Con una mano sostenía el bol y con la otra, movía en círculos y con una velocidad constante la batidora. Cuando Tobías se asegura de que los ingredientes están perfectamente unidos, vierte la mezcla de chocolate y cerezas en un pequeño molde rectangular, el cual luego mete dentro del horno. El tiempo de cocción era corto, quince minutos, y ese tiempo el pastelero lo ocupa en arreglar la cocina y limpiar todo lo ensuciado.
El cronómetro anuncia el final del tiempo estipulado con un trinar, Tobías se acerca al horno con un palillo de madera en mano y comprueba que el bizcocho está bien cocido por dentro. Apaga el horno y deja reposando sobre la barra su creación. Mientras espera, saca de la nevera una taza con cerezas picadas en trozos y de los estantes, azúcar para hacer cerezas caramelizadas. Cuando la preparación esta lista, se apresura a esparcirla sobre el bizcocho, lo deja reposando otros cinco minutos y lo mete dentro de la nevera, sin dudas satisfecho con su trabajo.
Ya que había terminado, Tobías se da una ducha y se toma su tiempo para vestirse; quería estar seguro de llevar el atuendo perfecto para la ocasión. A las cinco de la tarde desmolda la torta, la guarda dentro de una caja pastelera y sale de su casa. El joven se dirige a su trabajo y frente a la cafetería, todavía operativa, encuentra a su jefe recostado sobre un auto, esperándole.
- Cuídalo bien niño —Exige haciéndole entrega de la llave del auto—
- Realmente no quería molestarlo, pero el evento es muy lejos. Gracias y no se preocupe jefe.
Tobías toma la llave, se sube al auto y lo enciende. Ya que la ventana del piloto estaba abajo, Henry se cuela por ella.
- Recuerde usar todos sus encantos Alteza. —Dice con expresión seria—
Tobías bufa y Henry ríe, alejándose del auto. El pastelero arranca y ve por el retrovisor a su jefe despidiéndole con eufóricos movimientos de mano. La noche arropa lentamente la ciudad y a las seis de la noche, el museo de arte abre las puertas del ala para exposiciones. Tobías llega diez minutos después de su apertura, aparca el auto en el abarrotado estacionamiento y entra en el edificio tras entregarle al portero la entrada que Mirela le dio hace dos días. Cruzando un pasillo de techo alto, el chico pasa a una habitación rectangular de dos pisos iluminada por blancas lámparas de araña, de suelo liso color bronce y paredes marrón claro, que llevaban orgullosas las pinturas de su amiga; para sorpresa del pastelero, el lugar estaba lleno de gente.
Ya que su presencia era debido a la exposición de arte, antes de buscar a Mirela, Tobías se dedica a observar con emoción su trabajo; de pintura en pintura, escucha muchos comentarios positivos y de admiración hacia su amiga. El chico sube al segundo piso, con una copa de vino en mano que minutos antes le había sido entregada por un camarero, y tras apreciar varias composiciones con temática de fantasía, da con una totalmente magnifica.
Se trataba de una escalera en caracol, destruida al cuarto giro según se descendía, en cuya cima había una plataforma escoltada por un largo pasillo ovalado, de gran altura y sin techo. Al fondo del pasillo un gran reloj análogo color oro se mantenía quieto en el aire. Aquella construcción, enteramente de piedra blanca, se encontraba levitando en el cielo, con una inmensidad de nubes rosadas y anaranjadas como única vista.
Una respiración cargada de admiración, una exhalación llena de fervor y Tobías se encuentra a sí mismo al pie de las peligrosas escaleras de piedra. Su cuerpo se inclina hacia atrás y el joven se sobresalta estrepitosamente.
- ¡AH! —Grita aferrándose con ambas manos al barandal— ¿¡Qué está pasando!?
Con rapidez el joven sube un par de escalones y permite a sus ojos ver más allá de los peldaños de las escaleras, confirmando la aterradora inexistencia visual de tierra firme.
<< Qué… ¿Qué demonios sucedió? >> Se pregunta mirando a todas partes, con su corazón dando saltos frenéticos y con el imperioso sonido del viento ofuscando sus oídos.
Dada la situación, Tobías decide subir hasta la cima; el lugar que más seguro le parecía ahora mismo. Sus pies brincan de escalón en escalón generando un seco "Tap" al tocar la piedra y sus manos en ningún momento se permiten alejarse del barandal. Cuando el chico alcanza la cima un Tic, Tac penetra sus oídos con su bucle sonoro. Con temor y sin opciones, Tobías se acerca al reloj y contempla como las doradas manecillas señalaban extraños símbolos, de pronto la manecilla más pequeña y delgada se mueve y señala un símbolo de simples y erráticas líneas con tangentes y bifurcaciones. Entonces, destrozando el silencio, ruidosos campanazos comienzan a sonar desde quien sabe dónde y con cada uno de ellos, la estructura de piedra en donde se había resguardado el pastelero se agrieta y cede.
- Ah —Gime el pastelero— ¡No, no, no, no!
Con un duodécimo campanazo, la estructura se viene abajo y Tobías cae al vacío, rasgando su garganta con un horrorizado grito.
- ¡Es increíble! ¿No crees?...
