿qué ha pasado que todo está tan raro?
—Parece que caímos a una cueva.
—Y el Tontotori se golpeó la cabeza, ¿cierto?
—Mhh.. no estoy segura. Parece que sí —respondió Ainelen, con tono divertido.
—¡Oye, Nelen! ¿eso ha sido una broma? No pensé que cayeras tan bajo. No me lo esperaba de ti.
Ainelen y Danika se miraron la una a la otra. Ambas sonrieron.
—Maldita sea. Ahora solo falta que Holam se levante y comience a decir chistes.
La diversión se detuvo ahí mismo. Ainelen volteó la mirada hacia el todavía durmiente.
—¿Está bien? —preguntó Danika, acercándose con ojos preocupados.
—Se golpeó la frente, pero lo curé. Si tú despertaste, él también lo hará, ¿verdad? —cuando la joven del flequillo, cada vez más largo, buscó la atención de sus dos amigos, encontró en ellos un aire tenso.
Aquella noche transcurrió sin mayores novedades. Por un lado, fue positivo, ya que no fueron sorprendidos por ninguna criatura que habitara aquel lugar. Sin embargo, por otro lado, tampoco hubo novedades de Holam.
Cuando al día siguiente la luz volvió a florecer a través del agujero del techo, el joven de piel blanca pálida y de aspecto frágil seguía preso de su letargo.
Ainelen estaba realmente preocupada.