Tobías se estremece y tras un jadeo regresa a su realidad gracias a aquel parloteo. Su garganta dolía como nunca y regresando sus incrédulos ojos a la pintura, da lo mejor de sí para no entrar en pánico. Sus arremolinados y caóticos pensamientos se aventuran en busca de explicaciones lógicas, llegando a alegar que quizás alguien había lanzado drogas en el vino que estaba bebiendo y que lo que ahora veía eran alucinaciones pero, el sentimiento de que pudo haber muerto de no haber reaccionado era tan real, que una incesante duda producía una incontrolable comezón en lo más profundo de su mente, allá donde la intuición y el instinto se daban la mano afirmando que todo iba más allá de alucinaciones.
Tobías, ansioso y sin saber qué hacer o qué opinar, se aleja de las pinturas y decide ir a buscar a su amiga. No la había visto en el primer piso por lo que inicia la búsqueda en el segundo piso, dando con Mirela minutos después. La chica usaba un sencillo vestido azul cielo de escote en V que le llegaba hasta la rodilla y estaba rodeada por un grupo de personas que llevaban cámaras, unos cuantos sacaban fotos de ella y otros le hacían preguntas las cuales contestaba con amabilidad, sin olvidar mostrar su mejor sonrisa para la cámara.
Con semejante escena, Tobías se sobrecoge y empieza a sentir nervios. El chico traga grueso, ajusta su sedosa corbata azul marino, acomoda su saco color negro y peina hacia atrás su cabello. El joven se acerca despacio desde un ángulo en el que sólo Mirela lo pudiera ver, para no tener que interrumpir la entrevista.
Efectivamente la chica nota su presencia, responde un par de preguntas más y se excusa con el grupo antes de ir hacia él. Mirela lo recibe con un gran abrazo que Tobías corresponde de inmediato.
- ¡Viniste!
- ¡Claro que sí! Después de todo me invitaste. Aunque, si estabas ocupada podrías haberme recibido luego.
- No pienses en eso, la verdad me salvaste —Dice en un susurro, guiñándole el ojo— ¿Cuándo llegaste?
- Hace un rato. Babee todo el primer piso, tu trabajo es sorprendente.
Mirela sonríe enternecida y agradece el cumplido. Como Tobías no había visto en su totalidad las obras del segundo piso, la chica le da un recorrido; recorrido en el que enfoca más su atención en las explicaciones que su amiga daba y en los comentarios ajenos, que en las mismas pinturas.
Durante las siguientes dos horas Tobías fue presentado a varios conocidos de la chica y muchos compradores hicieron suyos múltiples cuadros, algo que dejó a Mirela más que encantada. El evento finaliza poco después de las nueve, Mirela se queda con la organizadora para apartar los cuadros vendidos y Tobías pone su ayuda a disposición. Una vez todo está listo, sorprende a la pintora invitándole a cenar. El chico había hecho una reservación de antemano así que cuando Mirela acepta ir a cenar, internamente suspira aliviado.
Tras cenar y estando de regreso al auto, Tobías le entrega el pequeño presente a su amiga y ella, al abrirla y ver la exquisitez que su amigo le preparó, permite que su boca se haga agua.
- No tenías que hacer todo esto, pero muchas gracias Tobías.
- Trabajaste muy duro para llegar a esta noche así que, no fue nada. Incluso me aseguré de vestirme bien para la ocasión. —Dice mientras una de sus manos abandona el volante para aflojar el nudo de la corbata—
Mirela ríe con la expresión de alivio que cruza por la faz de Tobías una vez su cuello es parcialmente libre.
- Te ves bastante bien en traje, deberías usarlos más seguido. Estoy segura de que así conseguirás más pretendientes.
Tobías suelta una carcajada.
- Aunque no lo creas, tengo un lote de ellos en mi armario.
- ¿De verdad?
- Sí y se debe a que cuando me gradué de la universidad, me vi obligado a entrar a trabajar en una empresa. Me había recién mudado a la ciudad, los ahorros no durarían para siempre y las pastelerías, cafeterías y restaurantes a los que aplicaba me rechazaban. Algunos tenían personal lleno y los que no, buscaban pasteleros con experiencia, no recién graduados.
Tobías se encoje de hombros, rememorando lo amargo de aquellos tiempos.
- ¿Y cómo conseguiste tu actual trabajo?
- Tenía medio año trabajando en una empresa de marketing y durante un descanso mis compañeros me llevaron a la cafetería Arami, que estaba empezando a crecer en popularidad. El local estaba buscando personal y no dude en aplicar. La entrevista tenía una prueba: preparar el postre favorito del jefe. Pasé su prueba, abandoné la empresa, me mudé a mi actual apartamento y desde hace cinco años trabajo en la cafetería.
Tobías contó su historia con una vaga sonrisa nostálgica en el rostro que, al terminar su relato, se ensanchó y llenó de alegría. Mirela lo escuchó atenta y con mucho interés. Abrigados contra el frío, paso un rato antes de que los dos amigos arribaran al conjunto residencial donde tenían sus hogares.
De acuerdo al reporte meteorológico de la tarde, esa noche no nevó y Tobías tuvo mucho en qué pensar antes de irse a dormir.